LOST IN CONTEMPLATION OF WORLD

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DOCUMENTAL: 20 days in Mariupol / Bobi Wine: The people´s President

Por: Mónica Heinrich V.

20 days in Mariupol / 20 días en Mariupol

Ah, la guerra. La horrible guerra. Cualquier documental sobre guerra siempre debe ser tratado con cautela, como dijo Orwell: ‘La historia la escriben los vencedores’. En el caso de lo que está ocurriendo entre Rusia y Ucrania, todavía no hay un ‘vencedor’ claro, pero las narrativas se siguen construyendo según los intereses de cada bando.

20 días en Mariupol es exactamente eso: el registro de 20 días del asedio ruso a la ciudad ucraniana de Mariupol. El documental está dirigido por Mstyslav Chernov, un fotoperiodista ucraniano que trabaja para AP (Associated Press) y que por su trabajo de cobertura del conflicto ha recibido un Pulitzer. Mstyslav también estuvo en Siria y otras zonas de guerra, y cuando comenzó el asedio a Mariupol, decidió quedarse convirtiéndose en el único miembro de la prensa que no evacuó la zona. Por eso, el documental tiene un valor real como registro, ya que Mariupol termina abandonada a su suerte.

Mstyslav no proporciona ningún contexto sobre lo que estamos viendo. No hay nada para el espectador externo que contribuya a dar peso histórico o de análisis a lo que se muestra en pantalla. Simplemente seguimos a Mstyslav durante esos veinte días por las calles, refugios y hospitales de Mariupol. Su voz en off describe la situación con reflexiones personales sobre la decisión de quedarse, la familia que lo espera, la vida, o con comentarios obvios y redundantes sobre lo que ya vemos en la imagen.

No se nos dice nada sobre la importancia de Mariupol en el conflicto, que es una de las ciudades del Este donde hubo una escalada de enfrentamientos durante años, que el grupo Azov tiene uno de sus principales bastiones allí, que es clave por los puertos y la industria siderúrgica, o que la misma población está dividida entre pro-rusos y anti-rusos.

Para Mstyslav, es más importante seguir los resultados de los bombardeos y llegar justo cuando hay un bebé en una camilla de hospital en paro cardíaco siendo reanimado, o filmar a una mujer embarazada con el vientre abierto. Si bien puede parecer efectista, también es una forma real de mostrar a los espectadores pasivos la violencia que ha traído el conflicto.

Los rusos son presentados como el enemigo, el invasor, pero no los vemos de manera tangible. En algún momento se filman tanques o soldados a lo lejos, pero sus acciones: de dónde salió esta bomba y hacia dónde fue lanzada, no están documentadas. Solo tenemos un registro de las víctimas, de los refugios anti-bomba, de los civiles asustados corriendo o escapando en un éxodo masivo. Nuevamente, es valioso, pero no es un documental que contribuya a esclarecer nada más allá de la premisa: los rusos invadieron Mariupol.

Hay un par de escenas que duran segundos en las que los habitantes de Mariupol se quejan ante la cámara sobre la devastación de la ciudad y sus hogares, y cuestionan: «¿Quién nos ha bombardeado? ¡Digan la verdad! ¿Por qué no cuentan quién nos está bombardeando realmente?» La queja es casi imperceptible, no se comenta ni se investiga, es parte del paisaje de la desesperación. Mstyslav no tiene interés en ese matiz, sea cierto o no.

En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, hubo mercenarios. En Mariupol, al igual que en cualquier conflicto armado, intervienen muchos actores y factores. Con esto no estoy negando el hecho factual: los rusos invadieron la ciudad. Sino que en esa invasión ocurrieron muchas cosas más.

Si buscás entender el conflicto en sí mismo o que te ilustren sobre cómo Mariupol llegó a ser tomada por los rusos, este no es tu documental. 20 días en Mariupol sirve solo como testimonio de la devastación de la guerra. Porque independientemente de las fuerzas internas/externas que operen en este tipo de conflictos, la ciudad quedó destruida, los civiles vivieron meses de zozobra en condiciones más que precarias, miles de personas murieron, y muchas han quedado traumatizadas de por vida.

La guerra, siendo la guerra.

Lo mejor: un registro donde no hubo registros Lo peor: enfocado en los resultados visuales de la guerra y no en algo más profundo Lo más falsete: la voz en off que comentaba obviedades La escena: cuando se pone en duda de qué lado vienen las bombas El mensaje manifiesto: la verdad es lo primero que se pierde en un conflicto armado El mensaje latente: cuando las papas quemen nos quedaremos solos porque hay gente que solo quiere ver el mundo arder El personaje entrañable: las víctimas de la guerra El personaje emputante: la manipulación de la guerra El agradecimiento: por la esperanza de que el conflicto termine.

Bobi Wine: The people’s president

Volemos a Uganda. Soy honesta. Sé muy poco de Uganda, pero cuando vi el documental me dieron ganas de tener más información. Estamos ante un documental similar al de Navalny (reseñado ACÁ) cuyo objetivo es más propagandístico y de culto hacia una figura política.

Desconfío de los políticos. De todos. Surjan estos de los barrios más humildes, o surjan de cuna de oro. El político siempre tiene un perfil narcisista, mesiánico, y sus movimientos obedecen a objetivos un tanto diferentes a las palabras: democracia, libertad, bla bla bla.

El documental narra los orígenes de Bobi Wine, un cantante, actor, del gueto ugandés. La figura de Bobi seduce: es joven, tiene un discurso renovador, es talentoso con sus canciones, parece que tiene buenas intenciones, es una figura que fácilmente puede convertirse en una referencia de liderazgo. El antagónico de Bobi es el gobierno de turno, liderado por el presidente Yoweri Museveni quien lleva en el cargo casi 40 años.

Museveni perdió las elecciones en 1980 y formó parte de la insurrección que quería derrocar al entonces presidente Obote (otro golpista). Retirado Obote asume la presidencia Okello y a los meses nuestro amigo Museveni decide que la silla en realidad es suya, da un nuevo  golpe y ahí se queda hasta el día de hoy. Bobi surge como el opositor a ese prorroguismo. A Museveni lo veremos poco, solo para justificar la falta de rotación de poder, o para defenderse de los que lo acusan de violar los derechos humanos o amañar las elecciones.

El documental sigue a Bobi durante años. Lo sigue cuando en su rostro había una sonrisa juvenil, y parecía convencido que podría desatornillar a Museveni del poder. Lo sigue cuando lo detienen por primera vez. Cuando según sus denuncias lo torturan. Cuando sale de Uganda hacia Washington para recibir cura a esas torturas. En una escena dice que le inyectaron algo en la sangre que lo ha dejado enfermo. Sin embargo, nunca vemos resultados clínicos de ese envenenamiento, es solo decir “me pusieron algo en la sangre” y nunca probarlo. Vemos mítines, escuchamos canciones, somos testigos de conversaciones familiares, de intentos de asesinato, de nuevas detenciones, de manifestaciones donde muere mucha gente, todo gira en torno a la figura de Bobi como líder de la oposición.

Museveni ha hecho méritos para ser cuestionado tanto nacional, como internacionalmente, se ha atrevido incluso a cortar el internet en temporadas electorales, ha manipulado la constitución para hacer que sus re-elecciones sean posibles y la milicada mete bala sin pena a los opositores. Pero, nuevamente, los escenarios políticos no se mueven solos nunca, ni mucho menos por razones altruistas.

Más allá de eso, hay un factor humano en el documental que conmueve, por más que responda a una estrategia muy bien planeada y ejecutada. A eso se debe su trascendencia. Habrá que estar atentos a Uganda y al destino de Bobi Wine, que en octubre del año pasado fue arrestado una vez más.

Una pena que los directores de este documental, el inglés Christopher Sharb y el ugandés Moses Bwayo, se limiten a seguir a Bobi sin darnos un panorama un poco más profundo. Ni siquiera de Bobi, porque tampoco es que lo conocemos más allá de sus típicas consignas del pueblo, la libertad, la democracia y de su papel como líder. Nunca sabemos qué es lo que pasa realmente por la mente de Bobi, aunque hay un evidente deterioro físico y emocional. Ya no es el muchacho sonriente y confiado del principio.

La política, siendo la política.

Lo mejor: las partes humanas y poner a Uganda en el foco de interés Lo peor: parece un video filmado por el equipo de campaña de Bobi Wine Lo más falsete: cuando se va a Washington a curarse y da quichicientas conferencias de prensa allá La escena: me gustaban las escenas donde veíamos la faceta de cantautor de Bobi y usaba la música para protestar  El mensaje manifiesto: si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger El mensaje latente: somos pobres, nos manejan mal El personaje entrañable: el pueblo, siempre el pueblo El personaje emputante: la política El agradecimiento: por el pueblo, siempre le pueblo.

CINE INGLÉS: Zona de interés (Zone of interest)

Por: Mónica Heinrich V.

Los nazis usaban la expresión “zona de interés” como un lenguaje codificado para referirse a Auschwitz y a las atrocidades que ahí pasaban. El conocimiento que tenés como espectador de ese oscuro periodo de la historia se convierte en uno de los personajes principales de esta película. Mientras más sepás, peor la vas a pasar. Esa es una de las virtudes de Zona de Interés, trabaja en complicidad con tu memoria.

Se ha filmado y escrito tanto sobre el tema del genocidio perpetrado por los nazis, que podría pensarse que es un filón ya agotado. Error. La ficción nunca cerrará su diálogo con el Holocausto. No puede y no debe. El cineasta inglés Jonathan Glazer apuesta por una adaptación del libro homónimo del también inglés Martin Amis.

Como somos pocos y nos conocemos mucho, sabrán que lo primero que hice al volver del cine fue buscar la novela de Martin Amis (pueden leerla en PDF acá: La zona de interés – Martin Amis) y quedé estupefacta. Pocas veces he leído una novela adaptada que sea tan diametralmente opuesta a la película que la referencia. No tiene ni los mismos personajes ni la misma trama. ¿Qué tienen en común? El clima y la decisión de contar algo cotidiano dentro o cerca del campo de concentración más grande que tuvo Alemania. En la novela hay un oficial que se enamora de la esposa del comandante del campo (guiñito a Höss, pero no es Höss). Se narra la historia con mucha inocencia, pero se deja entrever que este amor está rodeado de muerte y horror.

El guion de Jonathan Glazer se atreve a ponerle nombre y apellido real a los personajes en los que Martin Amis se inspiró. Es así que en pantalla veremos al infame Rudolf Höss (Christian Friedel, actor que interpretó al profesor en La Cinta Blanca de Michael Haneke) comandante de Auschwitz desde 1940 a 1943 y luego desde 1944 hasta enero de 1945. Lo acompañarán en pantalla su esposa Hedwig (Sandra Hüller, a quien ya la hemos visto fantástica en Anatomía de una caída) y su progenie, dos niñas y dos niños.

