LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

CUENTO: Quiero volar hacia el sol

Por: Eva Sofía Sánchez

[dropcap]S[/dropcap]ucederá de nuevo, como todos los días. Me tendrán agarrado y no daré pelea.

Durará unos cinco minutos y se acabará. Y pasado mañana ocurrirá otra vez y el viernes también y por eso espero que pronto llegue el fin de semana, para no ir más, y deseo que no llueva y me quiero ir volando hacia el sol.

Mañana a la madrugada, cuando despierte, ya sabré lo que va a pasar.

Mi padre entrará al cuarto, aplaudirá y gritará, ‘ándale, ándale, arriba, arriba, a despertarse, ándale y ándale’. Piensa que es gracioso, aunque en realidad es molesto. Pero funciona, eso sí. Me levantaré al tiro, porque no soporto que grite y prefiero que se calle la boca y por eso lo haré rápido.

Me limpiaré las lagañas, abriré las cortinas para ver si hace frío o calor, si hay sol o está nublado. Me ducharé, asearé y me vestiré. Durante todo ese tiempo, pensaré en lo que vendrá.

Desayunaremos juntos.

Estará mi hermana, que es rara y cotizada por sus ojos grandes y nariz chiquita y no me habla. Ni en la casa, ni en el colegio. Ya se pinta y parece que lo único que le interesa es el carnaval, la ropa y su cortejo. Vive encerrada en su cuarto y, además, es muy buena alumna. Ha ganado diplomas que mis padres enmarcan y cuelgan en las paredes de la sala. A veces, la espío cuando se cambia. Una vez las vi en calzones a ella y a su compañera, Miguela. Eran blancos y brillaban. No la entiendo en verdad. Antes tampoco nos llevábamos bien. Ni mal. Nunca nos llevamos nada. Podría no existir.

También estará mi madre, que no sé muy bien a qué se dedica y que tiene el cabello corto, la boca roja y grande y usa faldas largas que le tapan las piernas. Nos lleva y trae a todos lados. El colegio, las clases particulares, las prácticas de tenis que detesto, porque no puedo ni agarrar una raqueta y menos darle a la pelota, los cumpleaños, esas cosas. Ella está, pero a la vez, es como si no. Sus palabras favoritas son ‘vamos’, ‘andá’, ‘vení’, ‘traé’, ‘llevá’, ‘alzá’, ‘entrá’, ‘salí’. Cuando me despido de ella, que es seguido, le doy un beso y quiero darle un abrazo, pero es imposible. Pone el cachete y sólo dice ‘chau’. Ni me mira.

A veces, hace cenas con amigas que invita a la casa. Yo trato de esconderme, para no tener que saludar, pero sé que estoy obligado a bajar un rato, darles besos, escuchar que estoy creciendo, que soy muy flaquito, que pronto voy a tener corteja. Aguanto todo ello porque después me sirvo un plato de comida y me lo subo al cuarto y me lo trago encima de la cama, que es una de las cosas que más me gusta hacer.

Y bueno, ahí también estará mi padre, que se sienta siempre a la cabecera y nunca nos pregunta nada. Es un tipo grande con bigotes y debe ser importante porque tiene chofer. Su foto y su nombre han salido en el periódico. Una vez un hombre escribió un libro acerca de él y otras personas. Los acusaba de corrupción y más cosas raras. Nunca nos dejaron leerlo, pero lo encontré guardado en uno de sus cajones. Una vez fui a su oficina y era fea, sucia, olía a cigarrillos. Había una foto del alcalde colgada y lo único que él hacía era firmar y firmar hojas.

A veces viaja y la casa es más tranquila cuando no está. Puedo ver la tele a todo volumen o patear la pelota sin miedo a que aparezca y me rete porque no puede dormir o qué se yo. A menudo se queja de algo y resulta que siempre es mi culpa, porque soy un malcriado, porque soy un soberbio, porque soy un flojo, porque soy un atrevido, porque tengo que ser más hombrecito.

Y luego estaré yo, que me llamo Eduardo, tengo trece años y me dicen Chico.

Sí, soy El Chico.

