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CINE BOLIVIANO: Viejo Calavera

Por: Mónica Heinrich V.

Un callejón. Un robo. Un protagonista: Elder Mamani.

Una discoteca. Diosa. La banda italiana Kano sonando con su tema de 1983 Ikeya Seki. El tema disco es en honor a un cometa “suicida”, un cometa de esos que pasan rasantes al sol.

La gente baila. Elder baila, baila y bebe, y vuelve a robar, esta vez dentro de la Diosa. Abandona la pista, sale y corre en medio de la noche, dejando atrás calles, huyendo del merecido castigo. La música del cometa “suicida” lo acompaña.

Entran los créditos.

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Viejo Calavera tiene un inicio brillante. En la oscuridad de la butaca, con los acordes ochenteros de Kano aún en tus oídos, ese resplandor te hace susurrar “wow”.

Más adelante sabremos que este anti-héroe recibe la noticia de que su padre muere en sospechosas circunstancias, y casi casi por herencia él debe entrar a las minas y hacer lo que su progenitor hizo toda su vida: ser minero.

Para eso cuenta con el apoyo de su padrino Francisco, otro minero que usando su reputación y la del difunto consigue que Elder empiece a trabajar en Huanuni.

A Elder, por supuesto, no le interesa. Elder está en otra. Lo vemos recorrer pasadizos, ajeno a sus compañeros, ajeno a lo que se espera de él, ajeno a la mina misma que se convierte en un personaje más. Siempre es de noche. Elder trabaja en la mina y todo es oscuridad, y sale de esa oscuridad a la noche. Para él las 24 horas las vive en penumbras.

Es evidente que la fotografía de Pablo Paniagua está en su mejor momento. En este caso eleva a Viejo Calavera, la levanta con todo ese know how que ya le hemos visto a lo largo de su filmografía como director de foto.

La tremenda fotografía de Paniagua se disfruta, se admira y se agradece. Sin duda alguna, es lo más bonito que nos ha dado el cine nacional en los últimos tiempos.

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A ese punto muy alto, se le suma otro igual de poderoso: el diseño de sonido. Gracias a él nos sumergimos en Huanuni y somos cómplices de las andanzas de Elder Mamani. Disfrutamos a pleno de un sonido que envuelve al espectador y lo lleva de la mano a través de la película.

El guión de Russo y Gilmar Gonzáles, sin embargo, no llega a cumplir la promesa de sus primeros cinco minutos. El embeleso se va deshaciendo a fuerza de la repetición o alargamiento de situaciones que solo buscan remarcar lo ya visto. A ratos, queda la sensación de ser un alargamiento para llegar a cumplir los minutos necesarios que conviertan la historia en un largometraje.

Russo dijo en una entrevista que a él le interesaba un cine sensorial, donde lo más relevante es el sonido y la imagen, incluso por encima de los actores o el guión. Visto el resultado, el director ha sido fiel a su manera de ver el cine, Viejo Calavera es un ejercicio estilístico impecable, de un rigor técnico sin posibilidad a cuestionamientos, pero con problemas narrativos y actuaciones que van de lo regular para abajo, detalles que a estas alturas no se pueden obviar.

Sé que se trata de actores naturales, que no tienen un “oficio” dedicado a la interpretación, pero para eso está la dirección de actores, para trabajar hasta que el resultado sea algo más que una recitación de textos lanzados mecánicamente al infinito.

SPOILER

Los guionistas, además, caen en la tentación de remarcarnos muchas veces que Elder es un mal tipo. No solo a nivel visual, sino con innecesarios textos que repiten lo que ya hemos visto desde los dos robos iniciales. Hay una secuencia en la que Elder llega borracho y orina las cosas de los compañeros, luego vemos a un personaje hablar con Francisco (en una propuesta experimental), quejándose de sus fechorías, pegado a eso está la lectura de una carta con el rosario de acusaciones de los compañeros contra Elder y la solicitud de que lo trasladen, de paso lo pringan al padrino por tráfico de influencias.

Ya entendimos, mal tipo.

Viejo Calavera tiene pocos diálogos, pocos textos, una austeridad que no fue bien administrada. Sufrí con algunas interpretaciones, directamente me sacaron de la trama y me hicieron pensar en el artificio. Hicieron que deje la historia y me fatigue porque ese hombre estaba teniendo problemas para largar su texto.

Después, así, como digitado divinamente, llega el accidente de Elder. Lo más flojo de todo el metraje. Tanto en puesta, como en actuación, como en coherencia del guión.

Esto, obviamente, es una apreciación personal, se podría pensar que “esa es la idea”, mostrar la vida rutinaria y repetitiva de un personaje como Elder, y usar la apuesta experimental (plano de personaje que habla sin que se vea o intervenga el interlocutor) para darle mayor énfasis a esa rutina, a esa cacofonía. Y luego, para que parezca que algo más pasa, colocar el accidente. Forzada metáfora del peligro al que se enfrentan día a día nuestros amigos mineros.

Esa falencia narrativa ya la había notado en los anteriores trabajos de Russo. Tanto en Enterprise, Juku y Nueva vida hay una sólida apuesta estética, un querer arriesgarse en lo formal, pero las historias nunca terminan de despegar.

Aún así, el final de Viejo Calavera es tan hermoso como el inicio. Elder con su padrino, en el camión, ya fuera de la oscuridad, con una luz diurna anegada de neblina, el muchacho cubriendo con la manta a quien atacó la noche anterior, un viaje hacia las soñadas vacaciones y el Concierto en D Menor de Alessandro Marcello acompañándolos. Una suerte de matiz a un personaje que hasta el momento ha sido mostrado siempre desde una óptica negativa. Funciona. Como imagen suelta funciona muy bien.

FINAL DEL SPOILER

Porque sí, la película de Russo tiene imágenes o situaciones muy lindas, bien trabajadas que generan emoción (las linternas en la noche estrellada, el inicio, el final, la doñita que dice que no tiene con quién hablar, la silueta que se pierde al fondo de la mina y se lleva la luz con él, el golpe bajo del canto minero), pero en el resultado global me dejó una sensación agridulce.

Discursivamente, Russo apunta a que es una película con una fuerte postura política, que no quiso adoptar una mirada paternalista sobre los mineros, que no quiso seguir un estereotipo…debo decir, con mucha sinceridad, que lo que vi en pantalla es el estereotipo que tengo del minero. Incluso Elder, responde a cierto estereotipo andino. Ya hablando netamente de lo político, Bolivia es un país de historia minera. La minería es nuestra segunda industria de extracción, si los mineros paran, se para el país. Lo vivimos hace poco con tristes consecuencias. Muy bonito lo del compañerismo minero, la separación generacional de la actividad minera, el duro oficio, las condiciones siempre adversas a cualquier ser humano, pero la “fuerte postura” política insinuada es una cómoda aproximación a las minas. Casi turística, decía un conocido.

Con esto no quiero decir que la película debió ser más “comprometida” políticamente, me parece mejor que no sea una huevada onda Ken Loach, solo hago una apreciación de lo dicho por el director y de lo que vemos en pantalla. O sea, de la pose.

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Nuevamente, fieles a nuestra idiosincracia, se lanzan fuegos artificiales y cohetes que afirman se ha puesto la piedra fundamental del nuevo cine boliviano. ¿Es así? ¿Es Viejo Calavera una película de culto, que será referencia para las próximas generaciones? ¿Ha marcado un antes y un después? Hay que esperar.

Quizás los hechos precisos son que Viejo Calavera es una película impecablemente filmada, y que además goza de una buena aceptación que traspasa el patio trasero que significa el circuito de cines nacionales. La película de Russo está siendo exhibida fuera del país y ya pasó por varios festivales europeos y latinoamericanos, cosechando algunos premios. Lo de los premios no es garantía de nada. Los premios, como decía Lucrecia Martel, hablan más del jurado que de los ganadores. Pero sí me parece rescatable que al ser seleccionada o invitada, la película tenga la posibilidad de ser vista por otros públicos.

Porque en Bolivia, si hacés una película te podés llenar la boca hablando de lo genial que te quedó, de lo capo que sos, de las fórmulas que manejás al dedillo, de los auspicios que conseguiste o de la gente que metiste en sala, pero si no salís de tu canchón, ya sea con una distribución netamente comercial o a través de festivales, “la primera película boliviana de tal o cual cosa”, “la única que bla bla bla”, “la que rompe esquemas de bla bla bla” son solo palabras al viento. Quiere decir que tu película no aprueba ni para que un distribuidor te la compre y la exhiba en otros países, ni para que un festival la acepte.

¿Cuántas películas bolivianas son nini? ¿Ni para distribución ni para festivales? En ese sentido, Viejo Calavera sale de las películas Nini y cumple con las aspiración de ser una película no solo para que la vean los familiares, amigos y los cuatro gatos que vamos a los cines locales.

En mi adolescencia leí una novela que se llama Socavones de Angustia, que narra algunas historias de vida en las minas. La analogía perfecta tanto para la película que reseño como para el futuro del cine nacional es Sebastiana, uno de los personajes principales que reflexiona sobre la oscuridad que siempre rodea a los mineros. Al finalizar el libro, la doñita dice: “Siempre es noche oscura para nuestra gente…¿cuándo llegará el alba?”

Ajá.

¿Cuándo?

Lo mejor: es una ópera prima respetable con una fotografía impresionante y un diseño de sonido notable Lo peor: a nivel de guión no termina de cuajar, se queda en la promesa de sus hermosos minutos iniciales La escena: la discoteca, las linternas, el final Lo más falsete: los textos y el accidente El mensaje manifiesto: En la oscuridad siempre hay algo de luz El mensaje latente: alargar no significa dar mayor contenido El consejo: recomiendo ENFÁTICAMENTE verla, es una película que tiene que ser vista en sala de cine y hay que darle la oportunidad para que te seduzca o no. Hay mucha gente que la encuentra imprescindible. El personaje entrañable: los mineros El personaje emputante:… El agradecimiento: por el rigor, por la pasión puesta.

CURIOSIDADES

  • Dura apenas 80 minutos, aunque se sienten un poquito más.
  • Esta película fue rodada durante octubre y noviembre del 2015. La historia transcurre en la ciudad minera de Huanuni, en el cerro Posokoni, las comunidades de Molle-Punku y Chua Chuani (Oruro) y la población de Coroico en Los yungas de La Paz, Bolivia.
  • Kiro Russo comenzó a escribir el guion el 2011, junto a Gilmar Gonzáles. Desde entonces tuvo varias revisiones y la historia mutó desde su versión original a lo que quedó en pantalla.
  • La idea se gestó en el año 2010.
  • El montaje tomó aproximadamente siete meses.
  • Viejo Calavera ha sido producida por Socavón Cine, y cuenta con la Co-Producción del Doha film Institute en Qatar, a través de su fondo de Post-Producción.
  • Russo manifestó acerca de sus influencias: El neorrealismo siempre fue una gran influencia en el cine Boliviano. Desde la perspectiva de Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau era necesario seguir esta escuela para hacer un cine de denuncia y militancia política. Luego de sus dos primeras películas, él mismo cuestionó la idea de ponerse en nombre de todo un pueblo para hablar acerca de la problemática social, se fue alejando de esta escuela hasta llegar a trabajar sólo con actores y sets. Ahora solo cree en la ilustración de iconos…En Viejo Calavera trabajamos con elementos del neorrealismo, los espacios y personajes de la realidad pero jamás me interesó conformar perfiles psicológicos, ni panfletos políticos. Son mucho más importantes los climas, las presencias, los encuadres y el sonido.

CUENTO: Quiero volar hacia el sol

Por: Eva Sofía Sánchez

[dropcap]S[/dropcap]ucederá de nuevo, como todos los días. Me tendrán agarrado y no daré pelea.

Durará unos cinco minutos y se acabará. Y pasado mañana ocurrirá otra vez y el viernes también y por eso espero que pronto llegue el fin de semana, para no ir más, y deseo que no llueva y me quiero ir volando hacia el sol.

Mañana a la madrugada, cuando despierte, ya sabré lo que va a pasar.

Mi padre entrará al cuarto, aplaudirá y gritará, ‘ándale, ándale, arriba, arriba, a despertarse, ándale y ándale’. Piensa que es gracioso, aunque en realidad es molesto. Pero funciona, eso sí. Me levantaré al tiro, porque no soporto que grite y prefiero que se calle la boca y por eso lo haré rápido.

Me limpiaré las lagañas, abriré las cortinas para ver si hace frío o calor, si hay sol o está nublado. Me ducharé, asearé y me vestiré. Durante todo ese tiempo, pensaré en lo que vendrá.

Desayunaremos juntos.

Estará mi hermana, que es rara y cotizada por sus ojos grandes y nariz chiquita y no me habla. Ni en la casa, ni en el colegio. Ya se pinta y parece que lo único que le interesa es el carnaval, la ropa y su cortejo. Vive encerrada en su cuarto y, además, es muy buena alumna. Ha ganado diplomas que mis padres enmarcan y cuelgan en las paredes de la sala. A veces, la espío cuando se cambia. Una vez las vi en calzones a ella y a su compañera, Miguela. Eran blancos y brillaban. No la entiendo en verdad. Antes tampoco nos llevábamos bien. Ni mal. Nunca nos llevamos nada. Podría no existir.

También estará mi madre, que no sé muy bien a qué se dedica y que tiene el cabello corto, la boca roja y grande y usa faldas largas que le tapan las piernas. Nos lleva y trae a todos lados. El colegio, las clases particulares, las prácticas de tenis que detesto, porque no puedo ni agarrar una raqueta y menos darle a la pelota, los cumpleaños, esas cosas. Ella está, pero a la vez, es como si no. Sus palabras favoritas son ‘vamos’, ‘andá’, ‘vení’, ‘traé’, ‘llevá’, ‘alzá’, ‘entrá’, ‘salí’. Cuando me despido de ella, que es seguido, le doy un beso y quiero darle un abrazo, pero es imposible. Pone el cachete y sólo dice ‘chau’. Ni me mira.

