LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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TELEVISIÓN: The Bear (Segunda Temporada)

Por: Mónica Heinrich V.

Mis querid@s:

Hay veces que uno se engancha a una serie y llega a formar una relación. Ajá. Una relación con un triste final (a vos te hablo GOT), una relación de placeres culposos (a vos te hablo Grey´s Anatomy), una relación intensa y de amor (a vos te hablo Succession) y así, ad infinitum.

A The Bear la amo. Te amo, The Bear.  Y te acepto en la salud y en la enfermedad, en la sutileza y en el exceso, en lo bueno y en lo malo.

El amor es así, lo sé.

Ya reseñé la primera temporada ACÁ, y en mi corazón quedó la horrible semilla de la duda, de que nos podríamos ir al chancho en la segunda, de que nuestra felicidad podría mancharse. Gente, yo ya no creo en pajaritas preñadas y cuando pasó lo de los quintos dentro de las latas de tomate, me dije: no hay forma de salir bien librado de ese despelote. Además, es difícil mantener el brío. El brío no es poca cosa.

Pero, oh, sorpresa de agosto, sorpresa de 2023, sorpresa.

La segunda temporada de The Bear sigue gustando, sigue generando cosas, sigue provocando amor.

Advierto que esto será pajero, spoilereado, largo y medio al pedo. Pero es lo que hay.

La segunda temporada inicia exactamente donde la dejamos. Estamos en la génesis de The Bear. Ese restaurant que Carm siempre soñó, que los Bear siempre soñaron. Son diez episodios casi todos con el nombre de alguna comida y con la misma cadencia que hizo que amara/amemos esta serie.

¡Recuperemos los cannolis, redefinamos el trauma!

No hay nada muy remarcado, es el vértigo de la cocina, la tristeza de la vida, los daños que cargás, lo que anhelás y no conseguís, los pequeños fracasos, los pequeños triunfos.

Carm (Jeremy Allen) sigue en un estado de duelo permanente, de presencia ausente, pero le mete todas sus energías a este proyecto, a este reseteo de vida. Sydney (Ayo Edebiri) está tan comprometida que conmueve. Es su momento de brillar, es la socia-nosocia que quiere triunfar en un rubro cada vez más competitivo y azotado por la pandemia. Hay un hermoso arco de personaje para Richie (Ebon Moss), que en la primera temporada parecía el primo-noprimo jodido y nada más. Richie en esta temporada rellena emocionalmente a ese primo-noprimo jodido, muestra su matrimonio arruinado, su indefensión ante el paso del tiempo, ante el fracaso, muestra su existencia tocada por la magia de la cocina, sus repentinas ganas de intentarlo, de realmente triunfar.

Es en el episodio seis donde encontraremos el punto de inflexión de toda la serie. ¡Cuántos actores y actrices talentosos dándole vida a personajes pendejos! Rememoro: Nuestro por siempre jamás Saúl Goodman, Bob Odenkirk como el emputante Tío Lee. La gran, gran Jamie Lee Curtis como la matriarca del clan: Donna. Nuestro Jon Bernthal, por siempre jamás Shane, como el impulsivo Mikey. Y a ellos se le suman el talentoso John Mullaney, Sarah Paulson, Gillian Jacobs, y a alguno me estaré dejando por ahí.

Este episodio seis contiene toda la tensión de la serie. Es esa cena familiar tóxica, caótica, en la que la mierda estalla como fuegos artificiales. Uno de los momentos más duros, fue ver a Donna absolutamente sobrepasada por la cocinada, algo borracha, en evidente depresión, sin control de sí misma ni de su entorno, decir que ella siempre hacía cosas bonitas para lo demás, pero que nadie hacía cosas bonitas por ella. Pensé en todas las madres. En todas las no madres. En los seres agobiados por ese tipo de certidumbre.

Dejame darte un apretado abrazo, Donna
¿Y si mejor te abrazo, Donna?

Además, la tristeza está muy presente en toda esa cena/escena. Tristeza por Mikey, que aún no había perdido las ganas de vivir. Por Richie que, también en esa época, había intentado salir del loop del fracaso. Por la preñez de Tiff. Por la incomodidad de Carm. Por cada “¿estás bien?” de Natalie. Por el brindis ñoño de Stevie. Por Donna, oh, Dios, por Donna.

Hay mucha expertise en el manejo de tantos personajes en un ambiente en el que la tensión se está cocinando a fuego lento. El ritmo, como en toda la serie es vertiginoso. La cena/escena es casi claustrofóbica. Y aún así tiene tiempo para el humor. Como cuando el fulano llega con la tarta de atún y todos sabemos, porque TODOS sabemos, que es una muy mala idea.

Luego está la escena del tenedor. La FAN TÁS TI CA escena del tenedor, en la que con todo mi ser gritaba: ¡BOTÁSELO, SHANE! ¡MALDITA SEA, BOTÁSELO!¡BOTALE TODOS LOS TENEDORES DEL MUNDO!

Es evidente que este episodio sale de la tónica de la serie a nivel narrativo. En The Bear, la trama para algunos espectadores puede parecer fofa y sin chiste, aburrida, y en este episodio seis, aunque en general es una cena donde se acumula la bilis hasta que explota, no deja de ser mucho más intenso de lo que la serie acostumbra. No faltará el que verá efectismo, aunque el efectismo siempre puede ser un elemento que bien usado aporta. A mí, en particular, se me hizo poco creíble que Donna no escuchara el incidente del tenedor, pero fuera de eso, el episodio seis fue un disfrute a pleno: en actuaciones, en trama, en puesta en escena, en dirección, en arte, en edición, en música. Qué placer.

¡BOTÁSELO, SHANE!

También disfruté mucho el episodio 7. El que se llama Tenedores (guiño guiño). Es mucho más sosegado que el 6, pero ahí es cuando el arco de personaje de Richie se profundiza más. Y encima aparece la gran Oliva Colleman como la chef Terry. Uno de los momentos más emotivos fue cuando descubrimos la frase. El mantra que ha estado rondando la serie todo el bendito tiempo.

Y ya si estamos hablando de momentos, el de Marcus y el tipo de la bicicleta en Noruega agitó las aguas saladas de mis ojos y de mi corazón. Y es curioso cómo se plantea esa escena, de una manera tan chiquita, que ya viene trabajada por el hecho de que sabemos que la mamá de Marcus está muriendo, de la soledad de Marcus en ese país, y de todas los dolores que los personajes de la serie han convertido en trauma.

Como todo en la vida, The Bear no puede ser perfecta. Lo que ponderé en la temporada uno, la ausencia de historia de amor, en la segunda temporada hace su aparición cursi y cliché, porque el amor es así, lo sé. No compré ese romance, ni la muletilla del mensajito final cuando el sujeto está encerrado, como para que duela más la revelación de que sí, el amor agota y distrae y quita tiempo. Como si no fuera muy difícil saber que en la próxima temporada a pesar de que agote, distraiga y quite tiempo, Carm volverá a intentarlo. Tampoco compré mucho la idea de que Carm, un perfeccionista y exigente ganador de michelines, por muy enamorado que esté, se haya olvidado o haya dejado pasar detalles básicos que contemplarían hasta en una fonda.

El final de la temporada promete más episodios. Y cuando ya querés a Carm, a Sydney, a Nat, a Richie, al tío Oliver Platt, a los hermosos platos cocinados por la hermana chef del creador de la serie, al creador de la serie, a la showrunner, a los directores, al editor, y a tutti quanti, sólo podés agradecer que los episodios sigan llegando.

Como diría el letrerito: Every second counts (Cada segundo cuenta).

Lo mejor: una serie para amar Lo peor: las cositas fuera del tono original y que las uñas de Richie continúan cuchuquis Lo más falsete: el romance y que Donna no haya escuchado el jaleo del tenedor El mensaje manifiesto: se puede resignificar el trauma y el dolor El mensaje latente: las pérdidas siempre están ahí, omnipresentes El personaje entrañable: Sydney, Mikey, Donna, Carm, Marcus, el papá de Sydney y sí, Richie. El personaje emputante: el tío Lee, OBVIO El agradecimiento: porque el amor es así, lo sé.

ANIMACIÓN: Josep

Por: Mónica Heinrich V.

