LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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CINE FINLANDÉS: Fallen Leaves (Hojas de otoño)

Por: Mónica Heinrich V.

Quiero hablarles sobre Aki. Y también sobre Fallen Leaves. Y, ya que estamos, sobre el cine. Sobre la guerra. Sobre el amor. Sobre la soledad. Sobre el tiempo. Sobre los perros. Quizás quisiera hablarles más sobre los perros, pero esta cálida noche nos invita a diversificar.

Si conocen la filmografía del señorito Aki Kaurismäki hay cosas que no los van a alejar de la pantalla: diálogos robóticos, vestuarios y elementos retro, chistes muy europeos (o sea, medio sin chiste), historias de amor como las de antes surgidas de la necesidad y el masoquismo, cinefilia exprés porque sí, porque amamos el cine y si podemos refer/reverenciarlo lo vamos a hacer.

Nunca he reseñado una película de Aki, quise hacerlo con El hombre sin pasado, quise hacerlo con Luces del atardecer, también me picó el bichito con Le Havre, y no pude. El tiempo, la vida, el amor, la soledad, mis perros, me separaron de esta conversación que tenemos pendiente.

Hace unos días vi Fallen Leaves. Y tiene todos los tropos kaurismäkianos. Esos que harán que espectadores que quieren ver a Julia Roberts gritándole a los ciervos huyan de la sala de cine. Los invito a quedarse. A comerse los planos estáticos. Los diálogos acartonados. Las canciones finlandesas. Los encuentros forzados. El comentario social. La crítica al sistema laboral. La comedia no comedia que te provoca ganas de llorar. Quédense.

Ansa (Alma Pöysti), es una cajera de supermercado que gana lo mínimo en condiciones laborales deprimentes. Una cosa tan sencilla como regalar la comida caducada (que luego va a ser echada a la basura) a un indigente o ella misma guardarse un sándwich vencido harán que la despidan de su trabajo. En algún otro lugar de Helsinki, Hollapa (Jussi Vatanen) trabaja como obrero y ahoga su tedio en el alcohol. Helsinki es otra gran protagonista. Esa ciudad costera que se vende como idílica, pero que el lente de Aki siempre ha dibujado como ófrica, con marcadas diferencias sociales y con gente muy sola.

Hablemos sobre la soledad. Ansa y Hollapa son personas comunes. No son particularmente brillantes ni tontos. Ansa se la pasa con su vieja radio, y Hollapa es un evidente alcohólico. Los trabajos de ambos son ordinarios, mal remunerados y las amistades carecen de profundidad, pero al menos brindan entretenimiento y un nivel sostenible de apoyo. Sus existencias transcurren grises, solitarias y casi silenciosas. Hasta que el destino hace lo suyo y los junta.

Hablemos sobre el amor. Fiel a los personajes, la película no nos cuenta un amor incendiario, emocional, sexual, arrebatado. Son dos personas solitarias que se unen porque sí. Porque parece una buena idea. Porque a veces las conexiones son un segundo, no una eternidad. Es un amor atípico, pero amor, al fin y al cabo. Y como espectadores nos alegramos de que se hayan encontrado.

Hablemos sobre el cine, la cinefilia exprés, la cinefagia. Aki ve películas constantemente, es un detractor del cine digital, aunque ya más o menos se reconcilió con él, una vez dijo que le gustaría que todas sus películas pudieran verse y entenderse sin necesidad de traducción o subtítulos, en Fallen Leaves esa cinefilia se derrama a cada segundo. Hay un poco de Ozu, de Bresson, de Jarmusch, de Chaplin. Hay una sala de cine en la que los personajes conectan de manera más profunda. Sí, estos personajes robóticos, que habitan una película pausada y sin grandes puntos de giro, se meten a ver una película de zombies. Ajá, en Kaurismäkilandia, el amor florece en circunstancias extrañas y a través de películas de muertos vivientes. Como en la vida misma. En otras escenas sellarán sus encuentros con posters de películas clásicas de fondo.

Hablemos sobre la guerra, quizás lo que ya me tenía con los ovarios al plato era la radio contándonos constantemente cuántos muertos llevaban en Ucrania. El recurso de la radio comentando cosas nunca me ha gustado, pero si ya lo ponen, ponelo solo una vez no diez. Más aún cuando tu visión de la guerra o de los muertos de la guerra está claramente parcializada. Sin embargo, mi corazón comprensivo sabe que Finlandia es frontera con Rusia, y que lo más probable es que Ansa represente al finlandés promedio que empieza y termina su día agobiado por lo que transmiten los medios sobre lo que pasa en esa y cualquier otra guerra fronteriza. Como dice nuestro personaje: ¡Maldita guerra!

Hablemos sobre perros. Una película de Aki no sería una película de Aki si en el tercer acto no irrumpiera un hermoso ser de cuatro patas (suelen ser los propios perros del director). En este caso, como una proyección más al sistema que le falla tanto a los humanos como a los animales, Ansa se encuentra un perrito abandonado y decide adoptarlo para compartir paseos, trenes y camas. Con la llegada del perrito me digo: Lárguenle todos los globos de oro a los que está nominada y los futuros cosos dorados (Oscar).

Si le metemos raciocinio al guion escrito por el mismo Aki, las situaciones pueden parecer ingenuas o hasta tontas, pero este agradable sujeto logra que cuando nos acercamos al final, a pesar de todo lo extraño/apático que es su mundo, a pesar de todo lo finito que parece en expresiones, te conmueve y te ahoga con algo muy cercano a la ternura.

No sé si Aki nos ha lanzado un Tiempos Modernos en esta era moderna, o si es incapaz de separarse de sus personajes laboralmente explotados, diametralmente opuestos que encuentran el amor y la compañía canina soñada, solo sé que con Fallen Leaves seguís queriendo a ese director excéntrico que solo hace películas para dar de comer a sus perros, que prefiere la palabra verdad a la palabra realismo, que dijo que Hollywood es el McDonalds del cine o que el cine es la única religión que respeta.

Tal vez, es solo que mi idea de un final feliz es la misma que él tiene: un atardecer, la persona correcta, y claro, un perro.

Lo mejor: Aki en todo su esplendor y, ajá, Chaplin Lo peor: no es un cine de amplio alcance y, ajá, que no aparezca más Chaplin Lo más falsete: los mensajes machacones de la radio, alguno de los encuentros El mensaje manifiesto: dos soledades se pueden unir El mensaje latente: vivimos en un mundo donde se está muy solo El personaje entrañable: ¿es necesario que lo diga? Chaplin El personaje emputante: el guardia chismoso, OBVIO El agradecimiento: por los perros, siempre por los perros.

TELEVISIÓN: The Bear (Segunda Temporada)

Por: Mónica Heinrich V.

Mis querid@s:

Hay veces que uno se engancha a una serie y llega a formar una relación. Ajá. Una relación con un triste final (a vos te hablo GOT), una relación de placeres culposos (a vos te hablo Grey´s Anatomy), una relación intensa y de amor (a vos te hablo Succession) y así, ad infinitum.

A The Bear la amo. Te amo, The Bear.  Y te acepto en la salud y en la enfermedad, en la sutileza y en el exceso, en lo bueno y en lo malo.

El amor es así, lo sé.

Ya reseñé la primera temporada ACÁ, y en mi corazón quedó la horrible semilla de la duda, de que nos podríamos ir al chancho en la segunda, de que nuestra felicidad podría mancharse. Gente, yo ya no creo en pajaritas preñadas y cuando pasó lo de los quintos dentro de las latas de tomate, me dije: no hay forma de salir bien librado de ese despelote. Además, es difícil mantener el brío. El brío no es poca cosa.