A veces, hace cenas con amigas que invita a la casa. Yo trato de esconderme, para no tener que saludar, pero sé que estoy obligado a bajar un rato, darles besos, escuchar que estoy creciendo, que soy muy flaquito, que pronto voy a tener corteja. Aguanto todo ello porque después me sirvo un plato de comida y me lo subo al cuarto y me lo trago encima de la cama, que es una de las cosas que más me gusta hacer.

Y bueno, ahí también estará mi padre, que se sienta siempre a la cabecera y nunca nos pregunta nada. Es un tipo grande con bigotes y debe ser importante porque tiene chofer. Su foto y su nombre han salido en el periódico. Una vez un hombre escribió un libro acerca de él y otras personas. Los acusaba de corrupción y más cosas raras. Nunca nos dejaron leerlo, pero lo encontré guardado en uno de sus cajones. Una vez fui a su oficina y era fea, sucia, olía a cigarrillos. Había una foto del alcalde colgada y lo único que él hacía era firmar y firmar hojas.

A veces viaja y la casa es más tranquila cuando no está. Puedo ver la tele a todo volumen o patear la pelota sin miedo a que aparezca y me rete porque no puede dormir o qué se yo. A menudo se queja de algo y resulta que siempre es mi culpa, porque soy un malcriado, porque soy un soberbio, porque soy un flojo, porque soy un atrevido, porque tengo que ser más hombrecito.

Y luego estaré yo, que me llamo Eduardo, tengo trece años y me dicen Chico.

Sí, soy El Chico.

Lo que a mí más me gusta hacer es mirar la tele. Mi programa favorito es el de Garabato. Las conductoras son lindas y usan bonita ropa. Me encanta que su maquillaje sea de colores. También miro Los Halcones Galácticos y el Show de Xuxa. Me gustan las botas de las paquitas y sus falditas cortas. A veces, me saco los bermudas y me quedo sólo con polera y calzoncillos y bailo como lo hacen ellas en la televisión. Una vez entré al cuarto de mi hermana y me puse uno de sus calzones blancos y me pinté los labios. Me gustó cómo se sintió. Desde ese día, aprovecho cada vez que estoy solo en la casa para ponerme su ropa interior. También armo aviones y autos con los ladrillos de juguete que me regaló mi tía para un cumpleaños. Algunas tardes me trepo al techo de la casa y me quedo horas mirando las ventanas de los vecinos. Una vez vi a una mujer desnuda y al casero del terreno de al lado discutiendo con su esposa. A veces, me bajo el short, saco mi pilila y orino hacia el patio, hasta abajo.

Así desayunaremos los tres con la tele encendida en las noticias y de nuevo tendré que tomar ese jarabe de cebollas para mi bronquitis que me deja el tufo horrible y me hace heder a sobaco. Mi madre me retará, como todos los días, ‘arreglate la camisa, sos un desfachatado, tan grandote y no aprendés a vestirte’. Yo miraré a mi hermana y ella me va a poner los ojos de odio que siempre me muestra y le diré a mi madre ‘Ana me molesta’ y ella me ordenará que me calle y que no le de pelota. Y mi padre en la cabecera de la mesa mantendrá la boca cerrada.

Y voy a desear que se alargue el desayuno y no tener que pararme, agarrar la mochila, subir al auto, mirar por la ventana, llegar al colegio, despedirme y que mi madre no me vea y los compañeros en la puerta del curso me saluden, ‘qué haces frenilludo’, ‘hola cuchuqui’, ‘esperate al recreo’ y que las compañeras se rían un poquito y que entre todos ellos esté Luis, que es tan lindo y yo sé que es bueno y que no quiere hacerlo, pero como todos lo hacen, él también.

Luis es más alto que yo y tiene hoyuelos y un lunar en el cachete. Su cabello brilla y sus ojos celestes me alucinan. Lo veré y me pondré nervioso y le sonreiré y él me dará una mueca de asco y me preguntará ‘¿qué mirás mariquita?’. Y recordaré el día que lo vi en las duchas del colegio y el agua le mojaba su cuerpo desnudo y sus vellos negritos en la parte baja de su estómago se humedecían y se lavaba su pilila chiquita y rosadita y yo quería tocarla y sobarla con mis manos.

Y sentiré que se calienta lo que tengo entre mis piernas.

Luego, tendremos clase de lenguaje con la profe Nancy, que tiene unos lentes enormes y sus ojos se ven chiquitingos detrás de ellos. Yo me sentaré en el mismo lugar de todos los días, que es adelante, en la fila del medio y con mi compañera Alexia, que es muy buena conmigo y que, a veces, me defiende.

Como sucede siempre, cuando la profe está en la pizarra y escribe y nos da la espalda, alguien gritará desde atrás ‘¡Atahualpa!’ y yo sabré que es a mí a quien gritan y cuando lo escuche me encogeré un poquito y respiraré más fuerte y mis labios se pondrán duros. Alexia me mirará y me daré cuenta que también me tiene pena y sabré que en algún momento va a llegar un papel arrugado, hecho una pelota dura, que alguien tirará con fuerza y golpeará mi cabeza y me va a doler mucho, pero no me voy a sobar, ni me voy a dar vuelta, ni me voy a enojar, porque es peor.

Y después, cuando suene el timbre y esperemos al profesor de matemáticas, que es un abusivo, yo me quedaré sentado, con la mochila en mis faldas, abrazado a ella y Luis pasará por mi lado y me dará un cocacho en la nuca y me agacharé más y no diré nada y escucharé que dos o tres compañeros ríen y gritan ‘maricón’ y Alexia les dirá que dejen de molestarme.

Y llegará el profesor de matemáticas, que es enorme y fuma y le gusta retarnos y parece que cualquier rato se va a morir, porque no para de toser y es como que en su pecho tuviera un motor, y nos va a hablar de geometría y nos hará pasar a la pizarra y les va a preguntar cosas a Juan Pablo y Ernesto y ellos no van a saber y les dirá que son unos burros, porque así habla él, y yo me voy a reír callado, porque a ellos los odio y quiero que se mueran.

Y después va a sonar el timbre y no me levantaré, porque sé lo que sucederá y me dará miedo y vergüenza y querré irme a mi casa y no venir más, porque todo esto es muy feo y son muy malos conmigo y yo soy un maricón, porque no hago nada, ni me defiendo y dejo que me hagan lo que quieran.

Así que todos van a irse del curso y me quedaré sentado un rato y después me voy a decir, ‘andá nomás y si algo te quieren hacer, te vas a defender’. Y saldré al patio y caminaré bien lentito y buscaré cinco pesos en mi bolsillo para comprarme un donut y me acercaré a la venta y veré a los chicos que juegan, ríen, corren, se empujan y voy a sentir que uno, dos, tres, cuatro personas están detrás de mí y alguien dice, ‘oye’.

Y daré la vuelta y estarán enfrente mío Juan Pablo, Ernesto, Roberto, Luis, con sus peinados hongos y sus mocasines blancos, sus manillas y relojes que les traen de Miami y sus poleritas con dibujos de caballos. Me van a mirar con esos ojos que me asustan y yo me llenaré de rabia, porque no les voy a decir nada y voy a hacer puños en mis manos, pero no levantaré los brazos y mi respiración saldrá fuerte por mi nariz y mi cuerpo se pondrá duro y cerraré los párpados cuando lleguen los empujones y me voy a mecer de un lado a otro y sentiré sus manos que me golpean en mis hombros, espalda, brazos y escucharé que dicen cosas que no entiendo, porque más fuerte suena mi corazón.

Y querré decirle a Luis que se detenga, que no siga, por favor, que yo lo quiero y que me pone triste que me haga esto y que más bien me defienda, porque es lindo y deseo que me abrace y quiero tocarlo y lavarlo en la ducha.

Y, a veces, miraré alrededor y veré a alguno de ellos, o a Alexia o a mi hermana, que están lejos y no hacen nada.

Y después van a venir más chicos y no van a ser más de diez, pero parecerá que son cien y empezarán a gritar ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa! y alguien me va a dar una patada en el culo y después va a poner su pie para que yo me tropiece y cuando me caiga, entre cuatro o más, me agarrarán de los brazos y piernas y me alzarán y seguirán con los gritos y yo haré fuerza, me pondré como una tabla y gruñiré como perro, porque es lo único que me sale de adentro cuando esto pasa.

Y así, me llevarán por el patio, cargado, mientras ellos gritan y yo gruño y me daré cuenta que estamos cerca de la cancha y que muchas personas miran todo esto y nadie hace nada y todo parecerá un sueño y me querré ir a mi casa y no querré volver más y que todos se mueran y que a mi hermana la deje su cortejo, porque es una cojuda y yo soy un maricón de mierda.

Y voy a tener de pronto el tubo del arco de fútbol entre mis piernas.

Y sentiré cómo me frotan con rabia contra el tubo y mientras lo hacen gritan y parecen unos salvajes salidos del monte y el tubo me rasgará los muslos y los dientes de donde cuelgan las mallas del arco me arañarán la piel y se sentirá caliente y mis huevos me apretarán y me dolerán y tendré miedo de que me los rompan y que el short se abra y vean que uso calzones y lloraré y agarraré fuerte algún brazo porque quiero que alguien me abrace y me diga que esto no va a seguir pasando y dejaré de escuchar los gritos y me meteré en mi mente y sólo distinguiré mi respiración y sentiré el latir de mi corazón y la luz blanca del sol me enceguecerá y me querré ir volando hacia él y las sombras de mis compañeros se confundirán con las nubes y todo se pondrá gris y habrá viento y habrá calma y empezaré a rezar y querré que mi madre me salve y pensaré que no soy un soberbio, que mi padre es un pelotudo y que algún día Luis va a saber que lo amo y que quiero estar a solas con él y que me bese y mi cabeza se pondrá pesada y me marearé y mi boca se secará y tendré los labios paspados y de pronto seré liviano, una pluma, una mariposa, un soplido y escucharé un silbido dentro de mi cabecita y diré algo, pero nadie me entenderá y alguien se reirá y seré yo quien lance carcajadas y me dejaré caer y tendré pasto y arena alrededor mío y lentamente, poquito a poquito, segundo a segundo, como pasa todos los días, como sucede en este momento, mi cuerpo, finalmente, se dormirá.

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ESPECTÁCULO: An evening with Pacino

Por: Mónica Heinrich V.

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La noche anterior salimos a comprar papel higiénico.

Estábamos cerca del Obelisco y vimos, a lo lejos, un bollo de gente amontonada en las puertas del Colón.

Dedujimos que eran espectadores de An Evening with Pacino por lo que a pesar del cansancio nos aproximamos para escuchar al voleo algunas impresiones del show. Nunca hay que desperdiciar las impresiones al voleo.

Resultó que el grupo llevaba un buen rato esperando que el señorito Al saliera del imponente edificio. Tres autos con vidrios ahumados se encontraban estacionados cerca de la puerta. Un estirado cuerpo de seguridad observaba sin inmutarse a los cholulos. Eran aproximadamente las 23:35 p.m.

Una disyuntiva se abrió en nuestra mente: la de continuar con la búsqueda de tan necesario implemento higiénico o ver qué sucedía.

Mientras tanto, un hombre bajito hablaba por teléfono. Sostenía en una de sus manos el programa del show que acababa de ver y contaba emocionado a quien sea que estuviera detrás de la línea que “lo vi, no podés creer lo que fue”, “el cine es una cosa mágica”. Un taxista mayor, canoso, se estacionaba en doble fila ponía sus luces de parqueo, bajaba del auto y también quería la foto del gran Michael Corleone. Claro, el Colón de “gala” y Pacino no son para los taxistas mayores y canosos.

Decidimos quedarnos.

No pasábamos de 40 personas, de las cuales algunas fueron abandonando el barco. Hacía frío, era tarde y el camba no salía ni con fórceps.

En eso se acercó un muchacho, evidentemente jonkie, evidentemente algo “ido”, evidentemente.

“Hey, loco. No se asusten. Solo quiero comprensión y un poco de ayudita” dijo a los que tenía más cerca. “Ah. Están esperando a Al Pacino”.

No era pregunta, era afirmación, era sapiencia.

“A mí me encantan todas sus películas. Sí, loco. Scarface, Carlito´s way, Serpico. Las vi todas. Y lo mejor es que son de drogas y narcos. Es repiola”.

Nadie hizo contacto visual con el advenedizo. Se quedó como peto mocochinchero, dando vueltas por ahí. Las drogas y los narcos que tanto fascinan de Pacino no tenían el mismo brillo en la vida real.

Después de unos 45 minutos, el chico dijo con desgano: “Ahí vieeene”. Como quien muestra a un animal viejo y cansado que a él, en lo particular, no le interesa.

Los flashes se dispararon, la gente se agolpó. La figura menuda, engafada de Pacino apareció. Hubo quien gritó: “Al, Al” como si Al fuera a escuchar su nombre y se detuviera a tomarse una selfie y a firmar un autógrafo y por lo menos preguntarle el nombre a quien conocía el suyo.

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Nada de eso sucedió. La salida duró apenas unos segundos. Tiempo suficiente para que el “ido” saliera de su apatía y empezara a gritar como el más fan de los fans: “Say hello to my little friend”, “Hoo-ah”, “Hoo-ah”.