¿1939, te suena algo? pregunta un moribundo anciano a su nieto. El chico evoca rápidamente a la segunda guerra mundial, el anciano lo corrige: antes. Se refiere a febrero de 1939. La guerra civil española había dejado a casi medio millón de españoles en la frontera con Francia. Lo que en un principio fue un grupo de refugiados o exiliados políticos que buscaba sobrevivir pasó a ser un grupo de prisioneros en campos de concentración o internamiento.

Ajá, la guerra da para todo.

De eso trata Josep, una especie de biopic animada sobre la vida del español Josep Bartolí y su peregrinaje por siete campos de concentración. Primero a manos de los franceses, luego a manos de la Gestapo.

Bartolí fue un sindicalista, pintor, dibujante, escritor, escenógrafo que, perseguido por Franco, tendría una vida agitada e incómoda con el poder.

¿Qué mejor que otro artista para narrar su vida? Aurel es un caricaturista francés, estrella de Le Monde, que se enamoró del proyecto luego de leer La Retirada, un libro escrito por George Bartolí, el sobrino de Josep.

¿Un caricaturista contando la vida de un dibujante a través de la animación? Siéntense y vean.

El estilo como dibujante de Aurel se mezcla hábilmente con el homenaje a los dibujos que hizo Josep. El hilo narrativo lo conduce el guionista francés Jean Louis Milesi (a quien conocemos por Las Nieves del Kilimanjaro).

Volvamos al anciano moribundo y su nieto. El anciano moribundo es Serge, fue en su juventud un gendarme francés que controlaba el campo de concentración donde se encontraba Josep. Asqueado por las acciones de sus colegas, genera una relación de mutuo afecto y admiración con el artista español.

Al tener un contexto histórico, el guion no deja de expresar ideas u opiniones moralistas sobre las condiciones de los prisioneros, sobre el maltrato y los abusos a los que son sometidos, pero ahí donde un mensaje a la conciencia podría sonar desafinado, la animación de Aurel, las metáforas, la forma en la que matiza la violencia y los hechos imperdonables, construyen un delicado relato con el que es fácil empatizar. Sí, no deja de ser una ficción, y esa ficción que construye el director es bastante conmovedora.

Hay momentos donde vemos a las animaciones en una improvisada rumba flamenca, o las imágenes desprovistas casi de color, en tono sepia, para hacer énfasis a situaciones tristes, o a los refugiados bañándose en el mar, o la obra de Bartolí en las manos del dibujo creado por Aurel, o a Bartolí que dice que solo volverá a España para escupir en la tumba de Franco, o a Bartolí que no volvió, sino que quedó suspendido en las galerías de arte de New York.

Narcís Molins representante del Poum (Partido Obrero de Unificación Marxista) en París, hablaría de Josep ante Frida Kahlo diciendo: es uno de los mejores artistas satíricos españoles e indudablemente el mejor que ha producido la guerra civil y ha comprendido la tragedia del alma española”. Frida tendría que esperar para conocerlo. Tendría que esperar que Josep huyera de las ejecuciones, de los trenes, de los franceses, de los alemanes.

Aurel no deja fuera a Frida, porque Frida también fue parte de la vida de Bartolí. En la animación aparece hermosa, colorida, e insta a Bartolí a abandonar el blanco y negro. En la vida real, Bartolí empezó a usar colores después de enamorarse de Frida. En la animación, Frida dice: “anoche sentía como si muchas alas me acariciaran toda, como si en la yema de tus dedos hubiera bocas que me besaran la piel”. En la vida real, Frida escribió lo mismo para un Bartolí que terminó evocándola en su ceguera.

La animación, sin embargo, peca a veces de esa ingenuidad que romantiza las luchas. Una lucha que como dice el mismo Bartolí pudo haberlo llevado a asesinar a un hombre sin ascos (Trosky). ¿Es la causa el motivo suficiente para justificar un asesinato?

La mirada de Aurel es conmovedora, sí, pero distante. Esa distancia hace que veamos al sobreviviente y no al hombre. O, tal vez, la idea final del caricaturista francés sea quedarnos también con Serge, el gendarme desertor que decidió desobedecer órdenes. Esa necesaria desobediencia en tiempos en los que se pierde la humanidad.

Josep es también un recordatorio de cómo han pasado tantos años y el mundo sigue siendo ese campo de refugiados francés que se transforma fácilmente en campo de concentración, ese lugar en el que se buscó refugio o una mejor vida que termina convirtiéndose en un lugar para ser abusados o denigrados.

Aurel, en ese sentido, no se equivoca. Sus dibujos, al igual que los de Bartolí, son el arma más poderosa.

Lo mejor: Por momentos muy hermosa. También es necesaria como memoria histórica Lo peor:… La escena: cuando dicen «huele a sangre» o cuando se une el dibujante actual con el dibujante del pasado y con lo dibujado Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: todo lo bueno puede corromperse El mensaje latente: siempre hay espacio para la esperanza El consejo: para verla El personaje entrañable: los que no lograron sobrevivir, y también los que sobrevivieron El personaje emputante: la guerra que todo lo destruye El agradecimiento: por la belleza, por la ternura, por la esperanza.

LITERATURA: Hablemos de Rayuela y V.

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Sí pues. Hace sesenta años Julio Cortázar publicaba su Rayuela. Por la misma época, Thomas Pynchon nos daba su primera novela: V. Ambos autores, a su manera, nos manifestaban un desasosiego total ante la realidad, una duda constante, un escepticismo convencido de que la Verdad es siniestra, borrosa e ilusoria. Podemos ir más lejos y afirmar que Rayuela y V. empujaban el espíritu modernista de su época hasta llegar a los albores del postmodernismo (sea lo que sea el postmodernismo). Gracias, Cortázar. Gracias, Pynchon. Rayuela contribuyó a consolidar el Boom Latinoamericano (sea lo que sea el Boom). V. inauguró la paranoia pynchoniana que culminaría más tarde en la cumbre del maximalismo estadounidense: El arco iris de gravedad.

Ok, ya sabemos, profe, son obras constitutivas en la historia de la literatura. Son. ¿Pero son buenos vinos para añejar? Veamos pues qué texturas tienen al ser leídas en pleno 2023.

Vale la pena preguntarnos esto porque hoy en día se ha cuestionado mucho en internet si el valor canónico de estos autores es merecido, o si acaso  ellos están sobrevalorados. No pienso irme al extremo de darles palo como algunos haters ni de consolidarlos como si yo escribiera un manual de historia literaria. Quiero ver sus puntos fuertes y lo que podrían mejorar. Mis opiniones son subjetivas, obviamente, pero qué lindo pues jugar a la subjetividad con estos libros que se ahogan en la duda y la perspectiva. Je.

Del lado de allá

¿Qué hace Pynchon en su V.? A ver, para empezar, ¿qué, o quién rayos es V. en la novela? ¿Es que alguien sabe de qué trata este libro? Entiendo que mucha gente ponga la jeta leer a Pynchon. El significado de sus obras (si es que lo hay) es difícil de entrever. Uno podría compararlas con una pintura abstracta postmoderna, de esas en que el espectador tiene la ardua tarea de encontrar (o inventar) un significado. Pero hay una gran diferencia: tales pinturas suelen ser fáciles de hacer: son llanas y a veces flojas; pero la prosa de Pynchon es un hipersistema donde todo parece tener una lógica y alguna congruencia, aunque resulte trabajoso entenderlo y a veces parezca absurdo. Es un caos ordenado, lo mismo que la vida real.

Cuando leí por primera vez La subasta del lote 49 pensé que se trataba de un buen libro y ya. Sin comentarios, digamos. A ratos me preguntaba si Pynchon es un pajpaku que dice cosas aparentemente profundas aunque solo sea por pura labia. También me preguntaba si la paranoia no solo la sufría su personaje principal, Oedipa Maas, sino también el lector cuando trata de entender la novela. Cuando leí V. (y pa qué mentir, como lector estaba más preparado) me di cuenta que este tema de la paranoia se repite. ¡Lo interesante es, pues, que sus novelas tratan de eso, de sufrir la paranoia buscando un sentido donde posiblemente no hay nada! (¿¡o sí lo hay!?). Esque la realidad es muchas veces así. Andamos buscando interpretaciones, órdenes esquemáticos, desarrollos, desenlaces… ¡y Pynchon tienta al lector a que haga eso cuando lea sus novelas!