Pero, oh, sorpresa de agosto, sorpresa de 2023, sorpresa.

La segunda temporada de The Bear sigue gustando, sigue generando cosas, sigue provocando amor.

Advierto que esto será pajero, spoilereado, largo y medio al pedo. Pero es lo que hay.

La segunda temporada inicia exactamente donde la dejamos. Estamos en la génesis de The Bear. Ese restaurant que Carm siempre soñó, que los Bear siempre soñaron. Son diez episodios casi todos con el nombre de alguna comida y con la misma cadencia que hizo que amara/amemos esta serie.

¡Recuperemos los cannolis, redefinamos el trauma!

No hay nada muy remarcado, es el vértigo de la cocina, la tristeza de la vida, los daños que cargás, lo que anhelás y no conseguís, los pequeños fracasos, los pequeños triunfos.

Carm (Jeremy Allen) sigue en un estado de duelo permanente, de presencia ausente, pero le mete todas sus energías a este proyecto, a este reseteo de vida. Sydney (Ayo Edebiri) está tan comprometida que conmueve. Es su momento de brillar, es la socia-nosocia que quiere triunfar en un rubro cada vez más competitivo y azotado por la pandemia. Hay un hermoso arco de personaje para Richie (Ebon Moss), que en la primera temporada parecía el primo-noprimo jodido y nada más. Richie en esta temporada rellena emocionalmente a ese primo-noprimo jodido, muestra su matrimonio arruinado, su indefensión ante el paso del tiempo, ante el fracaso, muestra su existencia tocada por la magia de la cocina, sus repentinas ganas de intentarlo, de realmente triunfar.

Es en el episodio seis donde encontraremos el punto de inflexión de toda la serie. ¡Cuántos actores y actrices talentosos dándole vida a personajes pendejos! Rememoro: Nuestro por siempre jamás Saúl Goodman, Bob Odenkirk como el emputante Tío Lee. La gran, gran Jamie Lee Curtis como la matriarca del clan: Donna. Nuestro Jon Bernthal, por siempre jamás Shane, como el impulsivo Mikey. Y a ellos se le suman el talentoso John Mullaney, Sarah Paulson, Gillian Jacobs, y a alguno me estaré dejando por ahí.

Este episodio seis contiene toda la tensión de la serie. Es esa cena familiar tóxica, caótica, en la que la mierda estalla como fuegos artificiales. Uno de los momentos más duros, fue ver a Donna absolutamente sobrepasada por la cocinada, algo borracha, en evidente depresión, sin control de sí misma ni de su entorno, decir que ella siempre hacía cosas bonitas para lo demás, pero que nadie hacía cosas bonitas por ella. Pensé en todas las madres. En todas las no madres. En los seres agobiados por ese tipo de certidumbre.

Dejame darte un apretado abrazo, Donna
¿Y si mejor te abrazo, Donna?

Además, la tristeza está muy presente en toda esa cena/escena. Tristeza por Mikey, que aún no había perdido las ganas de vivir. Por Richie que, también en esa época, había intentado salir del loop del fracaso. Por la preñez de Tiff. Por la incomodidad de Carm. Por cada “¿estás bien?” de Natalie. Por el brindis ñoño de Stevie. Por Donna, oh, Dios, por Donna.

Hay mucha expertise en el manejo de tantos personajes en un ambiente en el que la tensión se está cocinando a fuego lento. El ritmo, como en toda la serie es vertiginoso. La cena/escena es casi claustrofóbica. Y aún así tiene tiempo para el humor. Como cuando el fulano llega con la tarta de atún y todos sabemos, porque TODOS sabemos, que es una muy mala idea.

Luego está la escena del tenedor. La FAN TÁS TI CA escena del tenedor, en la que con todo mi ser gritaba: ¡BOTÁSELO, SHANE! ¡MALDITA SEA, BOTÁSELO!¡BOTALE TODOS LOS TENEDORES DEL MUNDO!

Es evidente que este episodio sale de la tónica de la serie a nivel narrativo. En The Bear, la trama para algunos espectadores puede parecer fofa y sin chiste, aburrida, y en este episodio seis, aunque en general es una cena donde se acumula la bilis hasta que explota, no deja de ser mucho más intenso de lo que la serie acostumbra. No faltará el que verá efectismo, aunque el efectismo siempre puede ser un elemento que bien usado aporta. A mí, en particular, se me hizo poco creíble que Donna no escuchara el incidente del tenedor, pero fuera de eso, el episodio seis fue un disfrute a pleno: en actuaciones, en trama, en puesta en escena, en dirección, en arte, en edición, en música. Qué placer.

¡BOTÁSELO, SHANE!

También disfruté mucho el episodio 7. El que se llama Tenedores (guiño guiño). Es mucho más sosegado que el 6, pero ahí es cuando el arco de personaje de Richie se profundiza más. Y encima aparece la gran Oliva Colleman como la chef Terry. Uno de los momentos más emotivos fue cuando descubrimos la frase. El mantra que ha estado rondando la serie todo el bendito tiempo.

Y ya si estamos hablando de momentos, el de Marcus y el tipo de la bicicleta en Noruega agitó las aguas saladas de mis ojos y de mi corazón. Y es curioso cómo se plantea esa escena, de una manera tan chiquita, que ya viene trabajada por el hecho de que sabemos que la mamá de Marcus está muriendo, de la soledad de Marcus en ese país, y de todas los dolores que los personajes de la serie han convertido en trauma.

Como todo en la vida, The Bear no puede ser perfecta. Lo que ponderé en la temporada uno, la ausencia de historia de amor, en la segunda temporada hace su aparición cursi y cliché, porque el amor es así, lo sé. No compré ese romance, ni la muletilla del mensajito final cuando el sujeto está encerrado, como para que duela más la revelación de que sí, el amor agota y distrae y quita tiempo. Como si no fuera muy difícil saber que en la próxima temporada a pesar de que agote, distraiga y quite tiempo, Carm volverá a intentarlo. Tampoco compré mucho la idea de que Carm, un perfeccionista y exigente ganador de michelines, por muy enamorado que esté, se haya olvidado o haya dejado pasar detalles básicos que contemplarían hasta en una fonda.

El final de la temporada promete más episodios. Y cuando ya querés a Carm, a Sydney, a Nat, a Richie, al tío Oliver Platt, a los hermosos platos cocinados por la hermana chef del creador de la serie, al creador de la serie, a la showrunner, a los directores, al editor, y a tutti quanti, sólo podés agradecer que los episodios sigan llegando.

Como diría el letrerito: Every second counts (Cada segundo cuenta).

Lo mejor: una serie para amar Lo peor: las cositas fuera del tono original y que las uñas de Richie continúan cuchuquis Lo más falsete: el romance y que Donna no haya escuchado el jaleo del tenedor El mensaje manifiesto: se puede resignificar el trauma y el dolor El mensaje latente: las pérdidas siempre están ahí, omnipresentes El personaje entrañable: Sydney, Mikey, Donna, Carm, Marcus, el papá de Sydney y sí, Richie. El personaje emputante: el tío Lee, OBVIO El agradecimiento: porque el amor es así, lo sé.

CINE: The power of the dog/El poder del perro

Por: Mónica Heinrich V.

Parece que los gringos se dieron cuenta recién que los Globos de Oro eran amañados. Actores y actrices cuyos agentes expertos en lobby sabían qué wiskis o cuñapés mandar a los capos de la industria, o cuyos estudios hacían la gran Emily in Paris (invitar a los votantes a un hotel de lujo en París todo pagado, con distintas recreaciones incluidas) se mostraron sorprendidísimos porque el mundo había sido un lugar gris (mejor dicho: demasiado blanquito) y hostil.