El inicio es la belleza del paisaje, la vida relajada de una familia que disfruta un tiempo de ocio en un río, la inocencia, la estabilidad, la armonía. Ya sabemos que es en Auschwitz, y aunque no vemos a los prisioneros, aunque no vemos las barracas, sabemos que están ahí, a unos pasos de la imagen idílica. A lo largo de película, Jonathan dejará que solo los escuchemos. Los veremos en la ropa de las judías presas que las alemanas se reparten sin pudor, en el humo que sale de las chimeneas de cremación.

Es muy chocante eso. La indolencia, la indiferencia. El milico preocupado por sus arbustos de lilas o siendo cariñoso con un perrito de la calle son un contrapunto fuerte a lo que pasaba en las barracas. A lo que estuvo bajo su mando. Los disparos se escuchan lejanos, como parte del sonido ambiente, los gritos de soldados y prisioneros también. Los Höss están acostumbrados o tal vez nunca tuvieron que adaptarse. Hedwig dice que es la vida que siempre soñaron. Se la ve satisfecha con la opulencia, con el calefactor que instalaron porque “los inviernos son insoportables”. A pocos pasos, en esos mismos inviernos, los prisioneros que no son ejecutados por los soldados mueren de frío y de enfermedades fácilmente tratables.

Jonathan nos deja ver, espiar, la no tan hipotética vida de Höss. La preocupación del comandante no es la muerte de cientos de miles de prisioneros, ni dónde lo deja a él tanto daño ético y moral a la humanidad. Sus preocupaciones son más administrativas, más de índole mundanas. Hedwig disfruta tanto su vida ahí que pide quedarse, aún cuando al marido lo promueven y tiene que irse a otro destino. Para ella el muro que separa su vida soñada con las barracas pronto quedará cubierto de flores, y ella quiere presenciarlo.

Pensé que Jonathan no nos sacaría de la idílica, soleada, y florida vida de los nazis en sus casonas campestres, pero lo hace. Seguimos a Rudolf en su ascenso, lo felicitan por cumplir metas, es evidente que las metas tienen que ver con la eficiencia para la eliminación de seres humanos. Rudolf quiere dar la talla. Cumplirle al partido. Su mente está tan robotizada, que en una fiesta se imagina cómo el cuarto funcionaría para una gasificación masiva.

Para los que conocemos el cine de Jonathan, nos llamará la atención el tono casi documental de la película, aunque la música incidental de Mica Levi tiene su sello distintivo, ese que crea atmósferas.

En un momento, Jonathan abandonará el color para mostrarnos descontextualizada a SPOILER ALERT la niña que deja manzanas a los prisioneros. Escenas casi en negativo, como la antítesis de la apatía, como el único acto de resistencia. Este acto luminoso narrado con cámaras térmicas, es en honor a una mujer que el director conoció y que era parte de la resistencia polaca. En su niñez, con tan solo 12 años, arriesgaba su vida dejando frutas y comida para los presos a escondidas. La escena parece fuera de lugar, nunca se sabe quién es la niña ni por qué hace lo que hace. Pero nos gusta lo que hace. Ante tanta parálisis, es el símbolo de la bondad humana. En las escenas tiene el mismo vestido y usa la misma bicicleta que la niña en la que se inspiró. FIN DEL SPOILER.

Como discurso funciona. Aunque como elemento estético narrativo está tan pegado con moco que parece un efecto más. Como la placa roja que aparece en medio de alguna escena, que no viene al cuento, pero viene al cuento. O la partitura con la canción del preso que no viene al cuento, pero viene al cuento. Eso que Jonathan trata de ganar con los disparos lejanos, con la sugerencia del genocidio, lo pierde un poco con esas obviedades.

Ya para el final muestra SPOILER imágenes del Auschwitz actual, y lo hace mientras Höss está atacado por la nausea, con el vómito colgando. La verdad que no sé si un espectador común y corriente sabrá que esas vitrinas son las que uno ve cuando va a Auschwitz en los circuitos turísticos que hay en Polonia. Que esos cuartos que barren y que parecen sótanos son las cámaras de gas, que aún mantienen el olor. Recuerdo haber leído por ahí que el 66% de las nuevas generaciones no tienen ni la más pálida idea de lo que pasó en el Holocausto. Que cada uno saque sus conclusiones. FIN DEL SPOILER.

Esos elementos que rompen con el tono de la película son precisamente los que nos recuerdan que es una película de Jonathan Glazer. A Jonathan le conocemos el trote por Under the skin, esa película que quiso ser terror ciencia ficción, donde Scarlett Johanson interpretaba a una alien sexy que barría con un montón de tipos. Y al final, el guion se ponía existencialista y Scarlett (en su versión alien) reflexionaba sobre el ser y la nada gracias a esta especie llamada humanidad. No, Scarlett. Te lo pido, por favor. También lo recordamos por Sexy Beast (inolvidable Ben Kingsley como Don ¿era Don?) una versión vertiginosa de una mafiocillo tratando de recuperar a otro mafiocillo. Y, luego, su película menos publicitada, pero la que más recuerdo por cringe: Birth, esa donde Nicole Kidman perdía a su esposo y cuando se estaba por casar con un fulano, aparecía un niño de unos once años con cara de loquito que le decía que no se podía casar con el fulano, que él (EL NIÑO) era la reencarnación del muertito. Ese es Jonathan.

En Zona de Interés parece haber alcanzado una relativa madurez narrativa. Sin embargo, sus personajes, al igual que en la novela, responden al arquetipo del nazi y al arquetipo del judío y a veces se extrañan esos matices (los de las flores y los del perrito, por ejemplo). La fotografía con muy pocos primeros planos, más de observación, de contexto, a cargo de Lukasz Zal, a quien amo desde que lo descubrí en esa tremenda película que es Ida, acompaña con delicadeza a los personajes.

Hay dos trabajos que recuerdo al ver Zona de interés, uno la película chilena 1976, de Manuela Martelli (reseñada ACÁ) en la que unos jailones vacacionaban en Viña del Mar mientras la milicada arrestaba y hacía desaparecer civiles. Y otro, el documental Entresijos de la Fifa, donde se narra lo vivido en el mundial de fútbol de 1978, cuando Argentina ganó su primer mundial. El fútbol como coartada de la dictadura. El estadio Monumental estaba a escasos 500 metros de la Escuela de Mecánica de la Armada donde se torturaban, asesinaban y desaparecían a opositores de la dictadura de Videla. Havelange aparecía al lado de Videla en los partidos. El horror y la fiesta.

No se puede negar el timing de la película…llega en el momento preciso para cuestionar las comodidades de nuestras casonas floridas y ausentes de lo que sucede detrás de los muros occidentales de la comodidad y del bien vivir. Tantas cosas que pasan en el mundo, y muchos miran/miramos hacia el costado, como si no estuviera pasando, como si el humo de la chimenea no fuera una tragedia.

En el 2010 estuve en Auschwitz y escribí sobre esa experiencia ACÁ. Mi versión más adulta no soportaría un segundo visitando ese lugar. Porque no. Recuerdo cómo me sentí antes, durante y después. La película tiene el poder de transmitirte eso. Ese asco, ese desespero, esa incredulidad. Cierro, una vez más, con lo que un ex-prisionero dijo:

En nuestro idioma no hay palabras para expresar esta injuria, esta destrucción del hombre.

Lo mejor: cómo retrata lo obsceno de la indiferencia Lo peor: personajes arquetípicos y aunque valoro el discurso de la placa roja y lo de la niña en cámara térmica, me pareció un poco forzadito Lo más falsete: la necesidad de remarcar algunas cosas, como cuando no aparecen los créditos y Jonathan quiere que la música estridente nos golpee La escena: Me perturbó mucho lo de las ropas, cuando se prueba el abrigo, también cuando hablaban de ir a Italia y de que estaban llevando una vida de ensueño. El mensaje manifiesto: la gente pierde sus rasgos humanos muy fácilmente El mensaje latente: qué oscuros fuimos, qué oscuros somos El personaje entrañable: los que estaban detrás del muro El personaje emputante: los nazis y la maldita guerra El agradecimiento: por la vida.

CINE IRLANDÉS/INGLÉS: Pobres Criaturas (Poor Things)

Por: Mónica Heinrich V.

Por lo general, comienzo una reseña por el principio. Porque así nos enseñaron a las señoritas de bien. Y porque la educación judeocristiana nos habla del génesis, del origen. Pero esta vez no. Esta vez hay que hacer todo al revés.

Cuando salieron los créditos de Pobres Criaturas, dije en voz alta, con voz de doña judeocristiana: este final no puede ser el final literario. Este final NO es el final literario.

Arribé a mi hogar, ese donde Madonna dice que encontramos la luz interior. Busqué, y busqué, y llegué hasta el origen, ACÁ (volvimos al principio bíblico), de Pobres Criaturas.

Y efectivamente, después de leer la novela en una pantallita luminosa pude descansar, reposar, sabiendo que NO (con mayúscula) no era el final que el señor Alasdair Gray, a quien yo me empeño en llamar Alistair, tejió para nosotros.

Y hay muchas cosas por decir, y viene el carnaval, y recién levantaron los bloqueos, y como dijo Bukowski es difícil seguir siendo aquí en este mundo, así que destripemos Pobres Criaturas, hablemos de Lanthimos, hablemos de cejas, de cabellos interminables, de techos que parecen nubes, de baile, de pobres que «nos violarán y matarán».

Sobre Lanthimos ya tuve un derrame verbal ACÁ, donde conté cómo lo stalkeé y lo perseguí (cinematográficamente hablando). Capaz podríamos partir de ahí, de su hollywoodización. Porque toda triste historia de un director independiente tiene su villain origin en la hollywoodización. Atrás quedaron el minimalismo, los silencios, las no explicaciones, los misterios del cine de Lanthimos. Pero, aunque Lanthimos se haya hollywoodizado, sigue teniendo su impronta, esa que lo ha convertido en un director amado y/u odiado por partes iguales.

Saquemos de nuestro sistema lo que sí nos gustó o, mejor dicho, lo que rescatamos de Pobres Criaturas. Rociémoslo como espuma carnavalera. Es una película visualmente deslumbrante. Uno queda con el ojo pelado y mareado ante tanto festín visual que acompaña la cámara del irlandés Robby Ryan (La favorita, Philomena, American Honey). Juega con los lentes, juega con los zooms, juega con el color, con la música, con los sets, con el vestuario, con el maquillaje. Hay un universo muy artístico en el que la película se mueve. Podés salir del cine arrobado queriendo llegar a tu casa a llenar tu Pinterest de elementos inspo, o salir buscando con desespero un lugar donde cerrar los ojos y darles un poco de paz.

Sí, sí. Lanthimos ha hecho un viraje y se ha convertido en un subrayador serial. Le parece que una escena tiene que sentirse como si fuera espiada y pum le mete su lente viñeteado. Al pedo. Le parece que la escena grita contexto y pum pone la madre de todos los angulares (ama los angulares). Le parece que hay que hacer zoom y lo hace. Sin ascos. Cambia de blanco/negro a full color. Hasta las actuaciones, antes algo robotizadas como su marca registrada, ahora están un pelín teatrales, físicas. El tono general de la película es de un recargamiento tal que puede resultar agotador. Porque en estas disyuntivas (que no importan, pero existen) siempre hay una línea muy delgada que separa el rapto creativo del chabacanerío creativo.