Pero esta es tan solo una interpretación que yo le doy a la obra. Es mi paranoia. Que yo sepa, Pynchon nunca explicó el significado de la paranoia en sus libros, lo cual es un acierto. De dejar claro su mensaje, este se convertiría en el nuevo orden, la nueva regla. Pero sus obras son pura incertidumbre: ¿es real aquella teoría conspirativa que parecemos enfrentar? ¿Tenemos todos algo de paranoia al vivir y darle un sentido a nuestras vidas?

El hecho de que Pynchon viva escondido de los medios de comunicación y que deje su identidad como una incógnita también es un mensaje sutil. Tal vez así evita dar explicaciones sobre su obra. Tal vez así evita vanagloriarse como escritor y adulterar su mensaje literario a través de la imagen pública, la palabra hablada y el mass-media que parece criticar. Tal vez Pynchon quiere gozar del anonimato de Homero y de Shakespeare; quiere vivir con el mismo privilegio que tuvieron aquellos autores cuya biografía es difícil de sacar a la luz. Quiere que toda la atención se centre en sus libros. En nuestra era, obsesionada con nuestra información personal y con alardear el yo en los medios de comunicación, la de Pynchon es una postura artística respetable e interesante.

Pero volvamos a V. Pynchon la ha tenido clara desde el principio. Creó al personaje de Herbert Stencil, un hombre que rastrea a V. en relación con la muerte de su padre. Su investigación lo lleva a sospechar la presencia de una mujer que parece haber encarnado distintos aVatares, siempre estando presente en eVentos de magnitud histórica (en una embajada de Venezuela, en NueVa York (sí, lo escribe en español), en la Valeta, in loVe, etc.). Pero lo que Stencil no sospecha (o no admite) es que su búsqueda resulta esencial tan solo para él mismo, para inyectar Vitalidad a su propia vida y no quedarse en la inercia, en la inacción. V. no parece ser más que una paranoia que le da a su vida un objetivo.

Stencil se enfrenta al mundo de la posguerra, donde acechan los síntomas de una “enfermedad” que le ha quitado la vitalidad al mundo. Hay un aura de vacuidad, de muerte, de inercia, de cosificación y, eventualmente, de materialismo. Porque sí, Pynchon ya había advertido la sociedad de consumo-posguerra acechando en Estados Unidos (y que más tarde se globalizaría). Por ello nos había propuesto personajes (y nos había puesto a nosotros, como lectores) como seres angustiados que tratan de ordenar la vacuidad. Esque, diablos, al final sus novelas no son una salida fácil de entretenimiento más; son un desafío a cuestionar incluso el mismo hecho de estar cuestionando.

Por eso V. resulta relevante el día de hoy. Es una lectura que se opone al entretenimiento cosificador, pues nos exige dejar la pasividad (sí, ya ven que me acerco a Cortázar) y la cosificación.

Entiendo que haya lectores emputados con lo trabajoso que es leer a Pynchon, porque para llegar a estas interpretaciones (y a otras, porque las mías no son definitivas) hay que dedicarle nomás tiempito al libro. Y si hablamos de los puntos débiles de V., que valga admitir que los últimos capítulos pierden bastante fuerza, y se sienten un tanto agotados.

Lo que sí vale la pena mencionar del final es el cierre definitivo spoiler cuando se revela que el padre de Stencil no murió a causa de V. sino a causa de un accidente en el mar, y que por tanto lo que le da sentido a la vida de su hijo Herbert Stencil es la pura casualidad; pero que a pesar de todo Stencil (quizás intuyendo que realmente esto le pasó a su padre) prefiera seguir persiguiendo a V. a lo largo del mundo sin querer dar nunca con su clave, rodeándola incesantemente. Tal vez la verdad no es alcanzable, sino perseguible. Fin del spoiler.

Del lado de acá

Y este llamado a leer de manera más activa también resuena en Rayuela. Cortázar se opone al lector que quiere relajarse, escapar en una lectura fácil que lo hipnotice. Quiere lectores activos (no pasivos) que se opongan a lo que él llama el lector hembra. Término que por cierto no ha envejecido nada bien (cuidado que ten cancelan en la UBA, Julio)*.

La propuesta es interesante, pero también elitista y subjetiva. ¿Qué es realmente un lector activo, qué es un lector pasivo? ¿Es una cuestión de blancos y negros, o hay zonas grises? Si le damos el equivalente de masculino y femenino a los lectores activo y pasivo, podríamos hacer una analogía woke y decir que hay un poco de energía masculina y femenina en todos nosotros.

Pero ya, dejémonos de bromas. En su momento esto del lector pasivo fue un llamado revolucionario que tal vez sacudió el suelo. Pero como en todo periodo post-revolución, los extremismos deberían relajarse. Hoy en día, admitámoslo, ¿es tan malo relajarnos con la literatura? O dicho de forma general, ¿es malo consumir arte, entretenimiento, etc. para relajarse y ya? Personalmente creo que no, siempre y cuando leamos/consumamos con un poco de sentido crítico. Porque si caemos en el elitismo cortazariano, podemos convertirnos en mamadores que se creen especiales por criticarlo todo y sentirse orgullosos de saber mucho. Si nos volvemos muy pasivos, pues nos embutimos el contenido que está de moda por el mero hecho de que sea trendy (como el último young adult, el último k-drama, el último videojuego, el doomscrolling durante horas y horas). Esque ni leer Rayuela ni leer young adults está mal, pues se puede encontrar algo bueno en todos ellos, pero justamente se debe encontrar también lo malo en todo. Lo mismo va para los mamadores pasivos que consumen todo lo que es aclamado por la crítica. Quienes se autoconvencen de que les gusta algo solo porque leyeron en internet que es de culto… Vamos, no seamos pasivos, disfrutemos lo que se nos dé la gana pero con sentido crítico.

Pero volvamos con Rayuela. ¿Qué la hace tan novedosa como «contranovela»? Pues está su famosa propuesta: hay dos maneras de leerla. Una es la manera lineal, avanzando en el orden de 1, 2, 3… La otra es siguiendo un tablero con un orden alternativo (y así se saltan capítulos hacia adelante y atrás, casi como jugando a la rayuela y buscando el Cielo, rompiendo con la linealidad y la razón, o al menos eso argumenta la novela).

¡Tremendo! O al menos estilísticamente. Pero en cuanto al contenido, hmmm… no es tan disruptivo como se nos promete. Se supone que la manera alternativa de leer la novela (saltando capítulos) llama a que el lector sea más activo. Pero, ¿no es también “pasivo” seguir el orden alternativo del tablero? Ejemplo: ok, terminé el capítulo 76, ahora el libro me dice que vaya al 101. En términos de procedimiento, ambas lecturas nos piden que obedezcamos una directriz.

Podríamos decir que de todos modos hay un empujoncito para que el lector establezca un tercer orden de lectura, el suyo. Pero no sé qué tan legible pueda ser la novela con un orden personal más “atrevido”. Es un mito, muchachos: si lees el libro de la primera manera (la secuencial) y luego de la otra (la alternativa), NO tendrás dos libros diferentes. En ambas lecturas ocurre la misma historia de modo secuencial. ¿Cómo así? Porque al leer la novela con el orden alternativo, no hacemos más que leer la novela en su orden secuencial (1,2,3…), pero con los capítulos extras (73, 1, 2, 116, 3…). Una tercera lectura propuesta por el lector de manera totalmente aleatoria (digamos, 120, 4, 75, 22…) podría resultar caótica. 

Ok, miento: hay una sola diferencia y esta me parece lo más bello y alucinante de la novela: los finales.

Spoilers

Si lees la novela de manera lineal, llegas al capítulo 53, donde Oliveira está en el manicomio y ya casi (casi) parece haber caído en la locura porque ha extremado sus intentos de romper con la racionalidad. Las últimas líneas son sugestivas. ¿Saltó de la ventana literalmente**, o tan solo metafóricamente, cayendo en la locura, desencadenándose de la racionalidad y alcanzando la casilla del Cielo en la Rayuela que vio en el piso? Tú decides.