Lo que a mí más me gusta hacer es mirar la tele. Mi programa favorito es el de Garabato. Las conductoras son lindas y usan bonita ropa. Me encanta que su maquillaje sea de colores. También miro Los Halcones Galácticos y el Show de Xuxa. Me gustan las botas de las paquitas y sus falditas cortas. A veces, me saco los bermudas y me quedo sólo con polera y calzoncillos y bailo como lo hacen ellas en la televisión. Una vez entré al cuarto de mi hermana y me puse uno de sus calzones blancos y me pinté los labios. Me gustó cómo se sintió. Desde ese día, aprovecho cada vez que estoy solo en la casa para ponerme su ropa interior. También armo aviones y autos con los ladrillos de juguete que me regaló mi tía para un cumpleaños. Algunas tardes me trepo al techo de la casa y me quedo horas mirando las ventanas de los vecinos. Una vez vi a una mujer desnuda y al casero del terreno de al lado discutiendo con su esposa. A veces, me bajo el short, saco mi pilila y orino hacia el patio, hasta abajo.

Así desayunaremos los tres con la tele encendida en las noticias y de nuevo tendré que tomar ese jarabe de cebollas para mi bronquitis que me deja el tufo horrible y me hace heder a sobaco. Mi madre me retará, como todos los días, ‘arreglate la camisa, sos un desfachatado, tan grandote y no aprendés a vestirte’. Yo miraré a mi hermana y ella me va a poner los ojos de odio que siempre me muestra y le diré a mi madre ‘Ana me molesta’ y ella me ordenará que me calle y que no le de pelota. Y mi padre en la cabecera de la mesa mantendrá la boca cerrada.

Y voy a desear que se alargue el desayuno y no tener que pararme, agarrar la mochila, subir al auto, mirar por la ventana, llegar al colegio, despedirme y que mi madre no me vea y los compañeros en la puerta del curso me saluden, ‘qué haces frenilludo’, ‘hola cuchuqui’, ‘esperate al recreo’ y que las compañeras se rían un poquito y que entre todos ellos esté Luis, que es tan lindo y yo sé que es bueno y que no quiere hacerlo, pero como todos lo hacen, él también.

Luis es más alto que yo y tiene hoyuelos y un lunar en el cachete. Su cabello brilla y sus ojos celestes me alucinan. Lo veré y me pondré nervioso y le sonreiré y él me dará una mueca de asco y me preguntará ‘¿qué mirás mariquita?’. Y recordaré el día que lo vi en las duchas del colegio y el agua le mojaba su cuerpo desnudo y sus vellos negritos en la parte baja de su estómago se humedecían y se lavaba su pilila chiquita y rosadita y yo quería tocarla y sobarla con mis manos.

Y sentiré que se calienta lo que tengo entre mis piernas.

Luego, tendremos clase de lenguaje con la profe Nancy, que tiene unos lentes enormes y sus ojos se ven chiquitingos detrás de ellos. Yo me sentaré en el mismo lugar de todos los días, que es adelante, en la fila del medio y con mi compañera Alexia, que es muy buena conmigo y que, a veces, me defiende.

Como sucede siempre, cuando la profe está en la pizarra y escribe y nos da la espalda, alguien gritará desde atrás ‘¡Atahualpa!’ y yo sabré que es a mí a quien gritan y cuando lo escuche me encogeré un poquito y respiraré más fuerte y mis labios se pondrán duros. Alexia me mirará y me daré cuenta que también me tiene pena y sabré que en algún momento va a llegar un papel arrugado, hecho una pelota dura, que alguien tirará con fuerza y golpeará mi cabeza y me va a doler mucho, pero no me voy a sobar, ni me voy a dar vuelta, ni me voy a enojar, porque es peor.

Y después, cuando suene el timbre y esperemos al profesor de matemáticas, que es un abusivo, yo me quedaré sentado, con la mochila en mis faldas, abrazado a ella y Luis pasará por mi lado y me dará un cocacho en la nuca y me agacharé más y no diré nada y escucharé que dos o tres compañeros ríen y gritan ‘maricón’ y Alexia les dirá que dejen de molestarme.

Y llegará el profesor de matemáticas, que es enorme y fuma y le gusta retarnos y parece que cualquier rato se va a morir, porque no para de toser y es como que en su pecho tuviera un motor, y nos va a hablar de geometría y nos hará pasar a la pizarra y les va a preguntar cosas a Juan Pablo y Ernesto y ellos no van a saber y les dirá que son unos burros, porque así habla él, y yo me voy a reír callado, porque a ellos los odio y quiero que se mueran.