Déjenme sacarme el barbijo para gritarles: No, mis cielas. No les creo nada.

Pero, bueno, no quiero hablar de todos los festivales y concursos o premios cinematográficos o literarios o musicales en los que se hace y se hará lo mismo, mejor centrémonos en lo importante: El domingo, The Power of the Dog ganó tres de esos amañados/cancelados premios: Mejor Película Drama, Mejor Dirección, Mejor actor de reparto.

La espalda de la masculinidad tóxica

The Power of the dog se basa en la novela homónima de Thomas Savage. La novela se publicó en 1967, pasó sin pena ni gloria, vendió pocos ejemplares hasta que el 2001 fue re-editada y re-valorizada. Ese ReRe llegó hasta Jane Campion. A Jane la conocemos por esa elegante y estilosa película que es The Piano. A Jane, después de ganar Cannes por The Piano, le ofrecieron un culo de plata para hacer películas hollywoodenses. A Jane, un agente le recomendó que no lo haga, que la destruiría. A Jane se le ocurrió probar (Holy Smoke) y odió la experiencia. A Jane se le reveló que nunca más haría nada en lo que no se sintiera comprometida.

Es así que Jane leyó The Power of the Dog y se quedó con una imagen en la mente: Peter caminando orondo delante de un montón de tipos que le gritaban marica. Y ahí se sintió comprometida y ella misma adaptó la novela a un guion.

No cabe duda que la versión cinematográfica de The Power of the Dog es visualmente preciosa, de lo mejor que vi este año. La cámara de Ari Wegner (a quien ADORÉ en The True Story of the Kelly Gang) nos lleva de la mano por esos paisajes áridos. Hay muchos primeros planos que ayudan a construir los personajes y los climas. Las pausas, la banda sonora compuesta por Jhonny Greenwood (Radiohead), todo está puesto en el momento justo. Jane mantiene esa elegancia que le vimos en The Piano, es una directora de atmósferas que sabe contar lo que quiere contar.

la cara de la masculinidad tóxica

Recapitulemos con Spoilers: Es 1925. Phil (Benedict Cumberbatch) y su hermano George (Jesse Plemons) se encargan del rancho familiar. Phil ha abrazado su labor/imagen de ranchero o machomen con entusiasmo al punto que casi ni se baña y tiene unas actitudes de mierda con los que lo rodean. En la dupla, la figura dominante es Phil, y George siempre es disminuido al término “Gordito”. A diferencia del estilo rudo de Phil, George es delicado y sumiso. La cosa sigue su curso natural hasta que George posa sus ojitos gorditos en Rose (Kirsten Dunst). Rose es viuda y administra una fonda acompañada de Peter (Kodi Smit-McPhee), su hijo que apenas está saliendo de la adolescencia. Phil desprecia a Peter a quien encuentra afeminado y a Rose a quien considera poca cosa para ser parte de la familia. Eso no frena al gordito que termina casándose a escondidas para llevarse a Rose y a Peter a la casa familiar.

De ahí, suceden varias cosas. Por un lado, Rose recibe un bullying constante de Phil, aunque siendo honestos tampoco es lo peor que un tipo como Phil podría hacer. Eso la lleva a empinar el codo para tratar de aplacar o sobrevivir a sus infelices días. El gordito no se da cuenta de nada y la mayor parte de la película se la pasa por ahí con un solo estado: buenudo. Peter, el hijo “afeminado” que desaparece de la película un buen rato porque en la historia se va a la universidad (quiere ser médico) regresa para notar todo lo que el gordito no nota. Luego pasan más cosas. Para mí ese celebrado final fue demasiado anunciado, y cuando la película terminó quise sacarme algunas dudas de encima, así que me descargué el libro que pueden leer acá: El poder del perro – Thomas Savage.

damisela en apuros

En la película, segundo UNO, la voz de Peter nos dice que salvará a su madre, porque sino ¿qué clase de hombre sería? (uno que no es asesino ¿tal vez?) En la novela, entramos al relato con: “Phil siempre se encargaba de la castración”. Hay una diferencia sustancial en cómo empezar la historia. En la versión de Jane ya me anunciás lo que va a pasar, ya mi mente sabe que Peter hará algo, y por el tono deduzco que será turbio. En la versión de Savage hay otro tipo de sutileza.

Mi mayor problema con la historia fue el final, la narrativa de Jane Campion lo convierte en una especie de final feliz o de astuta venganza. Me hizo ruido. Ya estoy un poco cansada de que las injusticias que se plantean en una historia de abuso sean resueltas con un asesinato gratuito y que además se celebre. Me pregunté si en el libro, un bullying de mediana intensidad era motivo suficiente para que Peter tomara tales determinaciones, y si tales determinaciones se afrontaban con tanta liviandad.

Y la sorpresa que me llevé es que no. En la novela, Phil también está involucrado indirectamente en el suicidio del padre de Peter. Hay toda una secuencia inicial que nos relata cómo un Peter niño ve a su padre borracho siendo vilipendiado por la gente del pueblo y cómo Phil, en concreto, lo humilla un par de veces. Es evidente que incluso dentro del relato de Savage, la figura del papá de Peter es errática y débil, por lo que concluimos como lectores que, si bien Phil tiene cero empatía y hace gala (una vez más) de su masculinidad tóxica, tampoco podríamos decir “se suicidó por su culpa”. En todo caso, Peter (como personaje) sí podría guardar ese recelo, o Rose, por lo que quedaría más y mejor explicado, cómo ella cae tan rápido en la bebida y parece incapaz de sobrellevar esa nueva vida. Se entiende más, también, el rechazo de Phil a ambos.

Tóxicos everywhere

Hay otras diferencias que me parecen notables. Las alusiones a Bronco Henry son más sutiles, la homosexualidad de Phil es más sutil. En ese sentido, Phil, tal cual está construido en su versión literaria, no tendría el altar de Bronco Henry con su montura, porque va en contra de esa cosa sentimental que tanto ha intentado evitar. Peter, por su parte, es más retorcido en el libro, su placer en las disecciones de animales es oscuro: tenemos claro que hay un problema en el chico. Sociopático, psicopático, lo que sea. Bajo esos detalles, el final no se antoja a final feliz.

En lo que más discrepo (aunque respeto esa mirada) es en argumentar que El poder del perro es una especie de deconstrucción masculina o de ensayo feminista solo porque lo dirige una mujer o porque hay un machomen exhibido o «derrotado». De un tiempo a esta parte, estos personajes que tienen obvios problemas mentales, son usados como ejemplos de narrativa deconstructiva. En realidad, la historia, tanto la literaria como la cinematográfica, se centra en los arquetipos de siempre: Un machomen abusivo , la damisela en apuros que será rescatada en un inicio por George que se casa con ella y la saca de su vida modesta y luego por Peter que termina asesinando a quien la acosa. La felicidad parece ser una pareja besándose bajo la luna.

Se va a caer, se va a caer

Si uno lo analiza bien, incluso Phil, el villano gay, es una víctima. ¿Acaso Phil, en los años 20s, criado en un ambiente de machomens, que nunca aceptaría su amor por Bronco Henry, no intentó toda su vida encajar con lo que le enseñaron que era un hombre? ¿No llevó al extremo su rechazo propio, el miedo a su propia homosexualidad? En la novela se insinúa que los padres de Phil tienen una discusión de origen desconocido con él y ese es el motivo por el que dejan el rancho. Quizás esos matices son los que extrañé de la versión de Jane. Una versión que se nutre de la fórmula del melodrama más común del cine.