Los autos de los vidrios ahumados se pusieron en marcha. El taxista mayor y canoso revisó su celular para ver si consiguió una buena instantánea que valiera la pena mostrar en casa. El “ido” murmuró a la noche y a quien quisiera oirlo: “Y… ni tiró ondita. ¿Viste?”.

Era momento de conseguir el papel higiénico.

***

El sábado el clima mejoró. Los periódicos llenaban sus páginas con el “fenómeno Pacino”, hablaban de los 800 pesos que dejó de propina en un restaurant japonés, mencionaban a Lucila Polak la novia argentina con la que enamora hace casi una década y a la que le lleva como 40 años, mostraban fotos de las “celebridades”que pudieron acercarse a saludarlo: Susana Giménez, Mirtha Legrand. Furor local apalancado por la gran industria hollywoodense.

Ahí, en la penumbra, quedaba latiendo el debate sobre la pobre gestión que hizo Darío Lopérfido manejando el Colón, dejando de lado obras/espectáculos de carácter más “enriquecedor” (dicen los puristas) para dar paso a alquilar el boliche como si fuera salón de eventos de quinceañero.

¿Pacino es digno del Colón? Esa no debería ser la pregunta. El tema de fondo involucra aristas legales como productoras creadas a último momento, sin trayectoria (la del cuñado de Pacino que fue quien llevó el show asociado a Adrián Suar), que arrancaron la producción del evento hace dos o tres años y que recién se establecieron como empresas en abril de este año. ¿Cómo pudieron obtener la venia del Colón? Esa es la pregunta.

Cri Cri Cri.

Pero sigamos con el sábado. Con Al. Con Pacino.

A las 20:03 llegamos a lo que sería su segundo y último show en suelo porteño.

El Colón es un teatro de estilo renacentista francés. Elegante, inmenso, con capacidad para albergar a casi 2.500 almas. Las secciones están muy bien delimitadas. Tenemos la platea, y alrededor de la misma se alzan palcos (un palco privado puede alcanzar hasta 10.000 $us. para 10 personas) y balcones. El último piso es la zona más barata, los asistentes ni siquiera tienen butaca, ven todo el espectáculo de pie. Un amigo argentino designó a ese sector como “el gashinero”.

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La seguridad que fiscaliza que alguien del gallinero no se cuele a platea es bastante rígida. Para llegar a platea pasás como cinco filtros de control. No, el gallinero no se puede mezclar así nomás con la platea.

El show iba a ser en inglés por lo que en la entrada daban audífonos para tener un traductor en el oído. Terrible y molesto detalle, ya que toda la función el sonido se acopló (algunos sordos lo ponían muy fuerte) y para los que estaban sin audífonos fue complicado concentrarse en lo que decía Pacino con la bulla de fondo.

Era obvio que la gente (de todos los sectores del teatro) se había tomado muy en serio eso de “An evening con Pacino” y un 80% de los asistentes parecían estar viviendo una suerte de mini alfombra roja. Como en una cita soñada, algunas damas fueron al salón de belleza, sacaron su mejor vestido de gala, sus zapatos altos y los varones vestían de traje.

Cuando se apagaron las luces, un reel (un poco largo) recordó al público porqué estábamos ahí. Las películas más conocidas de Pacino aparecieron en la pantalla gigante. Curiosamente, casi todas pertenecen a décadas atrás.

Luego, el hombre del momento apareció desaliñado, con la camisa arrugada, sudoroso, con fuertes signos de cansancio, criollamente diríamos “hecho bolsa”.

Recordemos que este espectáculo es tal cual su nombre. No es una velada con Alfredo James Pacino. No es una obra teatral. No es Ricardo III. Es una velada con Pacino, con la estrella. La que cobró más de medio millón de dólares.

A su lado estaba Iván de Pineda: modelo/conductor/actor. Todo muy entrecomillado.

La producción decidió vestir a Iván de conductor (era quien hacía las veces de presentador y de entrevistador de Pacino) y de actor (fingía que no se había hablado de exactamente lo mismo la noche anterior).

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Pacino lleva haciendo este “show”, “autohomenaje”, “charla”, desde el 2013, así que hay que darle algo de crédito por la frescura y aparente emoción con las que relataba sus anécdotas que, en realidad, obedecían a un estricto guión.

Las preguntas que de Pineda le hacía eran las típicas sobre cómo comenzó su carrera, lo difícil que le fue surgir viniendo de un hogar pobre y roto, habló un poco de sus clases con Lee Strasberg (su maestro del “método” en el Actors Studio), otro poco de cómo nadie pronunciaba bien su apellido hasta que Strasberg pasó lista en su primer día de clases en el Actors Studio y lo pronunció perfecto. “Esta persona lo sabe todo”, dijo Pacino que pensó. El público estalló en risas y aplausos.

Se mostraron secuencias de sus películas y luego se habló un poquito de cómo se filmaron o qué anécdotas recordaba sobre ellas. Así fue que contó cómo en El Padrino nadie lo quería para interpretar a Michael Corleone. Lo veían de estatura muy baja y sentían que era un actor desconocido. El equipo se burlaba de él. El papel era el más cotizado de su tiempo, incluso actores de la talla de Jack Nicholson querían encarnarlo. Finalmente, Francis Ford Coppola peleó para que Pacino se quedara.

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Con mucho entusiasmo habló, también, sobre Serpico y su nominación a Mejor Actor. Era 1973 y Pacino mismo ha reconocido que gran parte de los 70s y de los 80s los pasó borracho y drogado. Ha afirmado tener muchas lagunas mentales sobre esa época. En la gala de los Oscar no había preparado un discurso en caso de ganar, bebió demasiado y luego lo intentó bajar con valium, así que cuando Jack Lemmon ganó su categoría, dijo haberse sentido exultante por no tener que subir al escenario en esas condiciones.

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Otra anécdota relacionada con los Oscar fue su no nominación como Mejor Actor por Scarface. Durante meses le llenaron los oídos diciéndole que era una nominación segura y cuando las nominaciones llegaron no figuró en la lista. Sus compañeros de trabajo le hicieron un Oscar de mentira y se lo entregaron al día siguiente. Ese Oscar, afirmó, es el premio que más atesora.

Nuevamente, más risas y aplausos.

Pacino recuerda con mucho cariño a gente como Marlon Brando, Oliver Stone, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola.

Esos son los grandes nombres difíciles de olvidar. Cuando le tocó el turno a Perfume de mujer, le costó recordar el apellido de Chris O´Donnel, el actor que encarnaba al ingenuo Charlie. En medio de su charla se puso a murmurar: “Este muchacho. Chris. Chris…” se quedó trabado y desde el público le gritaron: “O´DONNEL!”. Puede ser que Chris sea más olvidable porque su carrera como actor se fue al bombo y no forma parte del circuito estelar, ese que por ahí podría llenar el Colón. Puede ser.

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Paradójicamente, con el teatro lleno de gente que pagó entradas súper caras y que vestía sus mejores galas para una entrevista al vivo, Pacino habló de la banalidad de Hollywood, de ese “glamour barato” que a él no le gustaba. Paradójicamente, el público aplaudió, una vez más, la ocurrencia.

Llegó el momento de Any Given Sunday (Un Domingo Cualquiera), las luces se apagaron y empezaron a proyectarse las famosas imágenes del discurso que da el personaje de Pacino antes del juego decisivo. En la oscuridad, el gallinero se alborotó y gritó algo inentendible. El resto del Colón lo mandó a callar: Shhhhh. El gallinero no se amilanó y finalmente las luces se encendieron. Se escuchó claramante el eco que bajó desde el 5to piso: ¡Médico, médico, médico!

Una mujer había sufrido un paro cardiorespiratorio. De entre las primeras filas de la platea alguien se identificó como médico. Sin embargo, la organización le informó a Iván de Pineda que el médico del lugar ya estaba en camino. Se le explicó a Pacino brevemente la situación y el actor se quedó como ponchado en su asiento, mirando entre el desconcierto y la apatía lo que estaba pasando. Nuevamente, las voces del 5to piso se hicieron escuchar e informaron que “no ha venido ningún médico” y de Pineda en un accionar que solo puede definirse de “Bien jugau”, le pidió al espectador que había ofrecido sus servicios: “Subí, por favor”.

Hacia allá fue el médico/espectador. Pasaron unos minutos y de Pineda preguntó (siempre delante de todos) si el médico ya estaba atendiendo a la mujer. “Sí, ya está acá. Gracias” informó una voz.

Las luces se apagaron y Pacino arrancó como una película que fue puesta en pausa exactamente donde se quedó. Había perdido la energía y el carisma. Quizás todos nos desconectamos de la velada a partir de ese punto.

Rápidamente entramos a las preguntas del público. Los argentinos no son tímidos, muchas manos se alzaron esperando interactuar con el actor. La elección corría a cargo de de Pineda que tenía ante sí caras conocidas cerca por lo que incluso se refirió a algunas de las personas que tomaban el micrófono por sus nombres. Ajá, dedocracia.

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Un muchacho de unos 20 años que estaba en el gallinero, dijo que su sueño era actuar al lado del actor y preguntó si podía bajar hasta el escenario a improvisar algo con él. Pacino miró a de Pineda y, con la misma soltura que la noche anterior rechazó el abrazo de una mujer que dijo haber venido desde Chile solo para abrazarlo, se fue por la tangente. “Pero si esto ya es una improvisación porque bla bla bla”. No. La imagen del chico de 20 años bajando hasta el escenario y abrazando a su ídolo no sería una de las que nos llevaríamos esa noche. No se cumplirían sueños.

Una mujer tomó el micrófono por la misma zona y dijo llorosa que estaba “enamorada de todos sus personajes”, Pacino murmuró un “wow”, más sardónico que agradecido. Ella continuó y le preguntó sobre su postura sobre la mujer. Qué siente por las mujeres. Ahí el actor aprovechó para enchufar un poema que estaba evidentemente pauteado, listo a ser disparado en el momento que pudiera encajarlo. En la pantalla apareció, oportunamente, su traducción al español.

Al finalizar la ronda de preguntas (calculo que unas 5 o 7 personas), se presentó un monólogo. Era otro poema, esta vez The Ballad of Reading Gaol de Oscar Wilde.

Si no supiera que Pacino estaba recitando un poema, podría jurar que relataba una más de sus anécdotas. Esa falta de versatilidad que ha sido un poco más notoria en los últimos años de su carrera, se puso de manifiesto durante el show. Desde el inicio hasta el final del mismo, la única inflexión en su energía o gestualidad fue cuando se lo vio algo aburrido por la situación de la emergencia médica. Algunos espectadores se quejaron de que no lo vieron actuar, cuando en realidad actuó todo el tiempo.

Después de más de dos horas de estar encerrados en el Colón con una dinámica que se estableció rápido y se repitió durante el espectáculo (el neoyorkino decía algo y se lo festejaban), es justo decir que estábamos cansados. Pacino de actuar de Pacino, y nosotros de ver a Pacino actuando de Pacino.

En eso, cuando ya se olía el cierre de la noche, rápidamente una orquesta ingresó y empezó a interpretar el conocido tango Por una cabeza inmortalizado en Perfume de mujer. Imágenes del coronel Frank bailando tango se vieron en la pantalla gigante.

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En el escenario apareció una estilizada bailarina con la que Pacino hizo literalmente dos pasos. La bailarina intentó seguir pero Pacino ya no quería nada más. La soltó, levantó la mano, se despidió y se retiró por un costado. Iván de Pineda comprendió que eso era todo: Ladies and Gentlemans, Míster Al Pacino. La gente aplaudió. No importaba el desaire. Pasaron varios minutos y reapareció para el saludo final. Como cereza de torta, entró Lucila con un ramo de flores, lo besó y ambos se retiraron raudos y veloces. Nadie pidió bis.

Desgraciadamente, el actor no pudo irse a descansar. El más de medio millón de dólares que le pagaron incluía quedarse y recibir a los espectadores de algo llamado Meet & Greet (Conocer & Saludar). Un cocktail en el Salón Dorado del Colón, donde supuestamente Pacino se sienta en un toquito y tiene que tomarse una foto con quien posea el ticket correspondiente.

Mientras nos retiramos del edificio, ya en la calle, miré hacia atrás para ver a la gente que no pudo/quiso pagar el Meet & Greet y que esperaría a las puertas del Colón que Tony Montana, Carlito, Michael Corleone, Sonny, Serpico, Frank, Tony D´amato, asome por segundos su figura engafada.

Quién sabe, por ahí el “ido” aparecía y podría gritarle algunas de sus líneas una vez más. Por ahí.

Hoo-Ah.

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Pacino, en otras entrevistas, ha comentado que contrario a sus atormentados personajes escapó de las drogas y el alcohol. En algún momento durante su presentación en Argentina recordó que muchos de sus amigos de infancia, de chicos con los que creció, murieron por drogas en los barrios bajos del Bronx.

Él ya llegó a los 76 años. An Evening with Pacino no arroja nada nuevo sobre esa vida bien vivida. Es simplemente la excusa (algo triste, algo válida) para ganar dinero y sentirse apapachado por un grupo de desconocidos.

Quizás lo más honesto de la noche fue cuando de Pineda le preguntó si era de los que lloraban. Si lloraba alguna vez. Al se mostró sorprendido. De pie y mirando la juventud de Iván, le dijo que estaba seguro que eso a él, a Iván no le pasaba, pero que conforme ha ido envejeciendo, a veces está caminando por la calle, o haciendo las compras en el súper o simplemente solo sentado en su casa y se le humedecen los ojos sin motivo aparente. Se le humedecen al punto que comienza a llorar.

Su relato es el de un pequeño payaso ajado. Fiel a su estilo, acompaña la historia de su llanto espontáneo/aleatorio con grandes gestos y rostro compungido.

