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CINE BOLIVIANO: De Native Son a Viejo Calavera

De Native Son a Viejo Calavera

El cine boliviano que pude ver viviendo fuera

 

Javier A. Rodríguez-Camacho
Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá
Pablo Barriga Dávalos
Cineasta

A los de mi tanda nos crió la internet, no en vano la web es lo más parecido que tengo a un hogar. Si ese arraigo fuera poco, desde que vivo en el extranjero mi interacción con lo nacional tiene lugar casi exclusivamente por medio de las redes sociales. No sorprende, pues, que el filamento que une estos fragmentos surja allí. A mediados de 2016 una amiga que estudia literatura en los Estados Unidos acababa de ver Hadaka no shima de Kaneto Shindo y aprovechó Facebook para compartir su sorpresa ante la similitud existente entre el paisaje rural japonés y el altiplano boliviano, aportando la evidencia de algunos fotogramas de Ukamau (1966). Pero el plausible parecido entre el Titicaca y el mar de Seto la llevó a arriesgar más, proclamando al director de La nación clandestina “el más japonés” de los cineastas bolivianos. Lo que esa afirmación obviaba era la posibilidad de que Shindo y Sanjinés pudiesen compartir léxicos sin ser específicamente «japoneses» ninguno de los dos, resultando sus coincidencias estilísticas una consecuencia de adscribirse a las mismas influencias internacionales que, uno podría presumir, imperaban en el cine periférico y autoral en la década de los sesenta.

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Se trataba −lo sabemos al leer completo un post que juega con la presunta similitud fonética entre hadaka y ukamau, o el honorífico ‘san’ enquistado en el apellido del cineasta paceño− de una hipótesis más lúdica que ingenua o antojadiza. Si bien los seis años entre Ukamau (1966) y Hadaka no sima (1960) daban para que Jorge Sanjinés se hubiese topado con el filme nipón en algún festival internacional, el auténtico descubrimiento consiste en una intuición sencilla: particularidades al margen, los de Shindo y Sanjinés son estilos que registran en un rango sospechosamente común. Es decir, no es raro que en un mundo hiperconectado en el que la ubicuidad de la pantalla estandariza nuestras transacciones en el lenguaje audiovisual, un realizador coreano afecte un estilo similar al de un colega salvadoreño, pero en los sesenta y cuando el acceso al cine como medio aún era restringido, esa proximidad no puede ser accidental.

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La película boliviana que generó mayores comentarios y discusión en 2016 fue Viejo Calavera (Kiro Russo, 2016), algo constatable tanto en redes sociales como en otros medios, donde el grueso de lo que se dijo fue elogioso. Alcancé a verla en su premier cochabambina, pues un compromiso académico permitió mi presencia en la ciudad en unas fechas de otro modo inviables. Mis retornos se suelen restringir a los días de Navidad y Año Nuevo, una temporada en que la cartelera queda huérfana de productos locales. Lógico, con Star Wars y Tolkien no hay cómo competir. Puede ser que Socavón Cine, la asociación de realizadores detrás de Viejo Calavera, eligiesen esas fechas en una hábil maniobra de contraprogramación. Quitando Rogue One (Gareth Edwards, 2016), fue la única película que fui a ver al cine en esta vacación. Que escogieran la breve ventana entre los blockbusters de fin de año y un enero acaparado por las películas nominadas al Oscar, nos dice mucho sobre la productora. Amén de manifestar el deseo de competir en el mercado del cine en Bolivia, sugiere alguna disonancia entre lo que imaginan que su producto es −el director de Viejo Calavera afirmó en una entrevista que su filme era cine «verdaderamente boliviano»− y lo que el público ve en ella. Viejo Calavera recaudó una tercera parte de lo que vendió La Herencia (Christian Calvo, 2016). Un 20% menos que la última de Sanjinés, Juana Azurduy, guerrillera de la patria grande (2016) −a lo mejor, una comparación más relevante. Tal vez la elección de diciembre es una casualidad que estamos exagerando en analizar; fue el único hueco que les quedó en agenda después de pasarse el año entero de festival en festival. Como fuere, Kiro Russo no mentía: le faltó decir que su obra era el cine “verdaderamente boliviano” que esperaban aquellos festivales en los que a Viejo Calavera le fue tanto mejor que en la taquilla local.

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Desde 2009, excepto Casting (Denisse Arancibia, Juan Pablo Richter, 2010) y Las bellas durmientes (Marcos Loayza, 2012), cuyos estrenos coincidieron con mis visitas a Cochabamba, el poco cine boliviano que he podido ver –en salas, sin recurrir a lo inconfesable− lo encontré en festivales extranjeros. Zona Sur (Juan Carlos Valdivia, 2009) fue la última película nacional que vi todavía viviendo en Bolivia. Por eso me alegró toparme con la opera prima de Kiro Russo en medio de mi visita. Tenía gracia poder verla en la misma sala en la que, poco antes de mi partida, se estrenó la de Valdivia. Ambas con presencia de sus elencos y directores, aunque en el caso de Zona Sur con un muy superior despliegue promocional, incluyendo canales de televisión, gigantografías y unos lujosos press books que se imprimieron tan a montones que hasta yo alcancé a quedarme con uno.

Cuando llegué al cine, uno de la oligopólica cadena de multiplexes presentes en el país, se me hizo raro ver esa cantidad de público en un día y horario inusuales para premieres. Muchos de los presentes eran mineros llegados desde Huanuni, aunque más que esa solidaridad gremial me sorprendió la ausencia de los críticos y periodistas locales, que no habían faltado al estreno de Zona Sur. Considerando los elogios que les mereció Viejo Calavera y la disparidad en la infraestructura financiera de cada estreno, uno se los imaginaba compartiendo su entusiasmo con el público de este evento. Habían convertido sus feeds de Facebook en un conteo regresivo al estreno, y no aparecían en las fotos de la premier paceña que colgó la productora en dicha plataforma. Ahora me percato que en esa expectativa incurrí en otro tic de generación y clase, considerando las redes sociales un barómetro significativo. En ese momento pensé que, en la combinación de los numerosos screenings privados que tuvo Viejo Calavera y las demandas de la vida social de un sábado por la tarde, se tendría que hallar la explicación de esa inasistencia.

La película me pareció correcta, con un nivel superior a la factura habitual del cine boliviano. Eso es todo. Tardé unas semanas en entender porqué no encontraba el Hamlet de las minas[1] o el caudal de amor cinéfilo que otros vieron en ella.[2] A mí me recordaba, y era esto lo que me causaba intranquilidad, a The Passion of the Christ (Mel Gibson, 2004). De a poco, los rituales del adviento me lo aclararon: la de Gibson es una película que se erige no como un producto narrativo, pretendiéndose en cambio un objeto devocional. No un ícono, más bien la pura forma que se plasma en las estatuillas del niño Jesús que decoran tantos pesebres. Bajo esa luz, la carencia de desarrollo narrativo en Viejo Calavera dejó de parecerme un defecto, pues comencé a entenderla como un elemento básico de su esencia, la probable explicación de su éxito en el circuito de festivales internacionales.

Con su fotografía que llama la atención sobre sí misma una y otra vez −hasta aturdir igual que los azotes que soporta Jim Caviezel− Viejo Calavera es una película en la que Elder Mamani, los mineros de Huanuni, los personajes, el sujeto fílmico nacional, se convierten en pura imagen. En la medida que concreta esa intención, Viejo Calavera señala el triunfo de la forma en nuestra cinematografía. Mejor dicho, el triunfo de una forma particular de hacer y entender el cine en Bolivia. Algo que la crítica no ha pasado por alto, quebrando la unanimidad de las reseñas publicadas antes del estreno del filme. Celebrar los productos que certifican éxito foráneo, particularmente cuando ese capital simbólico se entronca con las redes establecidas entre periodistas, difusores, realizadores y afines, es un rasgo típico de nuestra mentalidad semicolonial. Aunque tampoco alcanza para festejar que, a dos meses del estreno de Viejo Calavera, se entrevea una reacción contraria −un backlash detectable en las ahora no escasas reseñas negativas. Esto porque ese monodiscurso también es representativo de nuestro limitado ecosistema de actividad y pensamiento artístico. La homogeneidad en la opinión crítica boliviana no se construye como un consenso, reflejando en cambio las carencias de quienes se dedican a escribir sobre arte en Bolivia. Su alergia a la polémica es un mecanismo para evitar que se carcoman las redes que antes mencionábamos, de prevenir que se complejice el discurso y rebase las capacidades del sistema.

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Cualquiera con dos minutos de paciencia para buscarlo en Google puede enterarse de los países, festivales y eventos por los que ha pasado una película boliviana. Resulta que no es tan raro que nuestro cine se difunda en el extranjero. Claro, no todos consiguen estrenar en Huelva, Busan o Morelia, pero parece que hay festivales hasta para el outsider art berreta de Tonchy Antezana. Lo que particularizó el éxito festivalero de Socavón Cine fue la amplitud y recurrencia de sus participaciones internacionales, los galardones que obtuvieron y el nivel de eventos en los que se presentaron. El descreimiento cínico puede llevarnos a pensar que esto también es resultado de las facilidades tecnológicas, ya que ahora no hace falta que rollos, DVDs y sobres plica crucen aduanas para siquiera intentar postular a un evento de este tipo. Algo de eso hay, aunque la mejor forma de disipar las sospechas consiste en repasar la trayectoria de las películas bolivianas estrenadas en tiempos de globalización y avances tecnológicos.

Dejando de momento de lado a Sanjinés, habría que comenzar esa revisión a mediados de los noventa. Enlazado a otros cambios políticos y sociales que vivía el país, en aquellos años se intuía un relevo generacional entre los cineastas bolivianos. Los realizadores que emergían se distinguían por estar familiarizados con el lenguaje televisivo y el vídeo como formato, en algún caso se habían profesionalizado en cine y se mostraban más al corriente de las tendencias internacionales que preocupados por situarse al amparo de los establecidos Eguino, Agazzi o Sanjinés. Se ha descrito con frecuencia este momento histórico como el «Boom del 95», una etiqueta irónica dada la dudosa fecundidad de tal pico productivo. De todos modos, lo que nos interesa es la aparición de Marcos Loayza y Juan Carlos Valdivia en el panorama cinematográfico local, posiblemente los primeros directores bolivianos que obtuvieron rotación internacional ya desde sus óperas primas.

Lo que de inmediato llama la atención en ambos casos es que tanto Cuestión de fe (Marcos Loayza, 1995) como Jonás y la ballena rosada (Juan Carlos Valdivia, 1995) toman sus significantes visuales y sitúan su acción en los ochenta. Una movida contraintuitiva en comparación con lo mucho que se esforzaron los artistas de los noventa por distanciarse de la década precedente. En el caso boliviano sucedía lo opuesto, pues esos ochenta y su asociación con el narcotráfico habían dado visibilidad internacional al país. Bolivia era el narcoestado de Scarface (Brian de Palma, 1983) y los reportajes de 60 Minutes; convenía mantener hasta cierto punto ese link. Así podría explicarse que tanto Loayza como Valdivia se preocupen porque ese elemento aparezca en sus películas, llegando la voluntad de un capo de la droga a poner en movimiento la trama de las dos.

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En otra simetría difícilmente casual, ambos filmes eludían arrogarse el tratamiento de la problemática sociológica nacional; lo que para unos sería una debilidad que repercutió en una representación naif de sus historias y personajes, pero que resonaba con la desmovilización que dominaba las tendencias del cine autoral de esos días. Hasta entonces se asumía que el valor del cine boliviano trascendente se explicaba por su contenido “sociológico”. Realmente un conjunto vago de saberes heredados, imprecisiones históricas y fabulación, que conectaba con sospechosa pulcritud a Velasco Maidana, Ruiz y Sanjinés, el rechazo de ese dogma ya podía valerles a los cineastas del «Boom del 95» para encontrar un espacio común con sus pares foráneos. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en lo que sucedió en literatura latinoamericana y la llamada generación McOndo, que instaló una forma común, simplificada pero verosímil, de representarse. Por alguna razón en cine aquello no fue posible hasta la década siguiente.

No habiéndose concretado una vinculación continental, vista la explosión e irradiación del cine (juvenil, de bajo presupuesto e) independiente en los Estados Unidos, es curioso que ni Loayza ni Valdivia hubieran conseguido conectarse con la esfera del cine internacional autoral del modo en que Sanjinés lo hizo en su momento. Sin embargo, hasta ahí llega cualquier intento por analizar a los dos cineastas como parte de una misma cosa. Sus caminos se dividen a medida que el formato digital y una nueva batería de cambios políticos sobrevinieron en Bolivia.

Entretanto, durante los años de democracia pactada y hegemonía neoliberal, Valdivia y Loayza permanecieron ocupados cada uno a su manera. ¿La característica común? Su profunda desconexión del ámbito internacional. Incluso con Valdivia rodando publicidad en el D.F. y Loayza encargándose de dirigir un proyecto argentino como segunda obra, uno habría tenido que decir que sus debuts en el circuito de festivales internacionales fueron anecdóticos. Sí, puede que Cuestión de fe hubiera demolido todos los antecedentes en cuanto a premios internacionales recibidos por un largo boliviano, pero esa aura se disipó pronto. En veintidós años Loayza ha dividido su tiempo entre dos documentales alimenticios, un encargo, un experimento entre la comedia proletaria y el musical pop, y la ficción Las bellas durmientes… estrenada hace ya cinco años. Valdivia probó un camino a priori menos tortuoso, intentando sentar presencia en la industria mexicana, si bien regresó a Bolivia en los albores del así llamado Proceso de Cambio, para reinventarse en el arquetipo de “cineasta político” de esos tiempos.

¿Cuál fue entonces el motivo para la súbita desconexión que experimentaron durante largos lapsos de sus carreras los dos cineastas? Paradójicamente, puede que se deba a los particularismos que se permitieron. La sombra de Raúl Lara en el tratamiento visual de Loayza, extravagante para los habituados al esquematismo representativo del Grupo Ukamau, y la inmanencia de una Santa Cruz insólita para los que esperaban estampas andinas en el cine boliviano, en el debut de Valdivia, anulaban la posibilidad de conectar con los festivales que seguían abrazando a un Sanjinés en franco declive creativo. Unos festivales que, si nos permiten perfilar un planteamiento casi mercantil, demandaban de Bolivia un cine de indios. Pero, ojo, un cine de indios representados a la Sanjinés. Un experimento mental sugestivo consiste en preguntarse cómo le habría ido en Tokyo o Berlín a un filme que tocará la “temática indígena” con un arsenal radicalmente distinto a las modalidades clásicas que cultivaron el Grupo Ukamau y sus desgajes. No hay que olvidar que el aporte de ese colectivo pasa por vincular las formas tradicionales del audiovisual con una manera de interpretar la etnografía aymara, evitando arrebatar las correspondientes ortodoxias con su propuesta. También es cierto que, a diferencia del internacionalismo de los sesenta y setenta, la preeminencia de un individualismo posmoderno entre los abanderados del “circuito Sundance” (Soderbergh, Smith, Araki, Hartley) implicó que hubiera poco interés por temas y autores periféricos, a no ser que asumieran el cartel del exotismo −el cine de género, como sucedió en el caso asiático, podía cumplir tal función mejor que un cine de «denuncia» o etnográfico− o se restringieran al documental. Examinada la situación con perspectiva, si las condiciones materiales estaban dadas, las subjetivas no resultaban auspiciosas para el acople.

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Varios años mayor y veterano del sistema de estudios tradicional, Kaneto Shindo conecta apenas tangencialmente con la llamada Nuberu Bagu, la nueva ola japonesa; sin embargo, su trabajo se entiende mejor a la luz de ese movimiento que en la estela de un establishment identificable en Mizoguchi o el propio Kurosawa. La Nuberu Bagu fue primordialmente una reacción generacional fundada en el rechazo al sometimiento cultural que había provocado la ocupación estadounidense durante la posguerra. Ese carácter subalterno es un rasgo que comparte con los nuevos cines latinoamericanos, emergidos en contraposición a la industria estadounidense. Algo que se podría extender a los países europeos periféricos, cuyas cinematografías experimentaron remezones análogos en dicha década (Checoslovaquia, Portugal, etc.). Es más, retomando la comparación que puso a rodar estos fragmentos, hay atributos comunes que superan la proximidad temática; acentuada en el caso de Hadaka no shima y Ukamau al tratarse de intentos por representar la vida comunitaria ribereña. Enfocándonos en lo que hace al lenguaje visual, se percibe en estos nuevos cines un reconocimiento extra-ideológico a los grandes maestros soviéticos, el repudio de los encuadres convencionales y la sobriedad a menudo asociada a los relatos de época o de la vida rural, la reivindicación de los autores clásicos (Renoir, von Stroheim, Murnau, Dreyer), y un manejo de cámara que obedecía una elaboración teórica que aspiraba a adoptar el punto de vista del colectivo o, en caso contrario, del hombre común.

No hace falta introducirse en la minucia de cada uno de estos movimientos y sus integrantes para notar que hay numerosos procedimientos visuales comunes a la obra de Miklós Jancsó, Theo Angelopoulos, el primer Bertolucci y Jorge Sanjinés. Y, esto es lo que nos interesa resaltar, si algo comparten realmente estos realizadores es su pertenencia a la esfera de los llamados “autores globales”. Un grupo que transitaba festivales internacionales con asiduidad y éxito, por cuanto sabía manejarse en el léxico del cine autoral periférico, comprendían qué temas y cómo había que tocarlos para complacer los gustos del público foráneo sin condescender. Conscientemente o no, su obra no parecía aspirar a desbancar en Cannes a Visconti, Rohmer o Buñuel, pero mediante esos protocolos (formales) tácitos, tenían garantizado un espacio en Venecia, Berlín, Locarno o San Sebastián. El compromiso consistía, pues, en no escandalizar ni en el fondo ni en la forma −hay pocas cosas que molesten más a la ortodoxia progresista que el escándalo− a cambio de un sitio en la mesa de la gente grande. Si uno no se anda con cortesías críticas en su análisis, la canonización de Sanjinés responde en buena medida a su capacidad de elegir elementos del cine de masas y hacerlos pasar por relevantes a las formas de pensar (y pensarse) de una comunidad indígena.

Por supuesto, esa confluencia de estilos también obedece a un proceso natural, y hasta pasa por una simple derivación de la materialidad cinematográfica de aquello que se podría denominar el espíritu de los tiempos. Dicho eso, sería incauto creer que tal convergencia está libre de efectos colaterales. Quizás el principal sea un empobrecimiento de los modos de representar cierta experiencia local. Potenciar las formas de mayor inteligibilidad externa en desmedro de la complejidad representativa propicia un inmovilismo nocivo, ya que simplifica la manera en que los sujetos se piensan cinematográficamente y la hegemoniza. Puesto de otra manera: la razón por la cual la presencia de lo indígena en el cine boliviano “autoral” sea tan a menudo sinónimo de Jorge Sanjinés no podría ser más evidente. Un efecto perceptible no solo en sitios en que lo más cercano a un indio boliviano que han visto es a Reynaldo Yujra. Dar por buenas las formas adaptadas que Sanjinés propuso para representar facetas del “mundo aymara”, validadas como fueron por festivales extranjeros, resultó cómodo para el ecosistema crítico boliviano. Evidentemente, la idea no es desmerecer a Sanjinés, tan solo notar que cuando la manera autóctona de representar lo indígena no es tan distinta a la forma en que Angelopoulos examina los avatares de la Grecia rural, podemos estar ante el síntoma de algo que es todo menos casual.

 

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A diferencia del «Boom del 95», el siguiente gran demarcador en la cronología del cine boliviano se debe a las transformaciones políticas que vivió el país antes que a cambios generacionales. La crítica local no siempre lo ha entendido así, prefiriendo adoptar la denominación de «Boom del digital», señalizando la irrupción del formato en el cine de nuestro país a mediados de la década pasada. Los principales representantes de ese reset tecnológico fueron Rodrigo Bellott y Martín Boulocq, aunque ninguno produjo una obra relevante para definir este periodo. Si alguien se encargó de trazar el campo de representación en el que se moverían los primeros años del Proceso de Cambio, ese fue el director colombo-brasileño Alejandro Landes, quien le presentó al mundo a Evo Morales con el documental Cocalero, estrenado en 2007 en Sundance.