Y después va a sonar el timbre y no me levantaré, porque sé lo que sucederá y me dará miedo y vergüenza y querré irme a mi casa y no venir más, porque todo esto es muy feo y son muy malos conmigo y yo soy un maricón, porque no hago nada, ni me defiendo y dejo que me hagan lo que quieran.

Así que todos van a irse del curso y me quedaré sentado un rato y después me voy a decir, ‘andá nomás y si algo te quieren hacer, te vas a defender’. Y saldré al patio y caminaré bien lentito y buscaré cinco pesos en mi bolsillo para comprarme un donut y me acercaré a la venta y veré a los chicos que juegan, ríen, corren, se empujan y voy a sentir que uno, dos, tres, cuatro personas están detrás de mí y alguien dice, ‘oye’.

Y daré la vuelta y estarán enfrente mío Juan Pablo, Ernesto, Roberto, Luis, con sus peinados hongos y sus mocasines blancos, sus manillas y relojes que les traen de Miami y sus poleritas con dibujos de caballos. Me van a mirar con esos ojos que me asustan y yo me llenaré de rabia, porque no les voy a decir nada y voy a hacer puños en mis manos, pero no levantaré los brazos y mi respiración saldrá fuerte por mi nariz y mi cuerpo se pondrá duro y cerraré los párpados cuando lleguen los empujones y me voy a mecer de un lado a otro y sentiré sus manos que me golpean en mis hombros, espalda, brazos y escucharé que dicen cosas que no entiendo, porque más fuerte suena mi corazón.

Y querré decirle a Luis que se detenga, que no siga, por favor, que yo lo quiero y que me pone triste que me haga esto y que más bien me defienda, porque es lindo y deseo que me abrace y quiero tocarlo y lavarlo en la ducha.

Y, a veces, miraré alrededor y veré a alguno de ellos, o a Alexia o a mi hermana, que están lejos y no hacen nada.

Y después van a venir más chicos y no van a ser más de diez, pero parecerá que son cien y empezarán a gritar ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa!, ¡A-ta-hual-pa! y alguien me va a dar una patada en el culo y después va a poner su pie para que yo me tropiece y cuando me caiga, entre cuatro o más, me agarrarán de los brazos y piernas y me alzarán y seguirán con los gritos y yo haré fuerza, me pondré como una tabla y gruñiré como perro, porque es lo único que me sale de adentro cuando esto pasa.

Y así, me llevarán por el patio, cargado, mientras ellos gritan y yo gruño y me daré cuenta que estamos cerca de la cancha y que muchas personas miran todo esto y nadie hace nada y todo parecerá un sueño y me querré ir a mi casa y no querré volver más y que todos se mueran y que a mi hermana la deje su cortejo, porque es una cojuda y yo soy un maricón de mierda.

Y voy a tener de pronto el tubo del arco de fútbol entre mis piernas.

Y sentiré cómo me frotan con rabia contra el tubo y mientras lo hacen gritan y parecen unos salvajes salidos del monte y el tubo me rasgará los muslos y los dientes de donde cuelgan las mallas del arco me arañarán la piel y se sentirá caliente y mis huevos me apretarán y me dolerán y tendré miedo de que me los rompan y que el short se abra y vean que uso calzones y lloraré y agarraré fuerte algún brazo porque quiero que alguien me abrace y me diga que esto no va a seguir pasando y dejaré de escuchar los gritos y me meteré en mi mente y sólo distinguiré mi respiración y sentiré el latir de mi corazón y la luz blanca del sol me enceguecerá y me querré ir volando hacia él y las sombras de mis compañeros se confundirán con las nubes y todo se pondrá gris y habrá viento y habrá calma y empezaré a rezar y querré que mi madre me salve y pensaré que no soy un soberbio, que mi padre es un pelotudo y que algún día Luis va a saber que lo amo y que quiero estar a solas con él y que me bese y mi cabeza se pondrá pesada y me marearé y mi boca se secará y tendré los labios paspados y de pronto seré liviano, una pluma, una mariposa, un soplido y escucharé un silbido dentro de mi cabecita y diré algo, pero nadie me entenderá y alguien se reirá y seré yo quien lance carcajadas y me dejaré caer y tendré pasto y arena alrededor mío y lentamente, poquito a poquito, segundo a segundo, como pasa todos los días, como sucede en este momento, mi cuerpo, finalmente, se dormirá.

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