Aquí, casual, siendo creativ@s.

Para mí, funciona como un todo. O, mejor dicho, Lanthimos lo hace funcionar. Me sumergí en sus VFXeadas ciudades. En los animalitos mitad perro, mitad pato o lo que sea. En las mangas abullonadas. Sufrí su música incidental que machacaba cada frame, pero reconocí el talento del veinteañero Jerskin Fendrix. Y me dejé llevar. Aún reconociendo las imposturas, esa alarma de auto parqueado sonando de madrugada.

Ahora vayamos por el guion. Lanthimos es un reincidente y ha vuelto a trabajar con el mismo equipo principal de La Favorita, eso incluye a su guionista el australiano Tony McNamara (The Great, La Favorita, Ashby).  Este guion es una adaptación de la obra homónima del escritor escocés Alasdair Gray lanzada en 1992.

En Pobres Criaturas (la de Lanthimos) resulta que hay un reputado médico, cirujano, científico llamado Godwin Baxter (William Dafoe) que tiene la carita hecha mierda. Su padre hacía experimentos en él. No soy muy fan de la silicona ni de las cosas ortopédicas que luego hacen que a los actores no se le muevan ni los labios (Hola, Gary Oldman en Darkest Hour), pero a William lo queremos y lo querremos siempre.

Este tipo le pide a otro tipo que es su alumno/fan (quiero hacer énfasis en lo de tipos, porque es clave) Max MacCandles (que es nada más y nada menos que Ramy Youseff, a quien tenía muy posesionado o poseído, escojan ustedes, por su personaje/alter ego en Ramy) que lo ayude con unas cuestiones. Que sea su asistente. Max se siente súper emocionado y honrado y va a la casa del tal Godwin. Ahí conocemos a Bella Baxter (Emma Stone) una mujer que luce como si tuviera un retraso mental. Estos dos tipos (tipos, tipos) observan a la fémina tambaleante con fascinación. La explicación es cringe/perturbadora/turbia/jodida/cojuda SPOILER: Bella se suicidó lanzándose de un puente (o eso intentó) y Godwin la recogió contrariando los deseos iniciales de la dueña del cuerpo, y la mantuvo con vida insertándole el cerebro del bebé que traía en la panza cuando se intenta suicidar. Así surge Bella Baxter, por lo que no es peregrino suponer que la Bella tambaleante del inicio tiene el cerebro de un niño/niña en desarrollo cuando conoce a Max McCandles. La primera cosa que me causó un rechazo inmediato y absoluto es cuando este fulano quiere casarse con ella. Con esta “mujer” que evidentemente tiene el cerebro de una niña, que está infantilizada y que no ha tenido aún un desarrollo completo. Además, ÉL lo sabe. El tal Godwin lo sabe ¿De qué está enamorado el señor Max? Y ojo, que la película lo vende como el personaje masculino «bueno» FIN DEL SPOILER

¿Qué me mirás, desconocido, que quiere casarse conmigo?

Tampoco entendí cómo en esa situación, en la que la balbuceante Bella habla de ella misma en tercera persona, y no puede aún hilvanar oraciones completas, parte con el personaje de Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo). Tuve sentimientos encontrados, porque valoré la idea de que Mark Ruffalo que suele tener personajes pelotudos, de gringo nice guy esté haciendo un villano tan villano. O sea, es lo que estábamos esperando desde el Matty de 13 Going on 30.

Sin embargo, la relación también es asimétrica, aún cuando la película lo pinte de auto-descubrimiento y exploración personal del personaje femenino.

A pesar de esas diferencias más irreconciliables que las de Michael Jackson y Lisa Marie, la historia me mantenía atenta y con la curiosidad de ver hasta dónde llegaría Lanthimos… que no es conocido precisamente por los finales felices.

El guion a ratos nos quiere explicar tantas cosas sobre lo que piensa que es la liberación femenina, el empoderamiento, la sociedad, la pacatería y la insoportable levedad del ser que roza el ridículo. Creo que hay pocas escenas de películas nominadas este año que me hayan parecido más bochornosas que esa donde Bella Baxter descubre la pobreza. Y me incomoda por cómo se plantea. Esa cosa didáctica, maniqueísta (allá abajo los pobres, pobrecitos, sí, pero te van a «violar y matar») que impregna toda la película. Que también está en Barbie (tengo tantas cosas que decir sobre Barbie) Y aunque está en el libro, creo que el libro tiene un toque de ironía y humor que Lanthimos ha puesto más lineal o vacío en pantalla.

¡No! Amigo cínico negro, no puedo creer que exista la pobreza.

Sigamos.

Bella Baxter se va con Duncan, y allá en las europas pasan cosas. Cosas como la escena de baile que me encanta y que me hace preguntarme, acá en la oscuridad, por qué carajos Mark Ruffalo no quería/quiere bailar si tiene tanto swing. POR QUÉ. Bailá, Ruffalo, bailá.

Después de ese solaz, aparecen más ruidos.

El más estridente relacionado con la prostitución, cuya falla viene de origen en el libro con una mirada muy …lo voy a decir porque qué mas da: Tiene la mirada del cliente y no de quien ofrece el servicio.  Sí, seguro, los tipos realmente van a acceder a las peticiones ñoñas de Bella, y ninguno la va a humillar, o la va a agarrar a manazos, no. Sí, Bella puede manejar su vida de prostituta en los barrios bajos parisinos súper bien.

Otro ruido sería cuando la película intenta traspasar a pantalla el comentario político que impregna la obra de Alasdair. Ejemplo: las escenas de la compañera/amante socialista de Bella. Me recordó a las fallidas publicidades electorales de este bello e infausto país. O sea: no me lo digás, mostrame.

Ahora que sé sobre socialismo, tengo que verme un poquito diferente.

Bella, después, decide que sus aventurillas en París terminaron y vuelve al nido. A su creador (el que fue contra la auto- determinación de Victoria) Godwin Baxter SPOILER que está muriendo de cáncer y acepta casarse, por fin, con el mamerto de Max. Aparece el ex. Un fulano interpretado por Christopher Abbott (el de The Sinner). El sujeto que le quiso sustraer el punto del placer. Un tipo loquito que nos ayuda, una vez más, a que podamos disfrutar de lecciones sobre la diferencias sociales en su mansión con empleados abusados. Y porque Bella está muy empoderaá (diría Rosalía) lo convierte en cabra y después todos muy contentos. FINAL DEL SPOILER.

Ahí descubro en los créditos que la cuestión es basada en una novela, y pienso, medito, reflexiono que ese final no es el final. Y no.

En Pobres Criaturas (la de Alasdair), la novela es una mamushka. Tenemos al autor que encuentra unos textos de Archibald MacCandless (AKA Max) y los va intercalando con información extra, como si fueran notas de periódicos, cartas, textos sueltos que recoge y arma como un gran rompecabezas, donde intervienen otros personajes. A la vez, y muy fiel a su estilo, Alistair (¡dejame decirte Alistair!) ilustra la novela y escribe con su puño y letra algunos de los “hallazgos”. Todo en una onda juguetona que es un guiñito al gótico, y que hace referencia al nacionalismo escocés, a la vida en Glasgow, y a su crítica a las desigualdad social y económica. Los capítulos son cortitos y fáciles de leer.

Más allá de las diferencias existentes libro/película, entre la naturaleza de la relación de Godwin y Bella, de cómo decide casarse con Archibald, del tema del dinero de Duncan, del motivo real del por qué Bella regresa a la casa de Godwin, y del destino final del marido milico que no termina siendo una cabra, hay un plot twist más significativo. El editor, o sea Alasdair, o sea el narrador SPOILER llega a unos textos de la mismísima Bella Baxter que dice que todo es mentira. Que el pelafustán de Archibald/Max envidiaba su vida, sus logros, y que se inventó el tema del suicidio y del cerebro para dañarle la reputación. Ese “patético” (cito a Victoria/Bella) hombre la quiso humillar con las supuestas revelaciones. Para aumentar la confusión o el tema lúdico hay una notita final sobre la muerte de Victoria/Bella que tendrán que descubrir, que solo arroja más niebla al asunto FIN DEL SPOILER

CONCLUSIONES, RESUMEN, LO QUE IMPORTA (DIGAMOS) DESPUÉS DE TANTA CHÁCHARA

¿Se acuerdan cuando en Hollywood querían parecer menos racistas, y todos andaban subidos al carro de hagamos películas sobre la esclavitud, contemos historias de y para negros, utilicemos lo que Spike Lee denominó Magical Negro, seamos personas que parezcan mejores y finjamos que los negros realmente nos importan? Hoy en día es el turno de las mujeres, son el instrumento para lavar caras y conciencias.  En el caso de Lanthimos, su película concluye mostrándonos a una Bella en “crecimiento personal” en “evolución constante”.  Y a mí me aburre que para mostrar la «liberación femenina» el énfasis siempre está puesto en el sexo. Esto pasa porque incluso la concepción progre del sexo sigue siendo muy conservadora  y está ligada al género y al acto sexual en sí mismo, cuando el sexo debería ir ligado a lo madurativo y a la responsabilidad sexo-afectiva. Así, entre tanta ostentación «aliade», la cámara de Lanthimos llega a convertir a Emma Stone en eso que pretende denunciar. Encima, el acto final de la película se ve como una jugada muy lanzada y empoderada, y no lo es.

El universo steampunk victoriano de Pobres Criaturas sorprende, por ratos deslumbra, pero uno desearía que existiera una mejor historia detrás de tanto artificio. Para mí (capaz para vos sí) no es la mejor película de la filmografía de Lanthimos, no es la mejor del año, le falta densidad y algo más allá de sus tantos colgandijos, sin embargo, es ese fastuoso envoltorio lo que disimula sus disonancias. Su actriz (una Emma Stone en estado performático) y actores la sostienen. Su pavoneo visual distrae y seduce.

¿Será suficiente?

Lo mejor: mucho compromiso en la realización y en las actuaciones. Visualmente hermosa Lo peor: Disonante Lo más falsete: su postura auto indulgente La escena: El baile. Siempre el baile. El mensaje manifiesto: mirá, mirá esa mujer libre y empoderada El mensaje latente: la mujer es más que el sexo y lo que hace con él El personaje entrañable: los pobres que «nos van a robar, violar y matar» El personaje emputante: Godwin, Max, Duncan y el milico El agradecimiento: por el baile. Bailá Ruffalo, bailá!

CINE: Cuando acecha la maldad, Talk to me, Beau is afraid, Good Boy y Saltburn

Por: Mónica Heinrich V.

Cuando acecha la maldad

A Demián Rugna lo conozco por Aterrados (2017) caí en el hype de que era la película de terror que Latinoamérica estaba esperando. Solo un gringo que no conoce Latinoamérica puede dar tan tremenda afirmación. Amig@s gringos: Acá pasan cosas. Así y peores. No hay película que le llegue a la punta de la uña amarillenta llena de hongos del dedo gordo del pie al glosario de horrores que vivimos día a día.