Poco más que un reportaje televisivo en lo formal y dotado de la profundidad ideológica de una canción de Manu Chao, la importancia del documental radica en que reestableció lo que desde ese momento se esperaría ver en el cine boliviano fuera de nuestras fronteras. Con Ruiz y Sanjinés desconocidos para el público internacional contemporáneo o convertidos en piezas de museo, los “indígenas” empoderados, nobles y ecologistas, con proyección internacional pero los pies asentados entre las masas, que puso Landes en pantalla, serían un rostro cinematográfico de Bolivia durante el resto de la década. No importaba que Evo fuese el líder de una corporación de campesinos quechua-hablantes distanciados una generación o dos de la así llamada “comunidad indígena”, o que su plataforma política tomase más elementos del desarrollismo y el populismo nacionalista que de un progresismo occidental estereotípico. Lo que a futuro tendría relevancia era que Landes propuso una narrativa capaz de capitalizar el interés que generó el personaje de Evo a nivel global, y varios festivales internacionales se mostraron atraídos. Ese mismo 2007 los máximos galardones de Sundance se los repartieron un documental en torno a la violencia callejera y corrupción policial brasileñas y un drama mexicano sobre migración ilegal a los Estados Unidos. ¿Cómo podría no irle bien a un cineasta boliviano que recogiese el guante lanzado, más que por Landes, por los festivales internacionales?

La obra que Bellott y Boulocq entregaron en ese periodo no indica que hubiesen considerado los planteamientos de Landes, a pesar que el último fue parte de la producción local de Cocalero. El primero, en otra curiosa señal del espíritu de los tiempos, andaba organizando el rodaje de la biopic del Che, parte 1 y 2, estrenada el 2008. De cualquier modo, los intereses y referencias estilísticas de este par de realizadores estaban demasiado asociados al pasado, por no mencionar su arraigo urbano, de clase media y blanco-mestizo, para conseguir integrarse en el circuito internacional de festivales. Estas últimas características auguraban a los dos jóvenes directores mayor éxito conectándose con sus pares latinoamericanos −a saber Lucrecia Martel, Lisandro Alonzo, Adrián Caetano−, en su calidad de reflejos locales y postreros del ethos bohemio-ilustrado que permeó el cine independiente internacional en la década anterior. Por algo fue que a partir de Lo más bonito y mis mejores años (Martín Boulocq, 2005) se hizo habitual contar con una cuota boliviana en el BAFICI, cimentando la proximidad con un cine independiente que se planteaba en objeción a ciertos postulados de las tradiciones de las que emergían, pero que no podía o quería desafiliarse de las particularidades de sus orígenes. En otras palabras, el anhelado McOndo del audiovisual latino.

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En cuanto a su encaje global, el léxico de los Jarmusch, Van Sant, Linklater, Wong Kar-Wai, que preformaba la sensibilidad de Bellott y Boulocq, había llegado al país tarde para proveer una forma de hacer cine apreciable en ciertos festivales internacionales. Tal es así que la melancolía individualista y libre de acentos exóticos de las óperas primas de Bellott y Boulocq los condenó a una asociación colateral al movimiento cuyas señales intentaban adoptar con rezago. Por ello, a pesar de que consiguieron rotación internacional, jamás se aproximaron a la notoriedad e integración global de Sanjinés. Los premios que en algún caso merecieron tenían poco que ver con el carácter boliviano de sus obras. El FIPRESCI en Locarno para Dependencia Sexual (2003), por ejemplo, es más atribuible a su temática LGBTQI/feminista, y a la tónica inconfundible de filme-tesis de escuela de cine, que a las breves intersecciones que plantea la película con Bolivia o lo boliviano.

Parecería, pues, que el éxito en el circuito de festivales internacionales pasaba por saber negociar los intereses estéticos propios con lo que de uno esperan en tales eventos dado su origen nacional y de clase. Desarrollar la capacidad, nada trivial, necesaria para volcar esa negociación en el lenguaje del cine autoral internacional, marcaría la diferencia entre aspirar a pelear premios importantes en festivales Clase A o contentarse con llenar la grilla de eventos cinematográficos de poca monta. Una lección que, ante lo plasmado en el propio trailer de Viejo Calavera, aprendieron bien los miembros de Socavón Cine.

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Una anomalía digna de considerar, así sea brevemente, es el caso de ¿Quién mató a la llamita blanca? (Rodrigo Bellott, 2006). Una “comedia política” que pretendía la unión del modernismo, materializado en la flexibilidad inmediata del formato digital (pantallas múltiples, montajes vertiginosos, temporalidades fragmentadas), y una difusa colección de tropos visuales que la producción del filme agrupó bajo el paraguas de “neobarroco boliviano”. Que lo primero estuviera lejos de considerarse vanguardista, y lo segundo fuese una inferencia fundada en las contadas veces que los realizadores de “la llamita” entraron a una chichería o usaron el transporte público, es otro asunto. Esta también era la primera obra de un creador del emergente movimiento vinculado por el uso del digital, que tanteaba los viejos temas “sociales” del cine boliviano, al punto que se conjugaba con el contenido ideológico de Mi Socio (Paolo Agazzi, 1983), Sena Quina (Paolo Agazzi, 2005) y Cuestión de fe. Ostensiblemente, aunque lo hace desde los tópicos, es la primera película boliviana en plantear la discusión de la diversidad de identidades en pleno Proceso de Cambio. Una idéntica superficialidad se daba en lo relativo a su formulación estética, llena de los lugares comunes que un individuo de clase media boliviana suele imputar al estilo y habitus populares.

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Vapuleada por la crítica −a veces con una saña que no conseguían fundamentar en sus textos−, la película funcionó bien con el público, aunque terminó siendo el último largometraje que se atrevió a estrenar en Bolivia Rodrigo Bellott. Ocupados en sus reseñas por toda suerte de cosas, pocos críticos repararon en lo que implicaba proponer una “comedia popular” que ignorase la precedencia (temática y formal) de la extensa obra audiovisual de Roberto Calasich, Nando Chávez, Adolfo Paco o David Santalla. Un menosprecio que obedecía la voluntad de extraer algunas señales de los productos culturales asociados a las clases populares bolivianas, para adoptarlos en las élites (culturales) puestas en cuestión por la llegada de Evo Morales al poder. La confusión que acusaba y el superficial involucramiento con los temas a los que la atribuía, podrían acabar como el principal aporte de Bellott a la cinematografía nacional. Irónicamente, también se trata de un filme de elaboración más próxima al «colectivo», dado que fue el proyecto de grado de una escuela de cine, que la obra de otros grupos que se atribuyen tal denominativo. Por eso, ¿Quién mató a la llamita blanca? posiblemente sea la película del cine boliviano reciente más difícil de diseccionar. Mejor dicho, de hacerlo sin recurrir al repertorio de clichés propios de la sociología espontánea que parece obsesionar a nuestros críticos de cine.

Yo solo puedo aportar una anécdota. Durante cuatro años compartí casa con un crítico boliviano, estudiando ambos un posgrado en el extranjero. Si lo mejor de esa convivencia pasaba por la facilidad de mantener largas charlas sobre cine, en ocasiones con la visita de otros críticos, programadores de festivales o cineastas, había una tradición que odié con todas mis fuerzas. Cada que recibíamos invitados extranjeros, mi amigo y su esposa nos obligaban a hacer sobremesa viendo ¿Quién mató a la llamita blanca?, supuestamente para que los visitantes conocieran la verdadera cara de los bolivianos. Yo creo que se reían por pura cortesía, sin saber si sería más feo quedarse con la cara larga o desternillarse de las miserias de sus anfitriones. Puede ser un objeto fascinante desde alguna perspectiva, pero como pieza cinematográfica la película de Bellott está repleta de defectos; no es algo que uno vería repetidas veces, por deleite. Me cuesta encontrar elementos graciosos en la película, un chiste con capacidad de registrar con un extranjero si es que no pasa por el gag ramplón, lo escatológico o la comedia corporal. Quizás el verdadero chiste, la tomadura de pelo, estaba en creer que una película era capaz de plasmar la «verdadera cara» de los bolivianos, o lo que sea que eso quiera decir.

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Si Cocalero fue la película más importante para definir los alcances temáticos, que no estéticos, del cine boliviano en este siglo, la contracara la propuso Los viejos (2011) de Martín Boulocq. Un largometraje que nos lleva a pensar que el director cochabambino cree que la madurez de su obra requiere su universalización visual más absoluta. En otras palabras, que hacer una película moderna, profunda e internacional, demanda la capacidad de imitar todos los rasgos superficiales del cine que merece tales calificativos.

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En esa apuesta se adelanta a Viejo Calavera, sin alcanzar el mismo éxito, pues Boulocq no entendió que no es suficiente poder replicar el estilo de Ozon, Panahi, Sang-Soo o Bilge Ceylan. El contenido debe abrirse a lo internacional solo lo suficiente, manteniendo el gusto y acento locales. Puesto bruscamente, a Boulocq le faltan indios. Indios complejos y que existan en el plano de lo individual, ya no los seres de pureza atávica de hace unas décadas, pero indios al fin. Eso lo comprendieron bien los miembros de Socavón Cine. Si se lo examina desde la mera forma, sin montañas y patrones malvados, con «plano secuencia integral» pero sin aymaras, Sanjinés sería un mal imitador de Kozintsev, no el pope del cine indigenista, una de las claves del Tercer Cine y todos los elogios que quieran ir adelantando para su obituario.

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En este punto, con la evidencia de un presente en el que es habitual encontrar trabajos de Socavón Cine participando en festivales internacionales −en muchos casos mereciendo encomio y galardones−, consideramos posible rastrear las razones de sus éxitos. Omitiendo cualquier otro mérito o motivo, creemos que dichos triunfos también se explican por su diestra adopción del lenguaje autoral internacional. Es decir, por saber negociar lo que de ellos se espera (en fondo y forma) y lo que quieren y pueden producir desde su espacio particular.

Claro, aunque más o menos restringidos en tamaño e integrados institucionalmente, los festivales no son una camarilla de gusto transparente, universal, persistente y monolítico. Lo que de ningún modo impide que uno pueda hacer ingeniería inversa a partir de aquello que premian y estrenan. Parezca insólito o no, las aspiraciones estéticas de los realizadores, programadores, jueces y curadores que participan actualmente de esta esfera –por lo menos en su capa hegemónica−, se han achatado tanto que no resulta difícil detectar los elementos que constituyen el cóctel de modalidades visuales que privilegian; un repertorio que vamos a clasificar bajo el denominativo de léxico internacional-autoral.

Como se constata en Viejo Calavera, esa forma de hacer cine fija sus referentes clave en gente como Kiarostami, Sokurov, Pedro Costa, Claire Denis y Jia Zhangke, todos emparentados por su adopción de un lenguaje de “documental estetizado”; en esencia, por un presunto realismo que no es sino una pantomima en la que se ejecuta un diletantismo visual. El divorcio que existe entre sujetos y formas fílmicas en Colossal Youth (Pedro Costa, 2006), por dar un ejemplo, es endémico a un cine al que le interesa sobrecoger dentro de ciertas convenciones visuales, sin reparar en las implicaciones de emplear tales formas de representar esas historias o sujetos. ¿Elegiría un obrero retratarse en blanco y negro o con el grano de la baja fidelidad? ¿Un migrante de Cabo Verde es un sujeto tan nulificado de subjetividades que da igual presentarlo como Leos Carax, Matteo Garrone o los Dardenne harían con sus personajes europeos y de clase media?

Este último es un dilema que nos consta se planteó Sanjinés en su día, resolviendo con mayor astucia que propuesta, pero no estamos convencidos que la obra de Socavón Cine evidencie haber lidiado con el tema. Si acaso, esos jóvenes realizadores parecen determinados a perfeccionar el manejo del lenguaje internacional-autoral, inscribiéndose en esa área gris de la representación de lo boliviano que les garantiza seguir enganchados con el circuito internacional de festivales. No en vano celebran sus éxitos en este ámbito como si no cuestionaran que son sellos que certifican su capacidad para representar temas locales (mineros, migrantes, marginales) con accesibilidad y atractivo suficientes para complacer a los respectivos programadores y públicos.

De forma deliberada, o en un efecto colateral de haberse formado viendo precisamente este tipo de cine, su obra se fraguó con los atributos necesarios para no sacar de su zona de confort festivalera al crítico de Variety. No en vano el barroquismo visual de Viejo Calavera se debe al estilo de directores de fotografía educados en las artes de vanguardia y el trabajo de los canónicos Yusov, Ballhaus, Nykvist y Vierny, pero que se encuentran activos con gran éxito en Hollywood (Hoyte van Hoytema, Emmanuel Lubezki, Rodrigo Prieto, Bruno Delbonnel); no así a un afán de radicalidad formal o impulsos “antropológicos” al estilo del Grupo Ukamau y su buque insignia del plano secuencia integral. A este paso, el crítico que mejor le tomó el pulso a Viejo Calavera será Ricardo Bajo,[3] que con su lista de posibles inspiraciones/influencias atina al olfatear que hay poco detrás de esas piezas que Russo pretende considerar personajes, ya que se antojan intercambiables con las de cualquier otra historia, contexto o director, puestas como están al servicio total de la forma. Elder Mamani es una construcción hueca, sin vida interior ni arcos narrativos que transitar; un cero a la izquierda empapado de alcohol, del todo equivalente a la pústula CGI que Mel Gibson intenta hacer pasar por Cristo en su filme de 2004.

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Es irónico que el motor de este proceso de reducción del sujeto cinematográfico boliviano sea un cineasta de la generación previa, además con un filme que invocaba a Sanjinés como precursor formal y se atribuía ambiciosas pretensiones discursivas. Hablamos de Juan Carlos Valdivia y Zona Sur (2009), que inauguran este proceso al fijarse en sus personajes no como representaciones humanas en una narrativa, sino dispositivos para plasmar su lectura de las esferas de Slotjerdik y desnudar el momento político boliviano. Claro que eso no hace que Zona Sur sea una película de calado teórico considerable, ni que consiga incomodar por su temática o forma.

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Todo lo contrario, el filme también es pionero en su intención de matizar los temas locales y afinar su representación para el público global, cosa que hace introduciendo el personaje de un niño tan obsesionado con cierto cine que juega con un amigo imaginario llamado Spielberg. Y aunque no interpelaba en lo mínimo a una clase media boliviana que tendría que haber sido el público meta (local) de la obra, hay que concederle a Valdivia la posibilidad de que la afectación cosmopolita que empapa la película sea intencional, buscando capturar esa impostura tan típica del segmento social que retrataba. Pongámoslo así, donde Cocalero decidía representar a los otros con las formas del documental hollywoodense de baja gama, Zona Sur ofrecía una manera para que el hipotético realizador dijese representarse a sí mismo, su clase y conflictos, con un arsenal en verdad desideologizado pero que permitía hablar con mediana autoridad y solvencia sobre cuestiones «políticas». Se trazaba así un juego que invertía las modalidades clásicas Eisenstein-colectivo-política, Hollywood-yo-entretenimiento, que predominaron en Bolivia hasta ese momento.

En su forma la película no tenía nada que alguien familiarizado con los iconos del mundillo Sundance –donde Zona Sur ganó un premio por su guion, el primer galardón de ese calibre para nuestro cine desde la Concha de Oro de Sanjinés– no hubiera visto antes. Era una película indie sin más, pero con suficiente significación boliviana, y ese era su mayor triunfo. Se me ocurre una analogía: Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) fue la primera película de temática gay, con orígenes indie, en ser reconocida por la industria hollywoodense a tan alto nivel. Sin embargo, no era una película de estética queer, más bien replicando el estilo de cualquier filme prestige concebido con el favor de la academia estadounidense en mente. Zona Sur sería la primera película, presuntamente sobre los conflictos políticos de la sociedad boliviana, que se veía igual que la última ganadora del premio del jurado en un festival de renombre.

Llegada dos años después que Cocalero y con el Proceso de Cambio aún en configuración, Zona Sur fue la otra película que definió el campo representativo del cine boliviano en tal etapa, esbozando un espacio que sigue vigente ahora. En cuanto a su proyección internacional, ofrecía un segundo camino para proponer los temas, personajes y formas que se podían esperar desde Bolivia. Básicamente: burgueses en decadencia, intelectuales blancos con problemas de conciencia exacerbados por la imbatibilidad electoral de Morales y el avance simbólico de «lo indio», y mestizos incapaces de relacionarse con alguna vertiente de sus herencias. Zona Sur no tenía la sutileza de distribuir esas características entre sus personajes, dotarles de verosimilitud y complejidad, para presentarlas como facetas de modelos humanos. En cambio, cual si fueran las Spice Girls, literalmente hacía de cada miembro de la familia un arquetipo, cubriendo de tal modo todas las bases y registros.

A pesar de sus debilidades −entre ellas la distorsión ideológica que encontraría su forma final en Yvy Maraey (2013), “ahora los blancos somos los indios”− y a su apego exagerado a una temporalidad específica, Zona Sur ha ejercido una influencia considerable en el cine boliviano reciente. Se puede considerar sus retoños a El corral y el viento (Miguel Hilari, 2014) y Nana (Luciana Decker, 2016), ambos en la órbita de Socavón Cine. Los Viejos se encontraba ya en producción cuando Zona Sur se estrenó, quedando Boulocq sin margen de reacción. ¿Eran tan importantes las diferencias entre lo que Valdivia y el cochabambino proponían? Sí, Zona Sur tenía sus indios. De pronto se aclara el salto de nivel que gozó Juan Carlos Valdivia, pasando de estrenar Jonás y la ballena rosada en la Habana y Cartagena −eventos en los que por años Eguino y Agazzi tuvieron espacio garantizado, estrenasen lo que estrenasen−, a recoger trofeos en Sundance. Un pequeño ajuste entre lo que pretendía proponer, y lo que fuera se esperaba de un director “mestizo” −quizás «blanco», quizás solamente «no-indio»− en la Bolivia de Evo, valió para cambiar drásticamente sus metas. De golpe, Valdivia se mostraba cómodo en el papel del cineasta boliviano más “político” desde Sanjinés; lo que le valió suculentos contratos publicitarios. Además, hay que reconocerlo y atribuirlo a la connotación moderna e internacional de su estilo, esa proximidad al aparato estatal no lo manchó de oficialismo como sí le pasó a Sanjinés.

Admitiendo que se nos pueden estar escapando trabajos de cineastas radicados fuera de La Paz, no es raro que los miembros de Socavón Cine se hayan decantado por seguir la ruta delineada por Valdivia con tanto éxito. En la contracara de Zona Sur se encontraba la burda eficiencia de La Chirola (2008) y Ciudadela (2011), ambas de Diego Mondaca, tan llanas y demodé como sus credenciales de la escuela de cine cubana. No motivaban imitarlas ni por su aparente éxito internacional, que en honor a la verdad se inscribía en las ligas menores de la ópera prima de Valvidia y no en Sundance, San Sebastián o Locarno. La alternativa la planteaba Hospital Obrero (Germán Monje, 2009), tan obcecada en su localismo alasitero que se hacía incomprensible allende determinadas cotas paceñas. La insularidad del filme, que un poco como los documentales de Mondaca parecería no desechar del todo la hipótesis de que el “cine posible” mantenía relevancia en Bolivia, impide conjeturar sobre su proyección, sea aproximándose a un circuito internacional alternativo o volcada a la atención de un mercado interno. Se podría decir algo parecido sobre Airamppo (Miguel Valverde, 2008) y Cochabamba. Intriga, pues, preguntarse por qué Socavón Cine prefirió la ortodoxia del formalismo naturalista, consagrado por los festivales internacionales hegemónicos y conducente a una forma de hacer cine en general impracticable en el contexto boliviano, para retrabajar de manera sistemática varios de los temas que de Zona Sur para acá han recurrido en el audiovisual nacional: localismo, migración, el servicio doméstico, cosmopolitismo potencial, etc.