Es evidente que lo literario y lo cinematográfico son dos lenguajes distintos, y que es imposible condensar en dos horas una novela como la de Savage sin dejar nada en el tintero. El trabajo que hace Jane Campion sobre lo central de la historia, está. Y, además, lo presenta de una manera tan bella y con actores tan compenetrados en sus roles, que uno como espectador valora la experiencia. No importa si para el ritmo del relato George o Peter desaparecen de escena a antojo o si los encuentros entre Rose y Phil son forzados, o si la secuencia con los indios es condescendiente, el giro final consigue los aplausos que corresponden.

Hola, Phil. Vengo a ofrecerte un poco de Antrax vengativo.

La película cierra (antes del beso bajo la luna) con Peter, Biblia en mano leyendo el famoso Salmo 22:

¡Libra de la espada mi vida, mi alma solitaria del poder del perro!

Jane dijo en una entrevista que el perro son los impulsos, lo oculto que llevamos dentro. Quise entender mejor el contexto de la frase y abrí la Biblia. Los salmos son escritos por David, el famoso David de David y Goliat. El poder del perro hace referencia al poder de los enemigos del Rey David, los mismos que crucificaron a Cristo. El perro era lo que amenazaba sus vidas, ese otro que significaba muerte o destrucción. En la novela, el perro era Phil. Así lo dice el autor al final del libro sin muchas florituras. 

Puesto que ella ya era libre, gracias al sacrificio de su padre y al sacrificio que él mismo había podido hacer a partir de un conocimiento que había adquirido en los grandes libros negros de su padre. El perro estaba muerto.

Lo mejor: visualmente perfecta Lo peor: que la película diluye algunas decisiones con liviandad y celebra lo que en la novela tiene un tono más turbio. También: La muerte del conejito La escena: la caminata de Peter cuando todos le gritan marica. También: La muerte del conejito. Lo más falsete: las escenas poco sutiles del homosexualismo reprimido de Phil El mensaje manifiesto: la venganza sí es dulce  El mensaje latente: el final feliz es debatible El consejo: para ver y disfrutar del talento de Jane Campion y su solvente casting El agradecimiento: por la gran cámara de Ari. 

CINE ISLANDÉS: Lamb

Por: Mónica Heinrich V.

Mucho se ha dicho sobre Lamb. Claro, porque se puede decir mucho. Es una película que se comercializa como adscrita al género terror, y si uno (champado en la ingenuidad) sigue esa etiqueta y quiere verla para arañar las butacas o sufrir un poco de taquicardia, se va a llevar un chasco. Es justo afirmar, entonces, que Lamb no es una película de terror.

Maria, yo haría exactamente lo mismo que vos.

Lamb, ahí donde la ven, ha ganado el Festival de Cine Fantástico Sitges de este año y también fue selección oficial de la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes. Entre esos logros y/o datos estimulantes, tenemos que es la película más cara de la historia de Islandia y la que ha conseguido meter más personas a sus salas de cine. Fuera de sus fronteras la película ha peleado espacio en USA con el estreno de James Bond. Una batalla David vs Goliat de la que no ha salido mal parada, convirtiéndose en la película islandesa más vista en suelo gringo.

Tanta cháchara para llegar al meollo del asunto. ¿Qué tal está Lamb? ¿Vale la pena verla, terrorífica o no?

La opera prima de Valdimar Jóhannsson se divide en tres episodios. En el primero, nos presenta a Maria (Noomi Rapace) y a Ingvar (Hilmir Snær Guðnason), un matrimonio que se dedica a su granja en los paisajes fríos y montañosos de Islandia. Este primer pedazo tiene un ritmo pausado, y será el momento en el que los que fueron al cine buscando una película de terror querrán salir de la sala.

La cámara sigue en tono casi documental las actividades rutinarias de la pareja. Limpieza de establos, lavar la ropa, trabajar con el tractor, cuidar a su rebaño de ovejas y carneros. El guion del mismo director y de Sjón (coguionista también de Bailando en la oscuridad), consigue transmitirnos cierta tristeza. Algo no está bien. Las ropas colgadas en el tendedero, moviéndose al viento como metáfora de la soledad y aislamiento de estas dos personas, hacen hincapié en eso.

La rutina se rompe cuando ambos asisten al parto de una de sus ovejas y consiguen que el cordero nazca. El plano no abandona las caras de María e Ingvar, y cuando salen con el bulto en brazos, está claro que, por fin, hay una razón para sonreír y estar bien. Acá viene la piñata de spoilers, así que si no la han visto, deténganse. 

Maria, yo también le entregaría flores a Ada.

Uno como espectador intuye lo que está pasando, pero no se lo quiere creer del todo porque suena demasiado “raro” para ser verdad. Desde mi butaca pandémica gritaba: ¿Son bracitos? ¡Me muero, es un bracito humano! Decime que tiene cuerpito ¡por favor! Necesito que tenga cuerpito humano. Así, en diminutivo, porque es la única manera de hablar sobre Ada.

En el episodio dos comienza lo que algunos podrían ver terrorífico, es donde confirmamos que sí, que la oveja dio a luz una corderita/humana: cuerpito humano, patita de futura ovejita, manito humana y cabecita de futura ovejita. Oh, por Dios, LA AMO. Yo también le pondría cuna, y le pondría impermeable cuando lloviera y la sacaría de la mano a recorrer las montañas. #nomejuzguen.

La cinematografía paisajística se convierte en una cinematografía del duelo y vemos ante nuestros escépticos ojos cómo puede funcionar una propuesta así. La dirección de Jóhansson es pulcra, sabe lo que quiere contar y cómo. No musicaliza en exceso sus escenas, de hecho, son los sonidos de la montaña, de los animales, del clima, los que se vuelven también protagonistas del relato. Esa brecha existente entre lo humano y lo inhumano se refleja en las apariciones de la madre biológica de Ada, y las reacciones de Maria.

Demasiada bellosidad.

En el tercer episodio se involucra un nuevo personaje, el hermano de Ingvar que generará una tensión constante ante su rechazo a la situación. La situación sigue su curso natural o antinatura, y hasta ese instante uno acompaña con entusiasmo a la parejita, al hermano, a Ada y a todos los carneros, ovejas y corderos del mundo.

Entendía la postura del hermano de Ingvar, pero me indigné cuando le dio el pasto a Ada. ¡Cómo te atrevés hermano de Ingvar! CÓ-MO.

Luego, nos fuimos a la mierda. Han pasado ya dos o tres semanas desde que la vi, y aún no sé qué pasó, porque lo que Jóhansson construyó con tanto mimo se cae en una escena que parece una resolución anticlimática, tonta y que convierte a este drama folk en una comedia involuntaria. ¿Para qué ese bichote? PARA QUÉ. No quiero al bichote. Rechazo al bichote. De hecho, una de las dudas que rondaba mi mente era de cómo sale Ada mitad ovejita mitad humano y la respuesta retorcida y perver que me había dado era que Ingvar…buee…y que Maria había…bueee. #nomejuzguen.

Y zas, la aparición del bichote cerró el espacio de todas esas cosas bellas y turbias que reventaban en mi mente como pipocas y tuve que dejar de teorizar para ver al bicho computarizado.

Triste.

El trabajo actoral de Noomi Rapace y de Hilmir Snær Guðnason, hace creíble lo increíble. El nivel de confianza que debe existir entre los actores y el director para entregarse a un guion que puede fácilmente derrapar en el ridículo, tiene que ser inmenso.

Esta es una historia que tiene sus tiempos, la mayor parte pausados. Así que los amantes de la adrenalina y el blockbuster, si no se salieron antes de la sala, se saldrán tarde o temprano. Hay que destacar el trabajo de los efectos especiales que crearon a una Ada adorable y que la integran completamente a las montañas lloviznosas.