¿Qué ocurre cuando lees de manera no lineal? Entonces llegas a leer también los capítulos extras, los «prescindibles». La mayoría de ellos no amplían mucho la historia, a excepción de los últimos. Con ellos resulta que Oliveira perdió su puesto de trabajo en el manicomio después de su escena dramática en la ventana, haya saltado o no haya saltado de ella. Parece que Oliveira enloqueció (o cayó al suelo muy malherido) y que sus amigos cuidan de él. Si es que saltó y murió, entonces se encuentra en una suerte de “Cielo”. En todo caso aquí los capítulos son alucinatorios, atemporales y algo irracionales. Y al final de esto llegamos a un bucle sin escape: el capítulo 131 remite al 53, el 53 remite al 131 y así sucesivamente. Se ha suplantado el orden temporal secuencial por uno circular. Oliveira ha escapado de la racionalidad.

Insisto: en ambas lecturas se tiene una misma historia, pero cada una ofrece un punto de vista diferente cuando se llega a la conclusión. Si el lector lee de manera secuencial, entonces llega al final de la ventana, quizás comprendiéndolo desde el punto de vista de Traveler, el Doppelgänger de Oliveira que optó por una vida menos literaria, menos inquieta, casándose en el lugar donde nació y llevando una vida noble y racional. En este final Traveler ve con lástima a Oliveira. Si el lector lee de la forma alternativa, entonces jugará a la rayuela, comprendiendo las cosas como Oliveira hasta llegar al bucle.

En este encuentro de finales hay algo bastante conmovedor. En cierto punto Oliveira le habla a Traveler desde la ventana, expresándole cuánto desearía que su amigo viera las cosas desde su lado. ¿Cuántas veces no hemos deseado que aquellos que admiramos pudieran entrever en nuestra locura y no solo desde su propia lógica?

Fin del spoiler

Algo que debo criticar mucho sobre Rayuela es su pedantería. Carajo. Cortázar admite que hubo pedantería en esta novela muchos años más tarde en Berkeley. Esque, a ver, si tienes que bancarte un capítulo con referencias a casi cincuenta jazzistas, no pues!!! Aunque sepas de jazz, este catálogo es una pérdida de tiempo porque la música no va a sonar por más nombres que estén impresos.

Y gran parte de la novela es así. Una referencia tras otra. Puede que seas de los que se sientan intimidados ante ellas, pero también puede que entiendas o no las referencias pero que de todos modos adivines que la mayoría no hace más que inflar el texto.

A veces me cuestiono si esta pedantería fue realizada a propósito. Muchas veces se mencionaba que la Maga no entendía las referencias que se discutían en el Club de la Serpiente. Y la Maga era pues la Maga, la antítesis de Oliveira, aquello que él anhelaba y ahuyentaba. Lo máximo, en términos de lo que la propia novela narra. Entonces, ¿este exceso de referencias demuestra un defecto que tenían los personajes adictos a decirlas? ¿Tal vez era Cortázar autocriticando su lado excesivamente culto y racional?

Y hablando de defectos, Oliveira puede agradar a veces por su tendencia a cuestionar la realidad, pero es un patán. No solo es pedante, sino que da muestras de autosabotaje, misoginia, parasitismo, manipulación… ¿Cuál es este afán de poner al protagonista principal como un ser execrable? Lo critico desde la moral porque si la novela tiene una preocupación metafísica, vale la pena cuestionar la efectividad con la cual su perseguidor la realiza. ¿Acaso es una catarsis literaria de lo negativo, una demostración por agotamiento?

Dicen que Rayuela debería leerse durante los primeros veintes de una persona porque alrededor de esta edad es cuando uno se cuestiona sobre la realidad como nunca antes. El problema es que un lector promedio de veintipico años no entendería muchas referencias del libro, de esas que lo vuelven la lectura un tanto paralítica. Todo es más accesible cuando has estudiado un poquito más, con el postestructuralismo, los clásicos y todo eso. Pero cuando lees Rayuela un tanto más mayor, entonces este cuestionamiento de la realidad parece un tanto inmaduro, porque se enfrasca en preguntas metafísicas que ya das por sentadas, pero con actitudes frente a la vida un tanto estúpidas (ponerte a mendigar en París hasta que te deporten de una patada de regreso a Buenos Aires, ya pues Oliveira, dejate de burreras).

De otros lados

(datos prescindibles)

*Julio se retractó del término lector hembra más tarde, optando solamente el de lector pasivo.

** Julio afirma que no cree que Oliveira haya saltado. Semejante posibilidad le parece muy triste, aunque reconoce que esta queda ante el juicio del lector.

Y bueno, ambos libros no generan el mismo hype que tuvieron en su momento. Pueden resultar elitistas, inflados… al fin y al cabo le piden a sus lectores una cierta preparación. En su defensa solo puedo decir que esta dificultad de lectura es intencional y que va más allá de lo pretencioso: es un llamado al lector para colaborar con la obra y cuestionar su realidad.

En cierto modo existe, lamentablemente, una gran brecha entre la “buena” literatura de hoy y el público masivo (si esta existió siempre, ahora es más pronunciada). Buena parte de los clásicos a partir del siglo XX demandan una preparación literaria-teórica para que se entienda qué rayos están diciendo. Esto lleva pues, tiempito, que no siempre está disponible en este mundo cada vez más demandante y donde el “ocio” es un privilegio si se quiere que dure mucho. Podría incluso pensarse que acceder a estos libros es o un privilegio de clase o un sacrificio en desmedro de otros bienes (el sacrificio de estudiar humanidades, de no hacer otras cosas, etc.).

Qué les digo… son obras que tienen lo suyo. No las considero imprescindibles. En Pynchon su obra posterior es más deliciosa (aunque, lamentablemente, también más alambicada); en Cortázar, sus cuentos son más ágiles y contundentes.

Pero todo ese llamado seminal a sacar

al lector de su zona de confort,

de interpelarlo, vamos…

 ¿no nos hace falta

eso hoy y quizás

siempre?

V.

DOCUMENTAL: All the Beauty and the bloodshed (Toda la belleza y el dolor)

Por: Mónica Heinrich V.

All the beauty and the bloodshed traducido literalmente como Toda la belleza y el derramamiento de sangre, es una cita directa tomada de la evaluación psiquiátrica que le hicieron a la hermana de Nan Goldin en una institución mental. Bárbara se suicidó a los 18 años después de años de comportamiento errático. Parece pornomiseria, pero ese hecho es clave para la construcción de Nan, quien se convertiría en una icónica fotógrafa de la contracultura americana entre los años 70s y 80s.

Laura Poitras, ganadora del Oscar por el documental Citizenfour, se arrejunta a Nan para echarle un vistazo a la crisis de los opiáceos en Estados Unidos. Y digo bien: “echarle un vistazo”, porque mientras más se avanza en el documental más claro queda que en realidad la crisis de los opiáceos es un vehículo para rendirle tributo a Nan.

Esto puede chocar si has caído accidentalmente en el visionado del documental buscando encontrarte con el asuntito de los opiáceos y de pronto estás sumergido/a hasta los cabellos en la vida under de New York, de Nan y enterándote con quién tuvo amoríos, quiénes eran sus amigos, dónde vivía, qué hacía mientras intentaba dedicarse a la fotografía.

La decisión de Poitras de enfocar el documental haciendo uso de la vida de Nan, no me parece desacertada, aunque sí un poco engañosa. Es acertada porque Nan estuvo enganchada al OxyContin e incluso la droga hizo que se alejara de su primera pasión, la fotografía, para luego tener pensamientos suicidas y autodestructivos. La droga llegó después de una tendinitis. Se la recetaron como quien receta una aspirina. Al igual que a Steven Tyler. Steven tuvo que hacer rehabilitación por adicción al Oxy después de que se la recetaron para un post-operatorio. Son muchas las celebridades a las que luego de un accidente o lesión les recetaron Oxy y quedaron enganchados: Heath Ledger, Prince, Winona Ryder, Matthew Perry, Gerard Bluter, entre otros. Lo peor, sin embargo, son las cifras de los que no están en el ojo público. Al día mueren 200 personas relacionadas al uso de opiáceos y ya hay más de medio millón que sucumbieron a sus efectos. Entonces, que Nan sea la relatora de algo que vivió en carne propia no está mal. De hecho, sobrevivió a una sobredosis. Es, como bien se comenta a lo largo del docu, una lucha del arte contra ese monstruo llamado adicción y sobre todo contra la familia Sackler, que poseía la farmacéutica creadora y distribuidora de la droga (Purdue Pharma, declarada en bancarrota en el 2019).