El argumento me encantaba: Clara escuchaba voces en las cañerías de su cocina, esas voces planeaban matarla. Bello ¿no? Se lo cuenta fatigadísima al mamerto del marido que, obvio, no le cree un carajo. El guion, escrito por el mismo Rugna, avanza y toma recovecos más enroscados: A otro vecino se le movían los muebles. Un niño del barrio que había muerto atropellado regresa por su propio pie a su casa desde el cementerio para depositarse en la mesa y luego quedar, otra vez, tieso. Después se involucran un detective y una doña que es investigadora paranormal. Bla bla bla. Ya me aburrí solo de relatarlo. La película tenía una factura muy rústica, rústica en actuaciones, en ambientación, en todo. Sabías que estabas viendo una película clase b c d e f g, pero los ojitos pre-pandémicos querían seguir. Era como la huevada de Paranormal Activity más chafa (si es posible), aunque con garra. Digamos.

Han pasado muchos años y como nuestros teléfonos y computadoras nos escuchan, el algoritmo hizo que me apareciera una noticia en la que se afirmaba que Cuando acecha la maldad era la película de terror del 2023. Soy muy sensible a lo visual y a lo titular. Ni siquiera me di cuenta que era el mismo Demián Rugna de las cañerías asesinas que ya la estaba viendo.

Resumo: En una zona rural argentina en la que se mezclan las vacas, los árboles y los riachuelos, se descubre que hay un embichado. El embichado resulta ser un gordo purulento, lleno de heridas, costras, que apenas respira y que tiene que ser eliminado para que su mal no se esparza a tutti quanti. El mal va más allá de la condición física, el mal es el mal, en su concepción más peligrosa.

La película empieza cuando los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimmy (Demián Salomón) encuentran al limpiador (el que tendría que encargarse del embichado) partido al medio, destripado y, claro está, difunto. De ahí, personajes indígenas de por medio, llegan al embichado y deciden que como el embichado los puede embichar y derramar toda su maldad embichada tal como le pasó al limpiador de embichados que no vivió para contarla, hay que deshacerse del embichado como sea. El guion nos lo presenta como una alternativa ineludible, pero me preguntaba cómo planeás deshacerte de un embichado que postrado y todo se deshizo de su limpiador. CÓ-MO. Ellos lo intentan y… sale mal. Mal en la concepción terrible de la palabra.

Repito: Embichados, el mal, y unos pobres tipejos en la Argentina “projunda” tratando de salir ilesos de eso.

Seh. Justo la vi antes de las elecciones gauchas, así que cuando SPOILER el perrito PUM se lleva por delante a la criatura, y vos gritás, y no lo podés creer, aunque lo viste venir, pero no lo querés creer FIN DEL SPOILER todo se vuelve más claro en la vida.

¿Y si hacemos exactamente lo que nos dijeron que no hiciéramos?

Analizando el discurso de Cuando acecha la maldad, hay momentos de crítica al Estado por el abandono de las regiones rurales aunque esto parte de la boca de terratenientes ergo propietarios privilegiados, hay una mirada a las disputas de pareja resueltas con los hijos como rehenes, de la culpa o el rechazo hacia los discapacitados, ajá, hay tiempo para esos bocadillos. Bocadillos que podrían darle más profundidad a Rugna dependiendo desde qué lado lo interpretés: ¿Son comentarios honestos y no maniqueístas de lo que plantea? ¿o solo son muletillas desde el estereotipo o desde lo que el director piensa que se congraciará con su público?

Hay que decir, porque es necesario, que las actuaciones son irregulares y la cosa se despatarra después de la mitad, y llegás al final entre el estupor y el amor. Estupor porque, aunque también lo viste venir, no podés creer que una premisa que estuvo interesante se desmorone tan estrepitosamente. Y amor, porque sí, porque es tan malo que es bueno. Bueno en la concepción ñoña y condescendiente de la palabra.

Lo mejor: Una primera parte notable y muy lograda y el manejo del terror rural Lo peor: cómo se cae Lo más falsete: el final y las maneras mamertas en que intentan deshacerse del embichado La escena: la de las cabras, y la del perrito El mensaje manifiesto: el mal nos acecha El mensaje latente: del mal no se escapa El personaje entrañable: el perrito (ñie) El personaje emputante: la inútil que sabía cómo combatir a los embichados y no hace nada medianamente inteligente El agradecimiento: por la escena de las cabras, por la escena del perrito.

TALK TO ME

Ay. Le hice lance a esta película un montón de veces. Solo el poster gritaba que era una mala idea. Que vería cosas tristes y feas. Que cuando uno se hace grande ya no alcanzan manos y sesiones espiritistas para horrorizarte. Que vivimos en Latinoamérica y acá pasan más cosas y “más peores”. Que como dijo Foster Wallace “Somos lo que caminamos entre dos puntos”. Que me aferraba a la máxima de Dwight Schrute “Before I do anything, I ask myself, ‘Would an idiot do that? Que ya empezó el 2024 y se acerca época electoral. Que No, que la mano esa no nos iba a mover un cabello.

Y en ese estado de escepticismo hubo sorpresas: La primera es que Talk to me es australiana y  está dirigida por mellizos, los no menos australianos Danny Philippou y Michael Philippou. La segunda es que estos mellizos son/eran youtubers. Sí. Todo suena cada vez peor. La tercera es que tienen 31 años y que esta película es su opera prima y viene después de una serie de parodias y live actions en su canal que arrastra 6 millones de suscriptores. ¿Ya estás pensando que va a ser una caca? Error.

O sea, sí, pero no.

La película empieza con un plano secuencia brutal, que tiene dos escenas específicas que te dicen: No importa el poster. No elegiste mal. Tu suscripción a Prime vale la pena. La vida es hermosa.

Mia (Sophie Wilde) es una adolescente que ha perdido a su madre. Aún no supera esa pérdida, porque ocurrió en confusas circunstancias. Bueno, la película lo plantea así, aunque es muy evidente todo lo que pasó.

Como los muchachos son una huevada (habló la doña) se juntan y juegan a contactar espíritus con una mano que afirman es la mano embalsamada de una gran espiritista. El asunto es agarrar la mano, contactar al espíritu y dejar que por 90 segundos te habite. Luego, tenés que soltar la mano tostando. No sabemos cómo carajos ellos saben que solo son 90 segundos, pero TAMPOCO nos importa.

Desde que me fue imposible decir Bloody Mary tres veces en la oscuridad mirándome al espejo, no entiendo por qué las personas se prestarían para esos chiveríos sobrenaturales, pero sí, esa tropa de gringos medio analfabetos le meten.

¿Y si jugamos Santa Catalina?

Debo congratular al editor y al que eligió la música para los momentos de posesión. Esos primeros 40 o 50 minutos donde se teje el hilo de la tensión relacionada con la mano, los espíritus y las pobres decisiones de la juventud, alcanzan su pico con los golpes de Riley (Joe Bird) contra la mesa.

Me llegué a tapar los ojos (muy cliché: con los dedos abiertos) a los gritos de: No, No, amigo Riley, no. Y después: SÁQUENSELA, SÁQUENSALA. Y después: MÉTANLA PRESA. LA QUIERO PRESA.

Ajá, muchas emociones derramándose como contagios de COVID pre-carnavaleros.

El problema es que una vez pasa su punto alto, el camino ya es en bajada. El Titanic en su cuarto día y medio, y los violinistas aún tocando. Las pobres decisiones de la juventud, se convierten en pobres decisiones de guion. Igual, la primera mitad de nuestros mellizos youtuberos hace que termine el tole tole y digás: Buen servicio. No hay resentimientos, ni ganas de hacer canciones con Bizarrap.

Lo mejor: Un inicio trepidante, y unas secuencias de posesión muy buenas Lo peor: desde que el chico está internado para adelante Lo más falsete: es una película sobre una mano que te hace ver fantasmas, no hay nada muy real La escena: la secuencia inicial, la del perro y el chico, las posesiones masivas y lo de Riley El mensaje manifiesto: hay que procesar los duelos El mensaje latente: no jugués con lo desconocido (ñie 2) El personaje entrañable: la mano. Tanto atarantado agarrándola El personaje emputante: sí, Sophie El agradecimiento: por la música y la edición de las escenas de posesión.

BEAU TIENE MIEDO

Quiero a Joaquin Phoenix (ya hablaremos de su Napoleón en otro momento) y por eso tenía ganitas de sumergirme en las profundidades de esta película. Fue su director Ari Aster el que me hizo postergar el asuntito, porque Ari es como esa persona que cuando las cosas salen mal te va a decir: Pa que me invitás si sabés cómo me pongo.

Si conocés, conocemos, la filmografía de Ari (Hereditary, Midsommar), sabrás, sabremos, que el viaje será movidito, pero al estilo carretera de la muerte en Los Yungas con la llanta en el aire a punto de desbarrancarse.

No tenía idea de qué iba Beau tiene miedo. Así que cuando terminé de verla y busqué entrevistas de Ari me sorprendió muchísimo leer que el tipo estaba decepcionado de que la gente se saliera de las salas de cine en medio de su película. Digamos que pensé que esta paja mental sería asumida como tal, en toda la gloria de su pajerío, y que Ari estaba muy consciente de lo críptica y a veces insoportable que era. Al parecer, no es el caso.

Permítanme contarles que Beau tiene miedo es eso, un compendio fílmico, ficticio, meta-narrativo, de los miedos, fobias, y, sí, pajas mentales, de Beau (Joaquín Phoenix) y de su director, guionista, Ari Aster.

Beau es un hombre de mediana edad, que vive en un barrio marginal en precarias condiciones, que está bajo tratamiento psiquiátrico, y que ha llegado a la adultez sin amigos, sin redes sociales, sin logros, solo con fracasos, culpas y miedos.

Sentí empatía por ese Beau, me parecía muy triste su vida, y te hace reflexionar sobre cuántas personas hay que llegan a esa edad en esa soledad y abandono. Ari pone elementos desde el inicio que nos dejan claro que no estaremos ante una narración realista, ni lineal. Los mendigos, el tipo chuto que apuñala gente, el vecino que le reclama el ruido, la invasión a su departamento, la extraña llamada de su madre, la posterior llamada con el repartidor, todo pinta un universo manchado con el estrés diario y con la fatiga mental del que ya perdió su asidero con la vida. Beau es una persona mayor, pero actúa con la indefensión y la vulnerabilidad de un niño.