Lo que queda claro es que ese era, matices más matices menos, el abanico de posibilidades que se le abría a Socavón Cine cuando sus integrantes comenzaban a trabajar desde el cortometraje. Me parece recordar que alguna crítica de la época decía sobre Zona Sur que su personaje principal era la casa familiar. No logro acordarme si quien escribía lo pretendía un elogio. En todo caso, tendría que poder tenderse un hilo entre una película así y otra en que la forma se exacerba hasta un extremo en que no puede decirse ni que la mina sea el personaje principal. A lo mejor la fotografía es la única protagonista, y a eso se referían todos los que hablaban de «la oscuridad» como lo trascendente en Viejo Calavera.

 

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Matando el tiempo estos últimos días que pasé en Cochabamba me puse a leer uno de esos blogs que hablan pestes contra la gente del mundillo cultural y me enteré que algunos miembros de Socavón Cine se conocieron regentando una tienda de películas piratas, legendaria por su surtido stock de cine de autor.

Siempre sospeché que no podía ser un accidente la proliferación de ciertas películas de la Criterion Collection, la facilidad para acceder a rarezas asiáticas que no eran ni filmes de época ni de artes marciales, o la rapidez con la que llegaban al país los estrenos de los festivales europeos. De tanto ver películas con docenas de lauros en la tapa, uno termina adquiriendo la capacidad de detectar qué rasgos hacen que una obra amerite dichos sellos de aprobación. Cuáles son los temas que mejor se reciben, cómo deben comportarse los personajes, el ritmo que debe tener la historia, las convenciones formales, la manera en que está de moda filmar tal o cuál cosa, con quién se compite y quiénes pueden ser aliados o maestros, etc. Cuando se invierte tantas horas en algo, piense uno en filmar o no, en escribir o no, en ganarse la vida pirateando o no, la palabra justa para describir tal proceso es educación. Entre los ratones de filmoteca y los que se abonan al torrent, quedaron los hijos del DVD pirata.

Sabiendo esto se hace menos raro que el debut en largo de Socavón Cine se entregue tanto a la forma. Suplantar la cultura fílmica por la cinefilia entraña múltiples peligros: la entrega de la experiencia como contenido a un determinado set de convenciones, la propagación de un número limitado de formas como las “auténticas”, la reducción de los problemas (narrativos, humanos) a formulismos, etc. Es verdad que Viejo Calavera plasma un gesto último de cinefilia, pero entendiendo esto como la expresión de uno que vive y comprende el cine como un campo abstracto y aislado, que tiene sentido solo dentro de sí mismo. Es decir, un lenguaje y unas formas a dominar, ni más ni menos. Imaginen el texto que escribiría uno que vive solo en la internet, sin interacciones humanas fuera de lo electrónico. Piensen ahora en la película que harían unos individuos criados nutriéndose exclusivamente con cine de autor aprobado por festivales de primer nivel. ¿Sería el resultado muy distinto de Viejo Calavera? ¿Importaría de verdad que la historia sucediera en Huanuni, Taiwán o Brighton? A no ser que se le ocurra a un cochala ambientar su película en Fargo y pretender ganar así la Berlinale…

 

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Ha tenido que transcurrir media década de actividad para que Socavón Cine se atreva a coronar ese proceso con un largometraje. Aunque cada secuencia de Viejo Calavera parece entender ese peso, es el desenlace del filme lo que confirma cuánto han abrazado en el colectivo el lenguaje internacional-autoral como camino creativo y carrera potencial. Esto, por el momento y con la excepción de algún cortometraje, para sus obras de ficción. En el caso de la no ficción −con un objetivo que se adivina parecido al que determinó las decisiones estilísticas tras sus piezas de ficción− se disciernen el autodocumental y la especulación elíptica como alternativa a la propuesta de tesis conclusivas; ambos giros fáciles de encontrar entre los participantes de algunos festivales europeos por donde pasó El corral y el viento. Ahí, otra vez, nos encontramos con una elección conservadora. ¿Por qué no contemplar los formatos transmedia y las distorsiones post-documentales?

Volviendo a Viejo Calavera, la secuencia final de la obra marca el momento culmen de la apuesta del colectivo por el lenguaje internacional-autoral, al ser un desenlace absolutamente convencional en su decisión de cerrar el filme desde la pura forma, dejando de lado las posibilidades de resolver narrativamente la trama. Cierto, Viejo Calavera no tiene casi desarrollo narrativo, pero la carretera, la repentina música no diegética, el gesto del protagonista, son todos dispositivos que carecen de sentido fuera del hecho de representar “algo” dentro de las convenciones del cine de autor internacional. Me explico, son el desenlace posible de Tropical Malady (Apichatpong Weerasethakul, 2004), Mat i syn (Aleksandr Sokurov, 1997) o Japón (Carlos Reygadas, 2002). Son un final de la misma forma en que “Vivieron felices para siempre” lo es; fórmulas carentes de contenido en sí mismas, pura gestualidad. Como un «buen provecho» antes de abandonar la mesa, son cierres que implican una capitulación aceptable para el público. Sin ser estrictamente un final abierto, permiten al director salir de su material porque (y cuando) se ha quedado sin más que decir. Un formulismo tan narrativamente relevante como un súbito fundido a negro, aunque libre de las connotaciones negativas de lo abrupto o disonante. Y ya sabemos lo mal que queda tentar al escándalo en determinados círculos.

Es a la aplicación del léxico de los autores internacionales, sin importar que ello resulte en formas huecas de significado, a lo que nos referimos cuando hablamos de un proceso de reducción; acelerado en Bolivia a partir de Zona Sur, aunque ya en cierto grado presente en el trabajo de Jorge Sanjinés. Si bien esa vacuidad podría adquirir dimensiones simbólicas cuando se usa para retratar lo anodino de la vida urbana en el primer mundo, torna perversa cuando se convierte en la muleta que abre puertas de difusión y reconocimiento internacional a un material fílmico que de otro modo jamás penetraría tales espacios. Cuando el director lo sabe, y admite que sus sujetos y temas devengan en pura forma a cambio de ese abrazo, entramos en los serpentinos dominios de la explotación. Al ver Viejo Calavera no queda claro que ese sería el modo en que los personajes decidirían representarse. Da la impresión que para el director sus personajes son simples objetos visuales, un apunte que no se le ha escapado a todos los críticos. En efecto, ese vaciamiento es uno de los resortes que permiten hacer accesible el material a espectadores foráneos. Por supuesto que, en principio, uno puede optar por el camino intermedio, sin desproblematizar hasta el extremo de Viejo Calavera la trama y sus personajes. Por incapacidad o deseo, Socavón Cine decide no hacerlo. Tal vez porque no hace falta clarividencia para predecir el destino que tales filmes podrían correr en un hipotético festival Clase A. O tal vez no. Si esa transacción fuera tan sencilla como pagar un peso por dos panes, podríamos ahorrarnos todas estas páginas de pseudo sociología del cine boliviano. Un vistazo cabalmente micropolítico del mercado se hace necesario para seguir indagando.

Eso sí, creemos que lo aquí sugerido no se trata de la paranoia infundada del que encuentra dos cosas medio parecidas y las cree evidencia suficiente para la trama que ha montado en su cabeza. Hay dos libros recientes que resucitan la categoría de «autores globales», caída en desuso hace al menos treinta años. Puede ser una simple manera de englobar a cineastas que, a pesar de sus orígenes tan dispares, consiguen que sus obras vibren con los ecos de Pasolini o Bresson; influencias que jamás quedarán mal, ni pasarán de moda o dejarán de hallar cabida en circuitos internacionales. Como la de Velvet Underground o del Bowie berlinés, su capital simbólico no se devalúa. Por algo esos dos directores ya se nombraban con particular reverencia en los días en que Kaneto Shindo y Jorge Sanjinés se cruzaban en festivales.

Llegados a este punto, de vuelta en la temporalidad de los autores globales de los sesenta por la vía de la heredad, cabe preguntarse: ¿Eran los personajes de Ukamau meros cascarones al servicio del léxico internacional? ¿Era ilusoria la supuesta vinculación entre la «temporalidad aymara» (sic) y el «plano secuencia integral»? ¿En qué se basaba la intuición que daba por válida para representar un pueblo indígena, una técnica conocida desde los días de la U.F.A. y Abel Gance? ¿Son las similitudes existentes entre O Thiassos (Theodoros Angelopoulos, 1975), Szegénylegénye (Miklós Jancsó, 1965) y La nación clandestina fruto de la casualidad? ¿Se preguntaron esto Sanjinés y compañía? ¿Valdivia? ¿Bellott? ¿Los miembros de Socavón Cine?

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Es de cierto modo lamentable que, cuando se intenta revisar la historia del cine en Bolivia, aún luchemos por superar nuestra incapacidad para mirar más allá de la criminal imbecilidad política de Goni, generando un punto ciego importante. En el medio siglo que va de Proinca a las dos Our brand is crisis (2005 y 2015), el tipo ha dejado sus huellas por todas partes. No en el plano anecdótico que equivale a encontrar a Gamaliel Churata elogiando el libro de cocina de Aida Gainsborg en la prensa paceña. En el caso de Goni hablamos de coguionizar Mina Alaska (Jorge Ruiz, 1968), cubrir para la NBC la Revolución del 52, ser mecenas de Villalpando y Sáenz, proponerles a los ejecutivos de la MGM el argumento −que preparó en coautoria con Oscar Soria− de lo que terminó siendo Butch Cassidy and the Sundance Kid (George Roy Hill, 1969), compartir la isla de edición con Antonio Eguino, Jorge Ruiz y Luis Espinal, o que incluso en su faceta de político puro, la PBS, HBO, BBC, Naomi Klein y George Clooney produjesen obras en los que Sánchez de Lozada es protagonista clave. Hasta Sanjinés tuvo que aprender a lidiar con Goni. Primero en Para recibir el canto de los pájaros (1965), domesticando sus impulsos políticos para proponer una casi hollywoodense síntesis pluricultural, que no se peleaba con las reformas constitucionales que el gobierno del MNR ejecutaba en esas mismas fechas. Algo que, por cierto, replicó Juan Carlos Valdivia al proponer la metáfora de la mesa común en el dénouement de Zona Sur. Luego, en Los hijos del último jardín (2004), ambientando la acción durante las protestas contra el segundo régimen de Sánchez de Lozada. No es correcto afirmar que el hoy fugitivo de la justicia boliviana fuera un cineasta frustrado, Goni tiene una carrera en el audiovisual bastante más digna que la de muchas vacas sagradas del cine boliviano.

Hijo de una familia burguesa, formado en el extranjero en humanidades y artes, Goni alguna vez fue compañero de cineclub de Mike Nichols; un chico sensible que disfrutaba del cine francés y que filmó varios cortos en el campus de su universidad. Un perfil no tan distinto del de abundantes artistas y críticos bolivianos en actividad. Aburrido de vivir en los Estados Unidos y convencido de que hacer carrera en el cine hollywoodense era imposible, aprovechando los contactos de su padre diplomático, Goni se fue a Buenos Aires para comenzar a trabajar en la productora Sono Films. Allí su dominio del inglés le permitió convertirse en asistente de dirección de Pierre Chenal, que rodaba en Buenos Aires una adaptación de la muy polémica Native Son de Richard Wright.

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Si bien la novela en que se basa es una de las más importantes obras literarias sobre temáticas raciales en los Estados Unidos, la versión fílmica es bastante penosa. Buenos Aires intenta pasar por Chicago pero escasean actores afroamericanos, a los que Goni se ocupa de buscar y, cuando encuentra, en el mejor de los casos son amateurs voluntariosos. Richard Wright insistió en adaptar el guión y protagonizar el papel principal, sin reparar en su nula capacidad interpretativa. A pesar de la coproducción local, el presupuesto de una película que no podría estrenarse en Estados Unidos era ínfimo. Orson Welles había adaptado la historia de romance interracial en Broadway pocos años antes, pero ningún estudio se atrevía a llevarla al cine, ni en una versión blackface y mutilada de la novela. Chenal no era un auteur elegido por sus credenciales; el director de la divertida L’Alibi (1937) era un judío fugado del nazismo que apenas chapurreaba español, dueño de un inglés tan pobre que fue esa necesidad la que catapultó a Goni de carpintero aprendiz en Sono Films a traductor, encargado del casting y de buscar parajes porteños más o menos parecidos a la Chicago donde el boliviano había pasado gran parte de su vida, y así hasta finalmente acomodarlo como asistente de dirección.

Goni había cumplido su sueño de trabajar en la industria del cine, eso es lo importante. Leer más en su participación en una película en la que un chófer negro y comunista enamora a la hija de sus patrones blancos, es demencial. A Goni le habría dado igual si en lugar de Native Son (1951) le hubiera tocado trabajar en Way of a gaucho (1952) de Jacques Tourneur. En ese aspecto, la carrera de Goni se podría parecer a la de todos esos realizadores bolivianos que se han desempeñado como enlace local para producciones extranjeras de diverso orden. Curiosamente, Native Son es lo más cerca que llegó Goni a estar de la silla de director. Su retorno a Bolivia con el triunfo de la Revolución Nacional, y su subsecuente transformación en studio mogul vernáculo, revelan su auténtica pulsión de poder. Pero, si le vamos a dar credibilidad a la Wikipedia, Goni todavía tendría oportunidad de convertirse en uno de los primeros realizadores bolivianos en ganar un festival internacional de cine. Incluso con todo el aparataje informacional de la internet, es difícil desmentir esto. ¿Será cierto o fruto de un troll con demasiado tiempo ocioso? No puedo negar que me despierta una sospecha. De nacer cuando la democracia se recuperó en Bolivia, es probable que Goni habría sido un cineasta independiente. Que sus cortos estudiantiles y profunda cinefilia hubiesen derivado en una película no del todo distinta a Viejo Calavera.

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Todo lo que comienza online, termina online. Estos no son sino fragmentos de la bitácora de un boliviano que vive fuera y desde allí intenta seguir su cine. De ahí que prescinda de un tono taxativo, citas bibliográficas o ínfulas de totalidad, permitiéndome varios apuntes personales, unos cuantos chistes malos y utilizar, sin cuestionar, terminología como «indio», «blanco» o «mestizo», que la crítica boliviana considera designa sujetos sociales definidos y no es el caso. Aún así, no habría podido hilar ni precariamente estos fragmentos si es que con la invitación a participar de este proyecto no me llegaba una indispensable dotación de screeners. Soy, además de un hijo de la web con coordenadas estéticas y valores muy de clase media, parte de una red de críticos y periodistas que dicen escribir sobre cine. Luego de ponerme al día con los screeners, intentando rastrear el post de Facebook que disparó estas reflexiones, introduje en la barra de búsqueda la combinación «Jorge Sanjinés Kaneto Shindo».

Tenía más o menos pensado lo que quería decir aquí, así que me zambullí en Google bajo el influjo de la curiosidad, no en búsqueda de evidencia propicia para apuntalar o revisar mis hipótesis. Mi fascinación por el Goni cineasta y la repulsa que me causa Zona Sur son ideas viejas, que siguiendo la sugerencia de un amigo, decidí presentar de forma accidentada en este espacio. Fue así que en tan caprichosa pesquisa encontré bastante data inútil. Semienterrada en ella una entrevista a Alberto Villalpando, compositor de cabecera de Sanjinés en su primera etapa. Poco antes de comenzar a preparar la banda sonora de Aysa (1964), uno de los cortometrajes formativos del director paceño y debut de Villalpando en cine, el compositor había podido ver Hadaka no shima en Buenos Aires, ciudad donde entonces estudiaba. Impactado por la ausencia de diálogo y música en la película, Villalpando le sugirió a Sanjinés imitar la técnica de Kaneto Shindo en el cortometraje. Así lo hicieron, dejando apenas una palabra en el clímax de Aysa. No se trataba de un exceso de parte del compositor, pues Sanjinés valoraba montar en alianza con el encargado de sonorizar sus filmes, editando Ukamau también junto a Villalpando. Como Viejo Calavera para Socavón Cine, el de 1966 fue el filme que marcó cierta madurez en la obra de Jorge Sanjinés; su paso, celebrado internacionalmente, al formato largo. Una ocasión en la que un cineasta boliviano utilizó una fórmula del cine de autor internacional para beneficio de su obra. Tuve que reírme, pues en tan pequeña coincidencia pensé haber hallado el McGuffin que este mini ensayo necesitaba. Resulta, pues, que había motivos genuinos para investigar al más japonés de nuestros cineastas. Y como alguien ya dijo, por oposición o herencia, en el cine boliviano todos somos hijos de Sanjinés.

[1] [Nota de los editores] Los autores se refieren a la crítica de Mauricio Souza, «Viejo Calavera: Hamlet en Huanuni», publicada el 1 de enero de 2017 en el periódico Página Siete. Referencia completa en la sección «Índice de textos sobre Viejo Calavera y Socavón Cine» de este volumen.

[2] [Nota de los editores] Los autores hacen alusión, por ejemplo, a la crítica de Sergio Zapata, «Desde las sombras de la cinefilia… Viejo Calavera», publicada el 18 de diciembre de 2016 en el periódico Página Siete. Referencia completa en la sección «Índice de textos sobre Viejo Calavera y Socavón Cine» de este volumen.

[3] [Nota de los editores] La crítica de Ricardo Bajo, titulada «Elder Mamani, no estás para la mina», se publicó el 22 de noviembre de 2016 en el periódico La Razón de La Paz. Referencia completa en la sección «Índice de textos sobre Viejo Calavera y Socavón Cine» de este volumen.

MÚSICA: Tony Levin en Bolivia

Tony Levin toca en formato cuarteto en Bolivia

El maestro del bajo quien fue parte de King Crimson tocará con “The Levin Brothers” y se presentará en el teatro municipal de La Paz el próximo 21 de marzo. Las pre ventas para el único show en el país ya están disponibles.

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The Levin Brothers es la banda encabezada por el músico Tony Levin y se presenta por vez primera en Bolivia –con un único concierto- el próximo 21 de marzo en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Perez en La Paz.

Según dio a conocer el director de la productora Sala A1, Pablo Paredes, la agrupación se encuentra en plena gira mundial en la cual tienen planeado pasar por Chile y Argentina antes de aterrizar a 3600 metros sobre el nivel del mar para deleitar a músicos, melómanos y público en general con los acordes de su famoso Chapman Stick (bajo más grueso y con más cuerdas).

Las entradas en el interior del país pueden ser reservadas vía internet o whatsapp al 772 5517 y se encuentran en pre venta en Burger King del Prado y la tienda Verde y Natural de la Zona Sur en La Paz.

Los precios van desde platea VIP a Bs. 300, platea A y Palco a Bs. 250, anfiteatro Bs 200 hasta galería a Bs 150. Los interesados en comprar entradas desde el interior del país deben contactarse vía inbox con el sitio del Facebook Tony Levin en Bolivia.

Tony Levin es un nombre histórico para todos los fanáticos de la música a nivel mundial. Desde muy joven se formó como músico de sesión colaborando con Lou Reed, Kate and Anna McGarrigle o Paul Simon, entre otros. Luego se unió a las giras mundiales del afamado Peter Gabriel y hace poco participó en cinco discos del baterista y bandoneonista Fernando Samalea.

La diversidad de Levin devino recién en los años noventas en un disco, después que junto a su hermano Pete Levin, invitaran a otros destacados de trayectoria en el jazz como son el saxofonista Erik Lawrence y el baterista Jeff Siegel con quienes empezaron a tocar mundialmente.

El concierto en La Paz tendrá un repaso por varios temas del repertorio de Levin pero además estará inclinado especialmente para los fanáticos del jazz ya que el cuarteto ha tocado con importantes profesionales de este género como ser: Buddy Rich, Steps Ahead, L’Image, Gary Burton, Chuck Mangione y Herbie Mann, entre otros.

Recordar que Levin no solamente fue el bajista en  discos de King Crimson -Discipline 1981, Beat 1982, Three of a Perfect Pair 1984- sino que también fue parte de su mejor alineación con los músicos: Robert Fripp, Bill Bruford y Adrian Belew, donde el famoso Chapman Stick cobró notoriedad.

