Y entiéndase que Boulocq me sigue pareciendo uno de los mejores directores de su generación, y quizás con muchas más credenciales que otros para erigirse como un cineasta de obligada referencia. El problema radica, en que todo esto que creo de Boulocq nació gracias a su ópera prima Lo más bonito y mis mejores años, y se consolidó con su trabajo como director de algunos videoclips.
Después resbaló (dignamente, eso sí) en el fallido experimento Rojo Amarillo Verde, aunque mirando atrás era un prefacio de lo que veríamos ahora. Pasaron los años, y se corrió la voz de que se encontraba trabajando intensamente en su segundo largometraje, cosa para alegrarse considerando la paupérrima producción audiovisual de sus colegas en los últimos años.
Los viejos ¿es una mala película? Al finalizar su visionado, la discusión era sobre si se podría decir que era mala o no. Se gestó un airado debate con mis compañeros de butaca, en el que casi nos agarramos a lapos, debate que finalmente dejó la inquietud igual que al principio. Los argumentos iban desde que si el guión es malo, la película es mala, hasta que si está bien filmada, aunque el guión sea malo, no podemos decir que es mala.
Aún no lo tengo (tenemos) muy claro, pero para mí Los viejos, NO es mala. Si soy cruda, la palabra que se me viene a la mente es «pretenciosa», si la veo con ojos comprensivos, la palabra que me salta es «personal», si me baso en la primera impresión que no requiere racionalización, la definiría como «paja», y si soy buenita podría decir que es «experimental». Y hasta podemos entrar en la relativización de decir que no existen malas películas, sino gustos personales diferentes (momento condescendiente del día) Se pueden decir muchas cosas.
Con un ritmo pausado, nostálgico que apela a la sensibilidad de un espectador MUY paciente (muy), Boulocq nos introduce en el mundo de los resabios, los daños, las heridas que deja el exilio, las relaciones truncadas, los amores inconclusos y el pasado.
Toño, perdió a sus padres durante la dictadura de García Meza, con ese vacío interior fue acogido por la familia de su tío. Sufre un segundo exilio, una segunda pérdida, cuando se descubre que tiene una relación amorosa con su prima, Ana. En una escena, Toño dirá algo parecido a que su tío no lo dejó ser el hijo que pudo tener, su brazo derecho, por la vergüenza, el oprobio de una relación prohibida.
Pasan los años, el tío ya viejo, se encuentra enfermo y en sus últimos días de vida, Toño regresa, se reencuentra con ese pasado, con el amor no concretado, con la familia ahora unida ante la inminente partida de aquel que volvió a fracturarla. La prima, madre soltera (o eso se asume) se pasea atribulada, y sumida en sus propios pensamientos (como todos los personajes) ante nuestros ojos.
No suena mal. De hecho, mi imaginario personal me permite empatizar de lleno con los guiños, y el trasfondo histórico. El tema es que esto es presentado ante el espectador con una cantidad innecesaria de planos eternos, y un rebuscamiento narrativo que no se veía en, por ejemplo, Lo más bonito y mis mejores años, filme que se sentía mucho más honesto.
Ojo, que gente como Tarkovski, Kiarostami, Roy Anderson, Theo Angelopoulous , Sokurov, el tailandés Apichatpong y muchísimos más, son genios del cine contemplativo, poético, con planos largos, casi inexistente diálogo, pero con un producto final que justifica una apuesta tan arriesgada. No es que sea aburrida, o que no tenga diálogos, lo que me aísla del asunto es que no lo siento sincero, no me llega.
En este caso la contemplación se siente artificial, ha sustituido a la historia para pasearnos constantemente entre paisajes y reflejos, que entiendo es la propuesta estética, pero que para mi gusto personal, ni las imágenes son tan grandiosas, ni la propuesta está tan lograda como para que consiga su objetivo.
Mientras la película avanzaba, algunos de mis acompañantes refunfuñaban, la gente se salía de la sala, otros nos quedábamos intentando imaginar cómo podría concluir algo así, y pensaba que el final podría salvarla, que el final podría levantarla y transformar un pajazo en una acertada visión de una historia intimista.
Desgraciadamente el final sólo confirmó la primera impresión, que se trata de un filme irregular, cuya propuesta artística/estética no es desdeñable, pero cuyo resultado global no convence, por lo menos, a esta espectadora.
Aún así, hay varias cosas a rescatar, una notable fotografía lograda por Daniela Cajías, quien se perfila como una de las mejores directoras de foto nacional que existe actualmente, otra cosa es el diseño de sonido que está preciso y sin errores, las locaciones, el trabajo actoral de Roberto Guilhon y algunas escenas entrañables que acarician así como de pasada, el aura que la película pretendía crear.
Se agradece, también, que ante la carencia de propuestas cinematográficas nacionales que lleven una visión artística definida y poco convencional, Los Viejos se arriesgue, intente, busque, y lo haga con un soporte técnico (foto, sonido, edición, etc.) al que no se le puede objetar nada.
Lo triste es que no alcanza, y esas escenas entrañables que logran conectar con el espectador sucumben ante un todo tedioso, muy tedioso y que justifica su existencia en la muletilla de un contexto mancillado por la dictadura, comodín que si no está bien usado, no salvará una película que parece un cortometraje estirado para cumplir con los requisitos de tiempo de un largometraje.
Estamos ante un guión que se pierde en la pantalla gigante y que adolece de una solemnidad sin matices, solemnidad que se rompe de forma abrupta al final, un guión basado en un cuento bastante breve de Rodrigo Hasbún, llamado La Carretera.
Habiendo visto Rojo, donde los mismos vicios argumentales de Los Viejos se repiten, y tomando en cuenta que es Rodrigo Hasbún el responsable de ambas historias, me parecería interesante que Boulocq regrese a trabajar en solitario, para ver qué otros fantasmas surgen de una actividad más personal.
Lo mejor: linda fotografía y que existe una propuesta.
Lo peor: tediosa, y con un tedio que no se justifica en el resultado global.
La escena: el canto con las montañas y las nubes.
Lo más falsete: la escena del niño preguntando a Toño sobre sus padres y el final.
El mensaje manifiesto: No siempre menos es más o viceversa
El mensaje latente: Hay que seguir buscando.
El consejo: Vela. Igual vale la pena verla, por lo atípico de su propuesta.
La pregunta: ¿Loayza y Sanjinés salvarán el año?