Lamb termina, y uno que ha estado con el ojo pelado, queriendo abrazar a Ada, comprendiendo plenamente a la parejita en duelo, odiando un poquito al hermano de Ingvar, tiene la sensación de que es una película que pudo crecer mucho más, que estuvimos ante un hermoso globo que estaba siendo inflado y que reventaron de golpe y que tuvimos que conformarnos con eso que queda después del globo reventado: una maldita hilacha de plástico.

¿Y ahora qué carajos hago con este resto de plástico, Johansson?

De todas formas, muchas cosas pasan en pantalla como para que tengamos tiempo y ganas de sufrir por expectativas frustradas. Volviendo a sumergirnos en lo que cuenta Jóhansson, en cómo decide finalizar su historia, el verdadero terror, incluso tomando en cuenta el cuestionado y sangriento final, es el de esa herida abierta para Maria. La perdida, el duelo, una vez más.

Lo mejor: Ada y todos los animales del mundo Lo peor: su abrupto y anticlimático final Lo más falsete: su abrupto y anticlimático final El mensaje manifiesto: en el cine y en la vida: todo puede ser posible  El mensaje latente:no juzguemos La escena: todas en las que aparecía Ada, y también cuando a Maria se le va la olla y hace lo que hace con la mamá biológica de Ada El personaje entrañable: Ada y todos los animales del mundo El personaje emputante: el bicho/papá/tóxico que aparece al final El agradecimiento: por Ada y todos los animales del mundo.

CINE: Green Book

Por: Mónica Heinrich V.

Me encanta Hollywood. Ellos se las ingenian para repartir cosos dorados al trochi mochi de la manera más políticamente correcta posible. Y encima, dando el espaldarazo a mensajes contradictorios para white innocent people.

Desde hace años que una industria oscura como pozo de noria quiere verse menos racista, menos homofóbica, menos pedófila, menos violadora y menos misógina. La clave de esta afirmación está en la palabra “VERSE”.

Imagínense ustedes la probabilidad de cachetear a Donald Trump con el triunfo de una película mexicana. Donaldsito no podría creer que “pinches indios” (Hola, Sergio Goyri) reinen en la gala pomposa y aburrida que vimos anoche. Para mí, eso ya cantaba que Roma iba a tener su gran noche. Que la tuvo. Se llevó el coso dorado a Mejor Director, Mejor Fotografía (!!) y a Mejor Película Extranjera, habiendo gente con mejores trabajos en los tres apartados. La agenda de Hollywood hasta ese momento seguía sin decepcionar, llenando los huequitos necesarios y suficientes para obtener una estrellita dorada en sus estrelladas frentes.

Me pregunté si el cinismo llegaría a tanto como para darle un Oscar a Mejor Película a esa biopic de mediopelo que hicieron de Freddy Mercury, solo por verse pro figura emblemática gay, olvidándose completamente que la dirigió un acusado de pedofilia. También ahí cumplieron con darle unos cuantos premios. Tan innecesarios como los que le dieron a Pantera Negra que hasta la fecha nos andamos preguntando contacto o lobby de quién hizo posible tantos cosos dorados para esa película.

Pero nada, nada me preparó para ver ganar el coso dorado a Mejor Película del año a Green Book. O sea, podés estar en contra de Roma, pero hay cosas que se le pueden reconocer como una película cuando menos superior a la media o con más logros o más personalidad. Podés pensar que la biopic de Freddy Mercury es una caca, pero por lo menos hay cierta cosa grandilocuente hollywoodosa a la que uno podría achacar su coso dorado.

La equidad racial en una sola imagen

Green Book,por su parte, es de la lista de las nominadas la más simplona, la menos inspirada, la más cómoda, la más ñoña, la más…menos. Eso sí, con ella la Academia puede VERSE solidaria, buena onda, y a favor de las minorías afroamericanas y homosexuales.

Oh, white innocent people.

Peter Farrelly, el director, anduvo por los noventas complotado con su hermano Bobby para emboscar a parte del equipo del set de sus películas (Something about Mary, Dumb and Dumbber,entre otras joyas) y mostrarles su pene de vez en cuando. Hasta la pobre Cameron Diaz le vio su pirulín al señor Farrelly. Este mismo Peter que hoy se declara asqueado de su yo noventero, es el director de la supuesta Mejor Película del año pasado.

Farrelly, casi bíblico

Green Book hace alusión al famoso Libro Verde que existió entre 1936 y 1966, una especie de guía para que los negros supieran dónde alojarse, donde entretenerse y dónde comer en los viajes, ya que el racismo estaba tan enquistado que no eran bienvenidos así nomás. La gente puede ser muy hija de puta.

La historia nos cuenta que Don Shirley (Ali Mahershala), un pianista virtuoso, decide emprender un tour con su banda por un circuito abiertamente racista, su idea es sentar un precedente. Para eso contrata a Tony Lip (Viggo Mortensen) un italoamericano que será encargado de su seguridad.

El guion lo escribe Farrelly y el novato Bryan Hasse, con la asesoría del hijo de Tony Lip, Nick Vallelonga. Ninguna consulta se hizo a la familia del Dr. Don Shirley. No es pues necesario.

Green Book se cuenta en blanco y negro, figurativamente hablando. Tony Lip es todo aquello que el cine y las series americanas han posicionado como el perfil del italiano-americano. Una suerte de Tony Maseli (recién descubrí que se escribía Micelli). Un bocón histriónico, que en el fondo de su racista corazón es un buen hombre. Rodeado de un familión, casado con una mujer que no sale de la cocina y que espera sus cartas, rodeada, a su vez, de otras mujeres que también exigen cartas de amor. Así es chicos, nos encantan las cartas de amor.

Este Tony Lip es el que guiará a Don Shirley en el descubrimiento de sus costumbres negras (probá el pollo frito Don Shirley), de la necesidad de la familia (Tenés que hablar con tu familia, Don Shirley), de la necesidad de la amistad (Pasemos navidad juntos, Don Shirley), y él, nuestro blancoamericano Tony Lip, se dará cuenta de lo mucho que sufre su negro y gay jefe devenido en amigo. Porque sí, el mundo de los sesenta era muy hostil con los negros (la audiencia se sorprende y asquea), sin embargo, no debemos preocuparnos porque Tony Lip estará presente para ayudar al suyo cuando las cosas se compliquen (la audiencia se siente bien), porque ¿qué es un mundo sin amigos, mis queridos amigos?

Te das cuenta Tony, ¿esta bella imagen que damos? Un blanco y un negro juntos conversando de la vida y el mundo.

Mentiría si no dijera que este cuento de amor al prójimo, esta road buddy feel good movie no se ve con regocijo por las aventuras de este par de amigos que aparentemente es una dupla inusual. El corazón se entibia como si el sol tropical de Santa Cruz nos bañara el pecho.

Sí hace un poco de ruido que después la familia de Shirley haya desmentido el supuesto aislamiento del personaje, o muchas de las anécdotas ahí relatadas, pero hey, es una ficción. No importa que use a una personalidad negra para contar una historia bastante blanquita. ¿O sí?

Este cuestionamiento de contenido a la película lo hago porque si ella misma se vende como reivindicadora de la comunidad afroamericana o del amor al prójimo a pesar de sus «diferencias», es pues necesario resaltar la contradicción en la que la película cae cual chancho en piscina de barro.