Si se trata de nombres de eminencias de la música todavía hay más en la lista de Levin. El bajista fue parte de la última época musical de John Lennon, donde participó en los discos Double Fantasy (1980) y Milk and Honey (1984), y del disco de Pink Floyd, A momentary Lapse Of Reason (1987).

Como sesionista ha sido parte de las giras con Pink Floyd, Paul Simon, Gary Burton, James Taylor, Herbie Mann, Goro Noguchi, Judy Collins, Joe Yamanaka, Dire Straits, Carly Simon, Peter Frampton, Claudio Baglioni, Anderson Bruford Wakeman Howe, Tim Finn y Richie Sambora.

El jazz, el rock y lo progresivo

Como bajista de diferentes bandas la música de Levin ha cobrado gran notoriedad con los años: Desde la soltura de la improvisación del jazz, genera texturas e improvisaciones que lo han hecho famoso hasta esto que hace ahora, música más apegada a sus raíces jazzistas.

Yo no soy ningún experto en los géneros del jazz (ni en el rock) pero disfruto escuchando a cualquier música que tenga calidad tanto en su composición como en su ejecución

Explicó con humildad Levin, hace un par de años en su gira por Argentina.

Los músicos que acompañan a Levin también tienen un largo historial en la escena de la música mundial. Pete Levin se convirtió en un adelantado a su época cuando en 1970 logró experimentar con los sintetizadores. A lo largo de los años ha trabajado dentro del jazz y pop, con un amplio rango de artistas como ser Willie Colón, Miles Davis, Annie Lennox, Charles Mingus, Gerry Mulligan, Jaco Pastorius, John Scofield, Paul Simon y Vanessa Williams.

El baterista y compositor Jeff Siegel es un veterano de la escena del jazz de Nueva York, ha sido miembro del trío de Sir Roland Hanna de 1994 a 1999, además actuó y grabó con leyendas del jazz: Ron Carter, Kenny Burrell, Jack DeJohnette, Benny Golson, Frank Foster, Helen Merrill y Mose Allison son solo alguno de los nombres que ha acompañado.

Por ultimo, el saxofonista Erik Lawrence creció en una familia de músicos, saltó a la fama con Hipnotism, nombre de su banda que cuenta con el trompetista Mob Steven Bernstein. Igualmente competente en la flauta y el saxofón, la carrera del saxofonista incluye el trabajo con Buddy Miles, Chico Hamilton, Joan Osborne, los Spin Doctors y el maestro flautista tibetano Nawang Khechog.

La oportunidad de escuchar en vivo al cuarteto The Levin Brothers en su faceta más apegada al jazz surge gracias a las gestiones de Sala A1 Producciones, quienes consolidaron la llegada al país en los últimos años de Roby Draco Rosa, Stanley Jordan, Zoe, Leon Larregui y Spyro Gyra entre otros.

Informes y contactos:

Teléfonos y WhatsApp: 772 5517 – 76584541

Facebook: Levin Brothers en Bolivia

Sitio web: The Levin Brothers

MJ Ferrel

Oscar 2017: Mejor Película: Hell or high water / Manchester by the sea / Moonlight / La La Land / Arrival / Hacksaw Ridge / Fences/ Hidden Figures / Lion

Por: Mónica Heinrich V.

Este chiverío lo vamos a ordenar así: Las favoritas con las dos películas que más me han gustado y que si se llevan el Coso Dorado no botaré la chinela al televisor, las polémicas con las películas que por x, y o z pueden destruir amistades o percepciones del prójimo entre los espectadores y las relleno, esas que pusieron ahí nada más para que veamos que la industria tiene buenos sentimientos. Lo que sigue tiene spoilers a morir, así que sobre aviso no hay engaño.

LAS FAVORITAS

Hell or High Water / Comanchería / Sin nada que perder

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Sí, sí, una de mis favoritas. Por supuesto.

Al principio la iba a dirigir Peter Berg, el de Deepwater Horizon (la del petróleo con Mark Walhberg), pero finalmente se la dieron a David Mckenzie, un director inglés al que ya le había visto otra muy buena película: Starred Up.

El guion fue escrito por Taylor Sheridan, que en realidad casi toda su vida ha sido actor de series de televisión, siempre ahí a la sombra de los protagónicos, y zas, de golpe y porrazo empezó a escribir guiones. Suyo es, también, el guion de Sicario.

A Hell or High Water le dieron el primer lugar en la Lista Negra del 2012 de guiones no producidos, porque sí, el proyecto tardó sus buenos añitos en hacerse realidad.

Pero como siempre digo en una suerte de visión optimista de la vida: todo sucede por algo. La película filmada por McKenzie y escrita por Sheridan es definitivamente una de las mejores del 2016.

La expresión en inglés de Hell or High Water tiene dos significados: la primera referida a la determinación de alguien para hacer algo cueste lo que cueste, o la ya típica: “contra viento y marea”, y la segunda a una claúsula en los contratos americanos, por lo general de arrendamiento, que establece que los pagos pendientes se deben efectuar sin importar los problemas u obstáculos que atraviese el deudor.

Toby (Chris Pine) y su hermano Tanner (Ben Foster) son dos ladrones de bancos. Roban un banco, de una manera muy estructurada, y se llevan el botín. Pronto descubrimos que seguirán robando más bancos porque necesitan llegar a cierto monto.

Ese el primer pantallazo: dos ladrones de bancos comunes y corrientes. Sin embargo, hay más, la historia de estos dos hermanos es muy triste porque están a punto de perder una propiedad hipotecada.  El abuso del sistema bancario y  la terrible crisis financiera que vive el americano rural, se plantean desde una óptica muy cuidada.

La vida familiar de Toby es un desastre. Su madre murió después de una larga enfermedad, acaba de pasar un amargo divorcio, tiene un hijo que mantener, y lo dicho, una situación financiera de mierda aunada al canibalismo bancario que lo orillaron a crear un desesperado plan de escape. Tanner, por su parte, es un expresidiario, sus motivaciones son el amor que le tiene a su hermano y, al igual que Toby, no quiere que el sobrino herede la pobreza que han sufrido generación tras generación.

No será tan fácil vencer al sistema, detrás de ellos tienen a un Ranger a punto del retiro: Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y a su colega de origen indio Alberto Parker (Gil Birgminham).

En ese punto la película deja de ser un filme solo para entretenerse, los caminos de Texas con letreros que hablan del desastre económico de la zona, el tono narrativo en el que se percibe cierta nostalgia a la vez que una feroz rebelión a la situación, hacen de Hell or High Water una película deliciosa de ver.

Chris Pine deja de ser el chico bonito de Star Trek y finalmente tiene la oportunidad de lucirse en su mejor trabajo hasta le fecha, el canadiense Ben Foster nunca decepciona, nunca, qué gran actor que es Foster como el volátil Tanner y a eso agreguémosle la enorme presencia de Jeff Bridges. ¿Qué más se le puede pedir a la pantalla de cine? Si salen mariposas, ya sería mucho.

Quizás los personajes son algo estereotipados: Toby es el racional, mesurado, buen muchacho, Tanner es ignorante, descontrolado, impulsivo, Marcus es la voz de la experiencia, instintivo, terco y Alberto más ingenuo, dúctil, comprensivo. Sí. Hay un estereotipo galopante en los personajes, y todo funciona gracias a que se mueven dentro del perfil asignado.

No es un problema. Incluso en su excesivo énfasis texano, en su visión secundaria de la mujer, en los chistes fáciles entre Marcus y Alberto, en la facilidad con la que se enreda al final, la película me compró con moño y todo.

La cuidada fotografía de Giles Nuttgens (The fundamentals of caring), la banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, y la instantánea empatía que creás con los personajes, logran trasladarte a la América profunda, la que está muy lejos del american dream, y, así, vos en la orilla de la butaca te encontrás deseando que estos dos bandidos consigan hasta el último maldito centavo de dólar.

Lo mejor: Una bonita película que parece muy sencilla pero que tiene capas y capas por explorar Lo peor: algo estereotipada La escena: la charla al final entre Toby y Marcus Lo más falsete: hay algunas partes a nivel de investigación, sobre todo con relación probar que la plata pasada a través de los casinos es la misma que se robó en el banco, que son como pasos obvios a seguir para acusar a Toby y no se hacen El mensaje manifiesto: El toro hay que tomarlo por las astas El mensaje latente: la pobreza se hereda El consejo: verla, como sea, verla El personaje entrañable: Tanner y la gorda del restaurant El personaje emputante: el pendejo del banco El agradecimiento: por una película que mueve muchas cosas.

Manchester by the sea / Manchester frente al mar

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Chicos y chicas, vayan al cine a ver esta película. Si ya la vieron en DVD, si se las contaron, si con esta reseña piensan que ya está, que no necesitan verla, vayan al cine a verla.

El director Kenneth Lonergan, guionista de películas tan diferentes como Gangs of New York y Analize this, lanza su Manchester by the sea como una bofetada.

Un pueblito costero se convierte en iconografía del dolor.

Lee Chandler (gran Casey Affleck) huyó años atrás de ese dolor, de la pérdida, de algo que ni la película puede verbalizar del todo. La muerte del buen Joe (Young Patrick), su hermano, lo obliga a regresar. En apariencia es un viaje hacia el pasado, hacia deudas no saldadas, que  termina de una manera muy poética, tal cual el tono de la película amerita porque hay cosas que sencillamente no se pueden superar, que solo se aprende a vivir con ellas.

Después de esa gran película que fue Martha Marcy May Marlene (reseñada aquí), Jody Lee Limps crea otro trabajo fotográfico de climas. Su cámara tiene el encuadre preciso para transmitirnos lo que sucede en pantalla. Hay el aire, el silencio necesario.

El trabajo actoral es un factor muy importante a la hora de conectar con esta historia, Casey Affleck (The good Affleck, dicen en USA en alusión a lo mal actor que es Ben) impregna a Lee de ese aura de destrucción que nos conmueve, que nos hace llorar. La escena con Randy (Michelle Williams), el encuentro en la calle, es inconmesurable.

Me gustó mucho, hacía tiempo que una película diseñada para la lágrima no me conmovía tanto. En la escena donde casi se suicida, me rompí con el personaje, ahí es cuando captás la enormidad de la tragedia. Lo insoportable de la tragedia.

Kenneth Lonergan toma este drama, que es muy fácil llevar a la zona de confort de una película de este tipo, y lo hace crecer minuto tras minuto. Recuerdo a Kenneth como director de You Can Count on me, que tiene una temática también de encuentros y pasados no resueltos, aunque el resultado es mucho menos afortunado. Lonergan ha madurado en su manejo del drama, se toma su tiempo para construir los momentos claves de su película, esos momentos los alterna con una pequeña dosis de humor, porque no se olvida que en la vida no todo es solemne.

El juego temporal es algo que puede resultar molesto en otras producciones, pero acá el pasado se inserta en el presente con un gran sentido de la oportunidad, por ejemplo en la escena en la que a Lee le dicen que su hermano dejó todo preparado para que sea guardián de Patrick y empieza a sonar el Adagio de Albinoni y nos cuentan qué pasó con Lee, por qué está tan vacío, tan triste. Brutal.

Y ya al final, el filme se separa del final feliz, aquel donde el protagonista consigue sobreponerse a sus tormentos y darse una nueva oportunidad. Lee no puede. No puede y no podrá.

Gran película, gran Casey Affleck (sí, sí, maldito sea por sus acusaciones de acoso sexual) gran Michelle Williams. Gran montaje.

Manchester by the sea es de esas películas que pueden pasar meses, años y un día, así de la nada, evocarás una determinada escena y los ojos se te llenarán inexplicablemente de lágrimas.

Lo mejor: cuidada, elegante, jodida Lo peor: es probable que el estilo a veces de introspección, no llegue a cierta parte de la platea La escena: el intento de suicidio y la charla con Randy Lo más falsete: la escena en la que Patrick llora frente al refrigerador, no me la creí a nivel de actuación El mensaje manifiesto: hay cosas que no se superan El mensaje latente: pero se aprende a vivir con ellas El consejo: para ver en  cine El personaje entrañable: el buen Joe El personaje emputante: la mamá de Patrick y el nuevo novio El agradecimiento: por la humanidad.

 LA POLÉMICA

Champémonos en la piscina de la polémica. Considero que a estas cinco películas las rodea la polémica por distintas razones, aunque en el fondo son totalmente funcionales a Hollywood.

La La Land

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Saquemos de nuestro sistema lo siguiente: Es cursi: Sí. Es onanista: Sí. Le rinde un tibio y artificial tributo a Hollywood, a Los Ángeles y a los ñoños del mundo mundial: Sí. Es parte entusiasta del sistema: Sí. Tiene una historia más común y esquemática que tarjeta de San Valentín: Sí. Tarda un montón para decir dos huevadas: Sí. Es la mejor película del año: No.

Ya. Dicho eso puedo afirmar sin rubores que La La Land me gustó.

Damien Chazelle nos entregó el 2014 la entreteninda Whiplash, que tampoco era una obra mayor, sino una muy aceptable película sobre la música, la disciplina, el fracaso y el ansia de triunfar. El guión y la dirección ya apuntaban a una manipulación del espectador que también está presente en La La Land.

Pero, al igual que en la película de la discordia (La La Land) terminaba el metraje y sentías que no habías perdido miserablemente tu tiempo, era como la sensación que te invade al ver buen cine hollywoodense, el choto que distrae y no provoca ganas de enviarle una carta pringada con puchi de vaca al director. Repito, no son obras mayores y están para lo que están. Porque mis estimados, La La Land no fue hecha para ser festejada como película de autor, indie, que rompe esquemas o cambia el curso de la historia del cine. La La Land es un pastiche, un collage de ingredientes que funcionan y que Chazelle sabe cómo batir para entregarnos un platito caliente, bastante comible.

Aceptemos que los números musicales de este musical no son lo máximo, que Emma Stone y Ryan Gosling bailan agraciadamente pero no alcanzan ni por si acaso el virtuosismo de los verdaderos musicales, de los músicales clásicos a los que se pretende homenajear. Ahí podría surgir la primera decepción. Ni Emma ni Ryan cantan o bailan de verdad, son unos chicos bonitos jugando a eso.

El musical, entonces, es una excusa para manierismos del director, esa impresionante producción del tráfico y los bailarines en la secuencia inicial, la bella secuencia de la fiesta (piscina), la otra secuencia donde se narra el amor que pudo ser. Ese manierismo es lo que hizo que la disfrute, para mí es imposible no valorarla desde el punto de vista técnico.

He escuchado decir que ensalza la parte más frívola de Hollywood: el perseguir tus sueños a costa de la felicidad o el amor. Oh, por Dios, dejémosle la ñoñez a Chazelle. Los personajes optan por lo que en ese momento necesitan, la ruptura se da antes que Mia sea famosa, la distancia entre ellos nace como nacen muchos finales. Mia no deja a Sebastian por el éxito, prueba de ello es que luego se casa, forma familia, aún siendo una actriz famosa. Es simplemente un amor que no estaba destinado a ser.

Como ya dije, el argumento es básico: chica conoce chico, chico conoce chica, están en la meca del cine, ambos con sueños de grandeza y, oh, sorpresa, el camino hacia la fama y el estrellato no está hecho de baldosas amarillas.

La La Land es soft hasta en la descripción de ese camino al estrellato, oh, sí, qué difícil las audiciones, qué triste que no vayan a ver tu obra de teatro, qué huevada estar ganando un montón de plata tocando música que detestás, qué terrible ver cómo los demás triunfan menos vos. Creo que Los Ángeles es mucho, muchísimo más despiadada que unos cuantos años de rechazos en audiciones, o que un músico talentoso tocando villancicos en un bar, la vida es más despiadada que una relación bonita que termina de manera cero traumática y con hermosos recuerdos.

El mérito de Chazelle está en lograr que toda esta purpurina, todo este algodón de azúcar, calce lo justo para que Emma Stone te robe el corazón o para que la música tanto de City of Stars o los temas de jazz interpretados a lo largo del filme, te hipnoticen.

Así es, La La Land no es el mejor musical, ni siquiera un gran ejemplo de musical, tampoco es la mejor película del 2016, pero es una aceptable película. Bien filmada, bien actuada, con una historia coherente dentro de su premisa, y con un bonito final. Un final que (mátenme) me recordó ahí en lo profundo de mi psiquis a este cuento de Horacio Quiroga: La muerte de Isolda.

¿Merece las nominaciones o los futuros premios que se puede llevar? Por supuesto que no, pero estamos hablando de los Oscar, estamos hablando de Hollywood, lo más probable es que el domingo la industria se vuelva a celebrar a sí misma, como lo lleva haciendo desde su creación. Chazelle lo tiene claro: City of Stars.

Lo mejor: un potaje bien cocinado Lo peor: nada maravilloso, ni trascendental que justifique la carretillada de premios a los que opta La escena: la coreografía del tráfico, el final Lo más falsete: conviviste con alguien, lo amaste, se separaron en buenos términos, son (de alguna manera) mutuamente influencia del éxito que alcanzaron y ¿no saben nada el uno del otro durante años? Hasta por menos uno stalkea a alguien  que fue parte de su vida El mensaje manifiesto: lo que no es, no es El mensaje latente: Hollywood se canta y se celebra El consejo: hay que verla sin expectativas, verla con cualquier expectativa supondrá una decepción El personaje entrañable: pucha, pienso y no lo encuentro El personaje emputante: a veces Mia, a veces Sebastian El agradecimiento: poder verla en cine. Si quieren verla, véanla en cine, en DVD debe perder mucho. Este es un filme para ver en pantalla gigante.

 Moonlight

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Si La La Land representa la cara cursi, convencional, autoalabanciosa de Hollywood, Moonlight es el otro lado de la misma moneda, es la película que a Hollywood le gusta premiar porque los hace sentir bien consigo mismos (hay una o dos de esas cada año). La La Land finge el show, Moonlight puede fingir alma. Cualquiera de las dos puede ganar el domingo y ser funcional a Hollywood.

Sé que mucha gente encuentra casi perfecto este relato de la vida de un negro homosexual porque sí, en primer lugar el personaje es negro, en segunda es homosexual, en tercera vive con una madre drogadicta, y además es pobre.

Exploramos la realidad del sujeto en tres fases claramente marcadas: Little, cuando es niño, Chiron cuando es adolescente y Black cuando ya es adulto.

El director Barry Jenkins debutó el 2008 con una película llamada Medicine for Melancholy, en la que ya acusaba esta afectación, esta solemnidad, esta necesidad de acariciar moralmente al espectador con el tema racial o de minorías.

En Moonlight, por lo menos, se consiguió un director de fotografía (James Laxton) que a pesar de una carrera más bien discreta, disimula la cascada de clichés que rodean el guion del mismo Jenkins.

En su versión Little, el atribulado personaje es sometido a bullying constantemente porque sus pares intuyen que es “marica”. Huyendo de sus torturadores se topa con Juan (Marhesala Ali) un dealer que resulta ser buena gente, y que además tiene la cultura y la amplitud mental suficiente para aconsejarlo sobre cosas de la vida y casi casi adoptarlo junto con su esposa Teresa. Un dealer pacienzudo y con tiempo para ocuparse de sus esquinas y, al mismo tiempo, ayudar al pobre Little. El chico crece en un ambiente de mierda y se convierte en un adolescente frágil, tímido, al que continúan maltratando. Un hecho ¿romántico? confirmará su despertar sexual y disparará otro hecho traumático (sin signos de interrogación) que dará paso a Black, su versión adulta.

Lo de “romántico” lo pongo entre signos de interrogación porque parece ser el leitmotiv de la relación entre Black y Kevin, aunque para mí toda la historia tejida entre los personajes es tan ligera y forzada como la de Mia y Sebastian.