El Colón no procesa que este hombre se pone a llorar en el súper, en la calle o en su sofá mirando el infinito. El Colón solo ve los grandes gestos, las luces, el «glamour barato» y, claro, el Colón ríe.

Lo mejor: Pacino no deja de ser un personaje carismático Lo peor: Es solo eso, un personaje. Pocas veces se entrará en temas realmente importantes y creo que él lo sabe, lo asume, y lo vive con cierta distancia La escena:  lo del médico, por cómo se manejó Lo más falsete: toda la charla que fingía emoción y sorpresa cuando la ha contado desde el 2013 infinidad de veces El mensaje manifiesto: Te puede no gustar el «glamour barato» pero capaz que termines metidito ahí  El mensaje latente: Las estrellas están en el cielo El consejo: igual se puede disfrutar si sabes a lo que vas. Informate bien cómo es el espectáculo así no te llevás decepciones esperando Ricardo III  El personaje entrañable: el médico sustituto El personaje emputante: El agradecimiento: por una experiencia más, la linda orquesta del final y ciertos buenos momentos de su relato.

CURIOSIDADES

El show, ya presentado en Europa y en su tierra natal, Estados Unidos (donde agotó localidades), recorre fragmentos de su vida, desde la niñez pobre y callejera hasta hoy, y tuvo una adaptación local realizada por el cineasta y guionista, Marcos Carnevale.

Adrián Suar, con producción conjunta de Preludio Producciones, Nacho Laviaguerre Producciones y Tieless Media trajo el show del actor por primera vez al país, e Iván de Pineda, uno de los conductores de El Trece, fue el encargado de moderar la velada, con traducción simultánea al español, auriculares mediante.

Dos sillas, dos copas, una botella de agua mineral, más un florero oficiaron de breve escenografía, pero la pantalla que replicaba eternas secuencias de sus principales películas funcionó como telón de fondo.

La bailarina Judith Kovalovsky (cuñada de Suar) fue la encargada de rememorar la famosa escena de Perfume de mujer.

A pesar de que su pareja es Argentina, Lucila Polak, Al Pacino no conocía el país del tango y esa fue su primera visita.

Hace algunos años hizo el show en México y se lo criticó por estar en aparente estado de ebriedad.

Norma Aleandro, Georgina Barbarrosa y Miguel Solá criticaron duramente el show al que calificaron de «Horrible», «asco», «vergüenza ajena».

Lucila Polak salió a cruce de Aleandro, recalcando que ella fue invitada y que el show siempre fue claro respecto a lo que ofrecía. Que el comentario le pareció irrespetuoso y de mal gusto.

CUENTO: ¿Dónde ocurrió el Big Bang?

Por: Alejandro Suárez

Ocurrió, pero no hay un lugar, tampoco hay un momento, solo sucedió; la explosión creó el espacio y el tiempo y por tanto, ¿qué había antes?; ¿sabes qué contestaba San Agustín cuando le preguntaban qué había antes de la Creación?, que Dios preparaba el infierno para los que hacían ese tipo de preguntas.

Acompañábamos el cabernet con maní japonés, antes habíamos fumado porros y habíamos visto en Netflix el primer capítulo de la nueva versión de Cosmos y yo me había colgado con todas aquellas elucubraciones estelares que a mí me excitaban y a Jenny no le movían un pelo.

Hay algo que no he dicho: Jenny es fotógrafa, católica, lesbiana y comprometida con la causa de los homosexuales; yo soy corredor de bienes raíces, adicto al sexo, algo misógino y totalmente agnóstico. ¿Qué nos une? Una vez le hice a Jenny esa misma pregunta.

Eres un océano de conocimientos inútiles, eso me gusta, confesó; te haría el amor a veces, pero no eres mi tipo.

Yo también le había hecho algunas confesiones: cuando estoy solo y bajoneado hablo contigo, en mi mente, eso me calma.

¿Una interlocutora ideal y omnipresente? ¿Algo así?

Algo así.

Sonó el timbre, nos miramos.

¿Esperas a alguien?, preguntó Jenny

Negué con la cabeza, me levanté y fui hasta la puerta. Abrí y era Noelia.

Hola Noelia, dije.

Hola, contestó Noelia y pasó.

Jenny bajó los pies de la mesa; las presenté.

Jenny, ella es mi hermana.

Hola, dijo Jenny; Noelia no dijo nada y tampoco se sentó; fue hasta la cocina y se sirvió un vaso de agua.

El olor a porro mata, te voy contando, dijo al regresar de la cocina; comenzaba a impacientarme. Hasta que por fin se sentó y sin pudor agarró un puñado de maníes japoneses.

Supongo que quieras saber por qué estoy aquí, dijo.

Sería bueno, contesté.

Contó que había decidido aceptar una oferta de trabajo, sería gerente de una franquicia limeña tipo fast food, ceviches y demás delicatesen de la comida peruana; la empresa la mandaba una semana a Lima para una capacitación; había planificado para que la niña se quedara con su padre.

La felicité por el nuevo trabajo y pregunté lo que quería preguntar desde que escuché lo de la semana en Lima: ¿Y papá?

Ella me miró, terminó de tragar un maní. “Y papá”, afirmó como quien toca un asunto evidente.

Pasaron segundos de silencio tenso; al cabo Noelia miró a Jenny como si fuera una vieja conocida. ¿Sabías que tu amigo, tu novio, tu amante o lo que sea, rechaza hacerse cargo de su padre?, le preguntó.

Jenny comenzó a incorporarse y anunció que se iba; Noelia dijo que no era necesario, que ella se iría primero, solo quería saber si podía contar conmigo o le iba a dar la espalda, como siempre. Ahí discutimos, la llamé desubicada, me dijo que prefería ser desubicada a ser cómoda y egoísta, luego ventiló viejos trapos; Jenny repitió que se iba y en efecto, se fue.

No era necesario todo esto, le dije a Noelia.

La mitad de las cosas que hacemos son innecesarias, contestó.

Listo, ¿qué carajo quieres?

Que te hagas cargo de nuestro padre, por una semana, ¿es mucho pedir?

Acepté; era eso o seguir y seguir y arruinar lo poco que quedaba de noche.

Me voy, estoy apurada, dijo, se levantó y fue hasta la puerta; mañana vengo, al caer la tarde, con papá.

Quedé solo, sentado en el sofá y haciendo zapping; me detuve en la noticia de un sicópata que ametralló a los espectadores que asistían al último estreno de la saga Batman en un cine de Colorado. Un policía informaba que eran doce los muertos; hasta ahora. Busqué la yerba y armé un porro y lo prendí; luego apagué la tele. Fumé pensando en que el mundo era un lugar hostil y no había mucho que hacer al respecto.

El viernes en la noche llamó mi hermana para anunciarme que estaba en camino. Llegó a la media hora. Cargaba dos bolsos deportivos grandes; a su lado, disminuido, avejentado, pero sin dar la impresión de ser un enfermo terminal, estaba papá. Por su mirada, parecía estar con un pie en la realidad y otro en algún planeta lejano. Lo saludé con una fórmula neutra del tipo “¡Hola, cuánto tiempo!”; no contestó. Noelia lanzó los bolsos en el piso, tomó a papá del brazo y lo condujo hasta el sofá; caminaba bien aunque parecía avanzar solo si su hija lo empujaba.

Creo que se da cuenta de que ésta no es su casa, dijo Noelia.

Y bueno, tan mal no está si se da cuenta; ¿algo más que tenga que saber?, pregunté.

¿Algo de…? preguntó Noelia.

De papá, algo a tener en cuenta, que le haya pasado últimamente…

Tú “últimamente” son dos años, ¿sabías?

No empieces, quiero hacer las cosas bien y que todo fluya.

Y que yo regrese rápido del viaje, me lo lleve y no te joda más la vida.

Lo que quieras.

Noelia me explicó (volando porque estoy contrarreloj) que a papá le gustaba que lo bañaran y lo cambiaran temprano en la mañana; se baña sentado, mejor si te buscas una silla plástica; come bien y cualquier cosa siempre que no sea carne dura o trozos muy grandes, da igual si es pollo o carne o pescado, sin mucha grasa; no abusar del dulce porque se le dispara el azúcar; no abusar de las pastas porque se estriñe; puede dormir solo pero mejor si pones almohadas y frazadas en el piso, a un costado de la cama; en los dos bolsos hay ropa, pijama, calzoncillos y medias y en el bolso azul hay un neceser con sus medicinas, suplementos vitamínicos, pastillas para la presión y la irrigación sanguínea, también las indicaciones sobre cómo tomarlas; en el bolso gris están los pañales.

¿Pañales?, pregunté.

Noelia me miró y soltó una risita molesta. Créeme, los vas a necesitar, dijo.

Luego se despidió y se fue; insistió con que estaba apurada.

Te veo en una semana, dijo al salir.

Encendí el televisor.

¿Noticias o documentales?, le pregunté a papá.

No contestó, ni siquiera me miró. Hice zapping atento a sus reacciones, detecté un sutil gesto de interés al pasar por un programa mexicano de lucha libre y ahí quedó la sintonía. Me miró como quien pide explicación cuando un gordo de melena y bigote cayó, cual bolsa de papas, sobre el ring.

¿Qué tal?, pregunté.

Vos querés fregar a la Falange, contestó.

Luego volvió a concentrarse en el gordo que se incorporaba y volvía a dar pelea.

Así fueron, detalles más, detalles menos, los primeros minutos de convivencia con lo que quedaba de mi padre.

Me levanté y fui al que debía ser su cuarto que era en realidad mi cuarto de visitas; en la tarde lo había barrido y había liberado la cama de ropas, trastos y libros. Tal y como me orientara Noelia, lance frazadas, almohadas y edredones a suelo que rodeaba la cama. Volví a la sala y cambié de canal, no encontré nada interesante para mí, le pregunté a mi padre si quería dormir; como no respondió lo alcé del brazo, se dejó hacer.

Lo eché en la cama; quedó mirando el techo, tranquilo, su respiración era pausada; reparé en su ropa y en que no era la más adecuada para dormir pero ya no había marcha atrás. Mañana será otro día, pensé.

Volví a la sala, prendí un porro, me colgué con el Precio de la Historia.

Desperté, vi que era de día y volví a cerrar los ojos mientras mi cerebro vacío se llenaba de pensamientos inconexos. Al rato escuché algo (o imaginé escucharlo, nunca sabré) y recordé de golpe que papá estaba en casa. Corrí a su cuarto, lo encontré sentado y sin ropa en una esquina del colchón; se había sacado el pijama, lo había envuelto con la sábana y los había lanzado al suelo, a un costado de la cama sobre uno de los almohadones de protección. Respiré un fuerte olor a orine y vi una gran marca de humedad en el centro del colchón. Cerré los ojos con fuerza, tomé aire, recordé a Noelia y su referencia a los pañales, la imaginé riendo.

Me acerqué, con autoridad le pedí que se levantara y sin esperar su reacción, lo tomé de la mano y jalé para que se incorporara. A su ritmo fuimos al baño, hice que entrara a la ducha y cuando lo vi de pie, bajo la regadera, recordé que Noelia había dicho que se bañaba sentado. No me pareció prudente regresar por una silla y dejarlo parado y arriesgarme a que intentara moverse y tropezara y se cayera. Lo perfecto es enemigo de lo bueno, me dije; luego abrí el grifo. El chorro de agua fría golpeó su abdomen, me agarró fuerte de una mano hasta que el calefón se activó y pude graduar una temperatura agradable; esto hizo que se relajara y me permitiera enjabonar su cuerpo, incluido el pellejo colgando entre vellos tristes que alguna vez fue su temible pene.

Terminé el baño, lo senté en el inodoro y corrí por un pijama limpio, calzoncillos y pañales.

¿Cuándo nos vamos a Sucre?, preguntó al verme de vuelta.

Mañana, contesté de mal humor.

Comencé a vestirlo. Yo, hombre sin hijos, tardé una eternidad con el pañal; se le desprendía y se le caía y tenía que volver intentarlo, así unas ocho veces. Con el pijama fue mucho más fácil aunque el proceso no estuvo exento de pequeños contratiempos.

Lo senté en la sala, abrí las ventanas para que entraran luz y aire. Encendí el televisor y busqué algún canal que pudiera interesarle; no había lucha libre así que me detuve en un programa de zumba, imaginé que la energía de las practicantes podía ser contagiosa para su mente. Me esperaba una mañana larga: echar la sábana y el pijama al lavarropa, ponerle una espuma limpiadora al colchón, cepillarlo, secar el baño, darle sus medicamentos con el desayuno. Antes de comenzar, calenté agua, me hice un té, me senté en el comedor, armé un porro y lo encendí; respiré oxígeno, humo, un poco de sosiego.

Hice cuentas; apretándome un poco me daba para pagar alguna enfermera por una semana, siempre que sus pretensiones no fueran desmedidas. Después de almorzar y de un breve descanso, subí a mi padre a la camioneta y nos fuimos a recorrer las enfermerías del centro.

En la primera, una señora con uniforme blanco inmaculado llenaba un crucigrama y mataba un sábado escaso de inyecciones y nebulizaciones. Le planteé el problema, miró por encima de mi hombro, hacia la calle donde había dejado estacionada la camioneta y se podía ver claramente a mi padre en el asiento del acompañante; volvió a mirarme, dijo que podía hacerlo y dio un precio que sobrepasaba con mucho mi presupuesto; intenté regatear pero la señora se negó a ceder y me fui con la certeza de que aquella mujer tenía menos sentimientos que una piedra caliza.