Conforme la película se desarrolla, la propuesta de Ari se enreda como rollo de canela. Beau tiene que ir a la casa de su madre, que aparentemente ha muerto aplastada por una lámpara araña, y no consigue hacerlo. Hay flashbacks de la infancia de Beau, flashbacks extraños, sórdidos que se mezclan con situaciones cada vez más confusas. Cuando parece que vas a encontrar respuesta en un posible pasado de veterano de la guerra de Beau, es una carnada falsa. Después se descubre que Beau fue usado por su madre para probar y promocionar medicamentos. Al final resulta que el lugar donde vivía Beau es controlado por la empresa de su madre, y todos los loquitos, matones y mendigos que la habitan han sido parte de esa empresa al igual que Beau. Por eso, el psiquiatra al inicio subraya la palabra culpa, por eso la película subraya el tema de la culpa, por eso, hay un juicio al final. La realidad distorsionada de Beau, la que vemos, esconde algo horrible. ¿Eso es todo? No. Se podría ofrecer montón de teorías y subtramas para esta película. El papel del padre ausente, según la madre muerto, que no ha muerto, que aparece en la metáfora de un pichi gigante apuñalado (ya no recuerdo si era con tijera, cuchillo o pinza de cejas), termina de volar cualquier intento de lógica. Estamos ante lo que se denomina un narrador no fiable, y ante una película que está cargada de tantos simbolismos y metáforas que explicados al detalle pueden parecer una gran obra de arte o una cagada mayúscula, dependiendo de si te identificás con este planteo o no.

¿Y si rezamos para que toda esta mierda se vaya?

Me saco el chicle de la boca y les cuento cómo lo viví: Me encantó toda la parte inicial. Este Beau trastornado, desprendido de la realidad que nos quería mostrar que llevaba una vida de mierda, en el abandono y la soledad de un pobre cojudo. Disfruté el encuentro con la familia ñoña/cringe de los suburbios, con la presencia de Amy Ryan (Holly Flax en The Office) con las cosas del hijo muerto en la guerra (una de las tantas guerras inútiles gringas) aún intactas, me asusté con la loca de la lata de pintura, y seguí el escape de Beau hasta el bosque. Ya en el bosque me dije ay, no. Cuando Beau se encuentra con el grupo de teatro, y nos cuentan una historia teatralizada, animada de la vida alternativa de Beau que también acaba en tragedia, y después es emotiva, y después es violenta, ya estaba con ganas de que la huevada termine. La parte de la casa, y el juicio se me hicieron eternos. Aplaudo a Ari Aster por lanzarse a esa piscina semi-vacía del “hago lo que se me canta, tómalo o déjalo”, pero a veces uno no resiste. A veces somos soldados caídos en esa batalla del “quiero abrazar tu propuesta”.

Después de tres horas y algo, Beau tiene miedo concluye, y aún recordás el pichi gigante atacado a puñaladas. Ahorita, en estas aciagas horas nocturnas en las que escribo este pajeo de reseñas, sigo pensando en el pichi gigante atacado a puñaladas. No me sorprende que los Oscar hayan dejado ir a una actuación que seguramente Joaquín Phoenix pensaba que lo llevaría a cosechar premios en carretilla, es demasiado. Demasiado para nosotros, simples mortales.

El circo tiene muchos payasos.

Lo mejor: Una película de múltiples lecturas con una factura impecable Lo peor: más cargada que ekeko Lo más falsete: ese afán rompedor La escena: el pichi gigante El mensaje manifiesto: la mente es un complejo laberinto El mensaje latente: no te perdás en el laberinto complejo de tu mente El personaje entrañable: Beau, que tiene miedo El personaje emputante: Ari, omnipresente en cada frame El agradecimiento: por sus buenos momentos.

GOOD BOY

Había esperado esta película más que la final del Bailando por un sueño 2023.

¿Perros? ¿Una persona vestida de perro que actúa como perro? ¿Una persona que tiene a otra persona vestida de perro que actúa como perro? O sea, NECESITABA ver esta película.

Encima es noruega, así que las posibilidades de que una película así termine o se maneje desde la cursilería sanvalentinera eran nulas.

Christian (Gard Løkke) es un choquito jailón que anda buscando matches en una aplicación de citas. Me pasa lo mismo que con Talk to me, no sé por qué te animarías a nadar en esas aguas turbias. Este gringo europeo le mete. Ahí se topa con la no menos choquita Sigrid (Katrine Lovise Øpstad Fredriksen). Hasta ahí todo parece destinado al triunfo: Dos choquitos bonitos se juntan y se gustan.

El tema es que Christian tiene en su casa a Frank, su supuesta mascota. Pero Frank es claramente una persona vestida de perro que actúa como perro todo el tiempo. Si pensabas que la película sería sobre Sigrid descubriendo este oscuro secreto a lo largo de todo el metraje, nop. Sigrid sabe casi al inicio que Frank existe y que Frank es una persona. Christian le dice que Frank quiere vivir así, que él es tan bueno que simplemente lo complace. Sigrid se escandaliza hasta que su mejor amiga (una opa muy cojuda) le dice que para qué se hace lío, que hay gente que hace eso (puppy play) y que además el choco es millonario. A Sigrid se le enciende la mente y el corazón con lo de millonario, y decide darle una oportunidad al choco y a Frank.

Hasta ahí me gustaba todo: Los chocos, Frank retozando por ahí con los chocos, las actuaciones de los chocos, los diálogos de los chocos, todo funcionaba.

¿Y si nos casamos y tenemos un montón de choquitos?

Entonces pasa lo que tiene que pasar SPOILER Los chocos se van de paseo, y en un momento random, Frank aprovecha que está a solas con Sigrid para decirle alterado que lo ayude, que el choco está loco y que los dos tienen que salir tostando de ahí. Es la primera vez que veremos el rostro de Frank detrás de la máscara de perro SPOILER

Podrías pensar que eso subiría la adrenalina a tope, y sí, lo hace. Pero el contexto está tan mal llevado, tan poco coherente que SPOILER sabés que la choca acabará vestida de perra tarde o temprano. SPOILER

De ahí sucede lo que no puede pasar en este tipo de películas: te aburrís.

El cierre es muy absurdo tomando en cuenta que la choca no era una tipa largada de la mano de Dios, que tenía a la mejor amiga (la opa cojuda) que sabía con quién se había ido, y la mamá que también la buscaría.

Fue medio raro. Es como si la primera parte se hubiera trabajado mucho, y la segunda el director y guionista Viljar Bøe hubiera sido secuestrado al estilo Misery y obligado a terminar como sea esa película.

A Viljar lo conozco por su ópera prima, Til Freddy, que se notaba tenía mucho menos presupuesto que esta, cuya premisa también era interesante: Un tipo sale de la ciudad con sus amigos, pero descubre una nota de alguien que le informa que uno de esos pendejos lo va a matar. Como ves, Viljar siempre tiene planteos entretenidos.

Pero, perro que ladra no muerde.

Lo mejor: muy buena idea Lo peor: no sé qué pasó con el guion Lo más falsete: que a Frank se le ocurra pedir ayuda recién cuando está en una cabaña alejada en el bosque La escena: cuando el perro pide ayuda El mensaje manifiesto: en el mundo actual se normaliza cada cosa rara El mensaje latente: lo que es cringe a primera vista, es cringe nomás El personaje entrañable: el pobre Frank, para sus acciones tontas tiene la excusa de un largo cautiverio El personaje emputante: la amiga opa y cojuda El agradecimiento: por los perros verdaderos. SIEMPRE.

SALTBURN

He dejado estita para el final, porque la directora Emerald (el nombre le queda al pelo) y yo ya tuvimos nuestros desencuentros en Promising Young Woman (reseñada ACÁ).

Había dos cosas que me corrían de este asunto, una era Emerald, obvio, y otra el chico de Euforia (Jacob Elordi). Emerald porque una vez vista la madre del ternero, sabés que los otros terneros tendrán las mismas manchitas y colores. Y Jacob porque sí. Pero lo triste es que mientras le huís al catálogo de Netflix, acabás resbalando.

Vayamos al meollo de esta película que se puede ver en Prime Video. En primeras, mi amiga Emerald Fenney ha escrito un guion muy fiel a su estilo: lleno de pretensiones y mensajes a la conciencia que terminan sin asidero alguno.

Felix Catton (Jacob Elordi) es un ricachón que estudia en Oxford y que por casualidades de la vida termina de amigo de Oliver Quick (Barry Keoghan). Ambos personajes son unidimensionales. Felix el ricachón despreocupado, medio menso, y Oliver, el tipo en apariencia humilde, outsider, que queda deslumbrado por la vida opulenta de Felix.

El primer problema que tengo con Saltburn es que los ricachones son más ingenuos y vulnerables que un teletubbie. El tal Oliver se les mete al rancho y quitando algún comentario chinchi o desubicado que marca la diferencia de estrato social, y los rifirrafes con la cuota gay de la película, los pobrecitos no sospechan nada, y no actúan en consecuencia nunca, ni cuando ya está la sospecha medio instalada.

Claro que el guion intenta matizar eso con la idea de que Felix, en su versión de ricachón impune, suele encapricharse con ese perfil de personas para que le hagan de sombra adoradora un tiempo hasta que se canse del juguete y busque otro nuevo, pero fuera de actitudes muy de jailón ocioso, no hay otras capas para Felix. La directora también nos muestra a través de su lente el embeleso que hay de ella y la historia con ese poste de luz que parece arrancado de una campaña publicitaria.

¿Y si me hacés hartos primeros planos?

En su contraparte Oliver teje más que una araña. Y de a poco va revelándose un personaje sórdido cuyo único objetivo es arrasar con los ñoños jailones. Esto podría ser divertido (insertar emoticón desquiciado) si no estuviera planteado de una manera muy tonta. ¿Realmente Emerald piensa, cree, intuye que somos así de estúpidos?

La película se sostiene gracias al gran trabajo de Barry Keoghan como el sórdido Oliver y a situaciones hechas para generar incomodidad que funcionan, aunque el resultado sea algo vacío. A nivel de discurso pareciera una lucha de clases, pero no. Ahí donde Parasite (por decir algo) hurgaba en las diferencias de clases, acá no se cuestiona nada aparte de la opulencia. La cámara comparte la mirada embelesada de Oliver de la mansión, de Felix, del laberinto, de las fiestas, porque además el diseño de producción es impresionante. Y es desde Oliver desde donde parte el horror, lo criminal. Así que Oliver es tan solo un psicópata x jodiéndole la vida a sus víctimas. Las víctimas = los ñoños jailones.

Emerald se atreve a ponerle alitas de ángel a Felix y a concluir su película con SPOILER un Oliver chuto bailando nada más y nada menos que Murder on the Dancefloor después de barrer con los ñoños jailones y quedarse con sus quintos SPOILER ¿se puede ser más «sutil»?

Hay un tufillo a El Talentoso Mr. Ripley sin la densidad y riqueza de esa película, pero Saltburn es solo un producto de plataforma streaming, ese que hará que los ricachones de la vida real muestren sus mansiones en TikTok imitando al Oliver chuto con la canción de Sophie Ellis Bextor de fondo. Oh, sí. Internet siempre mostrándonos cómo puede trascender una propuesta.