Es engañosa, porque si bien toca el tema de los opiáceos todo está desde el culto a la figura de Nan. Entonces hay momentos largos en los que poco o nada se habla del supuesto tema central, y se abunda bastante en detalles personalísimos de la vida de la fotógrafa que, si bien ayudan a configurar su perfil como personaje, no están relacionados directamente con el objeto de la lucha que nos muestran en pantalla.

Hay, también, los momentos en los que la figura de Nan aparece como líder de la organización PAIN (las siglas en inglés de Intervención Ahora para la Adicción a los Medicamentos Recetados y que en una traducción literal significa dolor). Los ataques activistas a grandes museos buscando que la familia Sackler deje de hacer artwashing son creativos y conmovedores. Porque sí, los Sackler son una dinastía que ha conseguido sus quintos a costa de millones de adictos en complicidad con el sistema de salud y las farmacéuticas. En paralelo a su legado de luto y dolor, los Sackler fueron donantes de algunas de las instituciones culturales más prestigiosas como el Louvre de París, el Museo de Arte Metropolitano, el Guggenheim de Nueva York o el Tate Modern de Londres. Nan, como habitual expositora de estos museos, junto con su grupo boicoteó las donaciones de los Sackler logrando que los museos rechazaran su dinero y que incluso retiraran placas o menciones en su honor.

El documental recoge esos pequeños triunfos. Que, aunque son ingenuos, no dejan de ser triunfos. Ingenuos porque el dinero que financia grandes instituciones o grandes deportistas, o grandes “cualquier cosa”, la mayor parte del tiempo viene de personas o grupos que están intentando lavarse la cara a nivel social con sus “muestras de generosidad”. Los Sackler deben ser una pulga dentro de un gran perro. Aún así, la lucha de Pain contra los Sackler se convierte en una batalla David y Goliath que como espectadores deseamos termine a favor del contrincante más débil. El cara a cara entre víctimas y victimarios es impagable y desnuda por completo el inicio de la crisis de opiáceos.

Ahora que el fentanilo está haciendo estragos en Estados Unidos, que las imágenes de personas en estado casi zombie por las calles, olvidadas de su salud, de sus actividades, de sus familias, de sus sueños, son cada vez más cotidianas, el que Nan y PAIN hayan conseguido dar un golpe certero a una acaudalada familia acostumbrada a la impunidad, es motivo más que suficiente para justificar la existencia de All the beauty and the bloodshed.

No importa que parte del documental divague en las heridas de Nan producto del suicidio de su hermana, y que parezca que pudo hacerse otro documental con ese material. Al final, Poitras consigue fundir ambas historias, por lo menos desde lo emocional. Sobre todo, cuando volvemos a Bárbara, a la chica de 18 años que se suicidó, a la que en su bolsillo encontraron una cita de la famosa novela El corazón en tinieblas, de Joseph Conrad que le calza al dedillo a cada adicto o persona que no se “descubre” a tiempo: “¡Es curiosa la vida… ese misterioso arreglo de lógica implacable con propósitos fútiles! Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo… que llega demasiado tarde… una cosecha de inextinguibles remordimientos”.

Lo mejor: denuncia y escrache Lo peor: demasiado centrado en Nan La escena: la llamada con los denunciados Lo más falsete: … El mensaje manifiesto: el arte no debe ser cómplice de los crímenes El mensaje latente: el dinero compra absoluciones El consejo: Para ver con el corazón abierto El personaje entrañable: Bárbara El personaje emputante: la droga, que todo lo destruye, y los que hacen negocios con ella El agradecimiento: porque se puede salir. 

CINE: Nunca llueve en California (Palms, trees and powerlines)

Por: Mónica Heinrich V.

En Argentina, un actor/comediante/presentador llamado Jey Mammon fue denunciado por violación. La denuncia la hizo Lucas Benvenuto, un joven que hace años había denunciado una red de pedofilia. Lucas acusó a Jey de haberlo violado a sus 14 años. Jey, según la denuncia, tenía 32 años cuando los hechos sucedieron. Jey salió indignado a aclarar que Lucas no tenía 14 años cuando iniciaron una relación de “pareja”, sino que tenía 16. A Jey no le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta. Al hacer esa aclaración (eran 16 y no 14) legalmente queda fuera de lo que la justicia argentina considera violación. Ya que la relación de “pareja” no la puede negar por las pruebas, en las entrevistas que ha dado habla sobre el “vínculo” lleno de amor y respeto que había entre los dos. Jey aún no se da cuenta (o finge no darse cuenta) de lo creepy/anormal que es que él como un adulto de 32 haya tenido/buscado/aceptado una relación con un chico de 16 años.

En Nunca llueve en California, Lea (Lily McInerny) de 17 años inicia una relación con Tom (Jonathan Moss Tucker) de 34 años. En pantalla desfila el cliché del predador. Ese que se convierte en solaz del menor de edad. Lea proviene de un hogar disfuncional, con un padre ausente y una mamá que lleva parejas a su casa que a la adolescente no le gustan. Lea es una chica sola, sin hobbies, sin pasiones, ya tiene relaciones sexuales con otro chico de su edad, pero ni siquiera las disfruta. Lea vive una vida en la que ella no es protagonista y en la que nunca recibe atención real ni de familiares, ni amigos. Tampoco tiene planes a futuro, no hay una sola referencia a lo que sueña estudiar o en lo que sueña convertirse. Todo es un sinsentido. Entonces llega Tom, un tipo que le dice que es hermosa, que le asegura que adora pasar tiempo con ella, un tipo que le pregunta qué desea hacer, que trata de complacerla, de hacerla sentir especial. Este es un adulto (hago hincapié en lo de adulto) seduciendo a una menor de edad.

Jamie Dack ya hizo un cortometraje homónimo con la misma historia en el 2018 y decidió que daba para extenderlo a un largometraje. El tono de la película es íntimo. De hecho, una de sus virtudes sería esa. Lo cotidianas que se sienten las escenas. Lea sale con sus amigos. Se droga. Bebe. Conversa con su mejor amiga de secretos y chismes. Pasa más tiempo fuera que dentro de su casa. Este tiempo muerto o aburrido en la pantalla podrá alejar a algunos espectadores, pero en realidad es necesario para que se entienda cómo o por qué Lea se engancha con Tom.

Tom aparenta ser un hombre de mundo, le dice que vive libre como el viento, que hace lo que quiere y cuando quiere, que ella es diferente a las otras chicas. Cuando se descubre que Tom vive en un motel de mala muerte, en un cuartucho que podría ser el cuarto de despensa de la casa de Lea, la seducción ha avanzado tanto que Lea aún sintiéndose incómoda decide seguir con él. Hay un juego de co-dependencia que ha sido abierto por Tom y que le servirá para que Lea pase por alto todas las alarmas sobre la relación.

Lea...oh, Lea.

El guion de la película co escrito por la directora y Audrey Findlay, explora de manera sutil cómo Lea va siendo envuelta por Tom. La historia se basa en las vivencias de Jamie, que en su temprana juventud tuvo una relación con un hombre mucho mayor. Relación que en el contexto del #metoo se obligó a revisar.

Los primeros dos actos de Nunca llueve en California nos hacen pensar en Jey Mammon o en el productor de Timbiriche Luis de Llano, acusado por la cantante Sasha Sokol de abuso sexual al haber sido su “pareja” cuando ella tenía 14 años y él 39. A Luis de Llano tampoco le gusta la etiqueta de pedófilo, violador o pederasta y defiende su pasado como una relación “llena de amor y respeto”.

La película, en esos dos primeros actos, es algo rutinaria y cliché. No hay nada que suceda en pantalla que no hayamos visto hasta en un telefilm de baja calidad sobre abusadores de menores. Quizás porque el modus operandi de estos sujetos siempre el mismo. Sin embargo, Jamie Dack está acompañada de la poderosa fotografía de Chananun Chotrungroj que imprime belleza en las soleadas tardes que Lea pasa con Tom. En las noches en las que la chica no quiere estar en su casa. En las conversaciones manipuladoras que son vivenciadas por ella como charlas románticas. Hay nostalgia en la visión de Jamie. Nostalgia por esa niña que se aferra a un adulto enfermo.