En la siguiente enfermería me atendió una muchacha de no más de veinte; lucía segura, despierta y se mostró dispuesta a hacer el trabajo por el monto que le ofrecí. No me comprometí porque sus veinte años aparentes me hacían dudar y también el botón abierto de su traje de enfermera y los globos de chicle que hacía cuando me escuchaba. Quedé en que regresaría pronto.

Consulté otras dos opciones que no me convencieron y regresé por la muchacha del escote. Acordamos que iría el lunes a primera hora y le dejé una tarjeta de Luxor Bienes Raíces donde estaban mi nombre, mi dirección y mi teléfono. Se llamaba Cintia pero podía decirle Chichita.

El lunes desperté temprano y repetí la rutina de la ducha, esta vez con la ayuda de una silla plástica que había comprado en el mercado; después le cambié el pijama pestilente; saqué la cubierta impermeable del colchón que había comprado junto con la silla y lo llevé todo al lavadero.

Ya estábamos vestidos cuando apareció Chichita. Le di las instrucciones: desayuno, merienda, medicinas; el domingo había pasado en limpio el calendario de mi hermana y lo había impreso y pegado en la heladera. No se horrorizó cuando le mostré los pañales, parecía acostumbrada; creo que incluso me escuchaba con cierto fastidio, como si le estuviera comunicando algo obvio.

Salí a trabajar. Me reuní con una pareja de paceños recién casados que querían vivir y reproducirse en Santa Cruz; escuché sus pretensiones, más altas que el Illimani; quisieron ver una casa en Jardines del Urubó y los llevé en mi camioneta.

Al final de la mañana dejé a los paceños en su hotel con la promesa de que hasta el final de la tarde depositarían el primer anticipo, luego me fui hasta Montero para verificar el avance de una nueva urbanización en la que había invertido algo de dinero y de la que esperaba con ansias el retorno.

Al regreso, serían las cuatro, llamé a Jessica y la convencí para que se saliera un poco antes de la oficina; como aún no había almorzado, compramos al paso café y empanadas, luego nos fuimos a un motel por la Beni. Hice el amor con ganas, lo necesitaba; después devoré las empanadas y le conté lo de mi padre.

Haces muy bien, dijo ella; a los padres hay que quererlos siempre; mírame a mí, mi papi está en el cielo y no pasa un solo día sin que lo extrañe.

Jessica dice siempre ese tipo de cursiladas, pero su cuerpo y su cópula son de primera y creo que ella también la pasa bien conmigo. Volvimos a hacer el amor, luego pagué y cada uno a su rutina; a ella la esperaba su esposo y a mí, mi padre, mi papi, para quien dudaba que hubiera lugar en el cielo.

Llegué a casa a eso de las seis y al abrir me golpeó un reguetón a todo volumen. Busqué a Chichita, la encontré en la cocina preparándose algo de comer.

Tenía hambre, dijo al verme.

La cocina estaba patas arriba, se sentía la dueña de casa.

¿Y mi padre?, pregunté.

En el cuarto, contestó.

Fui hasta el cuarto, la puerta estaba cerrada; intenté abrir pero estaba asegurada. Cuando me disponía a regresar a la cocina tropecé con Chichita que me había seguido y me mostraba las llaves. Se las arrebaté y abrí. Papá estaba sentado sobre el colchón, casi desnudo y creo que tembloroso. Al verme comenzó a gritar algo sobre los movimientistas de Morón. Fui hasta él y lo calmé como pude y comencé a vestirlo; le dije a Chichita que era una irresponsable de mierda y que no le iba a pagar el día; Chichita contestó que yo había llegado tarde, no le había dejado comida y en mi famosa lista no había indicaciones sobre qué almorzar; que le había pasado llave para que no se saliera mientras ella buscaba qué comer y que si no le pagaba el dia, me denunciaría. Al final cedí, le pagué y se largó dando un portazo.

Sentí un ruido que venía del cuarto. Corrí. Encontré a mi padre, en el suelo, en posición fetal.

¡Puta madre!, exclamé; ¿qué haces?

No contestó, por supuesto; supuse que había querido pararse y se había caído y ahora intentaba incorporarse. Hacía un ruido grave, como un ronquido. Gritó cuando lo alcé de las axilas, lo mandé a callar.

¡Al menos coopera, carajo!, le grité.

¡Viva la Falange, carajo!, contestó.

      Lo lancé en la cama lo mejor que pude y lo terminé de vestir. Luego me fui a la sala, me armé un porro, subí las piernas sobre la mesa, encendí el televisor y busqué en Netflix el capítulo dos de Cosmos. En lo que cargaba, llamé a Jenny.

Estoy en el cine, te llamo luego, susurró.

Me puse a ver la serie. La explicación sobre cómo, según la Selección Natural, el “ojo” de una bacteria evoluciona hasta convertirse en ojo humano, me hizo caer en que había vivido treinta y seis años equivocado. Intenté formular lo aprendido más o menos así: los seres vivos no se adaptaron al ambiente, en realidad cedieron su espacio a otros que la casualidad en forma de mutaciones genéticas, había hecho mejor dotados para la supervivencia.

Llamó Jenny, salía del cine con su amiga de turno; preguntó cómo me iba con mi padre, le dije que más o menos, le conté que había intentado contratar una enfermera para que me ayudara y que me había ido mal. Me dijo que ella estaba por salir de viaje, que si no, con gusto me daba una mano.

¿Qué viaje es ese?, pregunté

Uno que tenía postergado, a la Chiquitanía, todo depende del transporte que hasta ahora me ha fallado.

Su misión era tomar fotos para la edición ampliada, bilingüe y con fotos de “Ser gay en los tiempos de Evo”, el libro de Edson Hurtado, que iba a ser publicado por una editorial vietnamita.

Cada loco con su tema, dije; ¿crees que los gais sean un salto evolutivo o el medio ambiente terminará barriéndolos?, pregunté.

¿De qué mierda me hablas?

Le hablé del capítulo dos de Cosmos, de la Selección Natural, los genes y la supervivencia.

No sé tú, pero yo sobreviviré a todos, dijo; o al menos a vos y a tu hermana, eso seguro.

Desperté al otro dia y antes de ocuparme de papá, marqué el número de Jenny.

Te ofrezco mi camioneta, le dije; llevamos al viejo, vos me das una mano y de paso despejo mi cabeza porque aquí me voy a volver loco.

¿Tu padre soportará un viaje largo?, preguntó; ¿no será un ajetreo innecesario para un hombre delicado?

Mi camioneta es doble cabina, tiene aire, papá no está inválido, su cerebro le patina pero puede caminar; si se orina lo cambiamos.

Al final, Jenny aceptó. Saldríamos al día siguiente a primera hora, en cuatro días Jenny tenía un viaje a la Paz y era impostergable.

Colgué y fui a ver a papá; lo encontré tranquilo, solo se había sacado la camisa y estaba sentado en el colchón, miraba el infinito que terminaba en la pared que quedaba frente a sí. Estaba, por supuesto, orinado. Lo llevé al baño, abrí el grifo para no golpearlo con el agua fría, lo desnudé y lo senté en su silla, dentro de la ducha. Lo miré desde afuera; antes tan fuerte, ahora perdido y encogido en esa silla plástica, chorreando agua por la barbilla escuálida.

Prepárate que nos vamos de viaje, le dije; como en los viejos tiempos.

Le enjaboné el cuerpo y hasta le puse champú en su cabellera escasa y gris. Luego me saqué la ropa, entré a la ducha y compartimos el chorro; como en los viejos tiempos.

Rearmé los bolsos tal y como me los entregó Noelia y los subí en la camioneta; incluí algo de ropa para mí y algunas provisiones básicas; aceleré la rutina del baño y el cambio de ropa de mi padre, le di un buen vaso de yogurt y cerca de las ocho, partí a buscar a Jenny.

La primera escala seria en Urubichá, trescientos sesenta kilómetros. Compramos galletas y café en la tranca de peaje e improvisamos un desayuno. La temperatura estaba agradable para viajar, no había tráfico ni nubes. Mi padre se había dormido con la boca abierta, el cinturón de seguridad lo mantenía erguido; aprovechando que dormía, Jenny preguntó sobre él y sobre mí.

Percibo a veces que lo odias, me dijo.

No es odio, contesté, es otra cosa, no sé cómo llamarlo.

Busqué en mi memoria, seleccioné algunos recuerdos.

Los torneos de boxeo que organizaba en su quinta y cómo le pagaba a los trabajadores para que sus hijos pelearan conmigo y me curtieran en el arte de ser hombre; recordé a Germán, el hijo del casero que siempre me sacaba la mierda y casi se hace millonario de tanto que papá lo buscaba. ¡Tienes que tumbarlo, no puedes dejar que este negro te gane siempre!; pero aquel negro me ganaba siempre y encima papá me humillaba por cagón; o aquella tarde en las Siete Calles cuando Noelia y yo lo vimos saliendo de una tienda de carteras de la mano de otra mujer y Noelia, que a sus siete años no entendía de esas cosas, dijo “¡papá!” y mi madre nos jaló del brazo, nos llevó a ver perfumes y no sé qué historia le inventó a Noelia sobre una colega que era como su hermana. Aquel día supimos (y lo comprobamos después y varias veces) que mamá sabía todo, incluso que con la supuesta colega, papá había tenido dos hijas que además eran nuestras hermanas; ¡y cómo no iba a saberlo si lo sabía medio pueblo!

¿Y qué fue de tus hermanas?

Viven en Brasil; una de ellas, la mayor, casi de mi edad, me llamó hace tres o cuatro años porque quería conocernos a mí y a Noelia, nos citamos en un café y hubo abrazos y la cosa transcurrió más o menos bien, pero Noelia no quiso repetir la experiencia, dijo que mejor ellas allá y nosotros aquí, que seguro tramaban algo con la herencia; yo no sé mucho de esas cosas, siempre fui medio pelotudo y las hermanitas me habían parecido simpáticas; en favor de Noelia tengo que reconocer que fue la única que alguna vez le plantó cara a papá; fue en la discusión de su tesis, había hecho una linda exposición pero le dieron noventa sobre cien y mi padre le dijo que no, que no podía conformarse, que él esperaba más y que lo había decepcionado, que si uno quería ser alguien en la vida no podía ser tolerante con sus errores; Noelia le gritó y le dijo que el único que siempre había fallado y había decepcionado a todos era él; mi madre la mandó a callar y al otro día mi hermana se fue de la casa.

Otro día te cuento más, concluí y me serví café; y sí, capaz que sea odio lo que siento.

Casi al mediodía llegamos a Urubichá. Paramos en un alojamiento con paredes de adobe y techo de tejas; nos atendió un lugareño amable de nombre Máximo, pedimos una sola habitación que tenía dos camas, Jenny no se hacía problemas en compartir la suya conmigo y ahorrarse unos pesos. Acomodamos los equipajes y almorzamos bife con arroz y huevo en una pensión aledaña. La carne estaba dura y Jenny se la picó en trozos diminutos a papá. Mientras almorzábamos, Jenny llamó a Facundo, al personaje al que tenía que fotografiar. Quedaron en verse a las cuatro para ir al río y después a la Plaza. Terminamos de almorzar y mi padre se quedó dormido, el dueño le acomodó una hamaca entre los horcones del patio para que descansara; Jenny se echó un rato y yo me quedé en el patio, leyendo el periódico y vigilando a mi padre.

A la hora acordada llegó Facundo, violinista de la orquesta sinfónica del lugar. Antes, Jenny me había contado su historia: hacía tres años se había enamorado hasta las patas de un director asistente, se fue tras él a Santa Cruz, su amante no valoró su gesto y lo despreció por ser indio y por ser del campo; tuvo que regresar al pueblo pero se habían corrido rumores sobre sus amoríos y le habían puesto trabas para reintegrarse a la orquesta. Ahora trabaja en un aserradero con su padre.

No es la profesión ideal para un violinista, pero…, dijo Facundo confirmando su historia y encogiéndose de hombros.

Mi padre había despertado, así que nos fuimos al río en la camioneta. Facundo tocó un fragmento de alguna sonata para violín de Mozart. Jenny tomó fotos; de fondo, el cauce del río y el atardecer. Papá miraba a Facundo sin entender muy bien qué pasaba; me hubiese gustado creer que algún vestigio de sensibilidad se había despertado en un rincón oscuro de su estropeado cerebro.

A la vuelta visitamos la plaza y la Iglesia, Jenny tomó más fotos. Dejamos a Facundo en su casa, nos presentó a sus padres quienes nos invitaron a tomar café; rechazamos la invitación aduciendo que mi padre estaba cansado y necesitábamos reposar porque al otro día seguíamos viaje; todo era cierto.

En la mañana, después de un desayuno contundente, partimos rumbo a San Ignacio. Según Máximo, nos esperaban cuatro horas en una carretera plana y monótona: verde, ganado, pocos vehículos. La radio solo captaba estática.

Jenny sacó cuentas, llegaríamos cerca del mediodía; propuso almorzar en alguna pensión, no desempacar, hacer las fotos, regresar a final de la tarde y ahorrarnos el dinero del alojamiento; ella podía manejar si yo me sentía cansado. Jenny quería, además, ganar tiempo para preparar su viaje a la Paz. Acepté, aunque no me hacía mucha gracia manejar de noche.

Llegamos, en efecto, a las doce y diez. Paramos en un restaurante que nos pareció simpático; el dueño era un señor amable de nombre Ambrosio, de unos sesenta años. Pedimos sopa de maní y milanesas; el señor Ambrosio tomó nota, levantó la vista, se fijó en mi padre y lo reconoció.

¿Don Gonzalo?, preguntó mirándolo a los ojos.

Así es, intervine, pero no creo que entienda, ha sufrido tres isquemias.

Ambrosio adoptó una expresión sombría.