Lo mejor: impecable factura Lo peor: pobre discurso, y presenta a los ricachones como un montón de Bambis sobre el hielo Lo más falsete: los ñoños jailones La escena: la sorbida (faltaba la bombilla nomás) de masturbación en la tina y cuando Oliver le dice a Felix que ha montado el show que él deseaba El mensaje manifiesto: hay un loquito esperando por vos en algún rincón del mundo El mensaje latente: la envidia y el resentimiento son primos hermanos El personaje entrañable: el laberinto El personaje emputante: todos, incluida Emerald El agradecimiento: por el diseño de producción.

CINE ESPAÑOL: La Sociedad de la Nieve

Por: Mónica Heinrich V.

La ficción no alcanza para algunas historias. No abastece.

¿Cómo contar con justicia el antes, el durante y el después de lo ocurrido en la llamada Tragedia de los Andes?

Lo que tenemos son pedazos. Pedazos de películas, pedazos de documentales, pedazos de libros, pedazos de entrevistas, pedazos.

Supe de esta historia por el cine. En 1993, Frank Marshall (Aracnofobia) dirigió la famosa Viven (Alive). La vería años después. Desbloqueé un miedo que hasta ese momento no existía: Los aviones sí se pueden caer. Sí se pueden partir al medio. Sí podés salir escupido y ser tragado por el vacío. Sí podés morir atrapado entre los asientos. La montaña sí puede quedarse con vos.

Tengo flashazos de esa película que nunca volví a ver. Escenas muy específicas: un joven y muy gringo Ethan Hawke como Nando Parrado, los pilotos mateando, el avión metiéndose dentro de la nube negra, un joven John Malkovich de narrador interpretando a Carlitos Páez, el zapatito rojo que se veía rarísimo, el Ave María (guiñito a una anécdota real de cuando esperaban el rescate) que pusieron al final mostrando la cruz en el pico de la montaña. Seh. Era 1993 tratando de recrear 1972. Los gringos no se veían ni sucios, ni famélicos, ni eran esos uruguayos que regresaron con la muerte en los ojos.

Piers Paul Read escribió el libro homónimo, el que después tuvo de tapa el póster de la película. Pueden descargarlo y leerlo ACÁ. Aunque el libro se escribió en 1974, apenas dos años después de la tragedia, tuvo su verdadero boom gracias a Hollywood, gracias a un Ethan Hawke churro que nunca perdió peso para su papel. Del libro también tengo flashazos mentales: las fotos cotidianas de los ocupantes, las fotos que se tomaron en la montaña, los mapas, cómo describían lo que pasó con menos romanticismo, las anécdotas sobre los problemas que pueden surgir en un grupo grande, sobrepasado por la situación, que luchaba por sobrevivir en las condiciones más adversas. También hay detalles como los gritos diarios de los heridos/moribundos, las alucinaciones, el sorojchi (el mal de altura) y la descripción de las gangrenas que han quedado suavizadas en la ficción.

Han pasado 52 años desde el día fatídico y el director español J.A. Bayona dijo: apártense que ahora vengo yo.

Lanzó en cines y en Netflix La sociedad de la nieve, película basada en el libro homónimo escrito por Pablo Vierci. Hay que entender la trascendencia que tiene el libro de Vierci (lo pueden leer ACÁ). El escritor era amigo de la infancia y compañero de colegio de gran parte de los pasajeros (víctimas y sobrevivientes) y regresó a la montaña, al exacto lugar, junto con tres de ellos, entrevistó por meses a los 16 que lograron el milagro y lo hizo con el apoyo de la distancia y la adultez. La mayoría ya tenía hijos con la misma edad que ellos cuando el avión se estrelló. El libro posee otra mirada, otras reflexiones, otro brillo y se publicó en el 2008.

Es con ese material que trabaja Bayona.

¿Y qué hizo? Construyó un guion (con la colaboración de los también españoles Bernart Vilaplana, Jaime Marques y Nicolás Casariego) muy emotivo, esquemático, similar en estructura a Lo Imposible (su película del tsunami). Creó un nexo emocional con el grupo, impregnó los momentos previos con esa sensación de calma antes de la tormenta, con escenas hasta artificiales: Las charlas, cómo se convence a algunos para ir, la voz en off de Numa Turcatti (Enzo Vogrincic) contándonos que era uno de los que en realidad no debió viajar, no debió estar ahí, la despedida de los familiares en el aeropuerto. Es el paisaje de todo lo que será destruido o por lo menos dañado.

SPOILER Cuando me di cuenta que el relato era de Numa se me erizó la piel. Tenerlo como narrador es una decisión humana. La mayor parte de los focos se centraron siempre en los que regresaron, en Canessa y Parrado, que fueron los que hicieron la caminata impensable de 10 días a través de montañas y nieve, pero hay nombres que se quedaron entre esa misma nieve, que nunca se dijeron en voz alta, como el nombre de Numa. Por eso, es un gran homenaje que esta vez la tragedia sea contada por uno de los que no lo logró y para los que no conocen la historia, imagino que debe ser un golpe emocional fuerte llegar al momento en el que muere. ¿Es una movida que puede parecer tramposa o un ejercicio de manipulación? Por supuesto, pero recordemos que este es un cine comercial y que tiene los vicios propios del cine comercial FIN DEL SPOILER.

Un aspecto incuestionable de esta película es la recreación. La recreación de la época, del vestuario, de los restos del avión, de las fotos. El cuidado puesto en los detalles ayuda a sentir más real lo narrado.  La película se filmó en una zona nevada de Granada, pero también tiene escenas reales del lugar donde aún permanecen los restos del avión. Y ya como detalle ultra emotivo está la participación de los sobrevivientes como personajes dentro de la película, el fallecido Coche Inciarte lee un periódico en el café en el que los chicos se juntan. Roberto Canessa aparece como doctor detrás del Canessa ficticio que regresa a la vida. Nando Parrado está en el aeropuerto dándole paso al Nando ficticio, a la Susy ficticia, a mamá ficticia, papá ficticio. Un sobrino de Numa Turcatti cruza la calle cuando el Numa ficticio llega con su bicicleta.

Canessas

El trabajo del uruguayo Pedro Luque (conocido por No Respires) en la fotografía ha sido clave. Hay cosas muy bien resueltas cinematográficamente como el accidente en sí mismo. Hay momentos que muestran su impronta creativa como cuando sucede el alud. Los primeros planos, los fuera de foco juegan totalmente a favor de la película que si no fuera por esos momentos se vería bastante genérica.

Las decisiones de dirección hacen que no sea una película más del catálogo de Netflix, aunque en la fórmula sí lo sea. Los elementos efectistas y efectivos como cuando aparecen los nombres y la edad de los que van muriendo o cuando los silencios llegan en el momento adecuado, ayudan a La sociedad de la nieve a no hundirse.

Sí, hay un vínculo emotivo del mismo director y del director de foto con la historia que les impide salir de esa perfecta caja de humanidad, con lacito rosa, que supone la supervivencia.

Y lo acepto. Quizás porque si mostrara al detalle cómo se abrieron los cráneos de los muertos buscando alimentarse de los cerebros, o cómo se comieron las vísceras, o cómo guardaban huesos en los bolsillos para chuparlos en cualquier momento tratando de obtener calcio y/o magnesio, la gente “de bien” se horrorizaría tal cual se horrorizó en los 70s cuando estos chicos tuvieron que contar que recurrieron al canibalismo para salvar la vida.

Lo acepto, porque quizás es muy triste saber que antes de la tragedia ya había otras tragedias, como la de la familia de Gastón Costemalle que años antes había perdido al papá de un infarto, y un par de años más tarde al hermano de Gastón en un accidente de canoa. Gastón sería uno de los que salió escupido con la cola al romperse el avión en dos, dejando a su madre, Blanca, sola con todas esas tragedias.

Lo acepto, porque es mejor imaginarse una fe ciega, a tener que asumir que la idea del suicidio sobrevolaba algunas mentes fragilizadas por las pérdidas humanas, el hambre, la falta de descanso real y la incertidumbre. Que para evitar tentaciones habían separado las balas del revólver del piloto. El mismo que informó dónde estaba pidiendo que lo usaran para acabar con su agonía.

Bayona sabe qué botones apretar a un público masivo. Lo ha sabido desde siempre. Es un director que apela a las emociones constantemente. A veces funciona muy bien como en El Orfanato, otras queda excesivo como en Lo Imposible o bordeando lo cursi como en A Monster Call. En La Sociedad de la Nieve encuentra la historia perfecta para regodearse en las frases que suenan cursis, pero que realmente fueron dichas en la tragedia, para ser sensiblero, para buscarnos la lágrima sin culpas.

Queremos llorar a toda esa gente. Queremos llorarla mucho.

Los actores, más comprometidos que los gringos, bajaron de peso y quedaron casi convertidos en esos fantasmas que fueron los sobrevivientes. La música, incluso los tan criticados violines, son parte de eso. ¿Porque qué más podría sonar que no fueran violines? El Ave María con seguridad no. Una apuesta más naturalista y de autor dejaría ese final con el silencio terrible de la montaña y el ruido de los helicópteros. Bayona entendió que necesitaba los violines y los puso. Que necesitaba la edulcorada escena de las duchas y la puso. Que sin contexto aparecería el papá de Carlos Paéz (que buscó a su hijo Carlitos con una tenacidad que merecería otra película) interpretado por el rescatado y ya mayor Carlitos Páez leer los nombres de los sobrevivientes y ya. Que el arriero (que merecería otra película también) que dejó su ganado a merced de los pumas y cabalgó 10 horas para avisar a los carabineros, aparecería para botar la piedrita y poco más.

Es el final que entiende Bayona, y está bien. No, no es la película que cambiará el cine. Es lo que es.

La película en su conjunto cumple su objetivo. Hacerte pasar dos horas de angustia emocional y existencial, conmoverte hasta las lágrimas y, por supuesto, al terminar de verla buscar todo lo que sea referencial al hecho. Leer Del otro lado de la montaña, el libro que tiene los testimonios de las familias de los que no sobrevivieron (descargar ACÁ), leer el libro que escribió Nando Parrado: Milagro en los Andes (leer ACÁ), el que escribió Roberto Canessa con la ayuda de Pablo Vierci Tenía que sobrevivir (leer ACÁ), el que escribió Coche Inciarte (fallecido el 2023 por cáncer) Memorias de los Andes (leer ACÁ) o Las montañas siguen allí del también sobreviviente Pedro Algorta (leer ACÁ).

Tenemos todos esos pedazos que aún siguen armándose, que siempre seguirán armándose. Agobian los detalles del antes, del durante, del después. Es otra película (hay demasiadas películas en esta historia) el regreso a la sociedad de estos chicos tildados de caníbales a un Uruguay que estaba a escasos meses del golpe de estado que después puso una dictadura de 11 años.

Y, como dicen los sobrevivientes, es imposible entender a cabalidad lo que vivió La Sociedad de la Nieve, por más que Bayona o cualquiera se haya esmerado en explicarnos o de convertirlo en un espectáculo para las masas. Se trata de una experiencia de vida tan única que aunque sucediera algo parecido nunca sería igual. Lo que vivieron solo lo pueden dimensionar a ciencia cierta los que milagrosamente consiguieron volver, y los cuerpos que se quedaron en el Valle de las lágrimas.