El tercer acto viene con sorpresas. El daño que uno piensa que Tom le hará a Lea es más que el de una relación inapropiada entre un menor de edad y un adulto. Es más que las ganas de un pedófilo de enredarse con una niña. En ese momento, la cosa tranquila y rutinaria que Jamie venía exhibiendo en pantalla se convierte en algo oscuro y cruel. Jamie pone toda la carne en el asador. Lea, que no es tonta, tendrá que tomar ¿decisiones?

En ese signo de interrogación es donde puede descansar el debate que la película sugiere ¿Hasta dónde la vulnerabilidad y la manipulación permiten que esas decisiones sean realmente decisiones?

Jamie, que hasta el momento seguía el manual del abuso de menores, no tiene piedad con Lea y concluye la película con una escena triste que te llena de impotencia. Ciertos espectadores mirarán con incredulidad los minutos finales, pero si repasás la película en tu mente sabrás que ese final no está lejos de muchos finales.

Lo mejor: grandes actuaciones y un final alejado del final feliz La escena: el cuarto de hotel y, claro, la última llamada Lo más falsete:El mensaje manifiesto: los niños/adolescente no toman decisiones y ya El mensaje latente: el adulto es siempre responsable de actuar como un adulto El consejo: ni en adultos ni en gente de tu misma edad «no conozco a nadie como vos» El personaje entrañable: Lea El personaje emputante: Tom y el otro viejo perver El agradecimiento: porque no tiene un final masticado.

 

CINE: El club del odio (Soft & Quiet)

Por: Mónica Heinrich V.

La venden como la película más polémica y salvaje del año. Y es difícil resistirse a esos adjetivos. Por lo menos, una vocecita interior te dice que lo que sea que verás, no te dejará indiferente y, en estos tiempos de anestesia global, se ansía lo que no te cubra con el manto insípido de la indiferencia.

El título original de la ópera prima de Beth de Araújo es Soft & Quiet, los latinos creyeron que era buena idea traducir eso como El club del odio, porque sí, eso vende más también. Entonces, tenemos una película que se llama El club del odio y que promete ser la más salvaje, la más polémica del año. Ah, y está filmada en un plano secuencia. Chiqu@s, esta es mi playa.

Emily (Stefanie Estes) es una maestra de kínder que está llorando en el baño de su escuela porque su prueba de embarazo dio negativa. La cámara la sigue hacia afuera. Después de un incidente que nos muestra el perfil del personaje (de «perturbadita»), Emily llega a una pequeña habitación de una capilla donde se reúne con otras mujeres. Es claro que la mayor parte de ellas no se conocían antes del evento.

A simple vista, parecen estas doñitas que se reúnen a tomar un cafesito sin otras preocupaciones. Hasta que, claro, cada una expone los motivos que la llevaron a esa habitación.

Somos la crema y nata de la ignorancia

Kim (Dana Millican) es dueña de una pequeña tienda en la ciudad. Desprecia cómo los bancos judíos manejan los préstamos bancarios y cómo la rechazan y le complican la vida. También detesta que los niños inmigrantes entren a su tienda y no muestren educación. Jessica (Shannon Mahoney) es una mujer embarazada, con otros tres o cuatro hijos en su casa, que dice haber nacido dentro del Ku Klux Klan y que, aunque la prensa los retrata como monstruos, la realidad es que “el multiculturalismo no está funcionando”, todo dicho con una gran sonrisa. Alice (Rebekah Wiggins), entre muchas cosas, dice que hay que reemplazar el Black Lives Matter por un All Lives Matters, cree que los negros se aprovechan y se victimizan a costa de los blancos. Leslie (Olivia Luccardi) dice que se encuentra ahí gracias a Kim, que la acogió y le dio sentido de pertenencia contratándola como niñera en su casa. Marjorie (Eleanore Pienta) lo primero que dice es “Yo no odio a nadie” (seguro, amiga), y luego pasa a contar cómo una colombiana le ha robado el ascenso que estaba esperando en su trabajo gracias al “mal uso” de la inclusión y la diversidad.

El guion de Beth de Araújo tiene la capacidad de hacer crecer dentro del espectador una incomodidad y un malestar que alcanza niveles insospechados.

El pintoresco grupo de damas puede representar tal vez a la más rancia ala votante de Donald Trump, y a cualquier ser humano capaz de sentirse identificado con los argumentos esgrimidos por los personajes. En Bolivia hay unos cuantos conocidos y desconocidos que dicen cosas parecidas sin siquiera sonrojarse. En la película, por ejemplo, hay un momento en que proponen hacer una lista de los inmigrantes de la zona para tenerlos controlados. Ah, criaturitas del señor.

Chicas, organicémonos para aniquilar a ese sucio, zarrapastroso, indigno, maldito, asqueroso enemigo…

Y eso es lo que provoca la incomodidad, el malestar. Estar frente a ciertos discursos que tanto daño le hacen al mundo y que escuchás, de vez en cuando, a tu alrededor. En todo caso, estamos hablando de cine, no de un simposio sobre Racismo y Discriminación (así, con mayúsculas). Las intenciones de la directora/ guionista, por supuesto, son loables. Solo que la temática de su película bordea peligrosamente el panfleto, ese tonito didáctico y discursivo que puede degenerar en una película prescindible.

La fotografía de Greta Zozula hace funcionar un plano secuencia que tiene algunos cortes casi imperceptibles. Es interesante cómo los tiempos de la película que podrían parecer muertos son resueltos: Cuando Emily camina hacia la capilla de la reunión, cuando salen de la capilla hacia la tienda, cuando salen de la tienda hacia la casa en la colina, cuando salen de la colina para las escenas finales. Beth logra mantener un ritmo casi frenético agigantado por las actuaciones de un casting perfecto.

Es correcto afirmar que la película inicia muy bien (discursivamente, pero bien) hay conversaciones sobre el racismo y el resentimiento social que se presentan como aleteo de pajarito y que joden por eso, porque son líneas subterráneas que podrían cuadrar con nuestra vecina, con nuestra amiga del gimnasio, con la cajera del súper. Cuando la película rompe ese tono “inocente” “inofensivo” y nos entrega lo que realmente podríamos esperar de estos personajes, se vuelve un poco facilista. Deja de analizar a sus personajes y va a la violencia, a la barbarie casi como si fuera un imán al que la temática atrae. Hay también, un argumento tonto, sobre todo desde el instante en que las chicas tienen el altercado en la tienda. Es como un derrape de malas y bobas decisiones, algunas que no tienen ningún sentido, pero que pueden justificarse bajo la idea de que a veces la vida es así, y que hay crímenes que nunca entenderemos cómo o por qué pasaron de una manera lógica, racional.

Ya llegamos tan lejos…sigamos haciendo cagadas.

¿Y lo polémico? ¿Y lo salvaje? Sí, señores. Los adjetivos no mienten. En algún momento El club del odio se convierte en una home invasion. Y en esa home invasion suceden cosas polémicas, salvajes, que se quedarán dando vueltas como mosquitos en nuestra mente mucho tiempo después.

Lo polémico y lo debatible estará en los elementos narrativos que usa Beth para asentar el discurso en el que la película está envuelta. ¿Es necesario? ¿Es correcto? Es probable que no todos los espectadores soporten los minutos finales en los que nuestras chicas pierden la cabeza, los buenos modales, las buenas costumbres, y el monstruo que realmente las habita toma absoluto control. Ese monstruo puede sentirse como un afán de la directora de traumatizar espectadores. En mi caso, me alejó a territorios lejanos. Esos en los que el racismo enquistado no requiere grandes gestos, sino que está ahí omnipresente en el diario vivir.