Es una pena, dijo; un héroe, gran luchador Don Gonzalo; los hombres como él deberían ser eternos, será un honor para mí atenderlos.

Jenny pidió, por favor, si era posible pasar a un baño.

Nos va a disculpar pero es que el héroe se ha cagado y necesita que le cambien los pañales.

El plan de Jenny se cumplió al detalle; después de las sopas y las milanesas descansamos y tomamos café; mi padre echó un pestañazo, se despertó y le limpiamos la baba con un pañuelo. Después fuimos a la plaza del pueblo a tomar las fotos del personaje de turno: Luisa, travesti, acusada y expulsada del pueblo por un hecho de sangre que nadie pudo probarle. Ahora, asesorada por abogados de una ONG, intentaba reinsertarse y trabajar en paz como manicure.

Mientras Jenny tomaba las fotos, mi padre permanecía tranquilo, distante, creo que disfrutaba el ambiente bucólico, quizás se transportaba a los años en que todo era simple y básico y él era don Gonzalo, gran e inmortal luchador.

Terminamos, nos despedimos de Luisa y regresamos al restaurante de Ambrosio. Comimos ligero, compramos sándwiches para el viaje, cargamos un termo con abundante café, compramos dos botellas de agua, pagamos servicio y propina y pegamos la vuelta.

Era de noche, mi padre dormía, habíamos hecho más o menos la mitad del trayecto cuando sentimos un ruido, como un reventón. Una llanta, fue lo primero que pensé. Frené de a poco, Jenny me hizo notar que salía vapor del capó. Me arrimé a la calzada, revisé el indicador de temperatura, la aguja estaba en la zona roja. Apagué el motor y bajamos del auto; abrí el capó, el radiador humeaba, pensamos en lo peor y lo peor era el motor fundido. Inmediatamente imaginé a Noelia, espiándome desde algún sitio remoto del Universo.

Para verificar si se había fundido el motor esperamos unos minutos a que bajara la temperatura; le di marcha, arrancó, el sonido parecía normal pero enseguida volvió el humo y se disparó la aguja.

No es el motor pero se jodió el radiador, fue mi diagnóstico; así no podemos seguir, se fundiría en menos de doscientos metros, me cago en mi suerte.

Pateé el parachoques con furia, Jenny pidió calma, sugirió que intentáramos llamar a algún servicio de rescate pero al sacar su celular, comprobó que no había señal.

Estamos fregados, admitió; reconozco que no fue buena idea salir hoy, lo siento.

Le dije que no importaba, pero en realidad, si importaba. No sabía dónde estábamos, no avizoraba una solución y encima estaba el asunto de mi padre. ¿Aguantaría una noche así?

En la siguiente media hora intentamos parar dos o tres vehículos que pasaron a toda velocidad sin detenerse, la oscuridad era total, era improbable que alguien nos diera una mano en esas condiciones. Deliberamos y llegamos a la conclusión de que lo mejor era pasar la noche en la ruta y en la mañana y con luz, intentar que alguien nos remolcara hasta el pueblo más cercano donde algún soldador podría hacer algo provisional con el radiador. El escenario que vivíamos no distaba mucho del peor imaginado, pero a esas alturas, ya decididos y resignados, tomábamos las cosas con calma. Encendí el motor y me arrimé hacia un claro más alejado de la carretera; comprobé que mi padre dormía, que quedaba algo de café; pude armar un porro y lo compartimos ya trepados en la cama de la camioneta.

Jenny dijo algo sobre filosofía positiva, sobre ver siempre el lado amable de las cosas.

Has vuelto a convivir con tu padre, dijo, has conocido personas, lugares, pasarás la noche a la luz de las estrellas, problema tuyo si no le sacas provecho a la experiencia y te dejas vencer por su escepticismo.

Le hice saber lo que pensaba de su charla: que tenía un tufillo a Coello; me mandó a la mierda. Miré el cielo, recordé nuestra charla inconclusa.

Por fin, ¿quieres saber dónde ocurrió el Big Bang?, pregunté

En realidad no, menos hoy y en estas condiciones, tampoco sé para qué serviría.

Para saber dónde empezó todo, dónde fue que se rompió el vínculo primario y nos fuimos a la mierda, ese cacareado punto de no retorno.

Listo, todo muy lindo Coello, pero si no recuerdo mal, dijiste que no había un dónde ni un cuándo.

Así es, nunca hubo un «antes”; el Big Bang lo explica todo menos el Big Bang, explica todo a partir del primer segundo de existencia del Universo, cómo al principio éramos todo simplicidad y después chocamos, crecimos, fuimos átomos, moléculas, genes, la vida; y ahora somos cuerpos volando en busca de esa estabilidad ancestral, pero en efecto, antes no hubo nada, exactamente la nada, sería como el fin de la historia pero hacia atrás, ¿entiendes?

Entiendo.

Fumamos un poco, contemplamos en silencio el firmamento, millones de estrellas en un cielo sin nubes. Minutos después dormíamos.

Desperté con la luz del dia y el sonido de un motor. Busqué a mi lado, vi que estaba solo; me incorporé y comprobé que el sonido era el de la camioneta. Jenny descendió sonriente por la puerta del chofer.

Listo, dijo, arreglado.

Bajé de la cama y me acerqué. El capó seguía abierto, Jenny me mostró su trabajo: había detectado que la fuga no era en el radiador si no en la manguera que salía hacia el motor, estaba podrida en la punta y había reventado; con un cuchillo había cortado el tramo dañado y había vuelto a empalmarla con un pedazo de alambre que encontró. Luego echó en el radiador el agua que habíamos comprado, dio marcha, todo bien.

Es una solución temporal, nos servirá para continuar, hay que monitorear el indicador de temperatura, vigilar que no se dispare y sobre todo, cargar agua cada vez que podamos.

Entré a la camioneta, chequeé la pizarra, la temperatura se mantenía estable; le agradecí a Jenny.

Mi padre ya había despertado, al verme se puso inquieto y comenzó a decir cosas en algún dialecto desconocido.

Hay que cambiarlo y darle su desayuno, comenté al bajar de la camioneta.

Proceda, buen hijo, proceda, que ya yo hice mi parte, dijo Jenny y se cagó de risa.

Llegamos a Santa Cruz pasada las seis; fui a dejar a Jenny que al otro dia viajaba a La Paz. Nos despedimos, le agradecí por la compañía y ella por el transporte. Antes de bajar le lanzó un beso a mi padre, le deseo que estuviera bien y le acarició la calva.

Arranqué y busqué otra vez la avenida; cambié de emisora, quería algo lento, relajarme. Paré en un semáforo y aproveché la luz roja para revisar mi celular; había agarrado señal y habían entrado varios mensajes, uno de ellos de Noelia; preguntaba por papá y anunciaba que en dos días llegaba. Miré a papá a través del retrovisor, lucía concentrado en el paisaje urbano, me costaba ver al otrora dominante Don Gonzalo como la imagen del desamparo.

Papá está bien, le escribí de vuelta a Noelia.

Me vino a la mente, quien sabe por qué, la última Navidad antes de que se marchara al exilio. Aquella noche papá, poco dado a las muestras de afecto, me apartó y me sentó sobre sus piernas.

Mañana me voy de viaje, dijo; vendrán tiempos duros, pero pase lo que pase, no debes perder la capacidad de pensar en grande, pensar en chico es de maricas.

“Toma”, dijo después y me entregó personalmente mi regalo. Sentía su aliento a alcohol, creo que estaba borracho y lucia triste; no era común verlo así. Rompió el papel de regalo, abrió la caja y se dio tiempo de encender otro cigarro mientras yo, confundido, contemplada el contenido.

Sácalo, ordenó.

Le hice caso; saqué el artefacto; era un telescopio portátil marca Celestron, tipo travel scope, negro, de patas grises que aún conservo. Aquella noche le quise dar las gracias pero no me salió; al rato él se fue y volví a quedar solo.

El semáforo se puso en verde, pisé el acelerador hasta que el velocímetro llegó al sesenta y ahí lo dejé; caía la noche en la ciudad y yo no tenía apuro en llegar, nadie me esperaba; solo la rutina y un porro en la sala y un cierto calorcito hogareño que siempre estaba ahí.

Ya lo peor pasó, pensé; ya nada puede fallar.

¿Dónde ocurrió el Big Bang? obtuvo una mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar este año.

CINE: No respires / Don´t Breathe

Por: Mónica Heinrich V.

Fede. Fede. Fede Álvarez.

Este es el ejemplo perfecto de cómo con 300 $us. te podés hacer una carrera en las grandes ligas del cine comercial.

Fede es uruguayo y a los 31 años (2009) subió a su canal de Youtube este cortometraje:

El video tiene más de 7 millones de vistas y no precisamente de bots (vistas prepago).

Mis queridos linces virtuales, es fácil detectar cuando un video tiene bots, generalmente las millones de vistas de personitas de carne y hueso tienen una correlación entre los likes y los dislikes. En este caso, esa correlación existe. Entonces, estamos hablando de un éxito real y no ficticio.

Gracias a este éxito sin precedentes, el joven uruguayo se vio bombardeado por propuestas de un Hollywood necesitado de nuevos valores.

Una de las primeras personas con las que Fede hizo contacto fue con Sam Raimi.

A Sam lo amamos por cosas como Arrástrame al infierno, sí y lo lógico era que arrastre a Fede al género terror.

El 2013, Fede dirige y guioniza Evil Dead (Posesión Infernal), producida por Sam y que resulta ser un remake de una película de culto del mismo Sam llamada (OH, SORPRESA) Evil dead. La película cumplió, no me pareció la gran cosa, pero estaba dentro de un digno lugar en lo que el género nos da a cada rato.

De ahí, Fede dice que le ofrecieron ser parte de una franquicia de súper héroes y también dirigir una de las Rápido y furioso, le dijo no a ambas películas.

«Ya con Ataque de pánico, el nivel de proyectos que nos proponían era muy alto pero después de Posesión infernal, llamaron de Marvel o para ver si quería hacer Rápido y furioso. Les dije que no. Esto funciona a base de popularidad: sale Ataque de pánico y durante una semana todos te mandan proyectos, pero a las tres semanas, estás por la tuya. Y lo mismo con Posesión infernal. Eso sí, si sos un director con una película grande y exitosa, quedás un poco más arriba»

Muchacho inteligente.

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Este 2016 vuelve al ruedo con Don´t Breathe (No respires) donde además de dirigir, produce y co-escribe el guión junto a Rodo Sayagues, con quien ha escrito todo sus guiones hasta la fecha.

En un mundo donde los crispines se dejan deslumbrar con los primeros imanes o espejitos que les muestran, Fede ha sabido mantener la cabeza en su lugar y continúa trabajando con su equipo pre-Hollywood incluyendo, también, al uruguayo Pedro Luque como director de fotografía.

No respires es una película diseñada para cumplir la promesa de su título: No respirar.

Stephen Lang stars in Screen Gems' horror-thriller DON'T BREATHE.

¿Se acuerdan de Tessa Altman, la protagonista de la serie Suburgatory? Pues Tessa era interpretada por Jane Levy y Jane Levy es quien protagoniza No Respires e interpreta a Rocky, una mamá soltera ansiosa de salir de la miseria de Detroit y, a la vez, es miembro de una pequeña banda de ladrones.

El grupete es bastante patético, aprovechan que Alex (Dylan Minnette) es hijo de un don que trabaja en una empresa que brinda alarmas de seguridad a las casas y roban a algunos de esos clientes, siempre con reglas ñoñas como: No llevar armas, no robar nada por encima de 10.000 $us. y hacer rápido el trabajo.

Money (el costarricense Daniel Zovatto) es el otro integrante de la banda, paralelamente novio/encame de Rocky y con un perfil un poco más impredecible que los otros dos.

Es él quien recibe el dato de que en una casa habitada por un ciego vetereno de guerra es probable que se encuentre un botín de unos cientos de miles de dólares. El golpe parece fácil, el anciano ciego vive solo con un perro, las casas de los alrededores están desocupadas y además su alarma fue puesta por la compañía donde trabaja el papá de Alex.

¿Qué puede salir mal?

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Vayan a ver qué sale mal.

Particularmente, disfruté la película, aunque me parece un poco “matapasiones” que empiece con el viejo arrastrando a Rocky por la calle. En el segundo uno ya sabemos que el viejo venció a Rocky, aunque eso al final quede un poco más ambiguo.

De hecho, ya el trailer era bastante revelador, imagino lo delicioso que hubiera sido ir a verla sin saber nada y, además, omitiendo la escena inicial.

La historia en sí misma es poco creíble, pero los guionistas (Álvarez y Sayagues) se han preocupado por hacer lo increíble mirable. Soy muy fan de las películas de «home invasion», quizás porque ese es uno de los miedos más atávicos: que se te metan al rancho. Acá lo interesante es que la propuesta termina siendo al revés y uno se apega de manera empática a los intrusos cuando en realidad el viejo está en todo su derecho de hacerlos bolsa.

Pedro Luque, en fotografía, consigue una composición de los planos que permite al espectador sentir la adrenalina de lo que sucede en pantalla, logro también del diseño de luces, extremadamente importante para crear los climas necesarios.

Actuaciones correctas, personajes dibujados con ganchos emocionales: Rocky y su hija, Alex y Rocky, Money y el dinero, El viejo y su trauma, construyen una película bastante digna.

El Ciego, un Stephen Lang que va de víctima a victimario, tiene una presencia física que impacta y lleva a la película a otras esferas con su excelente representación.

A resaltar la escena del SPOILER insemine. Sí. De esas escenas que son tan risibles y, al mismo tiempo, freaks que hacen que valga la pena verlas. FIN DEL SPOILER

No deja la fórmula americana (esa es la idea), pero Fede Álvarez parece estar siempre por encima de la media en sus propuestas.