Lo mejor: La recreación de todo, lo emotiva que es y que no deja de ser un homenaje a la lucha por sobrevivir Lo peor: es cacofónica con lo que se dice y lo que se ve. Bayona siempre quiere explicar todo Lo más falsete: el final muy coreografiado El mensaje manifiesto: el ser humano siempre se aferra a la vida El mensaje latente: podés salir de la montaña, pero la montaña se queda en vos El personaje entrañable: todos El personaje emputante: la muerte El agradecimiento: por los que no lo lograron pero hicieron que los otros lo lograran. Por el arriero que estuvo justo ese día a esa hora y que se hizo una viaje larguísimo para avisar. Por la vida de los que salieron de la montaña y los cien hijos y nietos que siguen extendiendo esa vida.

MÚSICA: Por qué Antihero es necesario para el pop

Por: Santiago Gutiérrez Echeverría

Hace rato que quería escribir sobre esto, pero aún es tiempo. La Taylor no ha grabado nada nuevo desde Midnights (excluyendo los Taylor’s version), pero sigue siendo la artista más escuchada del año; Antihero está en el top 10. Es la persona del año según Time…

No voy a negar que hay todo un aparato industrial orquestando su éxito. Lo siento, swifies, pero Taylor también es una imagen hecha a medida para vender. Aun así, si apreciamos lo visto en escena, podemos afirmar que, en efecto, Taylor Swift es música. Y su gran contribución al pop es, cha cha chan: su sinceridad. Así de simple. O más elaborado: creo que la imagen de Taylor pone en práctica la Nueva Sinceridad en el pop.

Hace mucho tiempo expliqué aquí por qué Bojack Horseman era necesario para la comedia.

Si les da flojera leer mi artículo o no se acuerdan mucho, lo importante es que sepan dónde termina el caballito: termina mal (pero al final la vida sigue). Bojack es un antihéroe. Pero (a diferencia de la mayoría) no es un antihéroe cool. Sus defectos no se romantizan como ocurre con el héroe byroniano. Bojack contempla el absurdo de la existencia y lo oscuro de la mente humana (de ahí que nos genere empatía o incluso catarsis); pero además (y este es el aporte de la serie) muestra las consecuencias del cinismo, lo importantes que son las redenciones, y lo mucho que se tiene que pagar por errores irreversibles. Y la culpa está ahí, siempre la culpa.

¿Les suena? It’s me, hi! I’m the problem, it’s me!

Y es que Taylor ha dibujado a su propio Bojack a través de su música; una imagen de su mente fabricada como un antihéroe. Porque sí, tenemos a dos Taylors: la Taylor Alison Swift, esa mujer de carne y hueso que nadie conoce, y la persona del año que vemos en Time; la Otra, como diría Borges (¿cuál de los dos?) en Borges y yo.

Taylor ha sufrido con su imagen de La Otra, con su antihéroe, con su… reputación. Recuerden que fue humillada entre 2016 y 2017. Entonces ella (¿cuál de las dos?) asumió y defendió el lado oscuro y negativo de su persona al reconstruirse con el álbum Reputation. ¿Estaba a la defensiva? Muy probablemente.

Aquí las cosas se ponen intensas. Es usual que El Otro se manifieste en el arte con características arquetípicas de un antihéroe, de la sombra jungiana, de lo inconsciente… creo que ya me entendieron, del lado nocturno de nuestras vidas. ¿Se han dado cuenta que el video de Antihero ocurre de noche? No quiero sonar como un swifty, pero les juro que esto lleva a algo bueno. El video ocurre de noche y está lleno de guiños a la obra de Taylor (a La Otra que ella ha construido). Una referencia tras otra nos muestra que ella ya asumió a su antihéroe y que puede jugar (y hasta emborracharse) con ella. Es Bojack cuando hizo de su vida un poncho, porque reconoció lo cagada que estaba su situación (por su culpa). Pero en algún punto Taylor se mira en el espejo y…

Para mí aquí es donde ocurre un cambio. Taylor por fin se mira al espejo y reconoce el peso de todo lo que La Otra estuvo haciendo mal. Si en Reputation su alter ego aún estaba a la defensiva (Don’t blame me), en Midnights recapacita sobre sus acciones. Tal vez, solo tal, vez piensa ella, sus críticos tenían algo de razón.

Pero tranquila, Taylor, todos somos el problema de nuestras propias vidas. Y de hecho tu sinceridad nos enseña a admitirlo. Quiero decir… la Nueva Sinceridad trata de eso, al fin y al cabo: rechazar el espectáculo negacionista que nos ofrece el entretenimiento masivo (como el pop) y mirar a nuestros problemas de frente.

Lo más curioso es que Taylor también mira a sus problemas de frente pero desde el pop. Sabemos que ella siempre ha escrito canciones en clave, y de hecho su discografía es una saga de álbumes conceptuales sobre su vida. Muchos fans han conectado así con ella y la han reflejado en sus vidas. Y aunque esto puede promover el narcisismo en la cantante y el fandom, Taylor parece querer redimirse de esta toxicidad al autocriticarse en Antihero.

Cuando Adam Kelly definió a la Nueva Sinceridad, trazó una diferencia entre lo sincero y lo auténtico. Si por un lado lo auténtico transmite una verdad interior, lo sincero además sale a escuchar lo que otros perciben como la verdad. ¿Y Taylor? Pues al fin asumió las críticas que había recibido fuera del fandom (I’m the problem, it’s me). Pero más aún, se preguntó lo que Adam Kelly y Foster Wallace: ¿en qué medida mi discurso está libre de ser manipulador? Ok, tal vez ella no lo pensó así, pero mostró su intención (al menos su intención) de no condicionar su música. De ser responsable con su contenido.

Déjenme darles un ejemplo. Piensen en Mario Vargas Llosa cuando escribió La tía Julia y el escribidor, novela que narra el romance de un tal Mario y su tía política, Julia. Ahora bien, este libro semi-autobiográfico es… bastante irresponsable, pues exhibe un romance real (mezclado con ficción) que generó molestias en la verdadera Julia Urquidi, tía y exesposa de Llosa. Varguitas se eximió de cualquier culpa argumentando que El arte de mentir en la literatura no debe confundirse con la realidad. ¿Y sobre las molestias que creó en Julia? Bien, gracias. Taylor también ha escrito mucho sobre sus exparejas en sus canciones. Pero reconoce más que Llosa lo mucho que su alter ego bebe de la realidad. Y lo que es más importante, con Antihero parece asumir que hacerlo fue un tanto irresponsable.

Lo que Varguitas no dijo, novela respuesta de Julia a Llosa. A ver si un día Harry Styles se atreve a escribir una canción respuesta llamada Swift.

Podría ser que Antihero sea un himno a la autoindulgencia. Un “sí, lo siento chicos, ahora amen mi sinceridad”. Solo el tiempo dirá si Taylor realmente ha recapacitado para bien o si todo es tan solo una fase. En todo caso nuestra antiheroína no es la primera que hace música sincera. Esto ya ocurrió en el rap (Kanye, qué serías sin Taylor; Taylor, qué serías sin Kanye) y el indie (no sorprende que Taylor colaborase con Phoebe Bridgers). Pero si hablamos del pop, ¡el pop!, ese género tan chicle, tan prefabricado… entonces Taylor es pionera. Olivia Rodrigo podría estar continuando en esta línea. ¿Podrá esta sinceridad estar cambiando el pop? No lo sé, pero ya era hora de que viniera.

CINE FINLANDÉS: Fallen Leaves (Hojas de otoño)

Por: Mónica Heinrich V.

Quiero hablarles sobre Aki. Y también sobre Fallen Leaves. Y, ya que estamos, sobre el cine. Sobre la guerra. Sobre el amor. Sobre la soledad. Sobre el tiempo. Sobre los perros. Quizás quisiera hablarles más sobre los perros, pero esta cálida noche nos invita a diversificar.

Si conocen la filmografía del señorito Aki Kaurismäki hay cosas que no los van a alejar de la pantalla: diálogos robóticos, vestuarios y elementos retro, chistes muy europeos (o sea, medio sin chiste), historias de amor como las de antes surgidas de la necesidad y el masoquismo, cinefilia exprés porque sí, porque amamos el cine y si podemos refer/reverenciarlo lo vamos a hacer.

Nunca he reseñado una película de Aki, quise hacerlo con El hombre sin pasado, quise hacerlo con Luces del atardecer, también me picó el bichito con Le Havre, y no pude. El tiempo, la vida, el amor, la soledad, mis perros, me separaron de esta conversación que tenemos pendiente.

Hace unos días vi Fallen Leaves. Y tiene todos los tropos kaurismäkianos. Esos que harán que espectadores que quieren ver a Julia Roberts gritándole a los ciervos huyan de la sala de cine. Los invito a quedarse. A comerse los planos estáticos. Los diálogos acartonados. Las canciones finlandesas. Los encuentros forzados. El comentario social. La crítica al sistema laboral. La comedia no comedia que te provoca ganas de llorar. Quédense.

Ansa (Alma Pöysti), es una cajera de supermercado que gana lo mínimo en condiciones laborales deprimentes. Una cosa tan sencilla como regalar la comida caducada (que luego va a ser echada a la basura) a un indigente o ella misma guardarse un sándwich vencido harán que la despidan de su trabajo. En algún otro lugar de Helsinki, Hollapa (Jussi Vatanen) trabaja como obrero y ahoga su tedio en el alcohol. Helsinki es otra gran protagonista. Esa ciudad costera que se vende como idílica, pero que el lente de Aki siempre ha dibujado como ófrica, con marcadas diferencias sociales y con gente muy sola.

Hablemos sobre la soledad. Ansa y Hollapa son personas comunes. No son particularmente brillantes ni tontos. Ansa se la pasa con su vieja radio, y Hollapa es un evidente alcohólico. Los trabajos de ambos son ordinarios, mal remunerados y las amistades carecen de profundidad, pero al menos brindan entretenimiento y un nivel sostenible de apoyo. Sus existencias transcurren grises, solitarias y casi silenciosas. Hasta que el destino hace lo suyo y los junta.

Hablemos sobre el amor. Fiel a los personajes, la película no nos cuenta un amor incendiario, emocional, sexual, arrebatado. Son dos personas solitarias que se unen porque sí. Porque parece una buena idea. Porque a veces las conexiones son un segundo, no una eternidad. Es un amor atípico, pero amor, al fin y al cabo. Y como espectadores nos alegramos de que se hayan encontrado.

Hablemos sobre el cine, la cinefilia exprés, la cinefagia. Aki ve películas constantemente, es un detractor del cine digital, aunque ya más o menos se reconcilió con él, una vez dijo que le gustaría que todas sus películas pudieran verse y entenderse sin necesidad de traducción o subtítulos, en Fallen Leaves esa cinefilia se derrama a cada segundo. Hay un poco de Ozu, de Bresson, de Jarmusch, de Chaplin. Hay una sala de cine en la que los personajes conectan de manera más profunda. Sí, estos personajes robóticos, que habitan una película pausada y sin grandes puntos de giro, se meten a ver una película de zombies. Ajá, en Kaurismäkilandia, el amor florece en circunstancias extrañas y a través de películas de muertos vivientes. Como en la vida misma. En otras escenas sellarán sus encuentros con posters de películas clásicas de fondo.

