LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

LITERATURA: Opiniones de un payaso (Heinrich Böll)

La tristeza de la tristeza

(Por Mónica Heinrich V.)

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Hay algo desolador en la tristeza de un cómico o en la tristeza de alguien que siempre se mostró feliz.

Porque la tristeza del triste está asumida, visible, es una tristeza que sirve de etiqueta, que no genera sorpresas, mientras que la tristeza del cómico está escondida, alimentándose de la aparente alegría con que lanza sus chistes, sus bromas.

A razón de la auto-eliminación del actor Robin Williams me acordé de este magnífico libro de un no menos magnífico Heinrich Böll.

Opiniones de un payaso es el relato de un payaso, Hans Schneir, y su desencanto por la vida, por el amor, por la familia, por la religión.

Schneir tiene tan solo 27 años, pero ha visto lo suficiente como para decidir que vivir no vale la pena.

Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como ‘cómico’, no afiliado a ninguna Iglesia, de veintisiete años de edad, y uno de mis números se titula: la partida y la llegada, una larga (casi demasiado) pantomima, en la cual el espectador acaba confundiendo la llegada con la partida.

OPINIONESDEUN PAYASONarrado en primera persona, el libro le da la voz al payaso que nos hablará de su infancia cuando la segunda guerra mundial estaba en su apogeo, de una familia convencional, rígida, que apoyó la causa nazi y que incluso envió a su única hermana a la guerra. La guerra solo les devolvería el cuerpo de Henrietta y ese sería el momento, el punto de inflexión en que el payaso jamás vería a sus padres con otros ojos que los del desprecio.

… todo el mundo es mirado desde afuera por los demás…

Hans vivirá con Marie, su primer y único amor, una católica que lo intentará meter a grupos católicos que, obvio, también despreciará. El payaso es ateo, no cree en la religión ni en un ser supremo que sea dadivoso con la dicha y la desgracia.

“Es cosa horrible la miseria, pero también resulta penoso malvivir, situación en la que se encuentran la mayoría de los hombres. Y ser rico, pregunté, ¿cómo es?” Me ruboricé. Me miró  con acritud, se ruborizó también y dijo: “Joven, tú acabarás mal si no dejas de pensar. Si yo tuviese valor y creyese aún que se puede crear algo en este mundo, ¿sabes tú lo que haría yo?”. “No”, dije. “Fundaría”, dijo, y volvió a ruborizarse, “una asociación que cuidara de los hijos de la gente rica. Pero los imbéciles no encuentran asociales más que a los pobres”

La religión será tema recurrente del payaso porque los personajes que se mueven a su alrededor son gente que alardea de ser cristiana, católica  y a su vez tienen actitudes que con ojos benévolos podemos llamar humanas, aunque  “mezquinas” es la palabra que mejor acomoda. El payaso que lo tiene más claro que nosotros, y más claro que lo que admite la sociedad, se irá contra todo sistema religioso.

«Sí, la Iglesia es rica, tan rica que apesta. En realidad apesta a dinero, como el cadáver de un hombre rico. Los cadáveres de los pobres huelen bien, ¿lo sabía usted?»

En algún momento el payaso conocerá el éxito, la fama y será admirado por su público. Los años pasarán e irá perdiendo las ganas, el entusiasmo, se refugiará en el alcohol, Marie lo abandonará por un católico de su grupo de católicos y él, con una lesión en la pierna, se dedicará a tratar de sobrevivir con los resabios de lo que fue.

… los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia.

Una escena sin duda que para los pelos es cuando llama a sus padres para pedirles dinero, y en medio de esa llamada que para él significa una humillación, revive Henrietta. Los años han pasado a galope, pero su muerte sigue estando en medio de cada silencio o conversación. Los otrora seguidores de la causa nazi ahora caretean en sociedad como parte de asociaciones de conciliación sobre ese oscuro periodo. La ironía está servida y el payaso, por muy necesitado que esté, no parece dispuesto a soportarlo.

De repente se hizo un silencio absoluto, como cuando alguien se desangra. Eso era: una hemorragia de silencio.

El payaso seguirá usando el teléfono para llamar a todos esos católicos, cristianos que conoce y que le pueden dar una mano. La negativa llegará de distintas maneras, con distintas excusas. Nuestro personaje ni siquiera se sorprende, conoce a su prójimo y lo que conoce de su prójimo no es nada halagüeño.

Para el público lo más deprimente es un payaso que inspira lástima. Es como un camarero que viniera en silla de ruedas a servirle a usted cerveza.

La doble moral de aquellos que predican amor a los demás y caridad, la doble moral de sus padres que fueron parte del aparato que apoyó al nazismo y que ahora se camuflan como gente que lo recuerda con horror, la doble moral de la católica Marie que fue incapaz de soportar vivir en “pecado” con él pero que no tuvo peso de conciencia al abandonarlo por otro hombre, la doble moral del público que un día lo aplaudió y que ahora lo mira con tristeza, esa doble moral es retratada con maestría por Böll.

