Por: Mónica Heinrich V.
Desde los 90s que no veíamos a este David Cronenberg. Concretamente desde eXistenZ (1999). Y cómo lo extrañábamos. Me atrevería a usar más el término brasilero saudade, esa suerte de melancolía y nostalgia por algo que te ha dejado un vacío. ¿Se puede tener saudade por un cineasta? La repuesta es sí. Yo sobrevivo con múltiples saudades de ese estilo.
Me hacía falta el Cronenberg juguetón, el arriesgado, el que se embarcaba en proyectos raros y hasta esperpénticos. Eso no quita los méritos de su etapa de no terror-bichos-bodyhorror que nos ha dado cosas como Una Historia de Violencia (2005). Pero, uno tiene su corazoncito cinéfilo y a veces, solo a veces, nos sumergimos en la perentoria idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Crímenes del futuro está situado en algún momento del futuro. Ese que durante la Pandemia sonaba tan incierto. Ese futuro donde el cambio climático y la vida hicieron lo suyo. Ese futuro donde el cuerpo humano empezó a desarrollar espontáneamente órganos desconocidos que amenazan las vidas de sus dueños. Ese futuro donde la humanidad está privada del dolor corporal y lo añora. Ese futuro donde hay un nuevo humano, uno que directamente no puede deglutir comida sino que necesita plásticos y cosas sintéticas. Ese futuro donde además hay una nueva relación sexual, el placer que nace del bisturí.
El cuerpo de Saul Tenser (Viggo Mortensen) sufre de Síndrome de evolución acelerada y genera nuevos órganos desconocidos con regularidad, Caprice (Lea Seydoux) lo acompaña en performances artísticas en las que ella extrae el órgano ante los ojos, cámaras y celulares de un público fascinado y morboso. Como historia paralela, Lang Dotrice (Scott Speedman) sufre por la muerte de su hijo al que la madre asesinó por ser un monstruo. Dotrice se ha convertido en una especie de líder de eso que el resto de los humanos trata de combatir.
Cronenberg, que también escribe el guion, no siente necesidad de echar luz sobre el contexto o lo que llevó al mundo a esa situación, aunque el mensaje casi de panfleto medioambientalista salta más que un conejo Duracell. Fiel a su estilo, se apoya en una dirección de arte en la que destacan los implementos (silla, cama, etc.) que usa Saul para conseguir manejar el dolor al dormir, al comer o para ser exhibido mientras le extirpan cosas del cuerpo. De hecho, gran parte de la película se sostiene por esas escenas, que son las más trabajadas a nivel narrativo y conceptual.
El espectador que ya conoce el cine cronenbergiano sentirá el deja vu, la mente pendeja viajará a otras historias, a otras caras, a otros momentos que el cine de Cronenberg nos ha dado. Eso no necesariamente será negativo, la autoreferencia puede funcionar y en este caso ayuda a que sigamos el curso de la historia porque lo extrañábamos (¿ya quedó claro eso?) y queremos ver hasta el final qué nos va a regalar.
En Crímenes del futuro se pueden admirar más los detalles. El humor con el que se introducen al director del Registro Nacional de Órganos o RNO, Wippet (Don McKellar) y a su titubeante asistente Timlin (Kristen Stewart), las paredes descascaradas de la oficina burocrática en la que intentan llevar registro de cada órgano nuevo del que tienen conocimiento, el hombre lleno de orejas, el concurso de Belleza Interna, hay muchas buenas ideas sueltas flotando alrededor del tema principal. En la revolcada cae también el arte como objeto de vouyerismo y de narcisismo galopante. Los límites que se cruzan en su nombre.
Obviamente que su casting ya paga el visionado de la película, un Viggo Mortensen al que amamos desde Una Historia de Violencia (2005), la francesa Lea Seydoux que siempre será nuestra Adele, un sorpresivo Scott Speedman al que en sus épocas de galán de serie ñoña juvenil (Felicity) nunca imaginamos encontrarlo en una película de David Cronenberg, y, claro, Kristen Stewart que ha dejado de ser la insulsa Bella Swan para convertirse en una actriz seria.
A pesar de tener todo para ser un peliculón y de ser un guion desarrollado a lo largo de veinte años, algo falta para que termine de cuajar. Estamos ante un globo que en sus escenas iniciales se infla grande y voluminoso, y que luego sale escupido al firmamento. Tiene que ver con que los elementos periféricos como la historia de Dotrice, el policía, lo del RNO o las dos tipas técnicas de las máquinas, no tienen casi ningún asidero narrativo real más que aportar algo de color a la historia. Por eso, cuando la película avanza, muy bellamente, por cierto, se desluce hasta el más que anunciado final.
Crímenes del futuro pretende ser una admonición desde su título. Esa admonición se desenvuelve durante toda la película: los viejos temas de los viejos humanos persisten; el otro, el diferente, será aquel al que hay que censurar, cazar, eliminar; o como decía Shakira cuando era una juvenil y morocha compositora: lo que no se quiere se mata.
El humano del futuro no es muy diferente del humano del pasado o del presente.
Capaz la mayor debilidad de la película es que llega algo tarde, este mismo guion hace unos 10 años se sentiría mucho más transgresor que ahora. Aunque qué es la transgresión sino una impostura más que pretende dar la ilusión de singularidad.
La belleza, la oscuridad, y las capas que se pueden abrir a raíz de Crímenes del Futuro, pucha que se agradecen. Y, claro, es una película de David Cronenberg (nuestro extrañado y amado David Cronenberg) con eso basta y sobra. ¿O no?
Lo mejor: Es Cronenberg Lo peor: algo le falta para redondearla y hacerla más sólida Lo más falsete: algunas escenas pegadas con moco como la de las técnicas asesinas o la del policía El mensaje manifiesto: Estamos enfermando al mundo El mensaje latente: porque nosotros somos unos enfermos La escena: las de la máquina de la autopsia, y la del señor de las orejas El personaje entrañable: el niño come plástico El personaje emputante: Dotrice, por inútil El agradecimiento: porque Cronenberg existe.