Lo mejor: salvaje, polémica y cinematográficamente muy lograda Lo peor: cuando la mirada se pone en modo violencia porque sí La escena: la botella Lo más falsete: que no sospechen que las hermanas volverían a su casa si era evidente que la tipa estaba saliendo de trabajar y solo quería un vino para relajar al final del día El mensaje manifiesto: hay mucha gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El mensaje latente: hay demasiada gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El consejo: hay que alejarse de la gente perturbadita que finge normalidad y buenas costumbres El personaje entrañable: las hermanas El personaje emputante: estas doñitas perturbaditas que fingen normalidad y buenas costumbres El agradecimiento: por los que no creen ni distribuyen esos rancios discursos.

DOCUMENTAL: Navalny / Fire of love

Por: Mónica Heinrich V.

NAVALNY

Qué vergüenza ajena siento. Un poco de bochorno propio también por someterme al suplicio de ver completo Navalny. La culpa la tienen los cosos dorados de este año que van y le dan el premio a Mejor Documental y el espectador, a pesar de toda la triste historia que tenemos con la Academia, empieza a creer en pajaritas preñadas. Y sí, la culpa (porque hay que repartirla bien) es también de CNN, y de este sujeto: Daniel Roher, director. Y no, no nos confundamos, nada sería la simpatía política (que puedo entenderla y respetarla), el gran problema de este trabajo es que carece de cualquier sentido artístico, o pudor artístico, o cualquier cosa artística, por no mencionar su escaso valor periodístico. En resumidas: es un burdo panfleto proselitista.

Puedo entender las adhesiones anti Putin y el solaz que significa imaginar que alguien (cualquiera) sea el súper héroe caído en desgracia por desafiar el poder. Pero, gente de bien, odio decir que no es el caso o, por lo menos, el documental (más allá de un maquillaje barato) no consigue demostrarlo.

Roher, por ese maravilloso y casual sentido de la oportunidad (digamos), entrevista a Navalny tiempo después de su intento de asesinato en Siberia. Contextualizo: Alexei Navalny es un opositor de Putin (y, según algunos medios, un posible gran rival electoral ruso) que en el año 2020 se comenzó a sentir enfermo dentro de un avión y, después de mucho alboroto, consiguió ser trasladado a Alemania donde se confirmó que había sido envenenado con Novichok, un agente químico ligado a atentados Putinísticos. Hasta ahí, tenemos una gran historia digna de una película y/o un documental. Héroes, villanos, peligro de muerte, envenenamientos clandestinos, conspiraciones, espionaje, matones, delitos de estado, etc.

Soy el salvador de la gran patria rusa

En Navalny, dirigido por Roher, el tal Navalny grita chantulín desde el primer momento. Para empezar es incapaz de explicar coherentemente sus nexos con grupos ultra fascistas. Porque este personaje surge de ahí. Con un discurso extremo, racista, anti musulmán, anti inmigrantes, anti georgianos, incluso anti Ucrania. Y luego vira, y aparece como paladín de la democracia, de los valores morales más prístinos y, claro, anti invasión. Ya estamos grandes y hemos visto demasiada chacota para saber que eso no es posible. Sus ideas son bastante prosaicas y de consigna como para que sean reales. Esto de su pasado es importante porque va en contra de los valores que dice defender ahora.

El tipo, entonces, no resiste archivo. Aún así, sigue siendo un personaje que podés explorar o diseccionar con éxito si te animás a hacer algo más que la lisonja gratuita. Como espectadora seguía esperando que el documental me arrojara por lo menos una mirada aguda sobre su perfil político, para bien o para mal. Y no. Cero.

La primera parte del documental es bastante básica y está enfocada en presentar como víctima a Navalny. Puede serlo, claro, pero el trabajo de Roher es similar al de un camarógrafo contratado para seguir a un candidato durante su campaña. En el nudo, se interna en la investigación que hizo el mismo Navalny para desenmascarar a sus casi asesinos con la ayuda de un periodista del Bellingcat. Quizás es lo más logrado del documental, lo más entretenido, lo más informativo, lo más útil. Aunque siempre en un formato muy MTV, TIK TOK, farandulero. Creo que, si Navalny se hubiera basado más en los hechos tal cual y hubiera seguido la línea del tema de grabar las llamadas, y recopilar pruebas fácticas y mostrárnosla a detalle, sería mucho más valioso.  Se conforma con una llamada que le sale bien, de la que no tenemos cómo saber si es la voz real, dónde quedó el tipo, y la participación exacta de las personas que nombran. Todo se queda ahí, en una especie de video superficial, casi trivializado.

El excesivo afán de Navalny por la cosa mediática es algo que me repelía también. Ya lo había notado en su cuenta de twitter donde solía hacer las comparaciones más desafortunadas, una de las últimas que leí fue cuando comparó disparar un misil con la cantidad de repercusión que generaría posicionándose a favor de Ucrania gracias al alcance de sus redes. Una persona así no puede ser manejada para que baje el perfil en un documental, por más que dicho documental sea a favor de su imagen, así que Navalny muestra su pose de mesías durante todo el documental. A los que quieren creer el cuento del salvador de la patria los seducirá más, pero si conocés bien ese tipo de perfil: el político narciso-mitómano-manipulador, te darás cuenta que entre Navalny y Putin no hay muchas diferencias.

Lo peor es cuando el documental concluye haciendo creer al público que Navalny es encarcelado solo por ser un férreo opositor del gobierno y nunca nos cuenta las denuncias de lavado de dinero y de estafa que tiene en su contra desde hace años. ¿Si el gobierno de Putin montó esas denuncias, no sería mucho más edificante saber cómo lo hizo? ¿No sería más interesante probar que es inocente? Preferiría acortar imágenes de seguidores amontonados con cartelitos a favor de Navalny y que se me cuente a detalle los mentados atropellos de Putin. Y si el objetivo es “vender” a Navalny, ¿cómo no aprovechar semejante oportunidad para que el tipo no sea solo un amplificador de frases ñoñas y vacías sobre la libertad y los derechos humanos?

Roher tuvo la inteligencia de hacer un documental que le generaría repercusión inmediata, que tendría el apoyo y la cacofonía de los medios anti Rusia y que además serviría para que los cosos dorados se suban al tren del mame. Sin embargo, el trabajo muestra inmadurez como realizador y una falta de análisis real que para un tema tan delicado tendría que ser casi obligatorio. Hay cierta deshonestidad en cómo presenta los hechos, independientemente de si el Kremlin intentó matar a Navalny y lo encarceló injustamente.

Lamentablemente, el asunto es tan espinoso que nunca sabremos la verdad a detalle. Serán estos guardianes de la historia los que la escriban: los seguidores de Putin o los anti Putin. Una verdadera pena.

Lo mejor: la parte pequeñísima de investigación Lo peor: documental de político para el político La escena: la llamada Lo más falsete: que solo sea esa llamada El mensaje manifiesto: la masa es muy manipulable El mensaje latente: Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado. El consejo: nunca te quedés con una sola verdad El personaje entrañable: esa verdad que nunca conoceremos del todo El personaje emputante: las ansias de poder El agradecimiento: porque por lo menos habrá gente que se interese en saber qué pasó…

FIRE OF LOVE

Esto es hermoso y tétrico y jodido y hermoso nuevamente. 

Digamos que si venís de ver Navalny te sentirás súbitamente emocionado cuando en los créditos presentan a los volcanes como si fueran parte del casting.

Y sí, Fire of love en un inicio tiene esta vibra de un trabajo tal cual su título, fuego hecho de amor. Después de ese inicio divertido, con música divertida, montaje divertido, y sensación divertida, nos presentan a la pareja de vulcanólogos franceses Katia y Maurice Krafft. Científicos exitosos que (no hay spoiler acá) perdieron la vida por causa de uno de sus amados volcanes. 

La voz de la gran Miranda July nos relata la vida y obra de los Krafft. Cómo se conocieron, cuál fue su formación académica, la simbiosis científica que lograron, la pareja en la que se convirtieron, y cómo la fascinación por los volcanes los llevó a arriesgar sus vidas para conseguir las muestras más sorprendentes, las fotos más espectaculares, los videos más increíbles, los hallazgos más importantes.

El documental dirigido por Sara Sosa (productora del polémico docu The Edge of democracy) atrapa desde sus primeros segundos. Sentimos el embeleso de Sara por el embeleso de los Krafft. Y hasta ahí, el embeleso nos inunda también.