Lo mejor: logra su meta de hacer pasar un buen momento en la sala  de cine Lo peor: dice mucho en su trailer y en su inicio La escena: la del spoiler mencionado arriba y cuando encuentran a la chica Lo más falsete: lo del spoiler y cómo quedan a merced del viejo ciego El mensaje manifiesto: No todo lo que brilla es oro El mensaje latente: La plata fácil no siempre es fácil El consejo: para verla sin culpas El personaje entrañable: el perro El personaje emputante: Money El agradecimiento: por el cariño puesto. Se nota.

CURIOSIDADES

  • El perro fue interpretado por tres perros: Athos, Astor y Nomad.
  • Stephen Lang (el ciego) solo tiene alrededor de 13 líneas en toda la película, que son dichas casi al final de la película.
  • Fue titulada originalmente como: A man in the dark
  • La combinación de la caja fuerte de El ciego es la fecha de cumpleaños de Fede Alvarez.

CINE RUMANO: Comoara / El tesoro

Mónica Heinrich V.

Me gusta el cine rumano. Me gusta su sencillez, su desapego a las fórmulas comerciales, su partir de una cosa mínima y abrir un abanico de historias sin que ni siquiera te des cuenta.

También me gusta lo que el cine rumano te/me hace sentir.

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Adrián (Adrián Purcarescu) se decide a visitar a su vecino Costi (Toma Cuzin) y le pide prestado dinero. Adrián está a punto de perder la casa familiar y dice que necesita 800 euros. Costi, que parece un tipo muy ducho con las matemáticas, empieza a sacar las cuentas de cómo el vecino llegó a esa situación. Finalmente, rechaza el pedido porque él mismo se encuentra ajustado. La crisis de la Cenicienta de Europa no es ajena a nadie.

La escena puede resultar chocante por el absurdo y por la charla en sí misma, pero estos rumanos se las ingenian para que se entre en la convención de que “puede suceder”.

Adrián se va, pero al rato regresa. Le cuenta a Costi que en realidad necesita la plata para buscar un tesoro, siendo más precisos: para pagar el detector de metales. Aparentemente, su abuelo escondió algo en la casa familiar antes que los comunistas tomaran el país.

¿Cómo lo sabe? Porque el abuelo le susurró antes de morir: Cuida la casa.

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La casa resulta ser otro personaje más. Ella ha sido testigo de los cambios políticos en Rumania: fue tomada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, luego recuperada, luego alquilada con infinidad de usos (bares, farmacias, etc..). Así se alza misteriosa, con un vasto jardín que contiene la posibilidad de un futuro económico para ambos personajes.

En el cine comercial esta historia se manejaría de otra manera: o más onda suspenso, o más onda estrafalaria. El director y guionista, Corneliu Porumboio, se va por el lado simple de la vida. Plantea el conflicto (la búsqueda del tesoro) y sus personajes (dos adultos profesionales y educados) hacen lo posible por solucionarlo en un tempo tranquilo y mesurado.

La búsqueda del tesoro es solamente una excusa para contarnos cómo está la Rumania que sobrevivió a Ceaucescu.

Todo es patético y triste y cómico y absurdo.

La primera parte está destinada a conseguir el detector de metales, mientras que la segunda seguimos a nuestros personajes para descubrir junto a ellos si el dichoso tesoro existe o no. Planos fijos, silencios, tiempo muerto, son parte de la visión del director.

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Como se basa en un hecho real, Rumania tiene leyes que tipifican lo que encontrás como “tesoro” y lo que debés hacer en caso de tener éxito en la búsqueda. Así que los protagonistas tendrán ciertos obstáculos con la misión.

Un poco de realismo social y otro poco de realismo burócratico, hacen de El Tesoro una experiencia en la que tenés un filme con cierta ingenuidad y límpida mirada que en realidad escarba en el oscuro pasado rumano.

Su final, acorde a los personajes decentes y patéticos que retrata, encierra una paradoja. Porumboio cierra su peculiar fábula como si fuera un bonito cuento de hadas.

Nuevamente, el cierre ingenuo esconde más miseria de lo que parece.

Lo mejor: una historia simpática contada con sensibilidad Lo peor: no destaca del todo, y no es una película que todos podrán ver con paciencia La escena: toda la secuencia de la detectada y la cavada Lo más falsete: algunos diálogos didácticos onda: ¿Te acordás que en 1985 Ceausescu se tiró un pedo y pasó tal cosa? El mensaje manifiesto: Las revoluciones no revolucionan El mensaje latente: No todo se trata de dinero El consejo: no te cambiará la vida ni te hará lanzar cohetes pero si tenés la paciencia para verla, es una linda película El personaje entrañable: el tesoro El personaje emputante: la desesperación El agradecimiento: por la austeridad.

CINE: El buen amigo gigante / Nerve/Cuando las luces se apagan/ El especialista

Por: Mónica Heinrich V.

EL BUEN AMIGO GIGANTE

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Estos son los títulos que no mienten. Sé que habrá un gigante, que será bueno y que se convertirá en amigo del protagonista desde cuyos ojos veremos la historia. Es como el dicho ese de si se ve como pato, camina como pato, se escucha como pato, debe ser un pato.

Pues este, estimado lector, es un patote.

Pensé que nuestro Steven (Spielberg, claro) ya estaba por los 80s o 90s, y que con eso justificaríamos la pérdida sistemática de bríos cinematográficos que lo aqueja, pero grande ha sido mi sorpresa al constatar que ni siquiera llega a los 70s. Miro hacia el cielo lleno de humo y pregunto: “¿Qué pasó?, ¿Qué NOS pasó?”

Atrás quedaron el dedo de E.T., los dientes de Tiburón y el abrigo rojo de la Lista de Schindler. Muy atrás.

Este año, Stevie vuelve con una historia sobre una niña huérfana y solitaria que se hace amiga de un gigante.

Pato a la laguna.

Aunque usted no lo crea, el filme ha estado en proyecto alrededor de 25 años. 25 años son un egresado universitario. Un egresado universitario que salió así: mustio y sin chiste.

El guión corrió a cargo de Melissa Mathinson, quien fuera la guionista de E.T. y que murió víctima del cáncer el 2015. Melissa escribió un guión demasiado lineal, sin sorpresas, basado en un famoso libro del inglés Roald Dahl. De este don son Los Gremlins, Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas y Matilda, entre otras. O sea que la expectativa generada en torno a la llegada de The BFG a la pantalla gigante era alta.

Desgraciadamente, se trata de una película que por ahí podrán disfrutar las familias y los seres que aún creen en el amor y en la amistad muy cercana entre un hombre muy mayor y una niña muy pequeña.

Para el resto, será una experiencia desangelada y hasta aburrida.

Sinopsis: El buen gigante secuestra a Sophie (la niña) porque ella lo vio, y técnicamente no quiere que diga nada acerca de la existencia de los gigantes. Una vez “arrancada” del orfanato, la lleva a su casa y la esconde de los otros gigantes “carnívoros” que quieren comérsela. Después de diálogos vacíos, ella decide quedarse a vivir con el anciano lengua chuta de 7 metros, pero el anciano ya tuvo antes un niño viviendo en las mismas condiciones que Sophie y algo muy malo pasó.

Todo muy Rancho Neverland.

El gigante está interpretado por el ganador del Oscar Mark Rylance, quien a pesar de ser un gran actor no puede hacer mucho con el pajeo digital. Dicho pajeo se extiende al mundo de los gigantes y al país de los sueños. País al cual ya entraste mucho antes que llegue la ñoñísima secuencia. ZzzZZzzZZzzz.

La escena que permite no dejarla en el cajón del olvido es la sinfonía de pedos (literal, no figurativo) en la comida de la reina. Gracias, burbusita, gracias.

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Métale, doñita

El final es un God Save the Queen, y un recordatorio sobre la existencia de finales felices. Finales en los que las huérfanas terminan viviendo en hermosos palacios, atentidas por miles de pajes y con amigos gigantes que no quieren comérselas.

Lindo.

Lo mejor: hay cierto público que la disfrutará Lo peor: aburrida y plástica La escena: el país de los sueños estuvo muy bonito a nivel visual y claro, los pedos de la reina Lo más falsete: todo plástico como las maruchan El mensaje manifiesto: Spielberg ya fue El mensaje latente: pero tiene la plata para seguir haciendo películas El consejo: se puede evitar con mucha elegancia El personaje entrañable: las burbusitas El personaje emputante: la reina y su séquito El agradecimiento: por las burbusitas.

NERVE

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Así es niños y niñas. El mundo se divide entre jugadores y observadores. Ariel Schulman debuta como guionista en largometrajes con una historia sobre adolescentes enganchados a un peligroso juego virtual llamado Nerve.

Nerve es un juego top que se acomoda a las necesidades exhibicionistas del nuevo milenio. La gente que se suscribe como jugador recibe un reto y tiene que filmarlo con su mismo celular para que los observadores (personas que también se afilian pero para mirar) decidan cuál es el próximo paso. Por cada misión cumplida se les larga unos quintos.

Andate a un restaurant y besá a un tipo extraño durante cinco segundos. 100 $us.

Robale la pistola a un policía. 500 $us.

Colgate estúpidamente de una grúa de construcción durante 5 segundos con una sola mano. 1000 $us.

Dejá que un perro te lama el aparato durante 10 segundos. 200 $us.

Qué tal si hacemos algo estúpido para la gilada

Vee (Emma Roberts) es una chica ñoña y reprimida, su mejor amiga Sydney (Emily Meade) es todo lo contrario. Rencillas adolescentes van y vienen hasta que nuestra Vee se suelta el moño y en un ataque de rebeldía se suscribe a Nerve como jugadora. En casa está una avejentada Juliette Lewis que como mamá moderna vive absolutamente ajena a lo que la niña anda haciendo.

Sí, Vee necesita una contraparte masculina que sirva a la vez de adonis/villano/prospecto romántico/complemento protagónico, ese sujeto termina siendo el misterioso Ian (Dave Franco). Ian es otro jugador que pronto se encontrará compitiendo con Vee para ganar el primerísimo primer lugar de los tontos que hacen cosas por dinero y fama, mientras otros tontos gastan su dinero por verlo.

La dupla Ariel Schulman y Henry Joost dirige el filme con mimo y ritmo vertiginoso. Se puede percibir amor y pienso en las escenas. Mucho tiene que ver el trabajo de Michael Simmonds que con su fotografía le imprime personalidad y prolijidad a secuencias como el tatuaje, la moto y los 100 Km/hora o la asamblea final.

Sin embargo, Nerve empieza mejor de lo que acaba y es que el final llega en combo y con reflexión sobre el uso de las nuevas tecnologías y la ligereza con la que nos involucramos en espectáculos denigrantes.

Es verdad, la red nos bombardea con imágenes de asesinatos, violaciones, torturas, víctimas de guerra, bromas pesadas, culos, tetas, y huevadas como: “acá casual sacándome una selfie en la orilla del piso 60 a punto de morir como un imbécil”, pero el llamado a la conciencia llega algo tarde. Y más si hemos pagados unos cuantos pesos por ver las aventuras de Vee e Ian en la pantalla gigante mientras comemos pipocas y le metemos al “taste the feeling” de Coca Cola.

Ese rancio bocadillo de seriedad en una película hecha para el entretenimiento no cuaja ni con maizena.

Schulman y Joost concluyen con torpeza Nerve. ¿Jode? No. La película en general es “simpática”, mirable, con aspectos estéticos muy rescatables, pero tan llena de gases como las burbusitas.

Lo mejor: Tiene aspectos estéticos y técnicos muy disfrutables Lo peor: se cae en su afán de ser moralista y dar un mensaje al público La escena: la moto y los 100 Km/hora Lo más falsete: cómo tumban al poderoso Nerve El mensaje manifiesto: hay gente que le encanta ser vista, hay otros que les encanta mirar El mensaje latente: para ambos no existen los límites El consejo: está mirable El personaje entrañable: Juliette Lewis, nuestra asesina por naturaleza favorita hoy en papeles de doña sin chiste El personaje emputante: los mirones y el tal IAN El agradecimiento: porque tiene buenos momentos.

CUANDO LAS LUCES SE APAGAN

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Peter Greenaway ha dicho muchas veces que el cine está muerto. Oh, sí. Caput. Chau cine. Cine malo.

Pareciera que Peter nunca tuvo la alegría de asistir al 2×1 de una proyección cinematográfica.

Así es, un miércoles me metí a ver Cuando las luces se apagan, porque tiene buena puntuación en el Rotten y porque ya habíamos agotado el resto de la cartelera. ¿Resultado? La mejor experiencia del mundo mundial, sala llena y el cine mostrando toda su vida y magia. La película no era una maravilla pero lo que provocaba con sus pocos recursos era divertidísimo.

Este es el debut de David F. Sandberg, un sueco que hasta el momento solo había filmado cortos varios.

Eric Heisserer, guionista relativamente novato, agarra el atávico miedito a la oscuridad y nos mete un fantasma.

No, no hay nada de originalidad. La historia es harto vista: Fantasma atormenta a familia y familia trata de sobrevivir.

SPOILERS

Cuando era niña, Sophie (María Bello) fue internada en un hospital psiquiátrico por una fuerte depresión. Ahí se hizo amiga de Diana, una chica tronadita que luego murió y se convirtió en el fantasma. Desde entonces, la tal Diana aparece cuando Sophie deja de tomar su medicación y se encarga de la gente que quiera desaparecerla. Diana solo puede moverse en la oscuridad, no resiste la luz, por lo que es incomprensible cómo los protagonistas al saber eso no se aprovisionan y se llenan de linternas, lámparas y cualquier elemento luminoso para que la bicha no joda. Yo estaría como arbolito de navidad.