Cinematográficamente hablando, Green Book es una película que parece hecha por Lifetime o Hallmark, con un poco más de presupuesto e inflada por las actuaciones verdaderamente notables de Mortensen y Marheshala. No hay inspiración en su simplicidad. La fotografía de Sean Porter (Green Room) es convencional y poco memorable. Quizás lo mejor sea el apartado musical. Pero incluso en esa área en la que supuestamente el filme debería brillar más que el vestido de JLo en la ceremonia de este año, no supera expectativas. Interesante que la película sea sobre la vida e iniquidades  del NEGRO (lo quiero poner con mayúscula pa que se note bien grandote) y al final sea el BLANCO el nominado a coso dorado como PROTAGONISTA y el NEGRO resulte ACTOR DE REPARTO.

Oh, white innocent people.

¿Es la mejor película del año pasado? No. ¿Es acaso la mejor película de su categoría? Tampoco.

El director Peter Farrelly tiene un prontuario de películas cómicas-estúpidas para el gringo promedio que fueron muy populares en su tiempo. Siempre me imaginé qué pasaría cuando el tipo evolucione y deje de mostrar penes fuera y dentro del set. Pues eso. De mostrar penes trabados con la cremallera del pantalón o cabellos tiesos de semen confundido con gel, Farrelly ha dado su salto de seriedad. Lo hace con una película como Green Book, un pequeño drama que le hace honor a su filmografía previa, entretiene, está hecha para el gringo promedio y tiene menos profundidad que platillo chino.

Marche un coso dorado por Mejor Película del Año.

Lo mejor: es para que te sintás bien, menos racista y más evolucionado Lo peor: bienintencionismo simplón y de tarjeta de Hallmark La escena: cuando Shirley toca en el bar Lo más falsete: el discursito y el tratamiento al tema racial y sexual de Shirley El mensaje manifiesto: cosos dorados cada vez más de papel regalo El mensaje latente: los Oscar aguantan todo en cuanto a doble moral y dobles mensajes El consejo: para verla y sentirte bien, menos racista y más evolucionado El personaje entrañable: el verdadero Dr. Shirley El personaje emputante: cada votante cojudo de la Academia El agradecimiento: porque siempre podés ver películas no nominadas ni ganadoras del coso dorado.

CURIOSIDADES

El verdadero Tony Lip interpretó a Carmine Lupertazzi en The Sopranos y tuvo algunos papeles en películas de Martin Scorsese.

En las escenas del familión de Tony Lip aparecen familiares reales del personaje.

Por sugerencia de Viggo la película no abre con ninguna referencia o cartel de contexto.

El compositor de la banda sonora de Green Book, Kris Bowers, es el doble de Mahershala Ali como pianista.

Viggo Mortensen solía ver episodios de Los Soprano con la participación de Tony Lip antes de ir al set cada mañana, para entrar en ritmo con los diálogos y su acento.

En noviembre, Viggo Mortensen la lió en una rueda de prensa cuando comentó: «Nadie dice ya la palabra ‘nigger'». La cuestión es que no quiso ofender a nadie y lo dijo dentro de un contexto, pero tuvo miles de críticas y tuvo que acabar disculpándose: «No tengo derecho a ni siquiera imaginar el daño que puede causar escuchar esa palabra en cualquir contexto, especialmente dicha por un hombre blanco».

Hubieron quejas de Maurice Shirley, el hermano en la vida real de Don Shirley, que dijo que la película era un hatajo de mentiras y que protestó porque nadie se había puesto en contacto con él para contrastar el guión, en el que curiosamente participa otro familiar, el hijo del protagonista al que da vida Mortensen, Nick Vallelonga. Mahershala Ali tuvo que acabar llamando a los familiares de Shirley para pedirles perdón por no haber hablado con ellos para trabajar el personaje.

El propio Nick Vallelonga tuvo que retractarse de un tuit racista que alguien recuperó de su cuenta, del año 2015, en el que dijo que los musulmanes estaban celebrando en Jersey City después de los ataques terroristas del 11 de septiembre. «Quiero disculparme. He pasado toda mi vida tratando de llevar a la pantalla esta película sobre superación de diferencias y búsqueda de un terreno común, y estoy terriblemente apenado con todos los vinculados a Green Book», explicó en un comunicado. Se disculpó con Mahershala Ali, musulmán, y concluyó: «‘Green Book’ es una historia sobre amor, aceptación y superación de barreras, y yo voy a mejorar».

Antes de rodar la película, y para preparar el personaje de Tony Lip, Viggo Mortensen se reunión con la familia de Nick Vallelonga en una cena que duró nada menos que ¡seis horas! El festín, a tenor de lo que cuenta Mortensen, debió de ser brutal.»Casi me destruyó porque aún no había aumentado de peso; no había expandido mi estómago. Era casi letal», señala. Pero cuando la familia pensó que estaba rechazando las raciones porque no le gustaba la comida, se vio obligado a terminar los platos. Y cada vez que acababa uno, traían otro.

El actor neoyorquino tuvo que ganar 20 kilos para su papel de Tony. Y lo hizo de varias maneras: comió antes y durante la película. Antes de rodar, ya había ganado más de 11 kilos; los 9 restantes los subió con escenas como aquella en la que su personaje participa en un concurso de comer perritos calientes: «Se comió 15 perritos aquel día», explicaba Peter Farrelly a Yahoo!. «Se come dos o tres a la vez».

CINE LIBANÉS: El Insulto (L´Insulte)

Por: Mónica Heinrich V.

El cineasta libanés Ziad Doueiri ha sido asistente de Tarantino, y su crianza fue en un entorno propalestina que luego matizó cuando conoció de cerca a algunos cristianos libaneses que también sufrieron masacres y fueron perseguidos por facciones extremistas palestinas.

De ese contexto se alimenta su cine, sus guiones. Por eso no es de extrañar las buenas intenciones que derrama su más reciente filme El Insulto, que fue nominado a Mejor Película Extranjera en la pasada edición de los Oscar.

Yasser, un palestino refugiado se encuentra trabajando en una calle de Beirut cuando le cae agua desde una canaleta de un balcón. La canaleta es ilegal porque por ley los balcones no deberían echar agua de esa manera. Yasser intenta coordinar con el propietario del departamento el arreglo del tubo. El dueño resulta ser Toni, un cristiano libanés que ni bien decodifica que Yasser es palestino se niega a cualquier colaboración. Yasser de manera unilateral decide poner la canaleta como tiene que colocarse y cuando Toni lo descubre, destruye el trabajo que ya estaba casi listo. Es en ese momento que Yasser insulta a Toni. Toni, entonces, dice que hasta que no reciba un pedido de disculpas del palestino llegará hasta las últimas consecuencias.

La sencilla premisa revela una radiografía de la frágil tregua entre palestinos y cristianos que se vive en el Líbano y de la hipocresía con la que se maneja el tema de refugiados en Asia y Europa. Ese pequeño conflicto entre dos personas, en medio de la calle, que puede sonar muy marginal, un roce muy estúpido y nimio termina amplificándose de tal manera que revive odios y rencillas que se intentan mantener ocultos bajo la corrección política.

La película en sí misma es modesta en cuanto a recursos, la música es más bien fea para mi gusto, onda musicón de matrimonio. La fotografía no es nada del otro mundo, tiene un estilo muy docu-ficción sin mayores sorpresas. Las actuaciones de sus protagónicos son cuando mucho cumplidoras. El drama se convierte en drama judicial casi a la mitad de la película y definitivamente le sobra una buena media hora. Eso porque el director y guionista termina enredando demasiado su fábula moral y sus ambiciones de parecer neutral.

Sin embargo, algo en El Insulto trasciende más allá de su forma. Esta es una historia que cala hondo y que deja abiertas algunas dudas o cuestionamientos válidos.