Luego, el embeleso pasa a un poco de incomodidad. Me explico. En la vida real, me fatiga la gente que a título de una pasión hace cosas tontas y pasa por alto las medidas de seguridad más básicas. La búsqueda de sensaciones que mencionaba  en sus estudios el psicólogo Marvin Zuckerman está asociada a veces a una conducta de riesgo y en este caso, era evidente que Maurice padecía algún tipo de trastorno que hacía que fuera imposible para él darle al riesgo el valor que una persona normal le daría. Y con él arrastraba a Katia. 

De hecho, sus acercamientos a los volcanes fueron escalando en imprudencia cuando debería ser al revés, mientras más data recaben del comportamiento incierto de los volcanes, más precaución o protocolos de seguridad podrían generar.

Igual, es imposible apartar los ojos de esa crónica de una muerte anunciada. La lava, los volcanes, los Krafft te hipnotizan. Las imágenes que ves en pantalla son una recopilación del material que la infortunada pareja grabó a través de sus años de trabajo visitando volcanes. Estamos hablando de principios de los 60s a principios de los 90s. 

Hay mucha belleza y poesía en esa furia de los sangrantes volcanes. No lo vamos a negar. 

Pero el tono del documental siempre es de admiración. Ahí donde Werner Herzog reconocía en Timothy Treadwell toda la vibra cringe y alarmante de su amor por los osos en Grizzly Man, la directora Sosa solo observa y aprueba. 

Cuando el Monte Unzen hizo lo suyo, Maurice tenía 45 años y Katia 49. La voz en off de July pregunta en alguna parte del documental: «¿Si murieras en cualquier momento, qué dejarías atrás?» una reflexión que hace eco al importante legado de los científicos. Yo me pregunto: ¿Si Maurice y Katia no morían tragados por la erupción del Monte Unzen, se imaginan la cantidad de investigaciones que hubieran logrado hasta hoy?

Lo mejor: fascinante e hipnótico documento Lo peor: su tono admirativo que nunca cuestiona lo cuestionable La escena: cuando se escucha a través de los testimonios decir a Maurice que no le importaría morir a causa de un volcán (!) Lo más falsete: el tono lírico El mensaje manifiesto: la naturaleza es más grande que todos nosotros El mensaje latente: hay que respetarla El consejo: para ver una tarde de sábado  El personaje entrañable: Katia, porque sí El personaje emputante: Maurice, porque sí El agradecimiento: por lo que dejaron detrás.

CINE: Aftersun

Por: Mónica Heinrich V.

(contiene spoilers)

David Foster Wallace decidió que vivir no valía la pena en el año 2008. Tenía 46 años. Su obra está cargada con referencias a sus adicciones, a su depresión, a ese tormento que a veces le significaba la vida. Y fue él, precisamente, quien en las páginas de su obra cumbre La broma infinita, dio una de las definiciones más certeras del suicida, del depresivo. Dijo (palabras más, palabras menos) que el suicida se siente como quien está en un rascacielos en llamas, y que en algún momento las llamas serán tan insoportables que preferirá saltar. El terror a las llamas es mayor que el terror a caer. Caer, de alguna manera, significará terminar con la angustia, con la amenaza del fuego. Es desgarrador.

En Aftersun vemos a Calum (Paul Mescal) en lo alto del edificio, con las llamas carcomiendo los cimientos. La película está filmada con delicadeza, con nostalgia, con esa intimidad del que cuenta una historia honesta. Charlotte Wells, la directora y guionista, recopila recuerdos de su infancia, de su padre (al que perdió a sus 16 años), de su entorno y los coloca en pantalla a través de Calum y Sophie (Frankie Corio) que interpretan a un joven padre y a su hija en las últimas vacaciones que compartirán juntos.

Y más allá del edificio en llamas, y las sutiles referencias al errático comportamiento de Calum, está el vínculo, los abrazos entre padre e hija, el ponerse bloqueador en una soleada piscina, las charlas sobre lo qué querías ser cuando tenías once años, y es imposible (nuevamente, más allá de las llamas) no pensar en nuestros propios padres, en nuestros propios vínculos, en nuestros propios abrazos, en nuestros propios recuerdos. Porque la memoria funciona mejor que una cámara filmadora. Y mientras ves el trabajo de Charlotte viajás a las vacaciones que tuviste alguna vez, a esa niñez perdida y no perdida.

Aftersun es un coming of age. Sophie está en un resort en el que podrá relacionarse con chicos mayores, está en una edad en la que ya puede percibir las diferencias que existen a nivel económico, está en el momento de resignación en el que sabe que sus padres no volverán a estar juntos, está en esa etapa de la vida en la que puede pasar algo malo, pero igual disfrutará de las pequeñas cosas. Y también está la inocencia de Sophie que no ve las llamas, que no ve el edificio, que no ve a Calum al borde de la noche. Y todo sucede en un lugar paradisiaco, exótico, en Turquía, y todo queda registrado en una cámara filmadora y en nuestras mentes.

El guion es sencillo. Su único objetivo es mostrarnos el vínculo padre e hija, y darnos indicios de lo que sucede internamente con Calum. Sus piruetas en el balcón, sus cambios de estado de ánimo, el champarse de noche en el mar, la compra cara, la postal. Esa sutileza se destruye con la banda sonora, cuando un eufórico Calum baila Under Pressure (Queen y David Bowie) y escuchamos la letra: That’s the terror of knowing what this world is about, Watchin’ some good friends screamin’, «Let me out» (Esto es lo terrorífico de saber de qué va este mundo. Viendo a algunos buenos amigos gritando «déjame salir») o cuando la niña canta Losing my religion (R.E.M)…

Aunque no comparta ese “comentario” adicional que hace Charlotte remarcando las escenas con esas canciones, emocionalmente funciona y funciona por la poderosa química que hay en pantalla entre Paul Mescal y Frankie Corio. Ves la complicidad, la naturalidad de esa relación ficticia padre-hija. Hay comodidad en las actuaciones, tanto que ambos logran eso que a veces es tan complicado lograr: que nos olvidemos que es una película.

Y mientras más nos olvidamos que es una película, más podemos acercarnos a las llamas que rodean a Calum. Habrá momentos, claro, que nos regresen al artificio del cine. Veremos la mano de la directora interviniendo con el río de emociones que ha conseguido generar, por ejemplo: en las escenas de Sophie adulta que simulan la discoteca, las escenas que nos hacen notar que es un flashback, todo aquello que rompe con la cosa orgánica y compleja que existe en el restort, donde viven la versión joven y atormentada de Calum y la versión infantil de Sophie. Pero no importa, podemos dejarlo pasar.

El trabajo de fotografía de Gregory Oke, me dice que entendió perfectamente lo que había que hacer. Oke, a veces, huye del primer plano y nos da tomas generales, hermosas, de Calum y su hija conversando de cosas importantes sin que les veamos las caras. Oke, a veces, usa el primer plano para mostrar la dulzura, las sonrisas, las manos, los abrazos, las caricias. Oke, a veces, decide presentar el drama sin regodearse en él, como cuando solo tenemos la espalda desnuda de Calum y escuchamos su angustia. Qué importante es para el relato.

Y cuando llega el final (porque todo tiene un final, todo termina) ya podés sentir las llamas. Las ves claramente. Sentís su furia y su poder destructor. Y el corazón entiende aquello de Aftersun (que significa atardecer) y sufrís, te rompés, por Sophie, por Calum. Una parte tuya se queda con la polaroid congelada de ambos felices, sonrientes en esos soleados paisajes turcos. Under Pressure vuelve a sonar (con Melt Miami) y lo reafirma: Este es nuestro último baile.

Lo mejor: Hermosamente filmada, hermosamente actuada Lo peor: algunos remarcados y, claro, las llamas…siempre las llamas  La escena: la charla de los 11 años; otra cuando Sophie le dice que a pesar del día lindo que tuvieron ella siente como un bajón; otra, la primera vez que bailan Under pressure Lo más falsete: algunos remarcados El mensaje manifiesto: tener el deseo y la necesidad de vivir pero no tener la habilidad El mensaje latente: nuestra patria es la infancia El consejo: se puede combatir las llamas, no es fácil, pero se puede El personaje entrañable: Sophi, Calum…ambos El personaje emputante: las llamas, siempre las llamas El agradecimiento: por las fotos que congelan esa felicidad tan esquiva.

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