El conflicto del chico que se vuelca contra el amante/amigo bullyineado en un momento determinante por la presión social, lo he visto hasta en series de televisión. La redención de la madre drogadicta solo sirvió para el lucimiento de Naomi Harris como Paula. Y ya para finalizar, que al pobre Black no le hayan manoteado el muñeco nunca más o que no lo babeara otra boquita masculina hasta la llamada del cocinero, me sonó a la pruebita de amor del pasado, esa que nos decía que había que ser como los pinguinos emperador y quedarnos con un solo crispín para siempre. Sí, ya sé, el personaje es así, tímido, traumado, y bla bla bla.

En todo caso, Moonlight presenta un precioso papel estañado como envoltorio a nivel de fotografía, de colorimetría, incluso en montaje me parece una muy linda película, y hubo momentos que me conmovieron, ya como una fábula del crecer, la identidad, el amor, el ser y la nada, es solo aire envuelto por ese precioso papel estañado.

Lo mejor: bella fotografía, buen montaje Lo peor: obvia en sus intenciones, pajera en sus resultados La escena: el final, el niño de espalda azulado Lo más falsete: la castidad de Black, la relación de amor o crush El mensaje manifiesto: ya lo dijo Borges: Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. El mensaje latente: se puede vender lo convencional como reinvención El consejo: si se la ve que sea también en el cine y subtitulada El personaje entrañable: Little El personaje emputante: la mamá drogadicta El agradecimiento: por una buena foto.

Arrival / La llegada

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Tengo un problema con Arrival, los primeros minutos me conmovieron profundamente, los últimos minutos también, me olí el famoso «giro» desde poco antes de la mitad de la película, soy consciente que es hermosa  (visualmente y a nivel de dirección) pero me emputa que no tenga el más mínimo sentido.

Claro, es una de las películas más polémicas de la categoría porque puede prestarse a encendidas discusiones, en las que he visto que los involucrados hasta terminan burreándose mutuamente y mencionando a las progenitoras (perdoname A.O.).

Ese despelote es gracias a Eric Heisserer, el guionista que se escuda en la vaguedad para tapar los huecos de su historia. Este sujeto ha escrito guiones tan malos como los de Destino Final 5, Horas (la del difunto Paul Walker), la violación a Carpenter que supuso la versión millennial de The Thing y la muy más o menos Lights out (reseñada acá).  Así es, criaturitas de Dios, nos estamos rasgando las vestiduras por un guionista menor, malo con impulso, que tuvo la suerte de toparse con el gran Denis Villeneuve, quien hasta la fecha consigue batírselas muy bien con lo que le echen. Gracias a eso, y a pesar de ese prontuario como guionista, está nominado al Coso Dorado por Mejor Guión Adaptado.

La huevada se basa en una historia corta de Ted Chiang, La historia de tu vida, que es infinitamente superior a su versión fílmica y en la que no se recurre al golpe bajo de la hija con cáncer, ni a un inminente desastre bélico en el que China es, convenientemente, quien levanta el estandarte de la guerra. El cuento que es parte de un libro de historias cortas homónimo lo pueden leer aquí. Lindo, lindo cuento, léanlo y lo disfrutarán.

Volviendo a  Villeneuve, el canadiense es un tipo inteligente, ya lo ha demostrado en sus anteriores películas: la gran Incendies (hasta ahora mi favorita y que reseñé acá), Prisoners (reseñada acá), Enemy (que estuvo muy buena), y  Sicario (reseñada acá), por eso no es de extrañar que salga bien librado en términos generales.

En Arrival, Amy Adams es la atribulada Louis, o así nos lo hace creer el montajista. Louis es reclutada por el gobierno americano para que logre decodificar el lenguaje de unos aliens que llegaron en grupo y se asentaron en 12 zonas distintas del mundo. Los gringos están fatigados porque quieren saber a qué vinieron. El relato nos alterna el presente y el futuro de Louis. Al principio, parece que es el pasado y el presente, luego, conforme la película avanza se prepara el camino para el giro final.

La historia de Chiang, quien es graduado en Ciencias de la Computación, tiene bien estructurada la llegada de los Aliens y su papel como símbolo/metáfora de muchas cosas: el lenguaje, la comunicación, la vulnerabilidad, el tiempo, el espacio, la identidad, el libre albedrío, la inevitabilidad, etc..

La película intenta beber de esa cálida copa, es más, si nos inclinamos a ser permisivos o, por decirlo de otra manera, receptivos a su «profundo mensaje» con seguridad se le puede encontrar muchas lecturas filosófico-existenciales. Es gracias a su par literario que trasciende más allá de una película de ciencia ficción fallida.

Desgraciadamente, no soy del #teamarrival, disfruté mucho, mucho su primera hora, y una parte de mí se preguntaba cómo saldría el guionista de tanto embrollo, en el cuento el escritor no se complica y lo cierra de una manera bella, sin trucos, simplemente haciéndole honor a eso que su historia relata, en la película se ponen rocambolescos, y el giro es condimentado con amenazas belicistas, la asunción de un futuro que no se desea cambiar (nacimiento de una hija destinada a morir) con otro futuro que sí se desea cambiar (el estallido de la III Guerra Mundial) y donde ocurre lo que también ocurre en Interestelar, una incapacidad de explicar lógicamente temporalidades o intervenciones que afectan dicha temporalidad. Para ser más directos: la manota del guionista se ve gigante, casi casi la pude ver  encima de la pantalla sosteniendo los hilos de sus personajes.

Debo confesar que aun sintiéndome engañada, llegué al final y otra vez me conmoví como al principio. Sentimiento que va más allá de la razón y que es mérito de Villeneuve provocarlo hasta en un público no tan afín al desarrollo de su trama.

Arrival concluye y te deja bellas imágenes más propias del cine de Terence Malick y mucha tela para cortar si uno se quiere meter en el berenjenal de las explicaciones sobre películas con premisas más bien simples, enredadas al pedo.

A su favor diré que además de la muy buena actuación de Amy Adams, dicen que la nueva Leonardo DiCaprio del Coso Dorado, Arrival es más sofisticada que Interestelar, película que detesté. Tanto la gran dirección de Villeneuve como su montaje y su origen literario (el lindo cuento de Chiang), la salvan de un fiasco mayor.

Lo mejor: si no se le busca cinco pies al gato se disfruta sin problemas Lo peor: es engañosa y se vale de su montaje  y de la vaguedad para maquillar sus imperfecciones La escena: la secuencia del inicio y el final Lo más falsete: la intervención del futuro  El mensaje manifiesto: China siempre será la que nos lleve al desastre  El mensaje latente: los americanos estarán ahí presentes para frenar a China El consejo: para ver sin pensarla mucho, porque no resiste un análisis basado en la lógica El personaje entrañable: los aliens El personaje emputante: a ratos Louis, todo la película con aire trascendental El agradecimiento: por Villeneuve, que siempre logra hacer de sus películas una experiencia a tener en cuenta.

Hasta el último hombre / Hacksaw Ridge

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Fanfarrias, por favor. Mel Gibson ha vuelto.

Recuerdo cuando dijo que el Espíritu Santo fue quien hizo La Pasión de Cristo y que él, Mel, sirvió de vehículo. Recuerdo cuando le preguntaron sobre los homosexuales y dijo que el culo solo era para hacer caca (textual). Recuerdo cuando gritó borracho que los judíos eran los culpables de todas las guerras del mundo.

Este muchachón está en los Oscar, tras el Coso Dorado y apoyado a través del Twitter por el mismísimo Trump. Su nominación viene con esta cápsula llena de buenos sentimientos llamada Hackswaw Ridge o Hasta el último hombre.

Lo confieso, no voy a negar que por un momento tuve ganas de agarrar el sagrado libro (Biblia) y volcar a lapos al soldado Doss. Tal estoicismo está un poco ajeno y lejano a mi modus vivendi, y a mi percepción del modus vivendi del prójimo.

Pero ya, el argumento es interesante, un chico se enlista en el ejército americano durante la II Guerra Mundial, piensa que es su deber apoyar a su país en esos momentos de crisis pero se niega terminantemente a usar un arma.

En la primera parte, el niño Doss asiste a cada evento de su vida con cara de asombro. Se mecen los árboles, cara de asombro. Su padre le pega a su madre, cara de asombro. Una cruz en la casa, cara de asombro. Mirada al cielo, cara de asombro. Gato orinando, mirada de asombro. En algún momento, algo dentro de esa cabecita hace click y chau. Perdimos a Doss.

De ahí Doss crece muy muy adventista. Esos minutos que nos presentan al personaje y su transición son vendidos de una manera casi celestial. Con ese halo divino conoce a una enfermera llamada Dorothy, ahí recupera la cara de asombro que le vimos al principio. Mira a la enfermera, cara de asombro. La enfermera lo toca, cara de asombro. Besa a la enfermera, cara de asombro.

Esa misma cara de asombro le dice a ella que ha decidido irse a la guerra. Y hacia allá se va. Obvio, que los soldados gringos no reciben con mucho entusiasmo al susodicho, pero él, que está acompañado por el de arriba, podrá vencer cualquier obstáculo.

Dentro de su mensaje antibelicista lo más chistoso/antológico fue (además de la sangre chorreada por todos lados) cuando Doss reza para que los americanos triunfen en su batalla, lo que bien podría traducirse como: Querido Dios, dejá que aniquilemos a todos los japucos.

El guion de Andrew Knight y Robert Schenkkan no ofrece nada nuevo bajo el sol. Ñoño conoce Ñoña, Noño va a la guerra y Ñoño se convierte en héroe.

Cinismo aparte, el personaje de Doss en la vida real es admirable, rescató a casi un centenar de compañeros y consiguió sobrevivir a una de las etapas más violentas de la guerra.

Mel, por su parte, no abandona el festín de sangre y gore entregados en La Pasión de Cristo, lo mezcla con altruismo, religión y amor, así como quien hace una Piña Colada.

Pues no, a pesar de que la parte de la guerra es como la guerra misma: un triste espectáculo, esta película belicista disfrazada de antibelicismo, y biopic redentor no me parece merecedora de lo mejor del año. Para en otra será, querido Mel.

Lo mejor: Mel se luce en las escenas de la guerra, adrenalina y sangre por doquier Lo peor: está como muy anclada en lo religioso  La escena: el soldado Doss rescatando heridos Lo más falsete: muchas de las escenas del inicio, revestidas de demasiado misticismo El mensaje manifiesto: Hay que aferrarse a las convicciones El mensaje latente: en la guerra los héroes son realmente pocos El consejo: si no la ves, no pasa nada, si la ves asegurate que sea en versión original subtitulada El personaje entrañable: el amigo de Doss que es malo con él al principio El personaje emputante: Doss, Doss, Doss El agradecimiento: por la adrenalina. no es una película aburrida.

LAS RELLENO

Hidden Figures / Figuras Ocultas

Hidden+Figures

Sí, solo ver el poster nos remite a una película para televisión de empoderamiento femenino negro. Y no, eso no está mal. Tiene su público y si está bien hecho, es bienvenido.

Es difícil hablar mal de Hidden Figures porque rebosa de buenas intenciones y no genera rechazo profundo. Quizás el problema que tiene es que su director Theodore Melfi se conforma con lo mínimo, con poner personajes protagónicos sin matices, contar una historia lineal sin sorpresas y remarcar lo que se puede remarcar para dejar clara la línea de la película: lo que el poster sugiere.

La película narra la historia de Katherine Jhonson, Dorothy Vaughn, Mary Jackson, como las tres excepcionales mujeres afroamericanas que trabajaban en la NASA y destacaron cada una en su área sobreponiéndose a la segregación y la discriminación tanto racial como de género.

En ese párrafo se resume todo. A diferencia de Moonlight o Fences, el tono de Hidden Figures es juguetón, casi demasiado ligero para el tema que toca. Más que el desarrollo de una trama bien montada, estamos ante un abanico de anécdotas laborales cuyo objetivo es darnos un vistazo a la vida de estas mujeres dentro de las paredes de la Nasa.

Fuera de ahí, son pocos los momentos en que las vemos interactuar con sus vidas cotidianas o con otras experiencias. El guion de Allison Schroeder y del mismo director, no se preocupa por salir del lugar común. Las grandes actrices que interpretan a las heroínas (Taraji Henson, Octavia Spencer, Janelle Monae) son las que hacen mirable esta película tranquila, que no te dejará ninguna escena especial aparte de ver a Jim Parson interpretando a un ingeniero que en la vida real nunca existió. Si Sheldon Cooper se viera estaría muy abochornado.

Su nominación a Mejor Película del año es llamativa, dado que no cumple con ninguna característica que la haga destacar en un año en el que hubo mejores películas que Hidden Figures que no llegaron a la ansiada nominación. Quizás sea la manera de Hollywood de pagar la cuota de negritud tan reclamada el año pasado.

Lo mejor: se deja ver sin rencores Lo peor: salvo las actuaciones, no destaca en nada La escena: cuando tiene que revisar los números para el despegue del astronauta y la de Mary en el juzgado cuando habla de ser la primera Lo más falsete: la relación amorosa El mensaje manifiesto: Hay que luchar por ser los primeros El mensaje latente: el talento o la capacidad puede imponerse a muchas cosas El consejo: para verla en el tercer día de carnaval, cuando ya estás cansado y con ganas de no hacer nada El personaje entrañable: las protagonistas El personaje emputante: el de Kristen Dunst y el de Jim Parson El agradecimiento: por rescatar del olvido y del desconocimiento a estas figuras escondidas.

Fences

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Pongo a Fences de relleno porque sus posibilidades de alzar el Coso Dorado son muy pocas, aunque dado el nuevo sistema de votación podría ser, podría ser que salga beneficiada si en la primera y segunda vuelta de votos se encuentra entre las películas votadas al medio. Para entender cómo está funcionando el asuntito de la votación dejo este link.

Este trabajo dirigido y protagonizado por Denzel Washington es la adaptación a la pantalla gigante de una obra teatral homónima ganadora del Pulitzer escrita por August Wilson. Wilson, hijo de un inmigrante alemán y una afroamericana, puso como condición que su obra solo se podía adaptar al cine si el director era negro. Esa exigencia hizo que el proyecto se truncara en los 80s, dejando a un Eddie Murphy, que ansiaba hacer de Troy, vestido y alborotado.

La película, entonces, esperó sus años a que Hollywood se volviera lo suficientemente progre para cumplir esa prerrogativa. Denzel Washington llevó la obra teatral a Broadway, acompañado de Viola Davis y desde entonces se le metió entre ceja y ceja trasladarla al cine.

Este es el resultado. Un resultado extraño. Cuando lo empecé a ver me pareció una película con una chorizada de texto disparado y un manejo del espacio coreográfico, poco natural.

La visión de dirección de Denzel no fue muy de mi agrado, era como estar viendo una obra de teatro que quiere ser película. A pesar de ese rechazo instantáneo a lo artificial de su puesta y de su manejo del espacio, y a la mecánica entrada y salida de los personajes, los textos son sólidos, tan sólidos que te enganchás a la trama.

Te encontrás frente a la vida de este personaje, Troy (Denzel) y su esposa Rose (Viola Davis), en un pequeño barrio de Pittsburgh.

Troy se muestra hiper-carismático al inicio, y de golpe cuenta anécdotas signadas por la violencia, la incertidumbre y según sus propias palabras, la muerte que iba a buscarlo.

Conforme Fences avanza Troy se vuelve más antipático, en paralelo se lanzan frases que nos hablan del contexto social-político-racial de los 50s y de las privaciones a las que se ve sometida la familia para seguir adelante. Tanto Denzel como Viola muestran el calibre de actores que son recitando largas líneas, y metiéndose en la piel de estos personajes atrapados detrás de su cerca. Eso juega a favor y en contra, a favor porque son dos grandes actores, en contra porque son casi monólogos dramáticos creados para el lucimiento sobre las tablas y que en el traspaso al cine sufren cierta pérdida de brillo.

Cuando la película encuentra un arco argumental y Troy le confiesa a Viola que está esperando otro hijo, es pues una salida que en el teatro debe funcionar muy bien, pero en la pantalla gigante el diálogo que tienen sobre este hecho tan irreductible, resulta, nuevamente, una especie de intercambio de parlamento, impostado, extraño.

He repetido dos veces la palabra extraño, y es que para mí la experiencia al ver Fences fue eso: extraña. Me gusta el texto, pero no me parece que el medio elegido por Denzel para llevar ese texto al cine haya sido el más afortunado. Es, sin embargo, una apuesta riesgosa y respetable.

La carrera de Denzel como director ha sido más bien mediocre, encuentra finalmente relevancia en esta obra de Wilson que se vende sola. La película le puede proporcionar su tercer Coso Dorado como Mejor actor, su primero como director, Mejor Actriz para Viola Davis y un Coso dorado póstumo para Wilson por el guión adaptado.

Denzel es el rival más sólido para Casey Affleck y Viola Davis sin duda peleará su Coso Dorado. El domingo puede pasar cualquier cosa.

Lo mejor: tiene a dos portentosos actores como líderes del proyecto Lo peor: al sentirse muy teatral, le resta credibilidad a todo La escena: la discusión de Viola y Denzel, cuando este último confiesa su fechoría Lo más falsete: el giro final, la muerte de la tal Alberta El mensaje manifiesto: las cercas sirven para dejar a los demás afuera El mensaje latente: también pueden convertir tu casa en una prisión El consejo: verla con paciencia y apertura mental El personaje entrañable: el hermano de Troy El personaje emputante: Troy El agradecimiento: por el riesgo, no deja de ser un salto al vacío.

Lion / León / Un camino a casa

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Dirigida por el australiano Garth Davis, Lion se basa en el libro no ficcional de Saroo Brierley llamado A long way home. Cuando se ve el trailer, ya tenés casi toda la historia contada. Niño se pierde un día en la atestada India, lo adoptan, no recuerda de dónde viene, quiere saber y empieza a buscar su origen. Pum. ya está.

Davis comienza su relato muy bien, y tiene un casting hermoso. El pequeño actor que interpreta a Saroo es realmente un hallazgo. Saroo, un niño de cinco años que vive con su hermano mayor y su mamá en un pequeño pueblo, termina viajando hasta Calcuta  sin darse cuenta dónde está su casa y sin saber el nombre de su mamá.

El niño vive unas cuantas iniquidades propias de «niño perdido y solo en gran ciudad«, hasta que una familia australiana lo adopta. Toda esa parte está contada de manera sutil y bella. Seguimos al pequeño Saroo, lo acompañamos, nos preocupamos por él, por su destino. Cuando el niño crece y se transforma en Saroo adulto, la película sigue un camino convencional, lacrimógeno donde el clímax se pierde irremediablemente.

Nicole Kidman como la mamá adoptiva de Saroo está notable. Dev Patel como el joven Saroo también, pero la película no termina de funcionar. Sobre todo, teniendo en cuenta que el final, ese reencuentro con su identidad, con su pasado, debería tener un peso emocional que no consigue.

Este golpe puede que no lo logre en los niveles que una historia así requiere, pero en términos generales, y gracias a su muy lograda introducción, Lion se te queda como una película bonita con una historia de búsquedas e identidad que puede resultar atractiva a la platea.

El escritor Luke Davies adaptó el libro a la pantalla gigante y lo convirtió en un guion que está nominado al Coso Dorado como Mejor Guion adaptado, a esa nominación le siguen cinco más entre las que destacan Mejor Película, Mejor Actriz Secundaria para Nicole Kidman y Mejor Actor para Dev Patel.

Nicole la puede pelear, pero tanto Dev Patel como Mejor actor Secundario, como el Coso a Mejor Película y Mejor Guion Adaptado, no sucederán. No hay un solo motivo para que la Academia vea conveniente otorgarle esos premios, porque recordemos, el Coso Dorado no es una votación por el más bonito o el mejor, no, el Coso Dorado tiene también su agenda, y en esa agenda una película sobre un niño indio que recupera a su madre biológica no tiene mucha cabida.

Lo mejor: gran primera parte Lo peor: Guddu no llegó a sobrevivir y a reencontrarse con su hermano La escena: todas las que involucran al niño Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: Las raíces son importantes El mensaje latente: el corazón siempre nos lleva hacia donde tenemos que ir El consejo: es una película que muy difícilmente levantará animadversión, se deja ver y provoca una sensación bonita así que hay que verla El personaje entrañable: Saroo niño, Guddu El personaje emputante: los roba niños, el viejo ese que quiso quedárselo, la tipa que fingió ayudarlo El agradecimiento: por una historia linda.