Vi esta película la semana pasada justo cuando estalló la polémica del micro donde una señora insultaba a una mujer de pollera. Es interesante cómo se puede extrapolar realidades y cómo el conflicto planteado en una película que exhibe una realidad en apariencia lejana, nos hace ver que no somos tan distintos.

Amén de que El Insulto en conjunto termine cediendo ante sus afanes conciliadores, no pude más que pensar en lo bien que representa la mezquindad del ser humano promedio. Una mezquindad surgida de una serie de factores que no necesariamente corresponden a lo vivido de manera personal sino a lo que se arrastra por varias generaciones.

El rechazo de Toni a Yasser, el insulto de Yasser a Toni y la postura de ambos de no ofrecer una disculpa que dejaría el conflicto atrás, están muy bien plasmados en esta película que intenta dar un mensaje moral, una lección de historia y un baño de comprensión a facciones largamente enfrentadas.

Mientras tanto en el Líbano, ahora llamado «vertedero del mediterráneo«, siguen cayendo bombas, los sirios no tienen cabida ni siquiera en los cementerios, y los palestinos aún esperan que mejoren sus condiciones de vida.

Si todo se resolviera como en las películas, qué lindo sería el mundo.

Lo mejor: te deja pensando, y alcanza un muy buen clímax Lo peor: le sobra media hora y el discurso político/moral se enreda demasiado La escena: cuando Yasser va a pedir disculpas y sucede lo de la mención a Bashar Lo más falsete: la mirada conciliadora ante un conflicto demasiado complejo El mensaje manifiesto: al final, todos podemos ser víctimas El mensaje latente: qué difícil es pedir perdón El consejo: para verla si hay la oportunidad El personaje entrañable: el papá de Toni, la mujer de Yasser El personaje emputante: los litigantes, qué terquedad! El agradecimiento: por las buenas intenciones.

CURIOSIDADES

Para el director, el reparto está en segundo plano. En primer plano está tener un guion redondo.

Hizo unas audiciones muy meticulosas. No conocía a esos actores pero apostó por ellos, algunos analizaban a fondo a sus personajes, y otros preferían ser más espontáneos.

Al principio del filme hay una advertencia que indica que la película no representa la visión del gobierno libanés. Antes de rodar, el director tuvo que presentar el guion en la Oficina de Censura. No le pusieron ninguna pega, pero tenían miedo de la reacción del público. Así que el único requerimiento que tuvieron fue que tenga esa aclaración al inicio del filme. Querían que el letrero dure dos minutos y finalmente accedieron a que sean 10 segundos que es lo que cualquiera tardaría en leerlo.

Ganó la copa Volpi al mejor actor en Venecia, y el premio del público en Valladolid.

El director se inspiró en películas como 12 hombres sin piedad, de Sidney Lumet, o Vencedores o vencidos, de Stanley Kramer.

Sobre Tarantino dijo: «Trabajé con él en Reservoir Dogs y Pulp Fiction entre otras. Quentin Tarantino ha influido a muchísimos creadores, diría que también a mí, que he estado tan estrechamente unido a él, pese a que no rodamos el mismo tipo de cine. Pienso que maneja muy bien los diálogos, y que en su cine la acción surge de las frases de los personajes. Me gusta pensar que mis filmes son parecidos a los suyos en este sentido. A veces ocurre lo contrario, en las malas películas se piensa primero en los combates, y luego se añaden los diálogos. No me gustaría que esto me pasara nunca»

CINE AUSTRIACO: Happy End

Por: Mónica Heinrich V.

El cineasta austriaco Michael Haneke fue uno de los grandes ausentes en las nominaciones de los Oscar de este año. No solo eso, también la pasó muy mal en el festival de Cannes, lugar que siempre lo acogió como a un hijo pródigo. Eso tiene cierto paralelismo con lo que la presentadora Heidi Klum siempre dice en su reality Project Runaway: “Así es el mundo de la moda, un día estás in y otro día estás out”, máxima que se puede aplicar para cualquier trabajo. Tal cual, a Michael Haneke que ha recibido premios por todo el mundo y ha sido considerado un director imprescindible en algunos circuitos cinéfilos, a él, a sus 74 años, le tocó estar out.

Su última película Happy End contiene todos los elementos que han caracterizado a su cine: Habla de la decadencia de una familia burguesa, de la violencia sin motivo aparente, del canibalismo de los medios, la soledad, la incomunicación, los afectos básicos anulados (familia, amigos) y tiene una mirada sombría sobre el ser humano en general.

Creo que el daño o el dolor que me causó Amour (2012) es difícil de expresar y muchas veces me pregunté, así como si el sujeto existiera realmente, qué sería de la vida de Georges, personaje interpretado por el francés Jean Louis Trintignan y que toma una muy turbia decisión al final de esa película. Por eso, que Haneke vuelva de alguna manera a esa historia en el personaje principal de Happy End que también se llama Georges, es un aliciente para seguir lo que nos cuenta.

Por supuesto, que ya desde el título, sabemos que tendremos cualquier cosa menos un final feliz. Haneke, al igual que el realizador americano Todd Solondz que hizo esa píldora de amargura llamada Happiness, no está dispuesto a darnos lo que el cine comercial y bobalicón reclama: Espectáculo y emoción. Al contrario, el acercamiento a su historia es de una frialdad casi exasperante.

Acorde a los tiempos que corren, el austriaco abre su película con un video filmado a través de un celular. Una niña ha matado a su hamster para probar (?) que puede envenenar a su madre. Esta niña resulta ser la nieta de Georges que tiene una empresa que alguna vez también estuvo in y que ahora está out, situada muy cerca de un campo de refugiados. Los problemas de este hombre ya empezaron en una situación como la de Amour, con el temita de la almohada, la paloma y esas decisiones que cambian vidas o las terminan. Y claro, Georges siente que tiene que tomar el toro por las astas en cuanto a más decisiones. Porque la vida es eso, tomar decisiones. Nuevamente, Haneke regala unos diálogos tristes y duros como el de la niña que le dice a su papá que sabe que no ama a nadie.

También hay espacio para el humor negro, que es un humor muy negro. Esta Europa clasista atribulada por la avalancha de los refugiados es el blanco perfecto para que Haneke se regodee en sus miserias. La sagrada institución de la Familia (así, con mayúscula) nunca deja de mostrar su cara menos amable, porque para el director no hay nada amable en la existencia.

Entiendo la decepción generada por Happy End en algunos espectadores, puede parecer el esfuerzo más pequeño de un Haneke cansado. Es, sin duda, el trabajo menos inspirado de su filmografía y hasta se siente como un plagio a pedacitos de cada una de sus películas. Sin embargo, desmerecer a ese Jean Louis Trintignant en el ocaso de su vida como ese Georges también en el ocaso de su vida, a la gran Isabelle Hupert actriz fetiche de Haneke, a la maravillosa Fantine Hardoin como la oscura Eve, no le hace justicia a una película que no deja de ser provocativa y que posee tantas capas a explorar.

Haneke, que es licenciado en psicología, tiene una firma muy clara en cuanto a su visión del cine, y ha encontrado su vitrina en películas como Funny Games, La Cinta Blanca y la ya mencionada Amour (reseñada ACÁ).

Fiel a su creencia de que la violencia no hay que mostrarla en primer plano, sino desde la distancia, el director y también guionista, hizo Happy End después de abandonar un proyecto de dos años llamado Flashmob.

En entrevistas posteriores al estreno le cuestionaron algunas escenas ambiguas y él dijo que la idea es que el espectador llene los huecos que él deja en sus argumentos porque como realizador solo da pistas y no repuestas.