Hablemos sobre la guerra, quizás lo que ya me tenía con los ovarios al plato era la radio contándonos constantemente cuántos muertos llevaban en Ucrania. El recurso de la radio comentando cosas nunca me ha gustado, pero si ya lo ponen, ponelo solo una vez no diez. Más aún cuando tu visión de la guerra o de los muertos de la guerra está claramente parcializada. Sin embargo, mi corazón comprensivo sabe que Finlandia es frontera con Rusia, y que lo más probable es que Ansa represente al finlandés promedio que empieza y termina su día agobiado por lo que transmiten los medios sobre lo que pasa en esa y cualquier otra guerra fronteriza. Como dice nuestro personaje: ¡Maldita guerra!

Hablemos sobre perros. Una película de Aki no sería una película de Aki si en el tercer acto no irrumpiera un hermoso ser de cuatro patas (suelen ser los propios perros del director). En este caso, como una proyección más al sistema que le falla tanto a los humanos como a los animales, Ansa se encuentra un perrito abandonado y decide adoptarlo para compartir paseos, trenes y camas. Con la llegada del perrito me digo: Lárguenle todos los globos de oro a los que está nominada y los futuros cosos dorados (Oscar).

Si le metemos raciocinio al guion escrito por el mismo Aki, las situaciones pueden parecer ingenuas o hasta tontas, pero este agradable sujeto logra que cuando nos acercamos al final, a pesar de todo lo extraño/apático que es su mundo, a pesar de todo lo finito que parece en expresiones, te conmueve y te ahoga con algo muy cercano a la ternura.

No sé si Aki nos ha lanzado un Tiempos Modernos en esta era moderna, o si es incapaz de separarse de sus personajes laboralmente explotados, diametralmente opuestos que encuentran el amor y la compañía canina soñada, solo sé que con Fallen Leaves seguís queriendo a ese director excéntrico que solo hace películas para dar de comer a sus perros, que prefiere la palabra verdad a la palabra realismo, que dijo que Hollywood es el McDonalds del cine o que el cine es la única religión que respeta.

Tal vez, es solo que mi idea de un final feliz es la misma que él tiene: un atardecer, la persona correcta, y claro, un perro.

Lo mejor: Aki en todo su esplendor y, ajá, Chaplin Lo peor: no es un cine de amplio alcance y, ajá, que no aparezca más Chaplin Lo más falsete: los mensajes machacones de la radio, alguno de los encuentros El mensaje manifiesto: dos soledades se pueden unir El mensaje latente: vivimos en un mundo donde se está muy solo El personaje entrañable: ¿es necesario que lo diga? Chaplin El personaje emputante: el guardia chismoso, OBVIO El agradecimiento: por los perros, siempre por los perros.

TELEVISIÓN: The Bear (Segunda Temporada)

Por: Mónica Heinrich V.

Mis querid@s:

Hay veces que uno se engancha a una serie y llega a formar una relación. Ajá. Una relación con un triste final (a vos te hablo GOT), una relación de placeres culposos (a vos te hablo Grey´s Anatomy), una relación intensa y de amor (a vos te hablo Succession) y así, ad infinitum.

A The Bear la amo. Te amo, The Bear.  Y te acepto en la salud y en la enfermedad, en la sutileza y en el exceso, en lo bueno y en lo malo.

El amor es así, lo sé.

Ya reseñé la primera temporada ACÁ, y en mi corazón quedó la horrible semilla de la duda, de que nos podríamos ir al chancho en la segunda, de que nuestra felicidad podría mancharse. Gente, yo ya no creo en pajaritas preñadas y cuando pasó lo de los quintos dentro de las latas de tomate, me dije: no hay forma de salir bien librado de ese despelote. Además, es difícil mantener el brío. El brío no es poca cosa.

Pero, oh, sorpresa de agosto, sorpresa de 2023, sorpresa.

La segunda temporada de The Bear sigue gustando, sigue generando cosas, sigue provocando amor.

Advierto que esto será pajero, spoilereado, largo y medio al pedo. Pero es lo que hay.

La segunda temporada inicia exactamente donde la dejamos. Estamos en la génesis de The Bear. Ese restaurant que Carm siempre soñó, que los Bear siempre soñaron. Son diez episodios casi todos con el nombre de alguna comida y con la misma cadencia que hizo que amara/amemos esta serie.

¡Recuperemos los cannolis, redefinamos el trauma!

No hay nada muy remarcado, es el vértigo de la cocina, la tristeza de la vida, los daños que cargás, lo que anhelás y no conseguís, los pequeños fracasos, los pequeños triunfos.

Carm (Jeremy Allen) sigue en un estado de duelo permanente, de presencia ausente, pero le mete todas sus energías a este proyecto, a este reseteo de vida. Sydney (Ayo Edebiri) está tan comprometida que conmueve. Es su momento de brillar, es la socia-nosocia que quiere triunfar en un rubro cada vez más competitivo y azotado por la pandemia. Hay un hermoso arco de personaje para Richie (Ebon Moss), que en la primera temporada parecía el primo-noprimo jodido y nada más. Richie en esta temporada rellena emocionalmente a ese primo-noprimo jodido, muestra su matrimonio arruinado, su indefensión ante el paso del tiempo, ante el fracaso, muestra su existencia tocada por la magia de la cocina, sus repentinas ganas de intentarlo, de realmente triunfar.

Es en el episodio seis donde encontraremos el punto de inflexión de toda la serie. ¡Cuántos actores y actrices talentosos dándole vida a personajes pendejos! Rememoro: Nuestro por siempre jamás Saúl Goodman, Bob Odenkirk como el emputante Tío Lee. La gran, gran Jamie Lee Curtis como la matriarca del clan: Donna. Nuestro Jon Bernthal, por siempre jamás Shane, como el impulsivo Mikey. Y a ellos se le suman el talentoso John Mullaney, Sarah Paulson, Gillian Jacobs, y a alguno me estaré dejando por ahí.

Este episodio seis contiene toda la tensión de la serie. Es esa cena familiar tóxica, caótica, en la que la mierda estalla como fuegos artificiales. Uno de los momentos más duros, fue ver a Donna absolutamente sobrepasada por la cocinada, algo borracha, en evidente depresión, sin control de sí misma ni de su entorno, decir que ella siempre hacía cosas bonitas para lo demás, pero que nadie hacía cosas bonitas por ella. Pensé en todas las madres. En todas las no madres. En los seres agobiados por ese tipo de certidumbre.

Dejame darte un apretado abrazo, Donna
¿Y si mejor te abrazo, Donna?

Además, la tristeza está muy presente en toda esa cena/escena. Tristeza por Mikey, que aún no había perdido las ganas de vivir. Por Richie que, también en esa época, había intentado salir del loop del fracaso. Por la preñez de Tiff. Por la incomodidad de Carm. Por cada “¿estás bien?” de Natalie. Por el brindis ñoño de Stevie. Por Donna, oh, Dios, por Donna.

Hay mucha expertise en el manejo de tantos personajes en un ambiente en el que la tensión se está cocinando a fuego lento. El ritmo, como en toda la serie es vertiginoso. La cena/escena es casi claustrofóbica. Y aún así tiene tiempo para el humor. Como cuando el fulano llega con la tarta de atún y todos sabemos, porque TODOS sabemos, que es una muy mala idea.

Luego está la escena del tenedor. La FAN TÁS TI CA escena del tenedor, en la que con todo mi ser gritaba: ¡BOTÁSELO, SHANE! ¡MALDITA SEA, BOTÁSELO!¡BOTALE TODOS LOS TENEDORES DEL MUNDO!

Es evidente que este episodio sale de la tónica de la serie a nivel narrativo. En The Bear, la trama para algunos espectadores puede parecer fofa y sin chiste, aburrida, y en este episodio seis, aunque en general es una cena donde se acumula la bilis hasta que explota, no deja de ser mucho más intenso de lo que la serie acostumbra. No faltará el que verá efectismo, aunque el efectismo siempre puede ser un elemento que bien usado aporta. A mí, en particular, se me hizo poco creíble que Donna no escuchara el incidente del tenedor, pero fuera de eso, el episodio seis fue un disfrute a pleno: en actuaciones, en trama, en puesta en escena, en dirección, en arte, en edición, en música. Qué placer.

¡BOTÁSELO, SHANE!

También disfruté mucho el episodio 7. El que se llama Tenedores (guiño guiño). Es mucho más sosegado que el 6, pero ahí es cuando el arco de personaje de Richie se profundiza más. Y encima aparece la gran Oliva Colleman como la chef Terry. Uno de los momentos más emotivos fue cuando descubrimos la frase. El mantra que ha estado rondando la serie todo el bendito tiempo.

Y ya si estamos hablando de momentos, el de Marcus y el tipo de la bicicleta en Noruega agitó las aguas saladas de mis ojos y de mi corazón. Y es curioso cómo se plantea esa escena, de una manera tan chiquita, que ya viene trabajada por el hecho de que sabemos que la mamá de Marcus está muriendo, de la soledad de Marcus en ese país, y de todas los dolores que los personajes de la serie han convertido en trauma.

Como todo en la vida, The Bear no puede ser perfecta. Lo que ponderé en la temporada uno, la ausencia de historia de amor, en la segunda temporada hace su aparición cursi y cliché, porque el amor es así, lo sé. No compré ese romance, ni la muletilla del mensajito final cuando el sujeto está encerrado, como para que duela más la revelación de que sí, el amor agota y distrae y quita tiempo. Como si no fuera muy difícil saber que en la próxima temporada a pesar de que agote, distraiga y quite tiempo, Carm volverá a intentarlo. Tampoco compré mucho la idea de que Carm, un perfeccionista y exigente ganador de michelines, por muy enamorado que esté, se haya olvidado o haya dejado pasar detalles básicos que contemplarían hasta en una fonda.

El final de la temporada promete más episodios. Y cuando ya querés a Carm, a Sydney, a Nat, a Richie, al tío Oliver Platt, a los hermosos platos cocinados por la hermana chef del creador de la serie, al creador de la serie, a la showrunner, a los directores, al editor, y a tutti quanti, sólo podés agradecer que los episodios sigan llegando.

Como diría el letrerito: Every second counts (Cada segundo cuenta).

Lo mejor: una serie para amar Lo peor: las cositas fuera del tono original y que las uñas de Richie continúan cuchuquis Lo más falsete: el romance y que Donna no haya escuchado el jaleo del tenedor El mensaje manifiesto: se puede resignificar el trauma y el dolor El mensaje latente: las pérdidas siempre están ahí, omnipresentes El personaje entrañable: Sydney, Mikey, Donna, Carm, Marcus, el papá de Sydney y sí, Richie. El personaje emputante: el tío Lee, OBVIO El agradecimiento: porque el amor es así, lo sé.

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