Por: Mónica Heinrich V.
¿Se acuerdan de esa maravillosa película de David Lynch llamada The Straight Story? Pues los islandeses tienen su visión de una animadversión fraterna y, como no puede ser de otra manera, involucra carneros.
Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y su hermano Kiddi (Theodor Júlíusson) llevan 40 años sin dirigirse la palabra. Tal cual. ¡40 años! Hay que tener mucho rencor acumulado para vivir uno al lado del otro (literal) y no soltarse ni un «buenos días».
Ambos ya están bastante mayores y son incapaces de dar su brazo a torcer. Lo único que los une es esa tierra que al ser heredada partieron en dos para que hagan de su vida un poncho sin joder al otro. Cada uno tiene su granja, cada uno tiene sus carneros.
Esta «guerra fría» cambia cuando una epidemia de scrapi afecta al rebaño de Kiddi y provoca que todos los rebaños de la pequeña comunidad se vean comprometidos.
Es justo decir que además de la misteriosa relación entre los ancianos hermanos, lo que termina importándonos es la suerte de los carneros. Por supuesto.
SPOILER
Una parte de mí sufrió mucho simpatizando con ese amor desmedido de Gummi por su rebaño, y la decisión de preservarlo a pesar de que el protocolo contra la enfermedad conllevaba eliminar a todos los animales y que pasen años antes de volver a tener un carnero.
Sé que fue un acto egoísta, pero al ver la situación y ponerme en sus montañosos zapatos, pues así nomás es. Yo también metía a todos los carneros posibles en mi baño, en mis cajones, debajo de mi cama, en mi bolsillo, donde haga falta.
Sí, lo más fuerte visualmente está relacionado con el rebaño, pero mientras esperas que todos los carneros vivan, subrepticiamente tenemos el conflicto latente entre los hermanos y la repentina alianza que se da para salvar el rebaño de las brigadas sanitarias. #todossomoscarneros
SPOILER FINAL
El tono que maneja la película es exactamente el tono que necesita:, un tono frío, gris, con nevados paisajes, pintando la vida apacible del agricultor, los rituales de la comunidad rural, las pequeñas alegrías y tristezas de personajes cuyas decisiones giran en torno a sus animales.
Grímur Hákonarson dirige y escribe Hrútar con un estilo artesanal, de ese que cuenta una casi diminuta historia para luego abrir un abanico rico y profundo de posibilidades.
El cine islandés ha dado grandes películas como Noi, el albino (reseñada ACA) y aunque Hrútar nos conduce a un final anticlimático, las peripecias de Gummi, Kiddi y los carneros se hacen un confortable lugar en nuestra memoria.
Esta es una película tranquila, pausada, con toques de humor negro, en el fondo lo que termina ganando es una sensación de tristeza, tristeza por la vejez, tristeza por las relaciones rotas por huevadas, tristeza por la soledad, tristeza.
Lo mejor: dice mucho con pocos elementos Lo peor: el final puede resultar anticlimático La escena: cuando Gummi «acaba» con su rebaño Lo más falsete: la resolución El mensaje manifiesto: este tipo de historia íntima funciona El mensaje latente: el cine islandés la rompe El consejo: para verla con calma y paciencia El personaje entrañable: los carneros y los ancianos hermanos El personaje emputante: los que quieren liquidar a sus carneros El agradecimiento: por un lenguaje sencillo, diáfano y conmovedor.
CURIOSIDADES
- Fue presentada por Islandia como su candidata al Oscar para Mejor Película Extranjera el 2015.
- Filmada con la Alexa Arri y lentes anamórficos
- Los dos actores principales que salen de hermanos son actores muy conocidos en Islandia, en la película también participan verdaderos granjeros sin experiencia actoral.
- Los carneros aparecen en los créditos como actores.
- Dura apenas 93 minutos.
- Se vendió a 40 territorios.
- La historia se basa en una historia que el papá del director le contó sobre dos conocidos que eran hermanos y llevaban enojados 40 años.
- Se hizo casting de carneros, el director quería estar seguro que tuvieran un carnero lindo para la pantalla pero que fuera dócil para manejar.
- El director dijo estar inspirado por Aki Kaurismäki, Roy Andersson y Bent Hammer.