Happy End, como ya lo dije al inicio, no tiene un final feliz. Su final es una cachetada, en ese plano largo, en esa espalda de Jean Louis, en esa aparición de un celular que vouyerista filma esa escena no feliz, Haneke se va a los créditos.

Queda la sensación de que el Haneke del menor esfuerzo, el Haneke cansado, el Haneke que se plagia y se autoreferencia, no deja de ser interesante.

Lo mejor: sigue la línea de su filmografía y tiene momentos densos muy logrados Lo peor: no es su mejor película y sabe a figurita repetida La escena: las de Eve, la del karaoke con Chandelier, y el final Lo más falsete: la irrupción de los refugiados a la fiesta El mensaje manifiesto: el final feliz es subjetivo El mensaje latente: estamos todos muy dañados El consejo: Igual hay que verla El personaje entrañable: el hámster del inicio El personaje emputante: el papá de Eve El agradecimiento: por los finales, a secas.

CURIOSIDADES

Actualmente, Haneke se encuentra a punto de debutar en la televisión con una serie de diez episodios llamado Kelvin´s Book que será una distopía.

Es el bache más largo entre películas de Haneke: Le tomó cinco años volver a exhibir un largometraje.

Cuarta colaboración entre Michael Haneke e Isabelle Huppert.

Aunque Jean-Louis Trintignant está jubilado desde 2003, sólo vuelve a trabajar en películas si Michael Haneke las dirige. Él considera a Haneke el director más grande vivo y actuaría para él en cualquier película (en papeles grandes y pequeños). Michael Haneke también considera a Trintignant uno de sus actores favoritos de todos los tiempos (junto a Marlon Brando).

Tuvo un presupuesto de 13.600.000 $us. aproximadamente.

Es una coproducción francesa y alemana.

La lectura de la prensa le facilitó, en esta ocasión, lo que él define como la situación perfecta, la idea central de la que parte toda la película. El suceso de una joven adolescente de 12 años que envenenó a su madre con pastillas, lo filmó con su móvil y lo subió a internet (el actual sustituto de la religión, según M. Haneke). A partir de ahí, el director y guionista concibió una gran familia burguesa y adinerada, en la que la expresión de los sentimientos es inexistente y la incomunicación, palpable.

DOCUMENTAL: Visages Villages / Rostros y Lugares / Faces Places

Por: Mónica Heinrich V.

No quiero hablar aún de Icarus y lo terrible que son los rusos y de cómo Netflix compró el documental que ganó anoche los Oscar por una cifra poco frecuente. No. La agenda americana anti-rusa no me interesa en este momento. De ellos nos ocuparemos después.

Hoy quiero hablar de Rostros, y también de Lugares, y de Agnès Vardá y de JR y de la Nouvelle Vague y de la fotografía y de la juventud y de la vejez y de Jean Luc Godard y de aquello que dejamos atrás mientras vivimos y de aquello que nos llevamos cuando morimos.

Visages Villages (Rostros y Lugares) es un documental, una road movie, una buddy movie, un proyecto artístico, y el encuentro entre dos generaciones a través del arte.

La encantadora Agnès Varda, un mito de la cinematografía francesa, ya en sus 86 años se embarca en esta aventura con JR, un artista alternativo de 34 años. Juntos recorren la Francia rural en una furgoneta con forma de cámara que además expulsa fotos a gran escala.

La idea es modesta y ambiciosa al mismo tiempo. Modesta porque no requiere más que el buen ojo y la oportunidad, y ambiciosa porque conseguir armar con esos retazos de personas y de lugares un documental tan hermoso, no debe ser fácil.

La única consigna para los personajes que se fotografiarían era que no ostenten ningun tipo de poder. Aunque el trabajo parece aleatorio, es evidente que detrás hay un arduo trabajo y la sensibilidad justa para llevar a la pantalla lo que vemos.

Rostros y Lugares regresa al cine de contar historias sin mucho ornamento, de vender cierta verdad hoy tan esquiva tanto en la ficción como en el género documental.

“Hay que estar siempre reinventando la vida” dijo Agnès en una entrevista reciente, y eso es precisamente lo que hacen ella y JR en su documental: mineros, pueblos abandonados, queseros, cabras, trabajadores, el famoso puerto Le Havre, personas anónimas, invisibles, lugares hermosos pasados por alto, todo eso recuperan ambos directores a lo largo de su exquisito viaje.

El viaje, además, sirve para conocer a ambos artistas, para saber sus posturas sobre ciertos tópicos, para ver la vida a través de la juventud de JR y la sabiduría de Agnès. Este no es un viaje solemne, no es una paja intelectualoide de dos poseros que quieren verse «creativos», esto tiene mucho sentido del humor, mucha ternura, mucha piel.

Confieso que me enamoré de este trabajo. No pude resistir el encanto de una Agnès Varda esperando a la muerte con serenidad, tras una vida bien vivida, con más de sesenta años de carrera, y aún activa. No pude resistir el encanto de las personas que quedaron inmortalizadas en las hermosas gigantografía de JR. Los espacios usados, las historias contadas.

SPOILER

La guinda de la torta: el acto de mezquindad de Jean Luc Godard (el otro sobreviviente de la Nouvelle Vague) entrañable amigo de Agnès, hoy distanciado y haciéndole honor a su reputación de rebelde, ermitaño e hijo de puta.

Ver a la anciana Agnès tocándole la puerta con sus masitas favoritas, pensando presentarle a JR esa leyenda del cine, y recibiendo solo un ambiguo mensaje escrito en un vidrio me rompió el corazón.

Supongo que así es la vida y no queda más que entenderlo a él que no quiso ser parte de un reencuentro entre dos seres a punto de partir, y admirar a Agnès por perdonarlo, por atesorarlo como el tipo que compartió junto a ella una era.

FIN DEL SPOILER

El final del documental, no obstante, es precioso. Esas palabras que hablan de compensar, de revelar, de mostrar. Y en ese justo momento en que los ojos ajados de Agnès intentan descubrir el rostro de JR y no pueden porque ya no son los mismos ojos de antes, vos también estás mirando fuera de foco. El líquido salado no te deja ver.

Lo mejor: hermoso, conmovedor, creativo, humano Lo peor: sentir que puede ser la despedida de Agnès La escena: la de Godard y la de la secuencia final de las gafas Lo más falsete: el Oscar a Icarus El mensaje manifiesto: la belleza está en todas partes El mensaje latente: hay que reinventar la vida El consejo: Velo, hay que verlo El personaje entrañable: Agnès, JR, los personajes, las fotos, los lugares El personaje emputante: Godard: Damn, you! El agradecimiento: por eso que te deja en el alma.

CURIOSIDADES

Única directora de la Nouvelle Vague

La hija de Agnès le escribió a JR diciéndole que él y su madre deberían conocerse. Luego, él la visitó y ella le devolvió la visita, empezaron a pensar a trabajar juntos casi inmediatamente.

Desde el inicio se decidió que el documental no debería durar más de 90 minutos.

JR es un artista callejero y fotógrafo francés cuya identidad aún no ha sido identificada; también es conocido como el «fotógrafo clandestino». Toma fotografías en blanco y negro que después de ampliadas son pegadas en grandes muros en la ciudad a la vista de todos, ya que el mismo dijo que «la calle era la galería más grande del mundo».

Agnès Varda estuvo casada con Jacques Demy quien murió a los 59 años por complicaciones del SIDA.

La banda sonora fue compuesta por Mathieu Chedid.

Por la avanzada edad de Agnès, solo se filmaba una semana al mes.

La película logró financiarse a través de un crowdfunding y el apoyo de su hija que buscó financiación en el MoMA que compró una copia para su fondo archivístico antes de que empezase el rodaje y la Fundación Cartier.

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