¿Solo tenemos ese pinche neón?
¿Solo tenemos ese pinche neón?

Martin es el hijo de Sophie, anda súper traumado con la situación y recurre a su hermana Rebecca que vive en su propio lugar, huyendo de la disfunción familiar.

Los gritos del público por cada peligro que los protagonistas enfrentaban eran una delicia, así como los aplausos cuando conseguían salvarse.

Al final, Sophie se suicida en presencia de su hija Rebecca para llevarse con ella a Diana, la jodida bicha. Nuevamente, los aplausos se escucharon como un reconocimiento a ese perturbador sacrificio materno. La platea sabe.

FIN DEL SPOILER

Lights out no es una película imprescindible ni de esas que se convierten en clásicos del género, pero en su modesta factura cumple. Es muy tonta, aunque con momentos de tensión bien sostenidos y climas resueltos apropiadamente. Quizás si no la hubiera visto en un 2×1 me parecería más «qué huevada», pero la receptividad el público me cautivó.

Su efectividad se resume en el adolescente que se cubría la cara con su pipoca para no ver la pantalla y su amiga/novia que lloraba de miedo mientras él le decía: “pa qué venís si vas a llorar”.

Lo mejor: Algunos buenos sustos Lo peor: tonta y típica La escena: el suicidio, definitivamente Lo más falsete: la bicha jodida El mensaje manifiesto: hay cosas que solo viven en tu mente El mensaje latente: morirás como crispín si no reaccionás de acuerdo al peligro: Ejemplo: A la bicha le jode la luz, comprate luces hasta reventar tu tarjeta El consejo: pa qué venís si vas a llorar El personaje entrañable: el público El personaje emputante: la vieja suicida El agradecimiento: porque se deja ver.

EL ESPECIALISTA / Mechanic:Resurrection

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Creo que de todas las películas reseñadas en este post, Mechanic: Resurrection se lleva la palma dorada a la brutez.

En el 2008, el alemán Dennis Gansel lanzaba su película La ola (Die Welle), en la que un profesor de secundaria cansado de sus revoltosos alumnos les imponía un proyecto: Recrear el funcionamiento de un régimen totalitario. ¿Qué mejor que el Tercer Reich? Sí, Gansel se metió en un tema jodidito y quizás no lo supo redondear y/o cerrar, pero en general daba la impresión de un director cumplidor.

Ruben Bladés cantaría como parte del soundtrack: La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios.

Sucedió la gran Florian Henckel von Donnersmarck.

Para quienes no entiendan un carajo, lo pongo así.

Florian Henckel von Donnersmarck es el director de esa bellísima película alemana llamada La vida de los otros (reseñada aquí).

Y, también, Florian Henckel von Doonersmarck es el director de esa huevada al infinito llamada El turista (Johnny Depp / Angelia Jolie ex Pitt-reseñada aquí)

Le llamo la gran Florian Henckel von Donnersmarck al fenómeno de un director que hace una película aceptable en su país de origen y luego hace una huevada en Hollywood.

Así como Dennis Gansel.

Ojo, que Gansel no es el único damnificado de Mechanich:Resurrection, creo que es la peor actuación que le he visto a nuestra amiga Jessica Alba y eso ya es decir mucho porque Jessi nunca ha sido una Meryl Streep.

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Sí, Jason. Nuestra película apesta

La cosa va así: un tipito llamado Bishop (Jason Statham) era el súper matón, digo era porque la película es una secuela y en su primera entrega Bishop se pierde en la nada dispuesto a desaparecer. Fade out.

Bueno, se supone que Bishop es un geniecito en el arte de matar gente y de esconderse. Ahora que ya está en retirada, viviendo la vida loca en Río de Janeiro, detrás de él está un tal Crain que quiere usar sus servicios. Esos que Bishop ya no da.

Crain es un mafioso de aquellos y necesita que Bishop se encargue de tres de sus enemigos. De entrada, es ridículo que Crain que consigue rastrear y embaucar a Bishop (el propio, el sensei) necesite de su ayuda para liquidar a otros tres pelotudos. Ya, digamos que lo necesita. ¿Cómo lo consigue? Tiene chantajeada a Jessica Alba que se hace pasar por mujer golpeada para que Bishop la conozca, la cuide, se enamore de ella y luego la secuestren y lo obliguen a hacer los trabajos a cambio de no matarla.

Sí, nuestro matón se enamora de una doncella en apuros y se deja manejar por Crain en pos de preservar a una fulana a la que acaba de conocer. Tortolitos.

Oh, por Dios, maten a la tipa, a la china, a Bishop, a Crain, a todos.

El debutante Tony Mosher y Philip Shelby (Survivor) nos dan un guión tan tonto que parece escrito por adolescentes en un espeso trip. Está bien, sabemos que es una película hecha para entretener sin culpas, pero desde la escena uno (terraza en Río de Janeiro) es evidente que estaremos ante un fiasco de proporciones épicas.

La única parte más o menos interesante fue la de la piscina colgante, más que nada por lo visual, pero lo demás: el acuerdo, los objetivos, la historia de amor, la resolución, fueron solo una excusa triste y patética para gastar millones de dólares y desperdiciar la estampa de Jason Statham como hombre rudo.

Actuaciones malas, un guión terrible, una dirección por encargo mal ejecutada, hasta problemas de continuidad en cosas básicas como que un día Jessi tiene la espalda lastimada (heridas tipo rasguños) por la refriega con su supuesto abusador y luego, dos o tres días después, en el encame con Bishop las marcas desaparecen por arte de magia.

Salen los créditos y te queda la certeza de que a Mechanic: Resurrection no debieron resucitarla.

Dead film walking.

Lo mejor: la aparición de Tommy Lee Jones y cuando termina Lo peor: la aparición de Tommy Lee Jones y demasiado tonta La escena: la piscina Lo más falsete: el matón enamorado en un 2×3 El mensaje manifiesto: Hay películas por encargo que es mejor rechazar El mensaje latente: Jason debería cazar al guionista El consejo: no gastés tus quintos en esta huevada El personaje entrañable: la piscina El personaje emputante: todos y cada uno de los sujetos y sujetas que aparecían en la película El agradecimiento: cuando concluye.

CINE ALEMÁN: Er ist wieder da / Look who´s back / Ha vuelto

Por: Mónica Heinrich V.

¡El Führer regresó!

El Adolf Hitler de 1945 un día aparece en octubre del 2014 en pleno Berlín.

Uy, qué miedito.

La premisa es sencillamente fantástica, atrevida, pendejita, y como para meditarlo con una copa de vino o un barril de cerveza.

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El director David Wnendt se mueve como pez en el agua entre la ficción y el falso documental, con  reacciones reales de la gente hacia un Hitler suelto por las calles.

Estamos ante una sátira deliciosa, que te hace soltar carcajadas (por lo menos a mí) y que al mismo tiempo te shockea porque te das cuenta que lo que pasa, después de todo, no es tan gracioso.

Ha vuelto se basa en el libro homónimo de Timur Vermes, libro que se convirtió en un bestseller mundial con su peculiar argumento.

A continuación, mi disfrute a pleno y cargado de spoilers.

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Al ritmo de La Urraca Ladrona de Rossini, Hitler se despierta en el lugar exacto que estaba su búnker y que hoy, por motivos obvios, no es más que un parque para que loquitos hijos de Pooh no vayan a rendirle tributo al loquito mayor.

El don abre sus ojitos y PUM, otra vez está entre nosotros todo uniformado y freak. Ya nomás se topa con unos niños y se da el siguiente diálogo:

Hitler-¿Dónde está Bormann?

Niño-¿Quién es ese?

Hitler-¡Martin Bormann!

Niño-Ni idea, ¿cómo luce?

Hitler-Como un Jefe de Estado, ¡por amor de Dios!

Los niños lo ven un poco chiflado y, al darse la vuelta, uno de ellos lleva una camiseta con el nombre de Ronaldo.

Hitler: Joven hitleriano Ronaldo, ¿por dónde llego a la calle?

Lo siento, no puedo parar de reír.

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Así, Adolfito se introduce en la Berlín moderna y rápidamente se da cuenta que han pasado años desde que mandó destruir hasta los tornillos de la ciudad para no dejarle nada al enemigo que había profanado el suelo ario.

La Puerta de Brademburgo, que es un hervidero de turistas, recibe a un confundido Hitler. Algunos ríen ante la ocurrencia de lo que asumen es un personaje, otros se toman fotos con él.

Sí, claro, es muy «simpática» una foto con un falso Hitler. Ajá.

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La película, entonces, se atreve a ir más allá. Hitler como el político trepador y delirante que fue, decide que el destino le ha dado una oportunidad de continuar su lucha (Mein Kampf) y para eso evalúa toda la información que consigue en una revistería sobre el mundo actual. De Merkel dirá que es una matrona y que La República está en manos de una torpe mujer con el carisma de un fideo mojado. Analizará a los políticos alemanes y los encontrará débiles y sin pelotas.

Paralelamente, un reportero de poca monta es despedido de su estación televisiva y por accidente capta la imagen de este “imitador” de Hitler, se da cuenta que tiene oro entre sus manos y le propone sacarle partido al personaje llevándolo en una suerte de road-trip por Alemania y entrevistando a la gente sobre la situación del país.

En la Alemania actual, los alemanes se quejan de la economía, de los inmigrantes, de que hacen falta campos de trabajo y de los sospechosos musulmanes. ¡Oh, qué sorpresa! Tan sorpresivo como cuando Hitler conoce el mouse.

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La historia está planteada con mucha inteligencia y hasta parece algo premonitoria con el fenómeno Donald Trump, un tipo con ideas abiertamente racistas, bruto y con una lista de seguidores que se incrementa al grado de ser un oponente a tomar en cuenta en las elecciones presidenciales de USA.

Un punto muy alto es la actuación de Oliver Masucci como el temido Führer. Masucci en la vida real es exactamente lo opuesto a Hitler, sin embargo, el departamento de maquillaje y su exhaustivo estudio del personaje consiguieron la transformación, aunque resulte más alto de lo que se supone era Hitler.

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Donde la película tropieza es cuando la historia abandona a Hitler y se va hacia sus personajes secundarios, dejándonos con diálogos o situaciones de relleno que nada le interesan al espectador.

También hay cierta autocomplacencia en cómo se desarrolla la trama, llegando a un momento donde el personaje que ha impulsado la popularidad de Hitler entra en conflicto y toma medidas drásticas, creo que ese giro no era necesario.

Sí, sus 20 o 30  minutos finales son un poco accidentados, pero aún sabiéndolo, termina por no importar.

En contraparte, posee mucha riqueza como sátira libre de complejos que juega con un personaje tan incómodo como Hitler y lo lleva desde el extremo cómico hasta el extremo triste.

Como dije al principio, no todo es risa en esta aparición del Hitler moderno, al buen humor con el que algunos ciudadanos del mundo se toman la presencia del nefasto personaje, se suman los que aún sabiendo que es imposible que Hitler esté vivo reaccionan ante su personificación con sincera simpatía y admiración.

Una cosa es una foto, una selfie estúpida, otra hacer con orgullo el símbolo del nazismo, levantar el brazo como una muestra de complicidad al falso Hitler que se pasea en su convertible con la firme convicción de conquistar el mundo.

hitlerEn su cierre, Ha vuelto refuerza la idea de que Hitler o, mejor dicho, lo que Hitler representa nunca se fue. Él mismo lo dice con seguridad antes de los créditos:“Tengo material para trabajar”.

Desgraciadamente, siempre lo tuvo.

Lo mejor:  irreverente y más, mucho más, seria de lo que parece  Lo peor: creo que las partes en que no aparece Hitler son muy bah! y la escena con la anciana un poco forzada La escena: Hitler vendiendo sus dibujos en las calles y el dibujo que hizo del tipo en el campo de concentración más lo que le dice después, también toda la secuencia del perro Lo más falsete: El mensaje manifiesto: ha vuelto El mensaje latente: nunca se fue El consejo: véanla, está buena El personaje entrañable: el perro El personaje emputante: Hitler y todos los que acaban fascinados con él El agradecimiento: por el atrevimiento.

CURIOSIDADES

Acá el libro homónimo en español: ha-vuelto-timur-vermes

El presupuesto estimado fue de 3.000.000 $us.

Se filmó con la Arri-Alexa

Al inicio de la película cuando las cámaras muestran el cielo y las nubes que pasan, es un homenaje directo a Triumph of the will (1937) de Leni Riefenstahl, una película que fue hecha como parte del a propaganda nazi.

En los libros los nombres principales de los personajes son otros, en la película se mantuvo los apellidos del libro pero los nombres son los mismos de los actores que los representan.

El libro real también se vendió al simbólico precio de 19,33 Euros en alusión a 1933.

El actor que interpretó a Hitler comentó en una entrevista: «Muchas veces, la gente me preguntaba: “¿Qué está haciendo usted vestido así?”. Yo decía que estábamos grabando una película y la gente esperaba que fuera una película crítica con Hitler. Pero yo decía: “No, yo soy Hitler. Este país tiene problemas y quiero hablar siendo Hitler de estos problemas, porque he vuelto”. Y, de repente, la gente encontraba esto interesante y, muy rápido, se mostraba dispuesta a acabar con la democracia. Resultaba absurdo. Pero, sencillamente con palabras como “islamización de Europa” o “terrorismo” se puede meter miedo a la gente. Con miedo, la gente está dispuesta a acabar con la democracia. Todo esto fue chocante»

El libro vendió más de 14 millones de copias y la película ha recaudado más de 10.000.000 $us.

Se la puede ver en NETFLIX.

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