OSCAR 2017: Mejor Documental: 13th / O.J. Made in America / Fuocoammare / An Animated Life

Por: Mónica Heinrich V.

A ver, a ver, acá tenemos a los nominados a Mejor Documental exceptuando I´m Your Negro, que aún sigue en cartelera en USA y me ha sido imposible verlo. Esta categoría tiene dos coladitos, descubramos cuáles son. Como sé que muchos de ustedes ni siquieran tendrán interés en sentarse a ver los documentales en cuestión (picarones) les voy a dar spoilers hasta reventar. De nada.

13th

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13th se refiere a la 13va enmienda de la Constitucion americana, la que va contra la esclavitud. La famosita que les ha servido a los gringos para autodenominar la patria gringa como “la tierra de la libertad”. En ella hay una claúsula que indica que la esclavitud está prohibida “a menos que el sujeto sea culpable de algún crimen”.

Miren ustedes qué previsores son los gringos. Porque de ahí se desarrolla un concepto aún más triste: La esclavitud previa a la Guerra Civil fue, obviamente, un sistema económico. Cuando el Sur pierde, la economía se va al tacho y la única forma de recuperar la mano de obra “liberada” es metiendo presos a los negros por delitos menores. En esa época ocurrió el primer aumento de la población carcelaria.

Mediáticamente se trató de posicionar la imagen del negro liberado como una amenaza para la sociedad, la película El nacimiento de una nación confirmó de manera masiva lo que muchos blancos querían que se cuente como consecuencia de la Guerra Civil: El afroamericano libre es un peligro para los blancos y el mejor lugar para ellos es la cárcel y el trabajo forzado. Acuérdense de la escena de la blanquita balanceando sus pies inocente y juguetona, mientras un perverso negro la acechaba para violarla.

La película también produjo un renacimiento del Ku Klux Klan al mostrarlos bajo un halo romántico y heroico. La cruz quemándose fue algo creado por el propio Griffith (el director), porque le parecía una imagen fuerte, luego el KKK la adoptó.

El documental evalúa el trauma generacional que supuso tener que migrar del sur hacia otros estados no en busca de bonanza económica sino de escapar de las condiciones de vida donde el asesinato por sospecha de crímenes estaba normalizado.

Luego, cuando se hizo inaceptable que esas prácticas quedaran impunes, surgió un agregado legal: la segregación. Los negros no podían usar los buses, ir a la playa, entrar a algunos restaurantes, ir a ciertas escuelas, o universidades, no podían votar, etc..

Cuando Nixon fue presidente tenía en su contra a varios movimientos sociales: los que peleaban por los derechos civiles, los antiguerra de Vietnam, los LGBT, entonces lanzó una dura campaña contra las drogas que no tenía otro destino que meter presos a los que le incomodaran y así poder controlar los movimientos en su contra. ¿Qué se puede esperar si se ataca el problema de las drogas desde lo penal y no desde la salud?

Con Reagan esto se hizo más profundo. Cuando salió el crack y quedó claro que esa droga era la que afectaba a los afroamericanos más que la cocaína, se impusieron penas ridículas: unos cuantos gramos de crack obtenían la misma condena que ser encontrado con 3 kilos de cocaína.

13th muestra imágenes de archivo en las que tanto Hilary Clinton como Donald Trump percibían a toda una generación afroamericana como Superpredadores. Prueba de ello fue que en los 80s, un caso de violación en el Central Park puso en la cárcel a 5 adolescentes negros, Trump inclusó pagó una página del New York Times presionando para que los chicos sean condenados a muerte. 11 años después las pruebas de ADN dijeron que eran inocentes.

Es terrible constatar que la comunidad afroamericana no es paranoica, que realmente existió una educación sistématica, impartida durante años en la que se crea este concepto de crimen=negros, que no solo es aceptada por la comunidad blanca sino por los mismos negros.

Al final, todo resulta ser por el cochino dinero, todo.

El bonachón Clinton expandió dramáticamente el sistema carcelario, se crearon más cárceles, y se les dio incentivos a la policía para hacer cosas hoy consideradas abusivas. Se produjo una militarización de los policías rurales y se ejecutaron sentencias más largas.

Hoy, Clinton admite que empeoró el problema. Para muestra un botón, el caso Zimmerman y Trayvon Martin, del tipejo ese que asesinó a un adolescente negro por “sentir” que era sospechoso en su urbanización. Zimmerman se apoyó en la ley Stand your Ground y salió libre.

Pero esta ley no cayó del cielo, no, la participación de ALEC (un grupo de políticos y corporaciones que redactan leyes para los republicanos) en el armado de la legislación tuvo mucho que ver. Empresas como WalMart son parte de ALEC, leyes como Stand Your Ground disparan las ventas de armas en los Estados Unidos, Walmart es uno de los más grandes almacenes que vende armas y es el mayor vendedor de balas del mundo. Luego de la tragedia de Trayvon, Walmart se alejó de ALEC aunque aún lo financia.

A través de ALEC, CCA es una empresa que mueve billones construyendo cárceles y ligada íntimamente al incremento de la penalización.

Si en sus cabezas están escuchando sonar el pitido de la caja registradora, es tal cual.

ALEC también impulsó la ley SB1070 que le daba el derecho a la policía de detener a quien pareciera inmigrante. Es así que CCA ganó un contrato de 11 millones de dólares al mes para “alojar” a los inmigrantes arrestados.

Porque hay que actualizarse, claro, con el flujo de refugiados e inmigrantes, ahora la atención del negocio se vuelca a esas comunidades a las que, a su vez, trasladan el mote de criminales, amenaza, peligro.

La monetización de las cárceles es tan grande que hay compañías de seguridad, telefónicas, comida, servicios de salud, etc.. que ganan millones en contratos a largo plazo para las cárceles. También, hay empresas que se sirven del trabajo gratuito de los internos. Las papas Idaho de las McDonalds son sembradas, cosechadas y empacadas por internos.

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¿Qué podemos decir? Un documentalazo, de esos que manejan una información valiosa, que además tienen una estética cuidada y una presentación de los datos meritoria.

La directora Ava DuVernay confirma la pericia, la sensibilidad y contundencia mostrada en su película Selma.

Un gran tema abordado de manera responsable, además escuchamos lo que vulgarmente se llama “las dos campanas”, porque también hay testimonios de miembros de ALEC o senadores republicanos y el trabajo cuenta con detalles como la música, el montaje, la gráfica muy admirables.

Estamos ante una fuerte denuncia porque el 25% de la población carcelaria mundial se encuentra en USA y ese 25% está compuesto en su gran mayoría por negros, latinos y árabes. En lugar de ocuparse de cazar musulmanes y alzar estúpidos muros, los ojos de Trump deberían estar puestos en optimizar las cárceles y dejar libres a un montón de personas que podrían tener otra oportunidad en la vida.

Sabemos que no será así, después de todo, cazar musulmanes y alzar estúpidos muros también tiene su beneficio económico. Una pena.

O.J.: Made in América

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He visto bastantes películas, documentales, especiales, reportajes sobre el caso de O.J. Simpson. Por eso, empecé a ver este documental sin mucho entusiasmo, más como una tarea para reseñarlo en el blog. Así es, la idea de verme las cinco partes, cada una de hora y media, me parecía demasiado. Pensé en ver la primera parte y en base a eso sacar conclusiones en cuanto a estética y manejo de información. Grande fue mi sorpresa cuando no lo pude soltar.

En serio, no se puede soltar.

Mi amigo Ezra Benjamin Edelman, el director, hizo un trabajo maravilloso, memorable. No sé si soy la única que ha llorado con esta terrible fábula del ascenso y la caída de un ser humano, pero confieso que al terminar de verlo sentí muchas cosas.

Parte 1

La primera parte nos cuenta la historia de O.J. desde sus inicios en un humilde barrio afroamericano de San Francisco hasta que alcanza su status de jugador de futbol americano. Hasta que es conocido como el Juice. En esa primera época, O.J. se ve casi tímido, relajado, accesible a sus seguidores, en sus primeros pasos hacia la fama.

Paralelamente, como una constante en todo el documental, se hace una semblanza del contexto social de la época, los 60s.

Simpson fue el primer hombre negro en ser contratado por una marca de auto para sus anuncios, y fue el primer hombre negro en estar en un comercial publicitario con una imagen exitosa y de ejemplo a seguir.

El tipo era, según lo que dicen, más grande que Ali. Porque además él no iba al conflicto con el tema racial, directamente no se involucraba, no era partícipe de los movimientos por los derechos civiles, no era vocero, no daba declaraciones polémicas, él siempre decía  “no soy negro, soy O.J.”.

Simpson se casó con una mujer llamada Marguerite, que en un inicio fue novia de su mejor amigo Al Cowlings. Con ella tuvo dos hijas.

Esta primera parte comienza con la voz en off de O.J. diciendo que más que dinero quiere fama, ser reconocido, que la gente al verlo diga: allá va O.J.. El capítulo termina exactamente cuando conoce a Nicole Brown (aún casado), que en ese entonces tenía 18 años y era mesera de un restaurant. Al verla dijo: Me voy a casar con esa chica.

Parte 2

El encuentro con Nicole coincide ya con sus últimos años como jugador profesional, O.J. estaba próximo al retiro y su hija menor había muerto ahogada en la piscina de su lujosa casa. Hecho por el que culpó a su entonces esposa Marguerite.

Cuando se enamora de Nicole, él ya lleva una vida de lujos y rodeado por un séquito de amistades de todo tipo. En esa época vive en Los Ángeles, ciudad que le encantaba porque en ella se movía como una celebridad.

Afianza su relación con Nicole, se muda a Brentwood (un barrio residencial del sur de Los Ángeles) donde es uno de los tres afroamericanos de toda la zona. En esa casa contrae matrimonio con Nicole, y en esa casa iban y venían sus amistades, entre las que se contaban políticos, deportistas, artistas y policías, mayoritariamente blancos.

Mientras O.J. se relacionaba con los policías en onda groupies-estrella, la comunidad afromaericana los veía como sus enemigos. Nuevamente, se muestra el contexto de la época, el famoso caso de Rodney King apaleado por policías blancos o la muerte de Latasha Harlins baleada por una mujer coreana en una tienda. La comunidad negra sentía que no había justicia para ellos, que la vida de los negros no tenía importancia en una sociedad en la que eran ciudadanos de segunda clase.

O.J., por su parte era amado por los blancos y era amado por los negros. Era un proveedor, se encargaba de su familia, de sus amigos, de Nicole, de toda la familia de Nicole.

Sin embargo, la aparente paz de esta estrella de fútbol americano ahora abriéndose camino como actor y presentador de televisión, da un giro cuando se descubre que ejerce violencia de género sobre Nicole.

La denuncia formal llega después de otros 8 incidentes previos. Por ese delito le dan 120 horas de servicio comunitario que las usa organizando torneos de golf entre celebridades.

Las marcas que lo tienen como imagen no lo abandonan y su entorno lo apoya, incluida la misma Nicole. Estamos ante un personaje que hasta la fecha sigue saliéndose con la suya, y cuyo nombre O.J. pesa más que la justicia.

Esta parte termina cuando Nicole decide separarse y O.J. no puede dejarla ir. Un amigo suyo dirá: “Es tan celoso como buen jugador de fútbol. La persona más celosa que conocí en mi vida”.

PARTE 3

Este capítulo arranca con detalles del asesinato en sí mismo. Imágenes del crimen y el relato de lo que pasó ese día y los posteriores.

O.J. se apareció en el funeral como un compungido viudo.

Cuando la policía decide arrestarlo, él pacta con su abogado una entrega que nunca sucede y es cuando se produce la famosa persecución. La que todos recordamos del Bronco blanco filmado por helicópteros y perseguido por un montón de patrullas. Yo lo vi así, sin embargo, policías de la época, periodistas comentan en pantalla que eso fue una escolta, que la policía de Los Ángeles actuó así porque se trataba de O.J. que si fuera otra persona se habría manejado diferente.

Como el seguimiento estaba siendo televisado la gente cercana a la zona por donde pasaba el auto salió a las calles vitoreándolo, con letreros de apoyo y muchos lo siguieron hasta la blanca Brentwood.

Cuando lo consiguen arrestar, el mismo O.J. se asombra de la cantidad de negros que rodean la zona: “Cómo hicieron tantos niggers para estar acá”, fue uno de sus comentarios.

Luego viene la preparación del juicio, O.J. contrata a lo que se llamó el “dream team”, formado por Ben Shapiro y más tarde por el abogado que también defendió a Michael Jackson: Jhonny Crochan, un abogado de reputación intachable admirado por toda la comunidad afroamericana. En la selección de jurados, hacen una encuesta que arroja que las mujeres afromaericanas están dolidas porque un hombre negro exitoso y guapo se casó con una blanca por encima de alguien de la comunidad, pero ese antagonismo no está dirigido a él, sino a la víctima.

La fiscal Marcia Clark había tenido buenas experiencias antes con jurados mujeres y negras, así que no objeta la elección del jurado que queda compuesto en su mayoría (8) por mujeres afroamericanas. Como una jugada poco afortunada, involucran como parte del equipo fiscal a Chris Darden, solo porque es negro. Darden cometerá alguno de los errores más graves de su equipo.

La defensa, el dream team, arma una estrategia anclada en presentar a O.J. lo más negro posible, y, como tal, probable víctima de la policía de Los Ángeles. Bajo esa artimaña consiguen desacreditar al detective Mark Furhman, que tenía un historial de comentarios racistas y denigrantes. Sí, se juegan la carta racial, esa que Shapiro dijo en una entrevista previa no iban a usar.

Brillante.

PARTE 4

Acá se desglosan las evidencias en contra de O.J.: Sangre de O.J. en el lugar del crimen, sangre de O.J. y de los asesinados en el auto de O.J., sangre de O.J. y de los asesinados en la casa de O.J. (en ese entonces Nicole vivía separada de O.J. en otra casa cercana), O.J. no tenía coartada, el asesino había sangrado en la escena del crimen porque estaba herido, O.J. tenía uno de sus dedos con un feo corte que nunca supo explicar cómo se lo hizo (se contradijo muchas veces), las evidencias en su contra eran muchas, y además incluía algo básico de cualquier crimen: Un móvil, una motivación y antecedentes (los reportes de violencia, el diario de Nicole donde aseguraba estar aterrada por la posibilidad de que un día él la mate).

La defensa decidió objetar las pruebas y tratar de sembrar en el jurado una idea absurda: que el detective Mark Furhman había plantado las evidencias por su odio a la comunidad negra, que se dio el afán de colectar sangre del detenido (O.J.) y regarla en los lugares mencionados, que además se siguió un negligente protocolo de colecta de evidencias, y eso aunado a la segura postura de inocencia de Simpson, construyó el clima perfecto para un veredico a favor.

Al ser un caso tan mediático, la comunidad negra lo adoptó como una causa más por la cual luchar. Habían letreros de apoyo que rezaban: NO importa si lo hiciste o no lo hiciste, te amamos!, o mujeres afroamericanas que sin tener un argumento sólido para afirmarlo clamaban la inocencia del famoso O.J..

PARTE 5

En esta última parte, se da el veredicto. Después de 8 meses de juicio, el jurado deliberó apenas 3 horas y media. Lo declararon inocente. Mientras leían el fallo, uno de los miembros del jurado se levantó e hizo el gesto de las Panteras Negras, porque él había sido pantera años atrás, cosa que la fiscalía supo en ese momento.

Cuando los jurados fueron relevados se escuchó que se celebraba diciendo: Esto fue por Rodney King.

Después del juicio era evidente que la gran mayoría pensaba que sí era culpable y  escarchaban a O.J. en lugares públicos, los amigos no se acercaban y él intentó continuar con la vida que tenía antes sin conseguirlo.

La familia de Ronald le hizo un juicio civil que ganaron fácilmente, porque se tuvo la oportunidad de cuestionar a Simpson directamente. En él, O.J. ni siquiera admitió la violencia doméstica que tenía constancia en más de 12 reportes policiales. A pesar de ser encontrado culpable, la pena era solo monetaria, por lo que estaba obligado a pagar un resarcimiento económico a la familia de los asesinados.

Después de un periodo de adaptación al escrache al que era sometido en algunos lugares, Simpson siguió teniendo groupies, fans, personas que caían seducidas por su carisma.

Se sumergió en las drogas, en el alcohol, en una vida disipada que trasladó a Miami, ahí la caída del astro fue total. Puede que haya ganado el juicio que lo libró de la cadena perpetua o la pena de muerte, pero en la práctica el hombre se hundió en la miseria.

Finalmente, en un confuso episodio dentro de un hotel de Las Vegas y recuperando cosas personales que un coleccionista vendía a altos precios como Memorabilia, fue condenado a la cárcel por delitos menores. Así es, por una estupidez tiene una condena de 30 años de cárcel, y ahí está desde hace 10 años. Este 2017 puede apelar a la libertad condicional.

Es muy triste todo el documental, porque en el vistazo que le damos a O.J. como el tipo que “lo logró”, hay todo un contexto social y racial que es tan jodido que repercute hasta en un caso judicial de la peor manera. Es el sueño americano convertido en pesadilla. A través de entrevistas a periodistas, políticos, atletas, amigos, y familiares de los involucrados, por primera vez uno es conciente cómo fue creado O.J.. Ese tire y afloje entre lo que debía ser como negro en su comunidad, entre lo que los blancos esperaban de él, entre lo que él deseaba para sí mismo, entre lo que su status de estrella, de héroe requería.

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No, no se humaniza al asesino, sino se deja claro que el sistema permite que un ricachón escape de su culpa, en un terrible contraste con los negros provenientes de los sectores pobres de Los Ángeles que apoyaron a Simpson durante el juicio.

Extraordinario documental, necesario y desolador. Por eso, fue casi imposible evitar las lágrimas al final por los que pusieron el pecho por él en una absurda solidaridad de raza, por la caída brutal, por las muertes, por la tragedia.

No sé cómo acabé aquí. Tenía una gran vida. Conozco la bondad que había en mí y la bondad que di a los demás. Ahora, ya no siento esa bondad. Me siento vacío. Completamente vacío. Solo le pido a las personas , por favor recuérdenme como el Juice, por favor. Recuérdenme como el buen tipo.

Fuocoammare / Fire at sea / Fuego en el mar

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Para mí, este documental italiano es uno de los colados de la categoría.

Gianfranco Rossi agarra un tema espinudo: Los refugiados y nos lleva con su cámara a la isla italiana Lampedusa, por la que han llegado cerca de medio millón de personas de distintos países africanos.

La idea de Rossi es mostrarnos como una realidad paralela dos hechos: la llegada masiva de refugiados en condiciones infrahumanas y la vida apacible de los lugareños, una vida cómoda de europeos con sus necesidades básicas cubiertas.

Me parece que la comparación es injusta, y al mismo tiempo antojadiza. Rossi nunca hila a profundidad lo que pretende con esa comparación aparte de valorar las condiciones de vida de ambas partes y la aparente indiferencia a los migrantes que tienen los lugareños.

El estilo es frío desprovisto de cualquier emoción, cosa que en ciertos trabajos se agradece, pero acá torna la pila de cadáveres en un barco de africanos en una especie de fotografía de exhibición.

Hay pequeñas insinuaciones: el niño con el ojo flojo, que  ve borroso y que necesita mejorar su vista. La doñita súper cristiana, inmersa en sus labores domésticas escuchando por la radio el horror y comentando: Pobres cristianos. Los niños paseando y jugando en una tierra que es concebida como el sueño a alcanzar, como la promesa de una mejor vida y por la que miles de personas mueren.

No, el tema no es poca cosa.

Y de hecho, yo me quedé con ganas de saber qué pasa con ellos, cómo se los procesa, dónde se los manda. Lo único que el documental muestra es: largas escenas del niño jugando con su honda, o paseando, largas escenas de la familia comiendo fideos, largas escenas del rescate de los refugiados que piden ayuda por radio, testimonio del doctor que muchas veces los recibe, una especie de selección de enfermos-no enfermos, y eso es todo.