 Una vez preparé un número bastante largo, «El general», lo ensayé mucho tiempo, y cuando lo representé obtuvo lo que en nuestro mundo se llama un éxito: es decir, una parte del públi­co rióse, otra parte se enfadó. Cuando después de la función, con el pecho hinchado de orgullo, entré en el guardarropa, me es­peraba una anciana, muy pequeña. Después de cada actuación estoy siempre irritado, sólo puedo soportar a Marie a mí alrede­dor, pero Marie había dejado entrar a la anciana en mi guar­darropa. Comenzó a hablar antes de que yo cerrase la puerta y me explicó que también su marido había sido general, que ha­bía caído en el frente y que con anterioridad le había escrito a ella una carta rogándole que no aceptase ninguna pensión. «Aún es usted muy joven», dijo, «pero es lo suficientemente adulto pa­ra comprenderlo», y después salió. Desde aquel momento ya no pude volver a representar el número del general. La llama­da Prensa de izquierdas escribió de ello que yo me había deja­do intimidar por los reaccionarios, la Prensa de derechas escri­bió que yo había comprendido al fin que hacía el juego al Este, y la Prensa independiente escribió que era evidente que yo ha­bía renegado de todo extremismo y de todo compromiso. Todo pamplinas. No pude representar más aquel número porque ya siempre tendría que pensar en aquella anciana pequeñita, que es probable que viviese miserablemente, entre la burla y la mofa de todos. Cuando no encuentro gusto en una cosa, dejo de hacerla, lo cual, para ser explicado a un periodista, es probable ­que sea muy complicado. Ellos deben siempre «presentir» algo, «darles en la nariz», y existe el tipo muy frecuente de periodis­ta malicioso que nunca se da cuenta de que él mismo no es nin­gún artista y ni siquiera tiene madera para ser un buen mecenas. Aquí falló naturalmente el olfato, y se dicen disparates, casi siempre en presencia de muchachas bonitas que aún son lo bas­tante ingenuas para contemplar con admiración a aquel chapu­cero, sólo porque él, en su periódico, tiene su «camarilla» y su «influencia». Existen formas de prostitución curiosamente des­conocidas, comparadas con las cuales la auténtica prostitución es una profesión honrada: aquí por lo menos se ofrece algo por el dinero.

La Alemania de la Segunda Guerra Mundial y de la postguerra, conviven en este duro y triste relato.

He leído tres veces Opiniones de un payaso, y cada vez ha sido peor que la anterior, se me humedecen el alma y los ojos. El final que Heinrich Böll le deja a sus lectores no acusa redención, solo retrata a este payaso fracasado, vencido por la vida, sin otro objetivo que esperar tarde o temprano la liberación de la muerte.

Me miré en el espejo: mis ojos estaban completamente vacíos, por primera vez no tuve necesidad de vaciármelos antes de pasar media hora mi­rándome al espejo y haciendo gimnasia facial. Era el rostro de un suicida, y cuando comencé a maquillarme mi rostro era el de un muerto. Me extendí vaselina por toda la cara y desgarré un tubo de maquillaje blanco que estaba medio seco, extraje lo que pude y me teñí del todo blanco: ningún trazo negro, ni un punto rojo, todo blanco, incluso las cejas. Encima, el pelo parecía una peluca; la boca no maquillada era oscura, casi azul; los ojos, azul claro como un cielo de verano, vacíos como los de un cardenal que se niega a reconocer que hace tiempo que ha perdido la fe.

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Para los quieran darle una leída aquí dejo el link: heinrich boll – opiniones de un payaso

Otro link: http://www.4shared.com/get/KHyaSoLv/heinrich_boll_-_opiniones_de_u.html

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5 Comentarios

  1. Excelente comentario Monica!
    Heinrich Böll tambien conocido como «la buena persona de Colonia» es un escritor alemán contemporaneo que dividió literalmente a la sociedad alemana. Su libro «Opiniones de un payaso» es una sensacional y magistral bofetada a una sociedad pacata y católica que trataba de olvidar las culpas de los anhos nazis. No siempre fue querido por los gobiernos conservadores alemanes quienes hasta lo acusaron de hacer apologia del delito (allanamiento domiciliario incluido) al defender en sus artículos los derechos de los acusados de terrorismo. En la actualidad su obra es lectura obligada en los colegios secundarios alemanes.
    Algo que pocas personas conocen es la relación de Böll con Bolivia donde viajó alguna vez y se interesó por sus problemas sociales.

    Te recomiendo -si no lo has leido ya- el libro «El honor perdido de la Katharina Blum» que es otra obra maestra de este escritor sobre la prensa escandalera y populista. Seguro que tambien brindarás por ello!

    • Querido Pablo!!!! mirá vos!!!! Ni idea que había venido a Bolivia, igual Heinrich siempre me pareció un tipo interesante amén de sus posturas políticas con las que algunos concuerdan o no.No he leído el libro que mencionás pero ya mismo lo busco! y espero escribir sobre la experiencia. Besossss

  2. este libro es una maestra obra que debe fluir por la sangre de los lectores sobre todo de aquellos donde las letras son pasión que pasatiempo.

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