Por: Eva Sofía Sánchez
Neil Young tomó asiento en el sofá, posó la taza de café sobre la mesa de la sala y alzó la guitarra. Era 1972. Estrenaba su rancho en las afueras de Reedwood, California. Le rodeaban montañas, valles y el granero que albergaba su íntima sala de ensayos. Moderado aunque de carácter fuerte, el cantautor canadiense sentía que las sabía todas. Ya había recorrido la carretera, reunido éxitos, experimentado momentos agridulces y finalmente encontrado la paz.
Incluso se sentía cómodo con su proceso creativo. A través de la música expresaba sus preocupaciones más urgentes: el medio ambiente, la justicia social, la decadencia del movimiento folk. Todo mezclado en una elegante presentación de rock emotivo y líricas reflexivas. Todo estaba tan bien…
Neil Young ya era un veterano a sus 28 años. Podría haber pasado sus días apaciguados, pero la vida tenía otros planes.
Un año más tarde la tragedia derrumbó los muros de su nueva propiedad campestre. Dos compañeros de banda de Young murieron debido a sobredosis de heroína. Uno de ellos falleció la misma noche que Young lo despidió del grupo. “Lo amaba, pero era imposible tocar con él. No sabía lo que se iba a hacer. Me siento responsable”, dijo luego el compositor.
¿Qué hizo entonces nuestro amigo Neil? ¿Cómo enfrentó semejante piedra en la conciencia?
Hizo música.
Música oscura, triste, introspectiva, intoxicada, confundida.
De esta época de excesos y depresión nacieron dos obras que los críticos consideraron (en su momento) como errantes, desesperadas y depresivas. Dos supuestos gritos por ayuda de un hombre desesperanzado y consumido. Estaban equivocados. “Ellos creían que yo me estaba hundiendo. En realidad esa fue mi manera de salir a flote”, explicó Neil.
Primero grabó el LP ‘Tonight’s the night’. Una sola noche de grabación, con voz intoxicada y arreglos instrumentales desordenados. Pura sangre y emociones. Se escucha claramente el llanto interno del amigo que llora por sus amigos caídos. Luego vino el disco ‘On the beach’. En la portada Neil se muestra de espaldas, observando el mar sobre una playa idílica. Es un disco igualmente introspectivo, pero más cercano a la belleza que a la tragedia. “Nunca estuve más cerca del arte”, reflexionó Neil en su momento.
“Fui a la entrevista en la radio, pero terminé hablando sólo con el micrófono. Ahora vivo acá afuera en la playa, pero las gaviotas aún están fuera de alcance”, canta en el blues que le da el título al álbum. Le acompañan apenas un puñado de instrumentos casi imperceptibles, detrás de su voz y guitarra. La canción es suave y dulce. El dramatismo es alto. Un grito contenido cuando dice: “Necesito un público, pero no puedo enfrentarlo a diario. Mis problemas son insignificantes, pero eso no significa que desaparezcan”.
Neil finalmente ganó la pulseta. Se levantó, quitó el polvo de su camisa, limpió las cuerdas de su guitarra y retomó la carretera. Los ochentas fueron su conquista. Los 90 su reivindicación. El nuevo siglo su nuevo momento de paz.
El arte salva y Neil Young es testigo de ello.
Eva Sofía Sánchez