Despreocupado porque en realidad, no le falta nada, aquel espacio solitario que interrumpe su forma, es parte de su cuerpo.
“Tomo un elemento reconocible para todo el público, en este caso un caballo y con él hago arte. ¿Cómo? “Hay varios recursos para evitar el reproducir una figura y más bien, poner algo propio y artístico. En este caso recurro al vacío como parte de la obra y reproduzco sobre su cuerpo una poesía- la oda al caballo de Pablo Neruda- para romper la imagen realista del caballo”, explicó el artista plástico Juan Bustillos, mientras recorrimos las obras que se exponen en el jardín de su casa.
El sol golpea las esculturas distribuidas sobre el vergel. Seres de madera y metal comparten aquel rincón con la naturaleza, donde cada pieza de arte parece haber estado siempre allí y donde su presencia se complementa con el ruido diario de la vida.
Nada en el Buho Blanco rompe la armonía entre el trabajo, lo íntimo y lo artístico. Por ejemplo, la casa se confunde con la escultura de una obra en una pieza única, donde el arte se traslada a los objetos de lo cotidiano, tal como propugnaba el art nouveau y con una misma estética de diseños escurridizos que dan una hermosa imagen de objetos derretidos.
Desde el taller (situado en el jardín de la casa), se escucha el golpe firme de la gubia sobre la madera. Bustillos vive literalmente en el galpón donde cada día su tarea consiste en enfrentarse a la creación. Para él, el trabajo es el pan diario del artista.
“Es un proceso de todos los días en el que surgen 80.000 ideas. Entonces bajo ese sistema de trabajo uno va creando cosas, igual que un bailarín o un músico que practica sin pausa para llegar bien a su presentación”.
Nuevamente acaricia la pieza sobre la que trabaja, se trata de darle textura. Ya se perciben claramente la boca, la nariz y desde el centro un solo ojo que nos observa. Pero no es un cíclope sino una mascara, la que Juan está tallando. “La mascara es el trabajo más divertido porque te permite mucha libertad, ya que tiene ese elemento satírico con el que puedes jugar y burlarte del otro”.
Es un día particular en el taller de Juan, ya que trabaja sobre el pedido de un cliente. Un cóndor de cuatro metros, al que todavía no se le ven las alas, pero que ya tiene cresta. El día anterior el artista visitó el zoológico en busca de posibles modelos, pero se quedó con la fotografía de un cóndor en pleno vuelo que tomó su amigo español en Samaipata, el mismo que le hizo tan excéntrico pedido.
En busca de la forma del ave, Bustillos debió realizar dos cortes cuyos restos en madera no le fueron indiferentes. Uno le sirvió para tallar la mascara de un ojo y el otro para diseñar una confortable silla que permite estirar los pies. “El cóndor lo terminaré en un mes, pues es un proceso que no puedo acelerar. Debo pegar, esperar a que seque y hacer texturas. Mientras espero, me pongo a trabajar en las otras dos composiciones”.
Continúa el sonido de los instrumentos que penetran las fibras y riegan el piso con el aserrín del noble material. De pronto, algunos objetos distraen nuestra atención y nos traen la imagen del metal, de la chatarra que retorcida y fundida hacen la más reciente creación del artista plástico…
“En algunos trabajos hechos en metales uno sigue reconociendo que una pieza es parte de un auto o una maquina, cuando el reto es que esos elementos se pierdan”
Muchas veces el metal tiene una forma agresiva que hay que saber suavizar dentro de la obra. Eso es lo que creo que he logrado. Cuando uno ve en detalles mis obras son hierros retorcidos y agresivos, hasta horribles, pero cuando se ve el conjunto hay cierta suavidad visual aunque la textura sea agresiva”.
…precisamente, un horno subterráneo, modelo japonés sirve para fundir las grandes cantidades de bronce y metal que componen sus obras. La gestación, la vaca colosal que pesa tres toneladas y que llenó la manzana uno con sus anchas dimensiones, durante la más reciente exposición del artista fue fusionada al calor del extenso subsuelo.
Las estructuras de la obras de bronce se llevan y retiran del horno a través de una grúa, explica Juan y estira los brazos para expresar la dificultad de trasladar sus creaciones de ¡peso! Tres toneladas de metal fundido para gestar la gestación.
“La vaca ha sido una de las obras más difíciles de trabajar ya que la tuve que hacer en el aire porque trabajar con un modelo de arcilla era imposible pues hubiera necesitado toneladas”. Bustillos ríe y advierte que todos se sorprenden cuando saben cuánto tiempo tardo en crearla: ¡dos meses! “Pero durmiendo poco y sin pausas de lunes a domingo”, añade.
Sin pausas, de la madera al bronce y al metal. De lunes a domingo, en la búsqueda de texturas y contrastes, a través de una tuerca o de un tronco abandonado en la ciudad. “La chatarra y la madera necesitan técnicas muy diferentes, pero hay un ejercicio mental que es similar”.
Un ejercicio que hace que el artista se acerque al material con la idea de lo que busca. Su creación no es accidental y responde a los referentes que Bustillos ha marcado como necesarios para su obra.
“Es interesante trabajar con dimensiones grandes porque la percepción del público cambia y de alguna manera me gustan los animales porque estamos próximos a una cultura rural, tenemos siempre un caballo o una vaca cerca de nosotros”
Una realidad aparentemente simple la de los animales, pero transfigurada y quebrada constantemente, por ejemplo, a través de las delgadas y estiradas patas de Franca la Cochina, frágiles y señoriales bases que soportan el peso de la chancha color verdecía.
Es más, una realidad de seres que superan la realidad; mientras el curador observa las cosas desde un costado a través de su máscara, y un escarabajo se confunde con el rostro de un hombre en Lobby del escarabajo, el potro continúa pastando indiferente… ya terminó la jornada de trabajo, pero él sigue rindiendo un homenaje a su especie, una Oda al caballo.