Creo que en su afán de hacer una comparación, se pierde mucho tiempo mostrando cosas sin importancia real. Para decirme que el europeo promedio vive en la seguridad de su casa sin importarle un carajo lo que hacen otras personas escapando de la guerra o de la pobreza, no necesito cien imágenes de europeos comiendo o pasándola bien.

Sin embargo, Rossi parece necesitarlo.

Le rescato su sentido de la oportunidad (¿o es también gol en contra?), los refugiados son uno de los temas candentes de la actualidad, y merecen una aproximación profunda que mediatice la necesidad de una respuesta internacional real y sólida. Le rescato, también, las imágenes que consigue, el tipo se metió en el meollo del asunto. Filma la llegada de refugiados en las peores condiciones, filma los cadáveres, su material es vasto y útil.

Una lástima que como relato no haya llegado a buen puerto y se quede como una mirada desprovista de alma.

LIFE, ANIMATED

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Es triste decir que un documental que tiene un aparente fin social es un colado dentro de las nominaciones, pero sí, me hago cargo.

Life, Animated  narra la vida de un niño autista que consigue conectarse con su familia y el mundo exterior gracias a…películas de Disney. El documental dirigido por Roger Ross Williams, se basa en el libro homónimo escrito por el padre del niño, Ron Suskind.

Owen empezó a desarrollar autismo a los 3 años, y dejó de hablar. Los especialistas dijeron que lo más probable es que nunca vuelva a comunicarse hasta que descubrieron que había memorizado todas las películas de Disney y además elaboraba conceptos en base a ellas.

En el documental vemos a Owen ya de veintipico años, a punto de mudarse y haciéndose cargo de su vida, tiene novia, va a conseguir trabajo y sigue igual de fascinado por las animaciones de Disney.

Es evidente que se trata de una hermosa historia de superación, condimentada por los elementos que a todos nos gustan: emotividad, familia unida, prójimo solidario y final feliz.

Sin duda, un lindo trabajo que además intercala las imágenes de la vida de Owen, con las de Disney y con las animaciones originales que narran su niñez y adolescencia.

¿Material de Oscar? No creo, a ratos parece, también, una larga publicidad para Disney y sus personajes. Está narrado de una manera convencional, sin grandes sorpresas y, para mi pesar, tiene una escena casi al final que sentí gratuita y actuada: el rompimiento con Emily, la novia autista.

Fue el último documental que vi de la tanda, y la verdad me sentí agradecida de ver algo positivo y limpio.

Pero no, creo que la selección de este documental como Mejor Documental en los Oscar obedece a cubrir un espacio que está dominado por el tema racial, político y social. No deja de ser un tema «oscarizable», pero siento que su factura no alcanza los niveles ni siquiera para separarlo de un documental de A&E Mundo.

CONCLUSIONES

Mi corazón estaría feliz si se lo dan a 13th o a O.J.: Made in América, la investigación es tan profunda y la dirección tan cuidada, que cualquiera de los dos podría alzar el Coso Dorado.

Dárselo a cualquiera de las coladas sería bochornoso. Esperemos que el domingo, se haga justicia en esta categoría.

Oscar 2017: Mejor Película Extranjera: El Cliente, Bajo la arena, Toni Erdmann, Un hombre llamado Ove y Tanna

Por: Mónica Heinrich V.

Pequeños Saltamontes:

Parecía que la vida con su ir y venir, con sus rifi rafes estaba devorando lentamente a los autores de esta revista digital, al punto que íbamos a dejar pasar los siempre jugosos Oscar.

Pues no, acá estamos para revisar las nominadas una por una, para defender con uñas y dientes las que nos gustaron y para desgreñar a las que nos hicieron sentir ganas de prenderle fuego a la sala de cine o a la Tv. ¿Qué sería de nuestras vidas sin las coladas?

Debo decir que hay decepciones, algunas tan hondas como el hueco donde está depositado el cadáver de la infancia, otras así jodiditas jodidas similar a cuando nominaron a varios Oscar a Turista Accidental o a lo que sentí al ver a Julia Roberts recibir el Coso Dorado por Erin Brokovich.

Shit Happens.

Empezaré con las nominadas a Mejor Película Extranjera.

El Cliente

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La reseñé aquí, solo queda decir que soy fan de Asghar Farhadi. No, no es mi película favorita de este director iraní, pero en general la disfruté mucho. No sea flojo y abra el link.

Bajo la arena / Land of Mine / Under sandet

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Ya reseñada aquí. Con esta abrimos las puertas al ñoñerío. Me gustó bastante, es una película disfrutable tanto técnica como narrativamente, no es un filme de esos que se te quedan zumbando y preguntándote misterios de la existencia. Tampoco es de esos que evocás y ya, pasó algo. Una corriente, un vientito, algo. No. Es una película “amable”, no de amor, sino onda el premio que le dan de Miss Simpatía a la chica buena gente.

De verdad, no sea flojo y abra este link también.

Toni Eardmann

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Conozco a Maren Ade desde Entre Nosotros, reseñada acá en un compendio de películas que hacen parecer a San Valentín como el día más estúpido del mundo. Entre Nosotros mostraba a una directora perspicaz, con personalidad  y un estilo narrativo (estético y de guión) atípico.

Cuando supe de Toni Eardmann me remití a esa película que me gustó mucho, a Entre Nosotros.

AVISO: Es así como uno termina decepcionado de las personas, de las cosas, del universo y por eso abro un paréntesis para un consejo gratis y coelhiano: no hay que esperar del presente sensaciones similares al pasado.

Y no es que Toni Eardmann sea una mala película, no. Es una película digna, que se puede ver con mucha simpatía (marcha la banda de Miss Congeniality 2) que tiene la impronta de Maren Ade y una historia que si se analiza más allá del absurdo también tiene sus virtudes, sus grandes virtudes.

Aunque se vende como una comedia, la película de la directora alemana es muy muy triste o ¿soy la única que la ve tristemente triste? no sé.

Tenemos a Winfried, un señor mayor que siempre está haciendo bromas o usando el humor para enfrentar el día a día. Es divorciado, su ex esposa ya hizo una nueva vida y se la ve bien, su única hija (Inés) es trabajólica y tiene un puesto ejecutivo en una empresa donde es un pequeño tiburón de los negocios. Esta chica vive y trabaja en Bucarest-Rumania y su próxima pega es lograr que boten a la calle a un montón de trabajadores en un recorte de personal.

Cuando el perro muere y pierde a su único alumno de música, Winfried se va hasta Bucarest diremos de visita, pero en realidad es a hinchar los ovarios de Inés.

Ahí se despliegan una serie de situaciones absurdas, en las que Toni Erdmann es un alter-ego de Winfried, cuyo único oficio es abochornar a Inés, aparentemente para hacerla reflexionar sobre su aburrida y patética vida, recomponer el lazo parental y que se lance a la piscina de la felicidad.

¿Sos feliz? Le pregunta en una escena. La tipa tiene como 39 años y a él recién se le ocurre preguntar o preocuparse. Lo que es no tener perro ni alumnos.

Leo las reseñas del filme y la mayor parte de la gente encuentra profundamente divertido a este señor mayor, sin sentido de la ubicación, haciendo todo aquello que a cualquiera de nosotros nos emputaría a morir, y comportándose al decir vulgar de los gringos como: a pain in de ass.

El cliché de la ejecutiva infeliz que no puede ser dichosa porque es ejecutiva, vive sola, sin hijos, sin marido, dedicada a alcanzar metas laborales, en apariencia “sin nada”, acompaña al cliché del personaje extravagante, el que se comporta erráticamente, que tiene en el fondo de su también solitaria existencia algunas píldoras de sabiduría.

Nunca se cuestiona realmente a Toni-Winfried, porque a pesar de que es muy patético, un payaso triste, él, el padre de Inés, es quien tiene que enseñarle cosas para disfrutar la vida. Y la vida se la disfruta a la manera de Toni Erdmann, claro.

Ade no puede dejar pasar la oportunidad y sazona el potaje con conflicto político-social. Pequeñas y casi imperceptibles escenas destinadas a espiar un poquito la honda fractura social ya no rumana sino europea.

La película dura tres horas, tres horas en las que se despliega un abanico de gags con un humor muy europeo, que encontraría su par en Hollywood en las argucias de gente como el difunto Robin Williams. En lo personal me gustó, la disfruté, tiene puntos altos como el cumpleaños nudista, pero no consiguió arrancarme las prometidas risas, ni tampoco emocionarme más allá de una mirada condescendiente a la relación padre e hija, donde la hija siempre está en posición de hija, hasta cuando le debería decir al padre: vaya a echarse.

Lo veo así: Winfried vivió su vida como quiso, hizo lo que le dio la gana, haciendo los chistesitos opas que le costaron hasta el matrimonio, dejó que su hija crezca así, fría como el viento diría Luis Miguel, le valió madres durante años y décadas lo que hacían los demás, hasta que se vio viejo, solo y sin perro. Luego, cuando las papas quemaron recién se acuerda que es padre y va a dar lecciones de moral a la pobre Inés. Fin.

Otros lo ven: Padre descubre que su única hija es infeliz, usa el humor para mostrarle que hay otras cosas, que hay más que el trabajo. Hija reprimida e infeliz finalmente se suelta, y muestra algo de humanidad. Qué bonita película. Fin.

El poco agraciado Toni Erdmann llega a lanzar frases tan previsibles como: “no perdás el sentido del humor”. Sí, Inés, no lo perdás. Usted, estimado lector, no lo pierda.

Maren Ade abandona la sutileza demostrada en Entre Nosotros, y nos obsequia una película que parece estar armada para los festivales, una feel good movie. Digo feel good movie, porque al final el mensaje es claro como mañana en Santiago de Chiquitos. Un final aleccionador, reivindicador.

¿Funciona? Parece que sí. Para mí, resulta una película que se deja ver, pero por la que no siento mayores apasionamientos ni a favor, ni en contra. Un filme solo simpático. Problabemente sea la película que en diez días se lleve el Coso Dorado, nada como un cálido premio de la fría industria.

Lo mejor: No es una mala película y tiene una soberbia actuación de la hija Lo peor: para mí, los personajes son tópicos y el personaje del padre, que es el anclaje a un desarrollo de la hija, me parece patético y emputante. Además, dura mucho para una temática así La escena: cumpleaños nudista Lo más falsete: Toni Erdmann entrando a reuniones y fiestas a las que nunca podría acceder por la seguridad con la que se maneja ese tipo de eventos. Inés llevando a su padre a reuniones de negocios, y otros más, sabiendo que siempre sacará los dientes falsos y la hará pasar un mal momento. El mensaje manifiesto: No perdás el sentido del humor El mensaje latente: Si sos un tiburón ejecutivo, sin marido y sin hijos no podés ser feliz El consejo: Para ver sin esperar una comedia El personaje entrañable: La asistenta de Inés El personaje emputante: los jefes, colegas de Inés y el pendejo de Toni Erdmann El agradecimiento: porque bordea el desastre épico y consigue salir airosa.

 Un hombre llamado Ove/ En Man Som Heter Ove

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El cineasta sueco Hannes Holm trae también a un hombre de la tercera edad como protagonista: Ove. El buen Ove.

Si digo: Viejo cascarrabias es metamorfoseado por la bondad de algunas personas que lo rodean, seguro se les vienen muchas películas a la cabeza. Partamos por Heidi y terminemos con As good as it gets o sin ir muy lejos St. Vincent, entre otras.

Ajá, los suecos también quieren ser parte de ese legado de transformación.

Curiosamente, sí llegué a conmoverme por algunas secuencias de Un hombre llamado Ove, en sus pocas aspiraciones te narra realmente una vida y con eso uno puede llegar a ser muy empático.

Vemos a Ove niño, pobre, huérfano de madre y luego creciendo para ser huérfano del todo. Conoce a una mujer, Sonja, en una secuencia que me recordó en algo a la escena del tren en Julieta o la escena mítica de Before Sunrise entre Julie Delphy y Ethan Hawke. De ahí, su vida parece encaminarse, hasta que ocurre un accidente.

La historia se cuenta desde el Ove actual, el amargado y el solitario Ove, pero mientras la película avanza vamos echando un vistazo a la vida de este hombre y a entender el porqué eso de “soy rebelde porque el mundo me ha hecho así”.

Es muy poco probable lo que la película narra, una vecina persa parece inmune a los desplantes e histerias de Ove, no solo eso, hasta le confía el cuidado de sus hijas y así, gracias a esa atención dispensada, Ove va cediendo.

Quiero creer que la gente puede ser así de generosa, pero no. Igual no hace falta, la película se vende más por su cinematografía, por su paleta de colores azulada, por su linda dirección de arte, por una actuación conmovedora de Rolf Lassgard, y por ese otro mensajito desplegado al final, ese que nos dice que aun cuando el ocaso llegue y perdás todo hasta las ganas de vivir, todavía hay cosas que pueden movilizarte lo suficiente como para que descolgués la cuerda del techo y no te vayás voluntariamente al otro mundo.

Lo mejor: Consigue conmover Lo peor: parte de una base muy naif y alarga su final en demasía La escena: me gustó cómo resolvió el director el accidente del bus, a nivel de producción lo contó desde el baño del micro. Jugada inteligente Lo más falsete: las personas que no se dan por aludidas por los desplantes y desprecios de Ove e insisten en relacionarse con él. El mensaje manifiesto: La vida no termina hasta que termina El mensaje latente: O vivimos o morimos, no hay punto intermedio El consejo: Para verla una tarde de invierno entre colchas y chocolate caliente El personaje entrañable: Ove, la vecina persa, Sonja El personaje emputante: el que se quería llevar al vecino parapléjico El agradecimiento: por el gato, por los gatos.

Tanna

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No sé qué decir de Tanna. La verdad que ignoro cómo se coló Tanna a las nominaciones. No sé cuántos cestos de flores o frutas fueron repartidos entre los votantes o amigos de quiénes son los directores Martin Butler y Bentley Dean.

Me parece extraño porque el exotismo de Tanna es muy calculado, tan calculado que se me hizo imposible conectar con esta historia de amor en una tribu aborigen.

Tanna es una pequeña isla de Vanatau, un país al este de Australia.

En ella viven Wawa y Dain, dos jóvenes que se enamoran así como en las películas gringas. Planos de miradas embelesadas, a lo lejos, de cerca, clima romántico, la visión occidental del enamoramiento pues.

Surge un conflicto grave y Wawa es prometida en matrimonio a un miembro de otra tribu para mantener la paz entre las comunidades. Nuevamente, en una onda muy occidental, los jóvenes deciden escapar y tratar de ser felices.

No existe nada que vincule realmente a ambos personajes como dos seres que harán lo posible por mantener su amor. Es todo tan medido, que si no fuera por el bellísimo paisaje y por las tomas relacionadas con el volcán, estaríamos ante un fiasco. Los momentos de mayor honestidad se los roba la hermana menor de Wawa.

A su favor diré que para ser todos actores naturales y tratarse de una tribu, no están perfectos pero sí bastante creíbles. También ese contraste entre la aparente libertad en la que viven en la selva, como un pequeño paraíso, y la realidad, las leyes y normas de la tribu que se anteponen al libre albedrío plantean puntos de análisis interesantes.

No podríamos decir que es superflua porque no lo es, pero quizás noto cierta ligereza en la visión, en la presentación.

Tanna es comparada con la tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta, pero en la tragedia del escritor inglés había pasión, emociones incendiarias, tanto en los jóvenes amantes como en quienes se oponían a su unión. En Tanna existe el conflicto, pero no se siente la emoción. Es un desangelado capítulo de National Geographic con una historia de amor.

Lo mejor: bella fotografía, las escenas del volcán son hipnóticas Lo peor: no me creí nada, ni el amor, ni la oposición, ni nada La escena: la de la preparación de Wawa, y los dos a la orilla del volcán al final Lo más falsete: me parecía raro que Wawa se cubra los pechos a cada rato, teniendo en cuenta que todas andan en tetas allá El mensaje manifiesto: Los paraísos siempre tienen su serpiente El mensaje latente: lo exótico no es sinónimo de emoción El consejo: Shakespeare es Shakespeare, Tanna es Tanna, vela sin expectativa alguna El personaje entrañable: Selin, la hermana menor de Wawa El personaje emputante: los viejos decidiendo el futuro de las niñas El agradecimiento: por una buena foto.

CONCLUSIONES

Creo que todo apunta a que la chabacana Toni Erdmann se alzará con el Coso Dorado, ya perdí la cuenta de los premios que ha cosechado.

Este año (en la categoría Extranjera) no hay una película por la que estaría dispuesta a replantearme amistades si es que esas amistades detestaran mi película favorita. El año pasado esa película era El Hijo de Saul, pero si tuviera que elegir entre lo que hay me gusta más El Cliente.

Todavía queda la esperanza que se la jueguen por el iraní para sembrar algo de incomodidad desde la Academia a nuestro amigo Donald Trump, puede suceder, puede suceder.

CINE IRANÍ: El Cliente/The Salesman/ Forushande

Por: Mónica Heinrich V.

Esta es una historia que se cocina a fuego lento, como casi todas las historias que Asghar Farhadi lleva a la pantalla.

Recordemos la desaparición de Elly en About Elly, o la conflictiva separación de Nader y Simín en la maravillosa A Separation.

El cineasta iraní no decepciona. No.

The salesman o El Cliente ya se puede ver en las salas de cine bolivianas y, además, hoy acaban de postularla a Mejor Película Extranjera en los premios Oscar de este año.

¿Vale la pena verla? Háganse un favor y vayan, no la dejen pasar. the-salesman_poster_goldposter_com_1.jpg@0o_0l_800w_80qUn matrimonio sólido que usa su tiempo libre para dedicarse al teatro, ve cómo su hasta ahora apacible vida se trastoca.

La película comienza con el edificio en el que viven resquebrajándose, obligándolos a buscar un nuevo hogar.

Un buen amigo dice presente y les ayuda a alquilar otro departamento.

El primer conflicto (mudanza) es sobrellevado y se presenta un nuevo conflicto: la inquilina anterior dejó una habitación llena de sus cosas con la promesa de volver a recogerlas.

Esta ex inquilina será una sombra constante a lo largo del filme, por eso cuando sucede lo que sucede, Farhadi hace lo que mejor sabe hacer: sembrar la duda.

El relato desarrolla un paralelismo entre el edificio resquebrajado, la obra de teatro La muerte de un viajante de Arthur Miller  y la traumática experiencia que vive Rana.

Via1La maestría de Farhadi consiste en nunca decirte realmente lo que sucede, en plantear escenas o situaciones que dan pie a muchas interpretaciones, en dotar a sus personajes de matices suficientes para hacerlos humanos y en cerrar sus historias de una manera inesperada y demoledora.

SPOILERS

El cliente, ofrece varias subtramas, A) la que se desarrolla en el aula de clases de Emad que subrepticiamente acaricia la censura iraní y los problemas de género, además que sirve para pintarnos la altura moral de Emad B) Cuando Rana es atacada, el ataque nunca se ve, y se abre, además de la violencia ejercida contra ella, una veta relacionada con la prostitución de la ex inquilina a quien el resto juzga con dureza y a la que nunca denominan prostituta o puta, aunque todo el tiempo se lo insinúa C) La incapacidad de Rana de sobreponerse al ataque aunque su postura oficial es dejarlo ir, y Emad que no puede dejarlo ir por lo que emprende una suerte de búsqueda con el fin de quitarse algo de culpa y vengarse D) la autoría del hecho que recae en una persona mayor, aparentemente inofensiva, familiar E) Ejecutar un castigo ejemplificador o tratar de seguir adelante F) La postura patriarcal de la sociedad iraní, el temor a la denuncia, el tener que explicar ¿Por qué lo dejó entrar?, el tener que revivir todo y ser cuestionada por su condición de mujer G) La metáfora de la obra de Miller que acompaña en escenas cumbres las tribulaciones de los personajes de Farhadi que tienen que continuar su rutina, como cuando los actores se suben al escenario una y otra vez sin importar qué suceda en la realidad H) El final, ese en el que la pareja es la misma pero ya no lo es. Ese en el que la pareja es maquillada, avejentada, ese en el que la vida pasó e hizo lo suyo.

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Me gustó el manejo de todas esas subtramas, aunque se tenga que meter con calzador al alumnito cuyo padre trabajaba en tránsito para que facilite la placa del abusador. Me gustó mucho la escena de la comida, cuando todo parece volver a la normalidad y se va al carajo, dejando claro que no, no se puede volver a la normalidad. Me gustó la escena del viejo, cuando se descubre que fue él, cuando se plantea ante Emad y el espectador la disyuntiva de perdonar o no.

FIN DEL SPOILER

Reconozco que no es la mejor película de Farhadi. No llega a la sutileza, a la perfecta y redonda trama que planteaba A separation, pero en definitiva es una película para ver, de esas que te dejan pensando que las desgracias siempre muestran lo peor y lo mejor de la gente, de esas que se te quedan en tu cabeza dando vueltas.

No cabe duda que Farhadi es un gran guionista, lo que lo hace “grande” es, me parece, ese manejo casi artesano de su trama, y una austeridad en lo formal que demuestra una vez más que para hacer buen cine no se necesitan grandes presupuestos sino una buena historia y esa rara e invaluable capacidad de saber contarla.

Lo mejor: Interesante historia, con unos protagonistas que te llevan de la mano y un buen pulso del director/guionista Lo peor: en lo personal, no me gustaron mucho las escenas con los alumnos, los textos, las actuaciones, quizás lo más flojo de todo La escena: la de la comida con el niño, y la de los zapatos, cuando se los quita Lo más falsete: el alumnito que tenía el papá que trabajaba en tránsito y podía hacerle un favor al maestro El mensaje manifiesto: Hasta lo más sólido se puede derrumbar El mensaje latente: a veces, el castigo que merecen quienes nos dañaron es un castigo más para uno mismo El consejo: Para ver en pantalla gigante, subtitulada El personaje entrañable: Rana El personaje emputante: el viejo de mierda manipulador y mentiroso El agradecimiento: por regalarnos, una vez más, una buena película.

CURIOSIDADES

Asghar Farhadi estudió Teatro como carrera universitaria y obtuvo una licenciatura.

Filmó dos cortos en 16mm y en 8mm cuando era apenas un adolescente.

Durante sus primeras etapas de producción, Farhadi posteo en una red social una invitación para que le mandaran videos cortos para el casting de esta película, miles de iraníes enviaron sus pruebas deseando ser elegidos.

Esta es la cuarta película de Farhadi con Taraneh Alidoosti (Rana) y la tercera con Shahab Hosseini (Emad).

La filmación se detuvo por la repentina muerte de Yadollah Najafi, que era el sonidista de este proyecto.

La película rompió record de taquilla en Irán.

Farhadi estaba tan metido en esta película que interrumpió un proyecto que tenía en España con Penélope Cruz como actriz principal para volver a Irán y filmar El Cliente.

Farhadi ya ganó un Oscar por A Separation.

CINE: Train to Busan/ Tren a Busan y Passengers / Pasajeros

Por: Mónica Heinrich V.

Señores, estoy que deshojo margaritas esperando la gran batalla entre el grupo de Rick y el malévolo/sexy/sensual Negan. Muero por ver a Lucille chorreando sangre. Necesito que sus púas se lleven consigo a Morgan, lo necesito.

Mientras esos gloriosos momentos llegan, estos coreanos irrumpen a lo grande para decirnos que ya está bueno de los zombies boludos, lentos y fofos. Ya está bueno. Los de The Walking Dead han vivido bien, y no lo saben. No lo sabíamos.

Acá no hay walkers, acá hay runners y estamos ante una de las películas de zombies más divertidas y mejor hechas que he visto dentro del género.

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Soo Ann vive con su papá, pero su papá es trabajólico, tiene otras prioridades. La niña está de cumpleaños y el tipo ni siquiera le compró un regalo personalmente o tuvo un gesto paternal real. Conciente que se fue al chancho decide concederle a su hija lo que hace tiempo le pide: ir a visitar a la mamá en Busan.

Hacia allá se van. ¿Cómo? Por tren, el tren a Busan, claro. Coincidentemente, un terrible virus que convierte en zombies a las personas se está extendiendo a la velocidad de la luz. A los pasajeros del tren los pescará desprevenidos y tendrán que luchar para sobrevivir. La vieja lucha del débil, el fuerte, el ñoño, el egoísta.

La película dirigida por Sang Ho Yeon es emocionante. Los 10.000.000 de coreanos que la han visto no pueden equivocarse. No.

Sang Ho Yeon, que también escribe el guión, maneja su historia a la perfección, crea los personajes entrañables que deseamos no se lleven el mordisco mortal: Las hermanitas ancianas, la pareja embarazada, los chicos atletas, el mendigo y la niña cumpleañera.

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No dejen sola a Soo Ann!

El director coreano tiene una conciencia del ritmo y de los puntos de giro que hacen que sea imposible apartar los ojos de la pantalla. Además, su dirección de arte y vestuario son impecables, muy muy cuidadas.

SPOILER

En medio de todo el despelote, en medio de la sangre, de los sacrificios, del heroísmo, llega el momento culminante, ese en el que te descubrís soltando lágrimas por una película de zombies, ese en el que te muestran una muerte poética (el sol, la sombra que cae) mientras atrás se escuchan los gritos desgarradores de alguien que ha perdido a un ser querido.

Sí, Train to Busan tiene muchos aspectos elogiables. Desde su fotografía hasta las truculentas escenas de acción. Notable que se haya condensado tan bien la historia en el tren y que la emoción no decaiga hasta llegar al final después de casi dos horas de espectáculo.

Es verdad que tiene unas cuantas secuencias estúpidas, sobre todo la referente a la puesta fuera del vagón del grupo que piensan está «infectado», pero a pesar de cualquier bache o falla argumental existe un resultado global bastante parejo que hace la experiencia más que satisfactoria.

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Este es el compañero de Apocalipsis que todos deseamos tener

SPOILER FINAL

No por nada los gringos, que siempre andan colgándose de donde pueden, ya están planeando el remake. Apuesto lo que quieran que será mucho menos efectivo que esta joyita coreana. A mí me mantuvo hincándole las uñas, literalmente, a compañero de butaca y emitiendo los típicos gritos de ¡NO! a la pantalla cuando la emoción te supera.

Sang Ho Yeon, estrenó al mismo tiempo (2016) un anime llamado Seoul Station, también con temática zombie. Esta semana planeo verlo. Así como el resto de su filmografía: The fake y The King of Pigs. Todas anime.

Porque, aunque no lo parezca, Train to Busan es el debut de este director con actores en pantalla y QUÉ debut. Si estás buscando algo interesante/entretenido para ver en la cartelera local, elegí cien veces esta película cuya trama es harto ya vista, pero que con el director correcto entrega grandes, grandes momentos.

Lo mejor: trepidante y muy bien narrada Lo peor: … La escena: cuando los bichos se cuelgan del tren y la muerte de los dos que sabemos  Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: las desgracias sacan lo peor de la gente El mensaje latente: también sacan lo mejor El consejo: Vela en pantalla gigante y subtitulada, lo vale! El personaje entrañable: Soo Ann y los embarazados El personaje emputante: el pendejo que provoca todo el caos El agradecimiento: por la pericia, por la emoción.

Si ya la viste, puntúa la película!

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Passenger/Pasajeros

No sé qué más tiene que hacer el guionista Jon Spaihts para convencernos que lo suyo no es hilar bien las historias de ciencia ficción.

Veamos: The Darkest Hour, Prometheus, Doctor Strange, y ahora Passengers.

Curiosamente, todas tienen en común que se parte de una muy buena base. Luego, las historias se descalabran hasta acabar en el sinsentido o en las ganas de poner a hibernar al señorito Spaihts.

Lo de Passengers incluso tiene otros problemitas, más serios. Sí.

Lo siguiente está lleno de spoilers, lo aclaro porque después hay quienes lloran sobre la leche derramada.

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Resulta que el ser humano ha evolucionado lo suficiente para construir cruceros espaciales donde, además, los crispines que desean  perpetuarse en el tiempo y vivir “mejores días” pagan por un sueño artificial en el que pasan cientos de años hasta llegar a su nuevo hogar, un planeta modelo onda urbanización del Urubó.

En la nave todos están botando baba sobre la almohada, hasta la tripulación. La cosa se ha mecanizado tanto que las computadoras se encargan de cualquier inconveniente, si hay alguna colisión el coso se autorepara.

Negligencia everywhere, si vas a hacer algo así que los pendejos se duerman por turnos, digo yo. No le vas a dejar al azar un negocio de millones de dólares (insertar sonido de caja de supermercado)

El caso es que el aparato choca contra algo y ese algo daña los sistemas al punto que ¡OH! Desgracia. De las quichicientas cápsulas que hay de pasajeros se daña UNA, la de Jim, la de Chris Pratt.

Jim se despierta 90 años antes de la llegada al planeta prometido. Ok, Jim, tranquilo.

La película, dirigida por el noruego Morten Tyldum (The Imitation Game, Buddy, Fallen Angels) entra en una brecha existencial. Jim está solo, le faltan 90 años de viaje, hay cosas que amainan su triste vida dentro de la nave, pero está y estará solo.

Cojudamente solo.

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Estoy solito, muy solito

La premisa es, como ya dije al principio, simpática, atractiva. Plantea cuestionamientos válidos, uno se pone a reflexionar sobre su propio accionar y las posibilidades narrativas se despliegan ante nuestros ojos con entusiasmo. People need People, podría ser su slogan.

Si fueran mis calzones estaría chocha, no despertaba a «nadies», pero Jim se deprime ante la ausencia de más bípedos humanos.

No vamos a culpar a Morty (el director) de lo que sucede después, porque ya está establecido que el culpable, el responsable de cómo se tuercen las cosas es Spaihts.

Sí, vos Spaihts.

De esa primera parte linda e interesante, saltamos a la introducción de Aurora, el personaje de Jennifer Lawrence.

Jim decide que ya no puede seguir así, solito con su alma, y que tiene que despertar a alguien, y ¿a quién despierta? No, no es a la gorda que en la vida real limpiaba baños o a un viejo que coleccionaba estampillas, él elige despertar a Aurora, la linda, joven, y escritora Aurora.

Luego, sirviéndose de sus accesos a la nave, la stalkea (lee su archivo, ve sus grabaciones antes de embarcar) hasta que dice estar enamorado de ella.

Stalkers everywhere.

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Dejá que te toque el piano, para compensarte que te cagué el viaje y la vida.

La película plantea la decisión desde un punto de vista ético, que lo tiene, pero se olvida de lo perturbador que resulta todo, más allá de lo básico que es despertar o no despertar a algún compañero de viaje.

Passengers, entonces, cambia la premisa existencial o filosófica del ser ante la nada y adopta un tono edulcorado, romántico para que veamos con buenos ojos a ese prospecto de forzada “pareja”, esa donde el sujeto la eligió a ella como cuando se escoge un cachorro en una tienda de mascotas.

Y ahí están, dos de los actores más lindos de Hollywood viviendo una situación conflictiva en una súpernave, pero que gracias a Dios se tienen el uno al otro. Es pues casi bíblico.

Aurora manifiesta que es la primera vez en su vida que no se siente sola.

Muere Spaihts, muere.

Después de despelotes varios, el guionista concluye su aventura espacial con nuestra heroína “enamorada” del “abusador” (fue un abuso, mis queridos lectores), dejando sus sueños de vida (incluso abandonó a su familia y seres queridos en la Tierra por perseguirlos) y quedándose a mirarle la jetota a Jim para siempre. Por amor.

Qué triste historia, carajo.

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Cada vez que te enojés conmigo te voy a hablar por los altoparlantes. Sabelo.

Este bochorno nos lo venden como lo más romántico del mundo, y la doña se llama Aurora en honor a La Bella Durmiente, esa tipa que se queda botada durmiendo hasta que viene un imbécil a besuquearla.

Pues no, no salí muy satisfecha de la sala de cine.

Estuvo muy entretenida al principio, y luego se degeneró en esta suerte de película sin personalidad, donde la idea de la felicidad es encontrar tu alma gemela o a un stalker que te manipule lo suficiente como para desarrollar el síndrome de Estocolmo.

Si no se la toma en serio, pasa por una película relativamente entretenida, sin mayores sorpresas que concluye torpemente.

El mexicano Rodrigo Prieto es el ojo detrás del lente. A un currículum compuesto por películas como Argo, Brokeback Mountain, The Wolf of Wall Street, Babel, se le suma este trabajo. Prieto hace lo suyo con maestría entregándonos escenas lindísimas en las que se combinan los efectos especiales y una buena composición del plano. Lo colaboran una dirección de arte de lujo. Una banda sonora disfrutable, algunos personajes pintorescos como el androide sin pantalones y esito sería.

Como dije antes, la culpa no es de Morty, el director noruego, ya que Passengers es una película por encargo, con un muy feo guión que está en espera desde el 2007 y que pasó por varias opciones de dirección y casting.

Hay quienes gustan de comparar películas del mismo género, y en este caso se podrían preguntar si el filme es igual o superior a Arrival o Gravity. No. No le llega ni a los talones a ninguna, porque se conforma con ser una boba película “romántica” sin mucho que ofrecer aparte de la cara de espanto que generará en algunos espectadores que se sentirán asqueados por su final.

Lo mejor: Estéticamente linda como sus protagonistas Lo peor: si se la toma en serio es groseramente machista La escena: cuando la desconecta, evidentemente la cosa se pone turbia ahí Lo más falsete: que en el fondo no es un mal tipo y es material romántico El mensaje manifiesto: está bien abandonar las cosas con las que siempre soñaste por «AMOR» El mensaje latente: hace falta una edición de guiones en Hollywood El consejo: no esperes gran cosa El personaje entrañable: Arthur, el androide, el ser más sincero y sano del lugar El personaje emputante: el pendejo de Jim, por stalker y la pendeja de Aurora, por sometida El agradecimiento: porque Andy García solo sale medio segundo en esa huevada.

CINE DANÉS: Under sandet / Land of mines / Bajo la arena

Por: Mónica Heinrich V.

Se podría pensar que una vez concluye la última batalla, la guerra deja de ser guerra. Podríamos tener la ilusión de que caído el último bastión, firmado el último acuerdo de paz, las cosas empezarán a ser diferentes o, cuando menos, volverán a su curso natural.

En la práctica, la historia nos ha demostrado que sucede todo lo contrario. La Segunda Guerra Mundial no fue la excepción.

A la inicial algarabía que supuso la derrota de los nazis se sucedieron los bochornosos abusos por parte de las tropas aliadas, el reparto de botines y la política hizo lo suyo permitiendo, una vez más, que las potencias inmiscuidas sacaran los réditos que vieran convenientes.

Under sandet recrea un oscuro episodio post-guerra.

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Los nazis invadieron Dinamarca en 1940 violando la postura neutral de dicho país, la movida fue estratégica ya que los dejaba a un paso de Noruega desde donde podrían controlar a los británicos.

Hitler veía a Dinamarca como un protectorado modelo, así que la invasión al inicio fue gentil comparada con las que se hicieron a otros países. Sin embargo, las condiciones fueron empeorando cuando la resistencia se hizo más intensa.

Casi al final de la guerra, los alemanes estaban convencidos que el desembarco enemigo sería a través de las costas de Dinamarca y, por eso, llenaron sus playas de minas. Estamos hablando de miles, miles de minas escondidas debajo de la arena y listas para estallar al menor contacto.

Cuando la guerra concluyó, se hizo evidente que los daneses tendrían que limpiar sus playas. ¿Cómo lo hicieron? Usando prisioneros alemanes. El elemento humano “desechable”.

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Al hablar de las postrimerías de la guerra, hablamos de un ejército alemán diezmado que estaba echando mano de cualquier hombre en edad de sostener un fúsil. Entonces, los prisioneros resultaban ser chicos. Niños de entre 15 a 18 años.

La película arranca cuando un grupo de estos niños es puesto bajo las órdenes del sargento Rasmussen quien tiene que dejar una zona limpia e inmaculada de minas.

El director y guionista Martin Pieter Zandvliet, decide contarnos la historia como un edulcorado drama, que mantiene al espectador pegado a la pantalla y arranca una que otra lágrima culpable.

Desde la primera escena nos muestra a un pueblo danés absolutamente insensibilizado ante el enemigo, con ansias de revancha y un profundo odio fruto de 5 años de ocupación.

Es evidente que ninguno de los daneses que se cruzan en el camino de los prisioneros alemanes percibe que los nazis son niños. No.

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Eso fue muy chocante. Una parte de mí se sorprendió al sorprenderse. Todos los días vemos noticias que nos confirman que al ser humano no le importa si frente al fusil o a la bomba hay niños o adultos. Da lo mismo. Pero no deja de sorprenderme.

Al peligroso oficio que los niños desempeñaban se sumaba la falta de comida, el encierro, las humillaciones, porque no lo olvidemos, estos niños seguían siendo prisioneros de guerra.

SPOILER ALERT

Sí, se trata de una trama bastante predecible. El sargento comenzará a cuestionarse su labor frente a este adolescente grupo, y algo dentro suyo se removerá.

Cuando llega el final, nuestros protagonistas alcanzan la redención, el perdón. A todos nos gusta una buena redención, una renovación de fe en el ser humano, un soplo de viento fresco que nos diga que en este cochino mundo hay gente buena.

La fórmula es harto vista, acá se vive en un escenario post-guerra con niños nazis y sargentos que terminan dándose cuenta que más que nazis son niños.

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FINAL DEL SPOILER

Camilla Hjelm, la directora de fotografía que conocí a través de Little Soldier (2008), prueba su valía en esta película filmada casi íntegramente en exteriores. Hermosos planos narrando una historia sencilla.

No hay riesgo formal ni narrativo, no, no le hace falta tampoco, en general la película es una mirable propuesta anti-bélica. Bien filmada, bien actuada, bien contada, con los ganchos emocionales necesarios para crear empatía con los personajes y tratando de no caer en la zona blanco o negro sino en los necesarios grises.

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El casting hace que nos creamos el cuento, un joven reparto solvente, tanto que detrás de la pantalla te descubrís haciéndole barra a los prisioneros, a los alemanes, a los nazis, deseando que lleguen a sus hogares sanos y salvos.

Son solo niños, pensás.

Pero la vida siempre es menos cursi y bonita que las películas cursis y bonitas.

Lo mejor: revela una historia desconocida de la post-guerra Lo peor: es condescendiente consigo misma y la fórmula de la trama ya ha sido vista muchas veces La escena: la de la niña, y la subsecuente decisión del niño Lo más falsete: lo del perro y algunas escenas «amistosas» entre el sargento y los niños El mensaje manifiesto: En la guerra todos se pueden convertir en monstruos El mensaje latente: en la guerra no hay ganadores, hay solo perdedores El consejo: Para ver una tarde de enero El personaje entrañable: los niños de la guerra El personaje emputante: los jefes cuadrados El agradecimiento: por una historia necesaria.

CURIOSIDADES

El uso de niños por parte del Estado Danés en la desactivación de minas después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido considerado uno de los peores casos de crímenes de guerra perpetrados por Dinamarca.

En la película, el grupo era comandado por el sargento Rasmussen de origen danés, en la vida real, las actividades las controlaban el ejército británico y ponían a un soldado alemán como coordinador de cada grupo.

Se cree que más de 2000 soldados alemanes fueron obligados a remover minas de las playas danesas, de los cuales perdieron la vida alrededor de la mitad.

La película fue filmada en locaciones históricamente reales.

Hasta el momento, Under sandet ha sido presentada en once festivales de cine, entre ellos Toronto y ha sido premiada con el galardón al mejor actor para Roland Møller-Louis Hofmann en Tokio. También está nominada a Mejor Película Extranjera para el Globo de Oro y está per-seleccionada para la misma categoría en los Oscar 2017.

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